Tú eres un personaje, nena, y los personajes no se merecen un reproche, sino una crítica literaria. Lo escribió Alvite para María Jiménez, aunque eso él no lo sabía. Tampoco se hubiese atrevido a dedicárselo, temeroso de su reacción procaz, porque María ya sopla 71 y aquí no hay quien le ponga el cascabel al gato. Recuerda a una de esas leonas orgullosas, de hermosura antigua, que te miran con tensa indiferencia en la sabana mientras tú haces fotitos desde el carro del safari: sabes que esa mansedumbre es ficticia, sabes que si lo desearan podrían arrancarte la cabeza de un bocado, limpiamente, casi naturalmente, pero sabes también que no lo harán.
María es un campo de minas cubierto de flores: tan peligrosa a cada paso, tan maniática, tan neurótica, tan errática, tan sarcástica e irascible. Y luego, cuando quiere y si no hay levante en Cádiz, tan hilarante, tan zalamera, tan ingeniosa, tan exquisitamente excesiva. Lo mismo te dice "¿te queda mucho?" a la tercera pregunta de la entrevista -en un bufido templado pero implacable- que se desvive porque no se te enfríen los garbanzos de Casa Antonio, su taberna favorita, su templo del aperitivo y la sobremesa.
A María la acompaña una pequeña comitiva: necesita ayuda para andar, necesita método, necesita puntualidad y medicación, es escrupulosa con sus filias y fobias. Hace ya mucho que se arrancó el último pelo de la lengua. A su alrededor todos la adoran, le dicen "guapa", le dicen "artista", le dicen "mi vida", y entonces ella se sonríe como las niñas chicas y se pone coqueta y dulzona, desplegando su arsenal de encanto y de guasa, de sabiduría rota. A este lado los tiene a todos descojonados, rendidos a su poderío, a sus exageraciones poéticas.
En el bar la saludan y la aúpan a su entrada, como a la Virgen de los Dolores y el Cachondeo, todo a la vez: con los labios rojísimos y la camisa de lunares y el rímel ahumado en los ojos cansados que a ratos levanta hacia el cielo, en su mítica súplica por no tener que aguantar ya más mamarrachos. Si el cocinero sabe que viene, le prepara un bacalao gratinao', especial para ella, con poquita sal, porque no la aguanta. Como tantas otras cosas.
María Jiménez es Historia torcida de España, genia de la rumba libertina que conoce las fatiguitas del alma y los néctares del sexo y los truenos del camino salvaje, para ella la única senda posible. Uno tiene la sensación de que esta hembra-volcán (ríete tú del de La Palma) lleva décadas erupcionando frente a los ojitos atónitos de un país mojigato, desde que sacase la cabeza allá en Triana siendo niña hambrienta de familia humilde a las siestas de costao' que se echa ahora en su casa de Chiclana, lisérgica y chillona en azul y amarillo, con su loro Zacarías graznando desde el porche, como en los cuentos malditos.
Será la ventolera, o las hojas del otoño en la piscina, o el jardín desconchado de su mansión punk llena de fotos y tocados de pavo real y recuerdos, pero todo aquí está lleno de melancolía, de gloria decadente, del eco de los tremendos fiestones y de los locos fantasmas. "¿Qué querías, una casa cursi? Pues va a ser que no", airea María. Agüita. En este hogar aún se celebran los 3 de febrero los cumpleaños más apoteósicos del sur: allí sus amigos Poveda, Pitingo, Eugenia Martínez de Irujo, Raimundo Amador, Remedios Amaya, cantando y taconeando hasta las primeras luces de la mañana.
Esta es la residencia que se compró con Pepe Sancho hace tres décadas: les gustó porque está al lado de un campo de golf y en esa época, aún romántica pero por poco tiempo, se aficionaron a echarse unas bolas. Luego llegarían los gritos, los celos, la violencia, los reproches. Pero qué mal calculé: yo te creía decente y te gusta lo corriente, por barato… ¡o yo qué sé! Luego llegarían los portazos y los divorcios. Las venganzas. La guerra abierta de una mujer maltratada que se levanta en armas. Las coplillas desgarradas como fórmula de revancha. Lo que sí te agradecí es que tuvieras en cuenta que yo no estoy en venta y mucho menos… ¡para ti! Salió de ese coma pasional, la Jiménez, y de otro más, uno clínico, hace dos años. Salió del cáncer. Cuando le quitaron el tubo respiratorio después de tres meses dormida, las primeras palabras que pronunció tras su resurrección fueron: "Me tenéis todos hasta el coño".
