Su verdadero nombre es Moisés, pero en la compañía donde ha estado combatiendo desde el principio del conflicto le conoce todo el mundo como 'Hippy'. Preguntamos por él aquí y allá antes de nuestra cita y sin excepción nos dicen que es "un soldado valiente y muy leal". Tiene 51 años y ha escrito al menos dos historias casi épicas: una empieza en el frente ucraniano del este y la otra en Tínder. La primera es más triste y violenta y arrancó en el Dombass el 24 de agosto del pasado año en el preciso momento en que el español bajó a rescatar a un compañero de armas latino derribado por una mina y un ruso le alcanzó con un RPG7.
Este clásico lanzacohetes de origen soviético suele distribuir su carga letal expandiéndola en forma de cono, de modo que lo que paradójicamente le salvó la vida fue su proximidad al lugar de la explosión. Aun así le impactaron varias esquirlas de metal que estuvieron a punto de reventarle. La más grande le abrió un boquete en el costado del tamaño de un melocotón que, por suerte para él, no le perforó el pulmón u otro órgano vital. Si hubiera sido así, ahora estaría muerto porque pasaron horas hasta que pudieron llevarle a la enfermería de campaña.
Tuvo que ir caminando por sí mismo hasta el punto de evacuación donde le esperaba Snake en un vehículo para llevarle al hospital de sangre. La llamada 'Serpiente' era una sanitaria alemana que sería asesinada algo más tarde por los rusos en el transcurso de una misión. "La enterramos hace tres semanas y no hay nada más doloroso que ir al funeral de alguien que te ha rescatado de la muerte. Aunque era paramédico, se ponía el chaleco y estaba con nosotros, codo con codo, durante muchos enfrentamientos", nos confiesa el español.
También ella causó bajas en el enemigo. "Era una más, sin privilegios. Nos acompañaba liberando pueblos o, si era necesario, hacía sus necesidades como todos dentro del refugio y a la vista del resto. No podíamos salir fuera para que los rusos no nos detectaran con los visores térmicos así que teníamos que defecar en una bolsa de plástico que embutíamos en el interior de un cubo. Nunca la miramos con deseo aunque era una mujer hermosa. ¿Sabes cómo se gana este parche? Solo hay una manera y es luchando en el frente".
El emblema al que se refiere es el del Batallón Sich, una unidad creada hace diez años por el partido ultraderechista Svoboda oficialmente conocida como la Cuarta Compañía Sich del Regimiento de Kiev. Cientos más de españoles han pasado por Ucrania, pero muchos menos han servido en posiciones tan comprometidas como las que Moisés ha frecuentado. Su caso también es singular, aunque no único, porque no ha vuelto a España desde que se unió a Sich.
De hecho, no piensa regresar ya nunca salvo para ver a su familia porque tiene un motivo poderoso que le alienta a seguir en el país: se ha casado con una aborigen. O dicho de otro modo, fue a Ucrania a hacer la guerra y conoció el amor (de su vida). Esas granjas rusas de trolls que acosan online a los voluntarios europeos dicen de él que es vallisoletano. En realidad tiene familia por toda la Península.
La primera opción de encuentro con Hippy de los reporteros de EL ESPAÑOL | Porfolio era en Sloviansk. Luego conseguimos arreglarlo para verle en Kiev coincidiendo con unos días de intensos bombardeos rusos. Unas horas antes de cruzarnos, el Kremlin destruyó un inmueble civil con misiles balísticos (no respetan absolutamente nada). Aprovechamos para hablar también con su esposa ucraniana, de 50 años.
Aunque nació y creció cerca de Vinnitsya, María trabaja de manicurista en una barriada popular de la capital de Ucrania. Su puestecito se halla en un local que comparte con varias peluqueras y esteticistas. Desde que se divorció de su primer marido, se pasa el día pintando y arreglando uñas. Empezó como un hobby y ahora es su empleo.
Salta a la vista que está ciegamente enamorada. "Nos conocimos en Kiev cuando Moisés estaba en la Legión Internacional y me gustó desde el principio porque vi en él a mi alma gemela. Su actitud es muy distinta a la de muchos hombres ucranianos", nos dice ella. "Esta guerra todavía nos ha unido aún más, aunque tengo miedo de que vuelva al frente. Sé que es muy valiente y que es su trabajo pero no puedo evitarlo. Se preocupa mucho por mí y, si te digo la verdad, es así como se ha ganado mi corazón. Siempre está ahí, pendiente de mis necesidades, empatizando a cada paso. Yo no había visto nunca eso con los hombres de aquí. Es verdaderamente cariñoso".
