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¿Qué oscura dependencia emocional, qué tenebrosa sumisión lleva a alguien que creció en una mansión en Oxford de cuento de hadas con 51 habitaciones, la Headington Hill Hall, a convertirse en una bruja conseguidora sexual y arriesgarse a cumplir condena de por vida en una minúscula celda de la cárcel Metropolitana de Brooklyn? Ghislaine Maxwell pasó su infancia y adolescencia entre algodones, en Buckinghamshire, rodeada de todos los caprichos inimaginables, codeándose con millonarios, aristócratas y miembros de la realeza. Hoy, 25 de diciembre de 2021, la que fuera pareja y más tarde socia de Jeffrey Epstein, cumple sus 60 años encerrada, esperando la deliberación del jurado: se le juzga por "incitar a menores a viajar para participar en actos sexuales ilegales" y por "traficar con menores con finalidades sexuales" entre los años 1994 y 1997. Además de por conspiración y perjurio. En total, podría cumplir una pena de hasta 80 años.
Pero, ¿quién es en realidad Ghislaine Maxwell?
Nacida en París, Ghislaine es la novena y última hija del magnate de los medios británicos Robert Maxwell. La niña de sus ojos, la favorita de papá, la pequeña a la que puso a cargo de su club de fútbol, el Oxford United, y a la que honró bautizando su yate como Lady Ghislaine.
No se puede analizar la figura de esta supuesta bruja alcahueta de altos vuelos sin conocer la figura de su padre y sin intuir cómo influyó en la pequeña Ghislaine la personalidad de Robert Maxwell. Hombre hecho a sí mismo, hijo de campesinos checos que escaparon del Holocausto, hizo fortuna en el Berlín de la posguerra con el contrabando siendo soldado del ejército británico y colaboró con la inteligencia británica y rusa.
Entre subidas y bajadas, retozando en esa fina línea roja que separa la legalidad de la ilegalidad, Robert Maxwell creó un imperio mediático, con su periódico sensacionalista Daily Mirror como bandera, que rivalizó con el mismísimo Rupert Murdoch. Chabacano y de burdas maneras, Maxwell llegó a lo más alto de la sociedad británica acosando y despreciando a todo aquel que se le ponía por delante. Como el Tío Gilito rindió pleitesía al dinero y durante toda su vida solo respetó a quienes no se dejaron comprar.
La pequeña Ghislaine aprendió de su padre las técnicas de acoso más crueles que un niño pueda imaginar
Que Ghislaine Maxwell fuera la predilecta no la libró de una educación controladora, a caballo entre la sobreprotección y el abuso de autoridad. La pequeña Ghislaine aprendió de su padre las técnicas de acoso más crueles que un niño pueda imaginar. Las comidas dominicales eran lo más parecido a un infierno. El rey midas de la prensa amarilla británica interrogaba a sus hijos sobre la actualidad internacional y si el incauto fallaba el padre lo golpeaba sin piedad delante de sus hermanos.
"Bob gritaba, amenazaba y maltrataba a los niños hasta que éstos se quedaban hechos polvo", confesó Betty Maxwell, refiriéndose a su marido. Siendo viuda, eso sí. Ella tampoco hizo mucho más que mirar para otro lado, tapar los malos tratos y apoyar sus fechorías económicas.
Muerte en Tenerife
En la mansión de Buckinghamshire, el que no aprobaba ya sabía que le iba a caer una somanta de zurriagazos con la vara paterna. Y Ghislaine fuera no fue una excepción. Adoraba a su padre, pero su amor jamás fue correspondido como debiera. En el hogar de los Maxwell la falta de apego fue sustituido por un tren de vida excesivo. Así, la benjamina creció rodeada de caprichos y creyendo que podía tener todo lo que se le antojara... Todo menos el cariño de su padre.
Jamás consiguió su aprobación. Robert Maxwell nunca la tomó en serio, salvo para acuñar alianzas al más puro estilo feudal. Hay quien afirma que llegó incluso a fantasear con la idea de casar a Ghislaine con John-John, el hijo de Kennedy.
Su padre llegó incluso a fantasear con la idea de casar a Ghislaine con John-John, el hijo de Kennedy
Educada en los mejores colegios como el Marlborough College y el Balliol College en Oxford, Ghislaine vivió parapetada tras el anonimato hasta el 5 de noviembre de 1991, el día en el que su padre falleció. Al empresario le dio un ataque al corazón y cayó por la borda del fastuoso yate en aguas tinerfeñas.
La inesperada muerte y la imagen de su padre que la prensa desveló tras el accidente afectaron sobremanera a la benjamina del clan. Hasta ese momento disfrutaba de la dolce vita gracias a un ingreso mensual de un fideicomiso radicado en Liechtenstein, al que jamás nadie ha podido acceder. En esa época, de las cuentas del emporio también se evaporaron 657 millones de dólares.
De la noche a la mañana, los tabloides británicos desenmascararon a Robert Maxwell como el ladrón, estafador, mafioso y megalómano que fue. El hombre que más quería la princesa de papá se había transformado en un monstruo para la sociedad.
