Canale d'Agordo es un municipio de 1.200 habitantes a 150 km de Venecia. Cuando en una casa de via Rividella nació Albino Luciani en 1912, la vida de ese pueblo estaba salpicada de grajos hambrientos y fiebres de Malta, de iglesias y santuarios votivos, de peregrinaciones y oficios religiosos. La religión consolaba de las penurias, que fueron el pan de cada día de Albino. Ingresó en un seminario y acabó señalado por el Espíritu Santo en el cónclave que lo convirtió en un papa de sencillez evangélica, como la povera gente de los bosques montañosos de los Dolomitas en donde se crio.
Sólo 33 días después de su elección, en la mañana del 29 de septiembre de 1978, el Vaticano emitió un breve comunicado anunciando que el Papa había muerto de un ataque cardíaco a las 11 de la noche del día anterior. Fue un pontificado efímero y una muerte sospechosa a los 65 años. Los rumores de envenenamiento prosperaron como hongos en tierra de mantillo después de la lluvia. Esa muerte sorpresiva estaba escoltada por el misterio y la sospecha. Por eso compitieron (aún lo hacen) teorías que intentaban dejar las cosas claras.
Los mejor informados sabían, o decían saber, que Juan Pablo I había resuelto emprender una verdadera revolución, practicando lo que había predicado siempre: la honradez absoluta, la convicción de que la Iglesia Católica es la de los pobres. ¿Por qué el Vaticano mintió acerca de quién lo encontró? ¿Por qué no hubo autopsia? ¿Por qué tanta prisa por embalsamar el cuerpo? Las preguntas se arracimaron durante años.
Para contestarlas, todas las teorías conspirativas subrayan su compromiso con "la hermana pobreza". Era devoto de la Madonna delle pignatte (Virgen de los pucheros) porque —según decía— "se hizo santa sin visiones, sin éxtasis, fregando ollas y preparando sopas". Se describió a sí mismo como "un hombrecito acostumbrado a las cosas pequeñas y al silencio". Nunca había querido ser nada más que un cura de pueblo. Elegido en un cónclave que duró sólo 26 horas, dijo: "Nunca me lo hubiera imaginado". Los pocos días en los que ejerció como sucesor número 262 de San Pedro y pastor de más de mil millones de católicos estuvieron marcados por gestos que confirmaban su ausencia de pompa.
Un Papa diferente
Fue un Papa diferente. Se levantaba a las cuatro y media. Decía misa a las siete y desayunaba después. Dos veces al día, el cardenal Villot, secretario de Estado, le mandaba una valija llena de papeles. Cada papel era un problema que el Papa tenía que solucionar. Un trabajo insoportable. Villot pasaba muchas horas con él en la segunda planta del Vaticano o paseando por los jardines. Discutiendo asuntos de la Iglesia. La tarde anterior a su muerte tuvieron uno de esos encuentros.
No sólo Villot pensaba en la Curia que el cargo de papa era una carga que le venía grande a ese cura de pueblo. El Espíritu Santo se había equivocado una vez más. En el Vaticano se decía (las malas lenguas) que en un solo mes el Pontificado se encaminaba al desastre. La Curia se burlaba de Luciani, lo consideraba simple, infantil, con una "mentalidad de Reader's Digest", como se recoge en el libro Como un ladrón en la noche.
Fue un Papa diferente. Se levantaba a las cuatro y media. Decía misa a las siete y desayunaba después
Eso sí, el poco tiempo que pasó como papa no fue estéril. El actual pontífice, Francisco I, firmó hace unas semanas -el pasado 13 de octubre- el decreto que reconoce el milagro atribuido a Juan Pablo I, algo imprescindible para que la Iglesia Católica conceda una beatificación. La protagonista del milagro es una niña argentina, Candela, que había sido desahuciada a los 11 años por una neumonía de origen desconocido. Su madre y el cura de su pueblo se encomendaron al papa Juan Pablo I y la niña, hoy una mujer, se curó.
Un papa practica la diplomacia con estadistas de más de cien países, el flujo de información que recibe para sus análisis es torrencial e incesante. Y, además, casi cinco mil obispos de todos los rincones del globo van a Roma una vez cada cinco años para sus visitas ad limina. Todos ellos mantienen audiencias con el Pontífice. La Iglesia, una congregación colosal de más un millón de religiosos, está siempre amenazada en algún lugar del mundo, y la responsabilidad siempre recae sobre el Papa.
Además tiene que ocuparse de la burocracia romana, que es una jaula de grillos: congregaciones, tribunales, dicasterios, comisiones, secretariados que se ocupan de la disciplina del clero, el dogma, la liturgia, la educación... Todo esto pasa por el escritorio del Papa. Es su papel como gerente. Al mismo tiempo, semana tras semana, produce cantidades prodigiosas de escritos: alocuciones, encíclicas, sermones... Tiene que pasar muchas horas rezando y sacar tiempo para el papel de jefe de Estado. ¡Una misión imposible!