Cuando acudieron a su primera cita, ni él hablaba ruso o ucraniano ni ella tenía nociones de español. "Y aun así, nunca nos fue difícil comunicarnos", asegura. "El idioma no fue una barrera entonces y lo es menos ahora. Yo estoy aprendiendo castellano. Eso no significa que nos estemos planteando irnos fuera. Nuestra vida está aquí. Aunque me gustaría conocer España. Tal vez vayamos juntos algún día".
La historia de María y de Moisés fue la de un amor exprés, profundo y verdadero. Se conocieron el 21 de abril de 2022, apenas unas semanas después de la agresión de Putin. El 24 de agosto de ese mismo año, Hippy fue gravemente herido por primera vez, pero ella le esperó y le acompañó durante su convalecencia. Todavía se está recuperando. Tiene muy asumido que le quedarán secuelas en su brazo derecho.
La boda civil tuvo lugar en un juzgado el 24 de octubre del pasado año. Ya llevaban viviendo varios meses juntos en un apartamento de las afueras que Moisés le ayudó a amueblar. También él está muy enamorado. No importa lo que le preguntes. En todas sus respuestas se cuela de rondón María. En España, tiene dos hijos y dos nietos. No todo el mundo comprendió que lo dejara todo para irse a combatir a lugares de los que ni siquiera habían escuchado hablar.
"No es tu guerra"
"Mi nieta tenía solo dos o tres meses cuando vine a Ucrania", recuerda Hippy. "Y claro, todo el mundo me decía que esta no era mi guerra. Ahora resulta que mis dos nietos solo me conocen por teléfono, pero es que si todo el mundo pensara igual, nadie haría nada. Pasé diez años en la brigada paracaidista y en el cuerpo de operaciones especiales del ejército español. Aquí llegué en abril de 2022. Primero me uní a la Legión Internacional porque era la única que aceptaba extranjeros. En vista de que no nos asignaban misiones de combate, me volví a la Península. Fue a mi retorno a Ucrania cuando me hablaron de Carpathian Sich".
No existen cifras oficiales, pero se da por hecho que más de medio millar de españoles han luchado en las filas del ejército de Ucrania u otras unidades de voluntarios desde que comenzó el conflicto. El número de hispanos es tres o cuatro veces superior y se sigue incrementando.
"Yo diría que más de 1.500 latinos y unos seiscientos compatriotas han combatido con Kiev", afirma Moisés. "Y no solo en la Legión Internacional y cuerpos de extranjeros. Los hispanos están adquiriendo mucha importancia en otros batallones porque el lado ucraniano está teniendo serios problemas de reclutamiento y está algo diezmado. La gente joven no quiere ir a la guerra y los patriotas motivados del principio cayeron ya o están exhaustos porque a falta de hombres, se alargan cada vez más las rotaciones".
Uno pensaría que después de ver la muerte tan de cerca en el Dombass, Moisés debería haber agotado ya todo su deseo de seguir siendo un soldado, pero no solo no fue así, sino que resultó herido nuevamente por un ataque de mortero. "La vez que me alcanzaron con el RPG se me partió el antebrazo y se me veía hasta el hueso. El hombro se me dislocó y se me rompieron no sé cuántas costillas. A eso súmale todas las heridas en la pierna, el cuello y la pelvis. Yo no tengo clavícula. Para reemplazarla, me metieron unos hierros de titanio con autoinjertos de masa ósea. Recuerdo que salí de nuestra posición dando por hecho que perdería el brazo".
Y fue al volver a Kiev tras mirar a la muerte de soslayo cuando su relación con María acabó de apuntalarse. "No soy el único. Conozco otros casos", nos aclara el español. "Algunos han tenido incluso hijos, claro que no todo el mundo se ha casado como nosotros. Lo hicimos por el juzgado porque yo no soy ortodoxo. Ni siquiera soy católico. No creo en la religión que me inculcaron cuando era un niño y menos todavía en la de otros".
"Lo cierto es que conectamos de inmediato", prosigue. "Al principio funcionábamos con un traductor pero poco a poco empezamos a chapurrearnos. Entre operaciones y hospitales me tiré casi cinco meses y ella estaba a mi lado. A partir de ese momento, supe que iba a quedarme aquí. Tampoco ayudaba mucho cuando miraba las noticias y veía el gobierno que hay en España. Mi sitio ahora es Ucrania".