Pregunta.- ¿Tú eres una rebelde, María?
Respuesta.- Es posible, porque nunca he estado de acuerdo con cómo es la vida con la gente como yo. Soy una inconformista, una bohemia. Doy mucho y exijo un poquito más, pero la vida es un poquito agarrá, ¿sabes?
P.- ¿Cómo se hace para ser tan fuerte?
R.- No tengo ni idea. Fuerte se nace, cielo. Los que vengan detrás que ni lo intenten.
P.- ¿Tú te sientes una diva?
R.- ¿Diva? No. Soy muy humilde y muy sencilla. Me gusta ir por la vida sin ese lastre, digamos, sin ese peso. Yo no soy de la vanidad, soy de la calle. Me gusta hablar con todo el mundo y eso no lo hace una diva. Hay gente en este país que se lo ha creído mucho.
P.- ¿Dirías que estás loca, que te han vuelto loca o que los locos son los otros?
R.- ¡Yo diría que las tres cosas! Porque estamos todos locos. El que dice que no se está mintiendo a sí mismo. Todos queremos tener razón, por lo tanto, todos estamos locos.
P.- ¿Te has sentido incomprendida por ser una hembra salvaje?
R.- No sé. No sé cuál ha sido mi precio a pagar, porque al final hago lo que me da la gana y lo consigo. Es verdad que eso no lo puede decir todo el mundo, pero yo sí. He conseguido lo que he querido con paciencia, no con estrella.
P.- Han dicho de ti que cantabas con el coño.
R.- Eso no lo dije nunca yo, lo dijo un periodista, José Miguel Ullán, porque aquellos años eran de mucho machismo y tuvo esa ocurrencia. Yo he dicho siempre que canto con el corazón y con las entrañas y la gente se aprovechó de esa frase. Pero te digo una cosa: a estas alturas, ponlo. Pon que canto con el coño y que lo he dicho yo. A mí me parece bien, cielo. Ha acabado por ser verdad.
P.- ¿Y cómo se hace para cantar con el coño?
R.- Con altavoces (se parte).
P.- "No hiere el que quiere, sólo el que puede hace daño", cantabas en Te estás pasando. ¿Quién ha intentado hacerte daño a ti?
R.- ¿Qué? ¿Daño? Yo no me he enterado de que me hayan hecho daño. Si me lo han hecho, me ha resbalado. Yo soy así, cariño. El que ha podido hacerme daño me ha venido de frente y yo le he dicho: "Vamos a ver, ¿a ti qué te pasa conmigo? ¿Qué quieres conmigo, hombre?". Y él: "A mí no me pasa nada". "Pues a mí tampoco, ea, por coño". Y se han retirado de la batalla porque conmigo era batalla perdida.
P.- ¿Das miedo, María?
R.- ¿Miedo de qué y por qué? ¿Yo he matado a alguien? A mí no puede temerme nadie. Aunque sí es verdad que creo que impongo, pero yo no me he peleado nunca con nadie.
P.- Leí que ni un censor franquista se atrevió a censurarte. ¡Menuda!
R.- Ay sí, qué arte aquello. Fue en el programa de José María Iñigo. Le dice el censor: "Oiga, que esta mujer no puede salir con esa raja, que le llega hasta el filete". Bueno, lo del filete no lo diría, claro (ríe). Y le dice el otro: "Pues dígaselo usted". "Yo no". "Pues yo tampoco". Y nadie me lo dijo. Pero no porque me temieran, sino porque me respetaban.
P.- Estaban los dos acojonados, María.
R.- Qué arte, qué arte.
He vivido unas cuantas vidas, y otras cuantas me quedan todavía. Esto no ha terminado. Mi vida es puro crecimiento.
P.- ¿Cuántas vidas has vivido?