Epstein, su otro 'padre'
Huyendo del escándalo, Ghislaine Maxwell abandonó el Reino Unido para establecerse en Estados Unidos, se supone que para trabajar en el sector inmobiliario. Allí conoció a Jeffrey Epstein, un empresario de éxito de origen humilde, como su padre, al que Ghislaine convirtió en una especie de alter ego paterno en el que encontrar consuelo. Ella se encomendó la misión de hacerle feliz, fueran cuales fueran sus necesidades. Como con papá, hizo lo que aprendió desde la cuna, demandar el cariño a través de la sumisión y la aceptación a cualquier precio.
Para Epstein, Maxwell fue la llave de entrada en la alta sociedad. Cachorro de la jet set británica ella le abrió la puerta de su agenda. Fue Ghislaine quien le presentó, entre otros, a expresidentes como Bill Clinton o Donald Trump y al príncipe Andrés de Inglaterra, hoy implicado en un caso de abuso a menores por esta trama.
Hambrienta de amor, Ghislaine necesitaba que todo el mundo la quisiera, pero también sabía cómo salirse con la suya. Tuvo un buen maestro. Seductora e intimidante hasta límites insospechados, se enganchó al dinero, al poder y al sexo. Fueron sus tres drogas. A principios del siglo XXI Ghislaine aparentemente era una celebrity lenguaraz, acostumbrada a ser el alma de todas las fiestas. Obsesionada con el sexo, cuentan que en aquella época de gloria organizó una comida para sus amigas, le regaló un consolador a cada una y se atrevió a dar una clase sobre cómo ejecutar una felación.
Adicción al sexo
Novia, amiga y socia del empresario, su relación evolucionó con los años. Fue su amante, su ama de llaves, su secretaria, su relaciones públicas y, hasta que el jurado dictamine su veredicto, presuntamente, su cómplice y conseguidora de menores para sus orgías.
Consciente de los vicios sexuales y de las inclinaciones pederastas de su ex, consciente también de que no era su tipo, nunca lo fue y nunca lo sería, Maxwell se obcecó en colmar todos sus deseos sexuales. Buscó su aceptación como de niña lo hizo con su padre.
Comenzó presentando a Epstein chicas de cierta formación cultural que conocía en sus devaneos en Sotheby’s. Lamentablemente no eran piezas fáciles para el sexo pagado. De manera que se lanzó a la caza de menores vulnerables, adolescentes que sufrían situaciones dolorosas como la pérdida de un padre o la vida con una madre alcohólica. Les ofrecía 200 dólares en efectivo por dar masajes al empresario y a sus contactos. Según el testimonio de alguna de ellas en el juicio, no solo se ocupaba de su traslado y reclutamiento, sino que también trataba de normalizar el abuso sexual hablando con ellas de temas sexuales, desnudándose y estando presente en el momento del abuso.
Lo que empezó como una perversa manipulación al servicio de los apetitos sexuales de Epstein parece que se convirtió en una red de prostitución de altura por la que Maxwell se ha embolsado, presuntamente otra vez, más de 30 millones de dólares.
Desde el arresto y el posterior suicidio de Epstein a Ghislaine Maxwell se la tragó la tierra. Fue detenida el 2 de julio de 2020. Había pasado todo ese tiempo escondida en una residencia de lujo en New Hampshire, en plena naturaleza. Obsesionada con la seguridad, guardaba su móvil forrado con papel de aluminio, "con la errónea creencia de que así no sería localizada por los agentes de la ley", según se especifica en los documentos judiciales. Nadie conocía su paradero, ni su familia ni sus abogados.
"Tenemos grabaciones"
Digna hija de su padre, Maxwell confesó a un periodista de la cadena CBS la existencia de grabaciones secretas de personalidades entre las que se encuentran los expresidentes, Clinton y Trump. "Soy la hija de un magnate de la prensa. Sé cómo piensan ustedes. Si haces un lado, debes hacer el otro", confesó dejando claro que maneja a la perfección el lenguaje chantajista de la mafia.
Algo que ya perfiló en su día Cristina Oxenberg, hija de la princesa Elizabeth de Yugoslavia. "Nunca lo olvidaré. Estábamos solas y empezó a decir muchas cosas escalofriantes, extrañas y poco ortodoxas. No podía creer que lo que estaba diciendo fuera real. Cuestiones como: 'Jeffrey y yo tenemos grabaciones de todo el mundo'". La que fuera su amiga y confidente durante años acaba de publicar Trash. Encuentros con Ghislaine Maxwell un libro con el que pretende hacer justicia a las víctimas y cuyo título evoca la palabra utilizada por Ghislaine al hablar de las chicas que le conseguía a Epstein: Basura. Sostiene la autora que Ghislaine Maxwell es una persona arrogante y despreciable. "Es la reencarnación del diablo", denuncia la prima de Andrés de Inglaterra.
El veredicto hoy está en manos del jurado. Ghislaine Maxwell espera su regalo de cumpleaños, mientras que su examante, socio, jefe o lo que gusten, jamás llegará a sentarse en el banquillo puesto que, en 2019, tras autoinculparse, se suicidó en su celda cuando estaba a la espera juicio.
Depredadora sofisticada, manipuladora, pérfida, egoísta, insensible, los fiscales han presentado a la hija menor de Robert Maxwell como una mujer depravada que, sabiendo perfectamente lo que hacía, se aprovechaba de menores vulnerables y las preparaba para el abuso sexual. Ella espera sentencia tras negarse a declarar alegando que nada de eso ha quedado probado por la acusación. Víctima o verdugo, al final, Ghislaine Maxwell se ha convertido en el vivo retrato de su padre.