Al soldado con el distintivo de llamada Pájaro (Ptitsa, en ruso) le pegó un tiro en la cabeza a bocajarro su comandante en presencia del resto de los hombres de su unidad y ordenó que lo arrojaran luego a una zanja como un fardo de basura. El matarife del Kremlin al que sus propios hombres culpan de esa ejecución entendió que su crimen brindaba alguna clase de lección. “Así terminará también quien no acate mis órdenes”, le espetó Anton Pavlovich Necherda, alias Mirage, a la tropa a su mando, a la que obligó a ver la ejecución.
Lo que quedó de Pájaro puede verse en una foto a la que ha tenido acceso en exclusiva EL ESPAÑOL | Porfolio, no publicada por su crudeza. Sus hermanos de armas fueron obligados a consignarle como desaparecido. Todos en las alturas salen ganando porque Moscú se ahorra las indemnizaciones a las familias y los oficiales disimulan las escandalosas cifras de las bajas que soportan algunas unidades.
Ese mismo comandante que acabó con la vida de Ptitsa tiene por costumbre amarrar a sus soldados a los árboles en medio de los bombardeos enemigos para que sean los drones ucranianos quienes hagan su trabajo sucio. Esta es la guerra que no se lee entre las líneas de los propagandistas de Moscú.
El combatiente ajusticiado por Necherda procedía de Karelia, una república rusa aprisionada entre Finlandia, el mar Blanco y el óblast de Leningrado. Cuanto sabemos sobre él se lo debemos a un hermano de armas que arriesgó su vida para tomar la foto de su cuerpo antes de escapar del regimiento. Su nombre es Nikolai Nakimovich Senotrusov. Todas las entrevistas que le hemos realizado han sido registradas en vídeo.
La última vez que nuestro equipo logró establecer contacto con el desertor fue la mañana del pasado miércoles, día 26 de junio. Lo cierto es que Nikolai podría estar ya muerto o, en el mejor de los casos, haber sido capturado por el FSB (el KGB de Putin). Antes de desaparecer, nos reveló que estaba oculto en Novocherkask, una ciudad del óblast de Rostov cercana a los territorios ucranianos ocupados a donde había conseguido llegar tras huir del manicomio regentado por Necherda.
De acuerdo a los archivos policiales rusos, el matarife conocido como Mirage nació el 3 de agosto de 1979 en la ciudad siberiana de Omsk. Se sabe que sirvió en una guarnición de Grozny (Chechenia) antes de ser enviado a Ucrania. Necherda ha puesto un celo extraordinario en borrar todo su rastro digital. Hay apenas cuatro fotos de él que ayuden a identificar su rostro en el caché de una web rusa (las que aquí reproducimos), y la más reciente es de hace 15 años.
La muerte de Pájaro
Según nuestro testigo, Pájaro fue asesinado por su comandante “hace solo unas días”, poco antes de que el propio Senotrusov desertara de la unidad 95368 del regimiento 14-28 “para no correr la misma suerte o ser empaquetado en una de esas misiones suicidas” que han hecho infaustamente popular al carnicero al que rendía cuentas.
El soldado huido ha sobrevivido durante días como una rata de callejón vagando por los parques y los soportales de Novocherkask. A decir verdad, tenía ya cierta experiencia en correr con el aliento de la justicia tras la nuca. Es un patrón que se repite: chicos de los confines orientales de Rusia procedentes de familias pobres o disfuncionales que han cometido delitos menores y que acaban en las posiciones más comprometidas de una guerra que no reconocen como suya por mediación de la extinta Wagner, a la que tomó el relevo Redut y el Ministerio de Defensa.
“A Ptitsa (Pájaro) se lo cargaron porque se negó a acatar una orden de Mirage”, nos dijo Senotrusov en la primera de nuestras conversaciones. “Después, el comandante nos obligó a firmar documentos donde se le consignaba como desaparecido. Aquello es normal allí. Documentan como desaparecidos incluso a tipos que ya están metidos en su bolsa negra y perfectamente identificados”.
Senotrusov nació el 16 de marzo de 2000 en una ciudad de Siberia Oriental llamada Chitá. La ficha policial que hemos extraído del archivo del FSB precisa que fue encarcelado por un robo cometido hace cuatro años, lo que explica que fuera captado por la Wagner. “Sirviendo con la compañía de Prigozhin perdí el ojo derecho”, nos dijo Nikolai. “Tengo que apuntar con el izquierdo, ¿puedes imaginarlo? Yo no soy ya un soldado. No puedo pelear. Cuando se disolvió la compañía (mercenaria), me dijeron que me harían conductor y bajo esas condiciones, firmé un nuevo contrato. Pero esa gente me engañó y me obligaron a servir como lanzagranadas”.
