Esta es la historia de una amistad en tiempos de guerra. Entre un ucraniano y un lituano, que permitió salvar la vida de un tercero, Aleksander, también ucraniano. Aleksander tuvo la mala suerte de que le cayera un árbol encima un mes antes de la invasión rusa. Un cuento real, con final feliz, que ocurre en Ucrania.
Cuando debía comenzar su rehabilitación medular, ya no había camas disponibles: todas estaban reservadas para las víctimas de la guerra. Entonces se puso en marcha desde España esa máquina que también mueve la historia y que se llama fraternidad.
El pasado 15 de enero Aleksander Kurindash cortaba troncos en su aldea, a 300 kilómetros al sureste de Livl (Leópolis), una región histórica llamada Bucovina, repartida entre Ucrania y Rumanía. Llevaba varios días preocupado, como todos, por la acumulación de tropas rusas en Bielorrusia, el Cáucaso y Crimea.
Esa mañana hacía mucho frío. "Quizá estábamos a 18 o 20 grados bajo cero", recuerda. "Los troncos estaban helados, resbalaban, no se encajaban bien unos con otros". Por la noche había escuchado las últimas noticias: Rusia planeaba un ataque de "falsa bandera" contra sus propias tropas para atribuírselo a Ucrania y justificar la invasión. "No puede ser", pensó un instante antes de que uno de los troncos se deslizara del montón y le aplastara la espalda dejándolo inmovilizado contra el suelo.
Estalla la guerra
Aleksander, de 46 años, fue trasladado en ambulancia al hospital de Chernovcy, una monumental ciudad de origen austrohúngaro de 260.000 habitantes, capital del oblast del mismo nombre. No sentía las piernas.
A su lado estaban su mujer Svetlana y su hija mayor Elina, de 20 años. Los hermanos menores se quedaron en la casa junto al tío Vasyl, un familiar que reparte su trabajo por temporadas entre España y Ucrania. Por suerte, en el momento del accidente estaba allí.
El aplastamiento había afectado a la columna, las costillas y los pulmones. Aleksander pasó casi un mes encamado en espera de una intervención. Por fin, a comienzos de febrero, fue trasladado a Kiev.
El 7 de febrero, mientras esperaba entrar en el quirófano, el presidente francés Macron se entrevistaba con el presidente ruso Putin en el Kremlin y le pedía evitar la guerra en Ucrania. Macron abandonó la sala de audiencias de Moscú sin disimular su pesimismo. Aleksander entró en la sala de operaciones del hospital sin ocultar el suyo.
Aleksander pasó casi un mes encamado a la espera de una intervención en Kiev
La operación salió bien, pero el paciente seguía sin movilidad en sus extremidades inferiores. Después de dos semanas más de convalecencia en Kiev, Aleksander fue dado de alta y trasladado a su casa, en espera de las sesiones de recuperación para que su estado no empeorara. Pero éstas no llegaban.
El 21 de febrero, el presidente ruso reconoció la independencia de las regiones ucranianas del Donbás y ordenó el envío de tropas a la zona. Y el 24 de febrero, a las seis de la mañana, comenzó la guerra con el bombardeo de Jarkov y Kiev y la invasión del este del país. Aleksander Kurindash, postrado en su cama de campesino en Ucrania central, supo entonces que su rehabilitación no llegaría nunca. No habría suficientes camas, ni médicos, ni enfermeras, ni terapeutas ante la furia de Putin y su grave lesión podría llegar a causarle la muerte por esta inasistencia en tiempos de guerra.
Entonces se produjo entre él y su tío Vasyl una de esas conversaciones que dos seres humanos, precisamente por no ser mandatarios del universo, sostienen de vez en cuando a un alto nivel de sinceridad.
-"¿Qué puedo hacer, Vasyl? ¿A dónde voy?-, clamó el accidentado.
-"Confía en mí"–, le dijo su tío.
Un lituano en Denia
Antanas Raugala, lituano de 48 años, lleva veinte años instalado en Denia (Alicante) por el efecto llamada de sus dos hermanos mayores. Vino entusiasmado con las historias que escuchaba sobre el clima y la apacibilidad de la comarca de la Marina Alta. Vino también con estudios de Técnicas de Construcción iniciados en Vilna, que no sin esfuerzo pudo completar en Alicante y obtener el certificado Superior de Obras Civiles. Está casado con Presen, trabajadora del Ayuntamiento de Denia, y tiene tres hijos.