R.- Unas cuantas, ¡y unas cuantas me quedan todavía! No sé ya las que llevo, como una gata, pero esto no ha terminado. Todas han tenido puntos preciosos y negativos, todas son un quita y pon para aprender. Mi vida es eso, puro crecimiento. Cada día aprendo algo nuevo de mí. Cada día es una nueva aventura. Yo lo veo todo de color de rosa. ¿Que es gris? Pues yo lo veo de color de rosa, mira qué bonito.
P.- ¿Y cuántas veces has estado medio muerta?
R.- Una na' más, ¿no? (se enfada).
P.- Me refiero también metafóricamente. Anímicamente, sentimentalmente.
R.- ¡Pues no, pues no! Vamos a hablar de otra cosa, mujer. ¡Yo no quiero más penas!
P.- ¿Cuándo reza María Jiménez?
R.- Todas las noches por norma, de siempre.
P.- ¿Y qué le cuentas a Dios?
R.- Eso se lo cuento a él. A ti no.
P.- Anda.
R.- Es que esas cosas no se pueden contar, hija mía. Te revelaría secretos míos muy íntimos. Pero me gusta que lleves esa virgencita tú al cuello. ¡Piensa en lo que le dices tú, y te harás una idea...! Yo le rezo a la Virgen del Rocío sobre todo, y al Cristo del Gran Poder, para que me ayude. Me encanta el traje nuevo que le han hecho.
P.- ¿Te contestan?
R.- La Virgen sí me contesta siempre, me pone señales. Pero mis conversaciones con ella son secretas, ¿te enteras?
Hubo un tiempo en que María fue el gran icono sexual de España, aunque ella confiesa que nunca se lo creyó demasiado, porque en el fondo es una tímida descomunal. Su chulería de puertas pa'fuera, dice, es para disimular esa vulnerabilidad nativa. Habrá que defenderse de los malos. "Sí sé que tenía las piernas bonitas", concede, medio recordando. Como si no nos hubiéramos dado cuenta.
Era un milagro verla devorar el escenario con los acordes inaugurales de Se acabó, himno último de las titanas despechadas que se arremangaban la falda para ponerle un puntito en la boca a los más pérfidos bandoleros. Tú no me vengas con pamplinas ni me pidas que te ayude. Y venga melenazo platino. Y venga desafío en esa boca hecha para el susurro y la palabra brava; esa boca mágica a medio camino entre el sexo y la violencia, entre el beso con lengua y el guantazo. María te levantaba el dedo índice cantando y era capaz de acorralarte en un estadio: se callaba hasta el apuntador porque en misa hay que guardar silencio. Y después de luchar contra la muerte empecé a recuperarme un poco y olvidé todo lo que te quería y ahora ya mi mundo es otro.
Es verdad que su mundo siempre fue otro, extraterrestre Jiménez: demasiado clara, demasiado luminosa, demasiado excéntrica para el españolito pacato y sobrio. Se veían desbordados en dos versos por aquella fuerza de la naturaleza hecha carne y hueso y liga negra y saliva. Cuando en 1982 fue la musa del referéndum por la autonomía de Andalucía, Alberti le recorrió las medias con los ojos y se echó a temblar. "Niño, esto habría que evitarlo", le dijo al político Rafael Escuredo. "Dime la verdad, Rafael, ¿esta escandalera es necesaria?". Definitivamente: lo era. Hasta Felipe González había dicho que la Jiménez era "lo único que no apestaba a franquismo en España". Ella cuenta ahora que no vota desde hace cuarenta años.
Por mujeres como María se escriben las canciones de amor y lujuria y tormenta. Por mujeres como María pierden la cabeza los poetas, los filósofos, los camareros, los galanes del cine, los reyes gamberros de los países calientes. Cómo no iba a tontearle el monarca emérito nuestro.
P.- ¿Tú tienes rey, María, o eres republicana?
R.- Yo soy monárquica y mi rey siempre fue Juan Carlos, claro. Bueno, ahora el hijo, pero un poquito menos.
P.- Era tu fan, Juan Carlos.
R.- ¡Muy fan mío! Me invitó a la Zarzuela y me cogió por el brazo y empezó a darme vueltas por palacio. Yo sofocada perdida.