La unidad 95368 del regimiento 14-28 que comanda Necherda acabó reemplazando a Wagner y siendo utilizada como carne de cañón en el frente de Bajmut. Cuando termine este conflicto, se conocerán todas las prácticas espeluznantes a las que viene recurriendo el Kremlin para no perder la guerra y Putin se hará un hueco en compañía de sus oficiales como uno de los mayores criminales de la historia de la humanidad.
Este periódico ha divulgado hasta la fecha dos docenas de reportajes sobre la monstruosa cara B del enfrentamiento bélico con testigos rusos directos y documentos exclusivos e incontrovertibles sobre los crímenes del agresor.
Lo extraordinario aquí es que, al igual que en la época de Stalin, muchas de las víctimas de Putin son sus propios compatriotas. Los avances rusos han sido cimentados, no solo sobre la industria militar del Kremlin y los vastos recursos del país, sino también sobre la muerte o las heridas graves de medio millón de hombres, a los que una oficialidad y suboficialidad de sociópatas de la ralea de Necherda obligan a menudo a acatar órdenes inauditas como avanzar hacia las posiciones ucranianas para despejar de minas la primera línea o para obligar a la artillería de Kiev a revelar su posición y gastar su munición.
Y todo, al más puro estilo de la Primera Guerra Mundial. Esto es, disponiendo de las vidas de los hombres a su antojo en acciones que combinan la estupidez militar más absoluta con la maldad más diabólica. Cuando al principio del conflicto, periodistas del Telegraph llamaron a los hijos de los gerifaltes de Moscú con el fin de preguntarles si irían a luchar al frente de la guerra patriótica de “sus papás”, todos colgaron el teléfono. La guerra es una vulgaridad de pobres y penados. Una vulgaridad que mata.
“Me escapé porque no podía soportar aquello”, nos dijo Nikolai antes de que perdiéramos el contacto. “Nos castigaban brutalmente de todas las formas violentas y humillantes que uno pueda imaginar y nos enviaban a una muerte con un kalashnikov y sin apoyo aéreo o de la artillería. ¿Quiere saber qué hacía Necherda con los hombres que se negaban a acatar las órdenes? ¡Los esposaba a un árbol mientras el infierno caía sobre nuestras cabezas para que los asesinaran los drones ucranianos!”.
Las dos fotos de un hombre amarrado por Mirage que incluye este reportaje fueron también tomadas por Senotrusov. “Las hice a hurtadillas a riesgo de mi vida”, nos aclaró la última vez que contactó con nuestro equipo. En el chat privado del regimiento 14-28, hay decenas más de monstruosas imágenes gore de restos de soldados que han corrido una suerte idéntica.
“¿Que si esto es anecdótico? Es algo que sucede cada día. He visto docenas de cadáveres sin brazos y sin piernas, muchachos despedazados por un dron o una granada. Me refiero a los cuerpos de esos hombres a los que amarraron y dejaron a merced de nuestros enemigos. Y he escuchado hablar a mis camaradas de armas. Lo único que uno puede hacer en una situación así es rezar para seguir con vida. Y todo, por negarse a acatar las demenciales órdenes de una dirección enloquecida. ¿Es que es normal que tengamos que morir para despejar las minas de una carretera o que te mate tu propio comandante por negarte a hacerlo? Y si no te mata un bombardeo, te mueres de hambre”.
A mediados de esta semana, el soldado asesinado de un disparo y arrojado a una zanja no había sido todavía sepultado. “Si mi comandante me hubiera visto tomando las fotos que os mandé me hubiera asesinado a mí también”, nos dijo Nikolai. “¡Han acabado con la vida de soldados a puñaladas! ¡Han enterrado a gente viva! ¡A otros le han metido una granada en la boca o en los pantalones! ¡Están dispuestos a lo que sea para que las órdenes sean acatadas! ¿Has mirado en las redes sociales rusas? ¿Has visto cuántos mensajes hay sobre la anarquía de nuestro regimiento? ¿Ha leído usted lo que dicen de Necherda nuestros familiares?”.
Contra el comandante
En efecto, Nikolai no es el único soldado que ha alzado la voz contra su comandante. “El caos es absoluto”, nos confirma otro soldado de étnia mongol de su mismo regimiento. Su nombre es Anatoly Ruslanovich Makarov. Él también escapó de la unidad y se halla ahora desaparecido. Al igual que su hermano de armas, perdimos el contacto con él a mediados de esta semana.