Antanas es el tipo de persona con el que a uno le gustaría estar en un callejón sin salida porque la encontraría.
El miércoles, 9 de marzo, Rusia bombardeó un hospital materno infantil en Mariúpol provocando cinco muertos entre madres y bebés. Una semana después los misiles cayeron en un teatro en el que se refugiaban cuatrocientas personas. Ese día Antanas recibió la visita en Denia de un trabajador ucraniano temporero con el que mantenía cierta relación. Era Vasyl y le habló de su sobrino, imposibilitado en medio de los bombardeos de Ucrania, con necesidad de cuidados médicos.
La conversación la escuchó su mujer, Presen, trabajadora social. Entre los tres urdieron la operación. Ella se encargó de asesorarles en materia jurídica: garantías que se necesitarían para sacar a un imposibilitado desde un país en guerra. La doctora Mireia Zaragoza del hospital de Denia también se movilizó asegurándoles la atención si el paciente llegaba.
Faltaba el medio de transporte. Antanas recuerda las dificultades: "Desde el primer momento pensé en una autocaravana para poder trasladar a una persona en esas condiciones, pero los empresarios de alquiler, en cuanto sabían que era para entrar en Ucrania y traer a un refugiado, se negaban. Al final, la empresa MC Rent Dénia, me gustaría destacarlo, aceptó y encima nos llenó gratis el primer depósito".
Tres banderas y un botiquín
El viernes 18 de marzo, a las once de la mañana, tuvieron la Fiat cuatro plazas a punto. Pegaron en el parabrisas tres banderas: Ucrania, Lituania y la Cruz Roja. Lo último que recogieron fue un botiquín que les preparó el hospital con una colección de analgésicos. A las cinco de la tarde, Antanas, lituano, y su amigo Vasyl, ucraniano, se pusieron en marcha. Tenían por delante 4.000 kilómetros de dudas.
"Nadie nos aseguraba que Aleksander pudiera finalmente salir –rememora Antanas- Ese día Rusia había bombardeado Livl (Leópolis), en la ruta desde su casa hacia Polonia. Desde el coche íbamos coordinando la cita. Fue un alegrón al enterarnos de que una ambulancia comenzaba a moverse con él hacia la frontera".
"En el camino adelantamos o nos cruzamos con decenas de convoyes de armas y humanitarios –se emociona al contarlo- en todo tipo de trasportes, autobuses, furgonetas, coches, que iban o venían de Ucrania: alemanes, portugueses, franceses, belgas, lituanos... Imagina mi emoción, ¡lituanos!, también nueve ambulancias británicas a estrenar y un grupo de automovilistas de Murcia que ya llevaban seis viajes para recoger gente desde el inicio de la invasión".
"Pero lo que me impresionó es que en los últimos 30 kilómetros –su gesto cambia- la autopista estaba vacía. Como si alguien nos dijera: ojo, que lo que viene a continuación es serio".
Lágrimas en la frontera
La cita había quedado concertada el domingo 20 a las doce del mediodía, en la frontera polaca de Krakovec, 20 kilómetros al norte de Przemysl.
"De pronto ya estábamos en la frontera, en una sola fila obligatoria de vehículos, entre check points de soldados polacos y ucranianos que no nos dejaban parar. En ese momento fui consciente de la dimensión de esta guerra: centenares de mujeres solas con niños, y dos bolsas como toda pertenencia, se ponían a salvo en Polonia. Caí en lágrimas. Sin darnos cuenta, ya estábamos en Ucrania y de pronto un helicóptero se acercó y los soldados ucranianos se pusieron en alerta y algunos montaron sus armas. ¿Qué sentí? Miedo no. Si acaso, sorpresa. Como diciendo: esto no estaba previsto. Finalmente, era un helicóptero ucraniano".
Abrazo de tío y sobrino
"¡Sigue! ¿Qué haces aquí? –le gritaron los soldados de Zelenski-. Espera a la ambulancia en las primeras casas blancas que veas". Dos horas después llegó la ambulancia. El encuentro fue emocionante y alegre. El tío Vasyl y el sobrino Aleksander, postrado en su camilla, se abrazaron.
-Te dije que tuvieras confianza -le recordó Vasyl.