P.- ¿Tú qué pensabas?
R.- Qué iba a pensar: que el rey me estaba llevando del brazo, chiquilla.
P.- Pues que te quería llevar al huerto, a lo mejor.
R.- ¡Eso lo piensas tú, que tienes mucha malicia!
P.- Lo pensamos todos, que conocemos al rey.
R.- (Ríe). Tienes tela tú. Pues yo qué sabía. Cuando terminó el paseo vino Pepe [Sancho] y le dije: "Hay que ver que no me has echado una mano, coño, que me has dejado sola con el rey". Y él me decía: "¿Y qué quieres que le diga yo al rey?". "Pues no sé, algo como: señor, suelte a mi mujer que nos tenemos que ir, ¿qué hace usted con mi mujer?". No dijo nada. Hija, podía haberme echado una manita. Pero no. Y el otro estaba encantado. Me tuvo entretenida un rato. A lo mejor fueron diez minutos, pero a mí se me hizo aquello larguísimo.
Yo soy monárquica y mi rey siempre fue Juan Carlos. Le quedaban estupendos los vaqueros y se le notaba el paquete
P.- Oye, pues el rey era un hombre muy guapo.
R.- ¡Y lo es! No me toques a mi rey, ¿vale?
P.- Si te estoy diciendo que era guapo. Y le quedaban muy bien aquellos vaqueros que se ponía.
R.- Le quedaban estupendos y se le notaba el paquete (ríe).
P.- Si te llega a tirar la caña más explícitamente el rey, ¿qué hubieras hecho?
R.- A lo mejor acepto. Pero si hubiese estado con él no lo hubiese contado, como han hecho otras. Sería un secreto pa' mí.
La Jiménez tiene dicho, guiñándole a la canción de Sabina, que ella siempre fue la mujer con "la lengua más larga y la falda más corta con la raja más abierta". Tiene dicho que no le debe nada a nadie, que no tiene nada que agradecer a ningún padrino. Tiene dicho que todo se lo labró solita, que nunca tuvo que "follar para triunfar". María cantó antes que nadie sobre la insatisfacción sexual femenina, como en Me doy entera. "Yo soy la tierra salvaje / necesito quien me venga a sembrar… / y sembrando, cante. / Tú no has podido abarcarme / tus manos no son más que la mitad / del pan que me colma el hambre (…) Entera, si me doy, me doy entera". María alicató: dónde está el orgasmo de las españolas, a ver, que yo lo vea. Tanto rollo, tanto rollo.
P.- A ti te debemos mucho las feministas.
R.- Es que yo fui la primera feminista de España, ¡de las primeras madres solteras que dieron la cara en público…! Pero lo viví bien, ¿eh? Trabajaba mucho para mantener a mi hija. Mi hija era mi gran motivo, mi motor. Entonces no se hablaba nada de feminismo. No se decía la palabra.
P.- No debía de ser fácil en medio de un régimen.
R.- Ya, pero te digo una cosa, a mí me respetaba todo el mundo. Me venía a ver todo el mundo en Sevilla y me admiraban en los tablaos. Yo no pensaba en Franco absolutamente para nada, no lo he conocido nunca. Conmigo no se ha metido nadie, ¡ni Franco se atrevió! (ríe). No he tenido problemas. Vamos, siempre digo que yo no tengo problemas, tengo soluciones. He cantado para cuatro generaciones.
P.- ¿Qué piensas del feminismo moderno y de Irene Montero?
R.- ¿Esa quién es? (irónica).
Si Irene Montero me propusiera una campaña feminista, le preguntaría que cuánto me va a pagar: así de sencillo
P.- La ministra de Igualdad.
R.- Pues Irene Montero que haga lo que le dé la gana, pero estamos bien, ¿no? (mosqueada). Es muy guapa, ella. Qué de ministros tenemos, hija (resopla). A mí lo que diga Irene Montero me da igual. Yo pienso en mi vida, no en la de los demás, ¿no tiene que ser así? La mujer y el hombre son iguales, no lo distingo en absoluto.
P.- ¿Qué le dirías a Montero si te llama mañana para hacer una campaña feminista?