Un buen hombre
Su predecesor Pablo VI, un adicto al trabajo, tenía una jornada laboral de dieciocho horas. A Juan Pablo I le interesaban la catequesis, las obras piadosas, ese tipo de cosas, era un pastor devoto, un buen hombre; pero insignificante y con insuficiencia coronaria. Varios familiares habían tenido muertes súbitas y, en 1975, durante un ingreso hospitalario por un coágulo de sangre en el ojo izquierdo, le habían diagnosticado una "trombosis venosa retiniana", una mínima patología vascular tratada con anticoagulantes. Nada grave.
¿Cómo explicar su muerte a los 65 años, después de solo un mes de trabajo? Era el pontificado más corto desde León XI en 1605 y no sólo recelaban los católicos. El escritor británico de crímenes no resueltos David Yallop publicó en 1984 En nombre de Dios, un thriller de no ficción que denunciaba que la Iglesia estaba encubriendo un asesinato: el "estado profundo del Vaticano" había envenenado a Juan Pablo I antes de que revelara la corrupción de obispos y cardenales.
Fue el pontificado más corto desde León XI en el año 1605
El libro de Yallop ofreció pocas pruebas; pero vendió casi seis millones de ejemplares aprovechando un escándalo bancario del Vaticano que involucró a una logia masónica, a un banquero muerto en circunstancias misteriosas y al arzobispo Paul Marcinkus, un estadounidense corpulento como un armario que dirigía el Banco del Vaticano.
En 1987, el arzobispo John Foley, presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, se puso en contacto con el periodista británico John Cornwell para contraatacar ofreciéndole la ocasión de "disipar las falsedades". Tras múltiples entrevistas con sospechosos y testigos, Cornwell refutó a Yallop en su libro Como un ladrón en la noche. "¿Tenía razones Marcinkus para perpetrar un asesinato porque Juan Pablo I estaba a punto de descubrir la implicación del Banco Vaticano en el escándalo del Banco Ambrosiano? ¿Hubo complot de la Curia con banqueros mafiosos?", se preguntaba Cornwell. Veamos.
El Instituto de Obras Religiosas (IOR), conocido popularmente como Banco Vaticano, es oficialmente propiedad privada del Papa y por esta razón podía operar con opacidad. Situado en una antigua mazmorra del Cortile di Sisto Quinto, justo debajo del palacio papal, su entrada es contigua a un ascensor de servicio que sube directamente a los aposentos del Papa. Tenía entonces una plantilla de tan sólo doce empleados bajo la batuta de Marcinkus. No se fundó para entrar en negocios especulativos o de alto riesgo; al menos esa fue su política hasta principios de los setenta, cuando el IOR compró acciones en el Banco Ambrosiano e hizo grandes ingresos a altos tipos de interés.
El siniestro Calvi
El director general del Ambrosiano era Roberto Calvi, a quien consumía la ambición de extender las actividades del banco al escenario internacional. Los métodos que utilizó estaban lejos de ser santos y buenos: compañías tapadera, blanqueo y especulación en el mercado milanés de valores. Entre sus asociados se encontraban Licio Gelli, gran maestre de P2 (una logia masónica con conexiones con la mafia siciliana) y el gurú financiero Michele Sindona, llamado el banquero de San Pedro por su cargo en la Curia Romana de Pablo VI. El Tiburón Sindona, amante de la buena vida y de Lana Turner, estaba acusado de graves delitos.
El Vaticano estaba en los planes de Calvi. Además de inversiones sustanciales en el Ambrosiano, el IOR adquirió una parte del banco en Nassau y Marcinkus entró en el consejo. Había historias sobre una estrecha relación entre Marcinkus y Calvi, incluyendo "exóticos alivios" en las Bahamas que sirvieron a Calvi para el chantaje. Todo salió a la luz cuando, en 1981, el baranda del Ambrosiano fue condenado por tráfico de divisas a cuatro años de cárcel (sólo cumplió cuatro meses) y a una multa de diez millones de dólares.
Marcinkus continuó haciendo negocios con él después de ser condenado. El castillo de naipes que Calvi construyó en el Ambrosiano se derrumbó, el colapso dejó un agujero de 1.300 millones de dólares, la mayor quiebra bancaria de Italia desde la Segunda Guerra Mundial.
En 1982, Calvi huyó del país con pasaporte falso. A las 7:30 del 18 de junio, un cartero lo encontró ahorcado en el Puente Blackfriars de Londres. Después de dos investigaciones, Scotland Yard fue incapaz de aclarar si fue un suicidio o un asesinato. Si no se suicidó, esa muerte fue uno de los asesinatos más misteriosos de su tiempo.
Después de dos investigaciones, no se pudo aclarar si la muerte del banquero Calvi fue suicidio o asesinato
En el bolsillo de su pantalón había un ladrillo y unos 15.000 dólares en tres divisas diferentes. Blackfriars, frailes negros, es un apelativo de los masones italianos, cuyo juramento les obligaría a colgar en la pleamar a los traidores a la hermandad. El ladrillo es un símbolo del origen de la masonería, los gremios de albañiles.
Cuatro años después, Michele Sindona fue envenenado con cianuro en el café en una prisión lombarda. Cumplía cadena perpetua por el asesinato de un abogado. Marcinkus permaneció como director del IOR hasta 1988, resistiéndose a una orden italiana de arresto y viviendo dentro del Vaticano.