“Esos maricones de nuestros comandantes nos hacen luchar con espadas en su propio beneficio y de sus malditas estrellas”, nos contó el pasado lunes. “Luego, dejan el campo tirado con nuestros cadáveres y nos hacen escribir en los informes que hemos desaparecido. Y yo me digo: ‘¡Carajo!, ¿cómo puede permitirse eso?’. ¡No les dejan ya volver a casa ni dentro de un paquete!”.
Desde que los rusos invadieron Ucrania, Necherda ha provocado motines de soldados y protestas de los familiares. Su caso es singular por su proverbial crueldad, pero no completamente excepcional. Esta es una guerra que ha propiciado la aparición del lado ruso de pequeñas satrapías regidas a menudo por suboficiales alcohólicos, corruptos, codiciosos e incapaces que no rinden cuentas ante nadie porque el Kremlin se niega a investigar las corruptelas y los crímenes contra su propia soldadesca. Son historias orilladas y acalladas por su maquinaria bélica de propaganda que, sin embargo, de una forma más minoritaria, terminan siempre llegando hasta los rusos gracias al boca-boca del Telegram y de VK.
No faltaba a la verdad Senotrusov cuando nos aseguró que las quejas contra Mirage pueden leerse por docenas en las redes sociales rusas. Hubo una avalancha de protestas hace un año cuando movilizaron a su unidad a Bajmut y varias más, cuando los enviaron a Artemovsk a reemplazar a los ‘shturmovik’ (las brigadas de asalto) de Wagner. Los familiares de los soldados acudieron a todas las instancias militares e incluso al comisionado ruso de derechos humanos.
“Lo que ocurre bajo las órdenes del comandante Necherda es terrible”, escribían en julio del pasado año las esposas, madres y los familiares de los movilizados. “Los obligaba a mantenerse en posiciones como sótanos sin suministro de agua y de comida durante muchos días. Eran una fuerza de defensa territorial y los convirtieron en un grupo voluntario de asalto sin su consentimiento previo para después enviarlos a la línea 0 a sustituir a Wagner”. O dicho de otro modo, se sirvieron de ellos para abastecer el matadero. La demencia que imperaba en la unidad fue tal que se desencadenó una oleada de deserciones. Fue entonces cuando empezaron a esposar hombres a los árboles.
Lo de castigar a los soldados amarrándolos a un poste es una larga tradición eslava que se practica desde siempre en los cuarteles rusos e incluso en las sociedades civiles del espacio postsoviético. Los propios ucranianos castigaron a docenas de merodeadores y saboteadores al principio del conflicto atándolos a las farolas en las avenidas públicas. Aunque la práctica desafiaba la lógica de cualquier estado democrático occidental, el linchamiento no pasaba del escarnio público. Como mucho, golpeaban a los civiles amarrados, algo que igualmente sucedía del lado ruso del Donetsk.
La novedad del sistema implantado por Necherda es esposarlos deliberadamente en las áreas más expuestas a las armas enemigas para que sean asesinados por los propios ucranianos. No es tampoco infrecuente que claven las esposas a lo alto del árbol para que no puedan sentarse e incrementar de ese modo este suplicio. Los casos denunciados por Senotrusov no son los únicos que se conocen, aunque los testimonios gráficos sean escasos.
En julio del pasado año, un suboficial de San Petersburgo que estaba al frente de una batería de misiles antiaéreos denunció también que había sido atado a un árbol durante un bombardeo ucraniano. Andrey Elissenko aseguró que ese había sido el castigo por desafiar a sus mandos, a los que recriminaba su querencia por el alcohol. Es un hecho que detrás de estas locuras sanguinarias protagonizadas por los oficiales del ejército ruso hay a menudo graves problemas de alcoholismo. Entre los documentos obtenidos por este periódico, hay vídeos que acreditan que, pese a la prohibición formal, las cajas de cerveza o de licores son incluidas entre los suministros que transportan a las posiciones los camiones militares rusos.
De acuerdo al relato de los hechos realizado por Eliseenko, sus oficiales le esposaron a un árbol cerca de la ciudad de Alyosha durante cuatro horas y en pleno bombardeo de la artillería ucraniana porque, sin dejarse amedrentar por las amenazas de sus mandos, reveló que había tenido que pagar de su bolsillo junto al resto de los hombres las cámaras termográficas y el equipo de guerra electrónica con el que fueron enviados al teatro de operaciones, en las inmediaciones de Jersón. El soldado ruso sobrevivió pero fue relevado de su cargo y enviado a un pelotón de reconocimiento a sus 48 años.