R.- Que cuánto me va a pagar, eso le diría. ¡Así de sencillo! Pero ésta… ésta llamará a otra gente.
P.- ¿Qué has aprendido de los hombres, María?
R.- Poco o nada. Que no saben follar. Tienen que aprender un poquito más. La mayoría son unos muertos en la cama y también fuera de ella. A uno le dije un día: "Mira, a mí me duele el brazo ya, ¿eh? Ahí te quedas". Han esperado a que lo haga todo yo.
P.- ¿Les has enseñado?
R.- Yo no tenía ganas de montar un colegio.
P.- ¿Todos los hombres son iguales?
R.- No, por supuesto que no. Qué va. Los hay con categoría, los hay señores. Y los hay manipuladores. Altos, bajos, feos, guapos, villanos… igual no puede ser nadie.
P.- ¿Cómo se distingue al villano?
R.- Cuando lo tratas. Antes no, porque son muy zalameros.
P.- ¿Cómo se hace callar a un canalla?
R.- Escúchame bien: pasando de él. ¡Y se aburre solo! ¿Te gusta mi respuesta o no? ¡Pues entonces!
P.- Pedías a gritos en los escenarios que subiera un macho ibérico.
R.- El macho ibérico hace muchos años que se extinguió. Alguno quedará por ahí perdido. Ay. Si estuviera Tico Medina vivo, le encantaría esta entrevista.
P.- Tú has sido un gran mito sexual, pero ¿cuáles han sido tus mitos sexuales?
R.- Sancho Gracia tenía buen porte, era muy guapo. Félix se llamaba. Pepe Sancho era guapo también, ¿verdad? Muy canalla, pero muy guapo. Ese era el problema. Y Fernando de Borbón y Paco de Borbón. Nobles amigos míos.
P.- ¿El tamaño importa?
R.- Mucho, ¿no va a importar? Si no, se te sale. No me provoques… (ríe). Quien diga que no es importante está engañando al personal. Y no me mires así, que tú piensas igual que yo. ¡Habla por las dos! Hay que decirlo con arte, pero hay que decirlo. La gente se mea de risa, pero es verdad.
P.- Háblame en la cama, pedías. ¿Qué te contaban?
R.- Los hombres no tienen conversación, chiquilla. No saben ni hablar sentados, ¿cómo van a hablar tumbados? Algunos son pa' multarlos. Parece que están en un funeral. No sé, hijo, cuéntame algo, cuéntame un chiste, dime que te ha gustado, ¡por favor! Pues no. Y cuando no me han dado conversación no hemos llegado al segundo polvo, ya te lo digo yo. No valen pa' ná.
Ya llevamos tres Riberas. María no toma café en la sobremesa: "Me gusta muy poco, sólo un manchaíto' por la mañana: a mí no me hace falta cafeína, yo soy la cafeína, ¡yo soy la revolución!". Así que nos pedimos otro vino, que la alegría no se riega sola.
P.- ¿Tú cómo te llevabas con las folclóricas, María?
R.- Para mí Lola era diferente a todas. De las otras no te hablo. Para mí la mejor, la única, es Lola, y punto pelota. Aunque bueno, me gustaban Marifé de Triana y Juanita Reina. Me hablé con todas.
P.- Buenas míticas.
R.- De míticas nada, realidades.
P.- ¿Te tenían celos por si les pisabas lo fregao'?
R.- Nada, no digas eso. Me adoraban. Me admiraban y respetaban. Yo era una niña y no tenía envidia ni celos de nadie, porque además yo tenía otro punto, no hacía lo mismo que ellas. Yo cantaba en Los Gallos y Lola venía a verme cada vez que venía a Sevilla. A mí me dio mucha vergüenza el primer día cantar delante de ella.
Luego sería la misma Lola la que le observó los pechos hinchados y le dijo: "Tú estás preñá". Tenía razón la Faraona. María se planteó incluso abortar, pero estando ya en la camilla de la clínica, "sintió algo" y tiró adelante sola, porque el tipo se negó a aceptar responsabilidades.