Por qué no vuelve
"Voy a perder más del 30 por ciento de la movilidad del brazo y tengo claras limitaciones, pero tan pronto como me recupere, volveré al este porque queda aún mucho trabajo por realizar, aunque sea logístico o formando a otros hombres. Lo que más le preocupa a mi esposa es que regrese al campo de batalla. Dice que ya he hecho más por el país que el 80 por ciento de los ucranianos. En teoría, deberían indemnizarme por las heridas de combate y tal vez obtenga una pensión. María me está ayudando a tramitarlo todo".
"¿Qué iba a hacer yo en España? ¿Malvivir? ¿Buscar un empleo mal pagado de segurata?", dice. "Aquí tengo una buena vida. Sigo yendo a la rehabilitación y construyendo una existencia con alguien a quien amo. Salimos de compras, paseamos juntos... cosas normales. En Kiev siguen cayendo bombas pero la gente ha incorporado la guerra a su rutina. Escúchame. Las mujeres de aquí son diferentes. Yo no diría que sean más cariñosas que las españolas. Lo que son es más tradicionales. No aceptan los malos tratos pero tampoco hay todas esas tonterías de las feministas de por allá".
Oficialmente, Hippy sigue en activo dentro del ejército ucraniano, solo que, debido a sus limitaciones físicas, ahora realiza tareas logísticas en la retaguardia. Mientras combatía en la primera línea percibía un salario de más de tres mil dólares, que se reduce a menos de un tercio cuando salen de la zona roja.
A Moisés no solo le sedujo su propia esposa, sino la calidez casi mediterránea de todo el pueblo ucraniano. "La familia de María es una gente muy agradecida", apostilla. "Su madre vive en un pueblecito. Imagínate la postal. Son muy humildes. Mi suegra tiene un cochino y sus gallinas... El retrete se halla fuera de la casa y deben tomar el agua de un pozo. En verano te da igual, pero en invierno y a veinte bajo cero ya no te hace tanta gracia. En fin, a pesar de todo, no les falta de nada. Es gente muy fuerte y de mucha calidad humana".
La seguridad y los fantasmas
"¿Sabes lo que me sorprendió también de este país? La seguridad que hay. Entras a comprar en un supermercado; te dejas el coche abierto con un móvil sobre el asiento y nadie toca nada. También te digo que las cárceles han sido concebidas para que no quieras volver a ellas".
A los servicios europeos de seguridad les inquieta que alguno de esos cientos de soldados traumatizados por sus extremas experiencias bélicas pueda crear problemas a su vuelta a la vida civil. "Yo no he tenido pesadillas de momento", concluye Moisés. "Pero sé que los fantasmas vendrán. Cada cuerpo y cada mente son un mundo y lo que hemos vivido siempre pasa factura. ¿Significa eso que deberían encerrarnos en un cuarto con dos vueltas de llave? La mente humana es muy compleja. Cuando vives en una atmósfera bélica y te desenchufas de la adrenalina, puedes rellenar el hueco con alcohol o con narcóticos, pero también haciendo puzzles. Yo los lleno con María, tratando de no pensar mucho en lo que he visto y he vivido".
La guerra es muy puta. Y ésta es muy diferente a cualquier otra cosa que hayamos visto antes.
"Es el más sucio de todos los conflictos conocidos, con todos esos drones y todos esos artilugios tecnológicos vagando por los cielos con sensores térmicos, softwares inteligentes y mil tipos de explosivos listos para fulminarte. No puedes mover ni una piedra del refugio o arrojar una botella fuera porque lo detecta el pájaro y le revela tu posición a su artillería". Tarde o temprano la infantería desaparecerá, ultima.
"Yo pasé diez años en cuerpos especiales pero nadie está preparado para esto hasta que viene aquí. Solo te diré que algunos ucranianos no entierran los cadáveres de los rusos para caminar mejor sobre el resbaladizo barro. Hay campos enteros sembrados de ratas porque a esos roedores les sobra la comida. En cuanto a los rusos, no recogen ni a sus heridos”.
Es inevitable preguntarle quién cree que ganará el conflicto. "Entre los soldados la moral está alta. Luchar y vencer es lo único en lo que pensamos. Aunque no te negaré que hay mucha gente que vive de espaldas a lo que ocurre y se niega a poner su vida en peligro. Tienen miedo. No desean pelear. Por eso son cada vez más importantes los tres mil o cuatro mil voluntarios extranjeros y los hispanos que siguen llegando en avalancha. No podría decirte quién será finalmente derrotado, pero dudo que el Kremlin ponga en Kiev sus botas. Y si lo hace, mientras haya un ucraniano vivo, defenderá su tierra".