¿Había sido informado Juan Pablo I de todos estos lóbregos negocios durante su papado de 33 días? ¿Iba a despedir a Marcinkus? Luciani no era un Rockefeller y es casi seguro que no sabía nada de esos manejos. "¡Nada! —afirma Cornwell—. Pocas veces aceptaba invitaciones para asistir a reuniones sobre asuntos financieros. No los entendía. Un devoto se preocupa de la devoción".
En la escena más memorable de su libro, Yallop describe cómo un Marcinkus aturdido había sido visto dentro de los muros del Vaticano a una hora inusualmente temprana en la mañana en que se descubrió el cuerpo de Juan Pablo I. Esa prueba circunstancial la utilizó para meter a Marcinkus en un complot de asesinato. Cornwell la descarta fácilmente: el arzobispo era madrugador y era una rutina para él estar en el Vaticano a las 6:30 de la mañana.
La salud del Papa
Cornwell no tenía ninguna duda de que la muerte de Juan Pablo I fue natural: un ataque cardíaco o una embolia. El Papa tenía un historial de problemas circulatorios; sus piernas estaban hinchadas. Se había quejado de dolor en el pecho horas antes de su muerte. Pero, tal vez estresado, olvidó tomar sus fármacos anticoagulantes. (En una entrevista con el Washington Post, su sobrina Lina Petri dijo que "no podía saber" si su tío había tomado o no los medicamentos).
Cornwell documenta también que el Papa, después de sentir el dolor, había impedido que su personal llamara a un médico. "Juan Pablo I quería morir", escribió Cornwell. "Sólo hizo falta su negativa a ver a un médico y la negligencia de los demás para asegurar el final que tan devotamente deseaba". Como un ladrón en la noche apenas tuvo eco. Le faltaba morbo.
En 2017, Stefania Falasca, vicepostuladora de la causa de canonización de Juan Pablo I y periodista de Avvenire, periódico italiano vinculado a la Iglesia, publicó Papa Luciani, cronaca di una morte. La autora interrogó a testigos inéditos y tuvo acceso a historiales clínicos y a archivos secretos de la Santa Sede. De su investigación se desprende que poco antes de su última cena, el Papa tuvo una indisposición que no tomó en cuenta. "En medicina forense —dice Falasca— la muerte súbita siempre significa muerte natural. La cruda y desnuda verdad es que la causa de la muerte de Luciani fue un ataque al corazón".
¿Pero, por qué no se realizó la autopsia? "Hasta 1983 —responde Falasca— no había ninguna ley que permitiera realizar autopsias en el Vaticano. Además, los médicos no tenían ninguna duda sobre las causas de la muerte y, por lo tanto, no había sospechosos". El Papa no había tocado el café que habían dejado para él en la sacristía a las 5.15 horas. Sor Vincenza Taffarel, la anciana religiosa que durante más de 20 años asistió a Luciani, después de llamar varias veces a la puerta, entró en la habitación y alertó conmocionada a sor Margherita Marin, joven religiosa al servicio del Papa, que tocó sus manos. Estaban frías y le llamaron la atención sus uñas un poco oscuras.
Hasta el año 1983 no hubo ninguna ley que permitiera realizar autopsias en el Vaticano
Renato Buzzonetti, primer médico que acudió al lecho de muerte del Papa, en el detallado informe que envió a la Secretaría de Estado describe un "episodio de dolor localizado en la parte superior de la región esternal, sufrido por el Santo Padre hacia las 19.30 del día de la muerte, mientras rezaba con el padre Magee [uno de sus dos secretarios], prolongado durante más de cinco minutos y que remitió sin ninguna terapia".
Sor Vincenza, que era enfermera y que justo esa noche habló por teléfono con el médico del Papa, Antonio Da Ros, no hizo referencia a la indisposición. Por lo tanto, a Luciani no le suministraron fármacos, ni llamaron a ningún médico a pesar de su fuerte dolor en el pecho, síntoma del accidente coronario que esa misma noche le paró el corazón. El padre Magee confirmó que fue el Pontífice el que no quiso advertir al doctor. Buzzonetti fue informado el día después, con el Papa de cuerpo presente.
Pese a este relato, en el museo Albino Luciani que evoca su figura en Canale d'Agordo, la mayoría de los visitantes cree que lo asesinaron. Dicen que "fue un hombre bueno que se enfrentó a gente mala". Esa idea ha permeado la cultura popular e incluso apareció en la trama de El Padrino III, razón por la que David Yallop anunció una demanda contra Paramount Pictures, Francis Ford Coppola y Mario Puzo por violación de los derechos de autor.
Un letrero en la pared del museo resume en unas pocas frases lo que pudo suceder: que el cuerpo de Juan Pablo I fue encontrado por una monja y que la causa de la muerte fue más probablemente una embolia pulmonar que un ataque cardíaco. Pero en la biblioteca del museo están todas las versiones competitivas de lo que sucedió. Loris Serafini, director del museo, está convencido de que habrá más revelaciones: "Esto no ha terminado".