A día de hoy sigue sin confesar quién es el padre. Los mentideros hablaban de un señorito andaluz, pero ella no dice ni mú. Desgraciadamente, su niña Rocío falleció en un accidente de tráfico el 8 de enero de 1985, dejándola rota y enferma de pena negra. Ella pensaba que su hija viajaba en tren, pero iba en coche. Aquel revés fue mortal para una matriarca pura como ella. Para una mare coraje. Sentía tanto dolor que se daba golpes en la cabeza por toda la casa. Fueron siete años de locura. Luego vio el futuro. Y fue a por él.
P.- Oye, yo te quería preguntar una cosa. ¿Era verdad eso que contaba Lola Flores de "quién no se ha dado un pipazo con una amiga?". Ese rollo lésbico que se cocía.
R.- Pues claro que era verdad.
P.- ¿Tú has tenido alguna novia?
R.- No, novia no. Una cosa es novia y otra es un pipazo.
P.- ¿Te has dado tú el pipazo?
R.- ¡Claro, igual que Lola! El pipazo es real. Todo es real, cariño.
María y yo nos ponemos a hacer negocios. Ella me busca el teléfono de Quintero y yo le cedo el de Peñafiel. Empieza el show. El enreo, como dicen en el sur. Llama a Jesús y resulta ser un número antiguo, porque saluda una voz femenina y desconocida.
¿Quién eres?- lanza nuestra protagonista.
No, quién eres tú, que me has llamado.
¡Yo soy María Jiménez!
¡No me digas! Pues encantada, que eres muy guapa.
Muchas gracias, cariño. Escúchame, cielo, ¿tú me puedes pasar con Quintero?
No, a mí me tocó su número viejo, que es éste, y aquí me llama todo el mundo preguntando por él.
¿Y tú como te llamas, mi vida?
Yo, Mar.
Pues cuidao' con las olas.
Y cuelga. María sigue la investigación y telefonea al padre de Paz Vega, un buen amigo suyo. Él la remite con Jesús Quintero. Se saludan, se mandan amores y besos. "¿Cómo estás, mi arma?". "Yo estoy pa' que me secuestren y no pagar rescate", se ríe ella. "Jesús y yo somos muy amigos", me cuenta. "A él le pasa como a mí: no nos gusta creernos las cosas, estamos al margen de lo que dicen de nosotros. Él disfruta sus rarezas y yo las mías. Es culto, tiene categoría, es un maestro". ¿Y cómo hacen dos personas tan especiales para adorarse tantos años sin matarse? "Dejándonos en paz. La amistad es no molestarse", contesta.
Explica la Jiménez que ella todavía no es consciente de lo que es ni de lo que representa. Que todavía es la chavala que admiraba a Chiquetete, a Lebrijano y a Camarón, con los que tuvo "una relación maravillosa, pero sin ánimo de roce". "Yo soy una inculta de mí misma", dispara. Todos en la mesa menean la cabeza, recordándole cuánto sabe de arte, de cancionero y de poesía. "Pues te voy a regalar un poema", se arranca. "Era de Manuel Benítez Carrasco, mi buen amigo de Granada. Ya murió". Y lo recita clavándome los ojos conmovidos, llenos de historias, hasta que me hace tragar saliva. Lo interpreta inventándoselo un poco, que es como mejor se homenajea. La vanguardia tiene estas cosas.
Rencores, ¿por qué rencores?
no le va a mi señorío
guardarle rencor a un río
que fue regando mis flores
Tú me diste los mejores cristales de tu corriente
y no sería decente maldecirte por despecho
si sé que tienes derecho
a dar o negar la fuente
Debo estarte agradecida por tu generosidad
tú me diste por bondad lo que yo di por cumplido
me brindaste tus latidos, tu boca nunca besada
tu carne nunca estrenada,
tus dos ojeras temblando debajo de tu mirada
Qué me importa, barca mía, si te has ido hacia otro mar
que yo no te puedo odiar por esa mala partida
porque odiar es, en la vida, un cierto modo de amar
Déjame que viva yo
sin perdón y sin rencores,
porque... por más que me llores
lo nuestro ya ¡se acabó!
La aplaudo. Brindamos. Ella sonríe, más melosa que el arroz, al viejo público imaginario. Hay focos en la memoria. Larga vida a María Jiménez.