Junto a Aleksander venía su hija mayor, Elina. Jornadas después, junto a la cama que ocupa su padre, recuerda: "Desde que surgió la posibilidad de venir a España, supe que estaría a su lado". En la aldea de Chernovcy se quedaron su madre Svletana y sus hermanos pequeños. "Estoy preocupada por ellos y por amigos de Kiev. Otros en Mariúpol han podido salir de allí".
Así que para el viaje de vuelta la población de la autocaravana se había duplicado. Ahora los aduaneros ucranianos realizaron un examen exhaustivo del enfermo para asegurarse de que no se trataba de un desertor. Ningún varón entre 18 y 60 años puede salir de Ucrania ante la eventualidad de ser movilizado como reservista.
"No estuvimos ni treinta minutos más en Ucrania –asegura el lituano Antanas-. Inmovilizamos como pudimos a Aleksander en la litera inferior y nos pusimos en marcha para la vuelta".
"No estuvimos ni 30 minutos más en Ucrania. Inmovilizamos a Aleksander en la litera inferior y en marcha"
"No sentí ningún dolor -ratifica Aleksander mientras el sol de poniente ilumina su habitación-. Creo que sólo tomé dos paracetamoles en todo el viaje". "Él y su hija venían contentos, -dice Antanas-, pero a la vez inquietos sobre el rumbo desconocido que tomaban sus vidas".
Estallido de dos vértebras
Volvieron más lentamente que a la ida. Incluso pararon a dormir en un área de servicio para no estresar al accidentado. Tardaron, esta vez, tres días en llegar a Denia. Pagaron a 2,4 euros el litro de gasoil en Alemania. El costo total del viaje ha sido de 3.000 euros, sufragados entre amigos españoles, ucranianos y lituanos.
Aleksander ingresó en el hospital de la localidad alicantina con "lesión medular por estallido de dos vértebras a nivel bajo de columna". De inmediato comenzó a recibir rehabilitación "para evitar complicaciones asociadas y conseguir el control del dolor y mejorar la espasticidad (rigidez) de sus piernas".
El día que ingresó se cumplía un mes de guerra en su país. Putin lo celebró destruyendo un centro comercial y dos bloques de viviendas en Kiev.
En la habitación de la segunda planta del hospital que ocupa Aleksander sólo hay una botella de agua mineral y un teléfono móvil para comunicarse con su mujer y sus hijos. En la vitrina, repuestos de sonda y algunos corsés ortopédicos. El futuro inmediato consiste en encontrar una vivienda de alquiler asequible y, sobre todo, adaptable a la situación de Aleksander. "Somos otras personas y agradecemos lo que todo el mundo está haciendo por mi padre –dice su hija Elina- Pero queremos volver. Somos campesinos. Nuestro cuerpo está aquí, pero nuestro corazón está en Ucrania".
-Slava Ukraini!-, es el grito de despedida.
Epílogo en Vilna
Esta es la pequeña historia de un leñador ucraniano al que le cayó encima uno de los troncos con los que pensaba calentar a su familia. A la gravedad de su lesión, aún tiene el cuerpo inmovilizado de cintura para abajo, se sumó una guerra con la que nadie contaba. Las dificultades se han equilibrado con una ayuda imprevista.
Y esta historia tiene un epílogo. Al día siguiente de traer hasta España a Aleksander, a quién no conocía, 8.000 kilómetros en cinco jornadas, Antanas Raugala, lituano, tomó un avión en Alicante rumbo a Vilna, su ciudad. "Tenía los billetes desde hacía meses -dice como para que lo entendamos-. Actuaba mi cantante favorito", en referencia a Andrius Mamontovas.
Mamontovas no es un rockero cualquiera. Ha actuado junto a Sting o Bryan Adams. Sus canciones están ligadas a la independencia de Lituania de la Unión Soviética. Sonaron por la radio en marzo de 1990 cuando una cadena humana de 650 kilómetros unió las tres repúblicas bálticas reivindicando su salida de la órbita de Moscú, tras 51 años de anexión rusa. Y volvieron a sonar en 2004 cuando los tres países ingresaron en las instituciones europeas.
"En Lituania está todo el mundo muy asustado con lo que puede pasar –confiesa Antanas-. He visto a familias enteras fabricando en sus casas chalecos antibalas para Ucrania: una capa de alfombrilla de yoga, otra de chapa de un centímetro, y otra acolchada que evita la explosión de la bala. El futuro de Ucrania es el nuestro".
El bando invasor puede alardear de cualquier cosa menos de algo que sólo posee el invadido: la épica.
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