Ildefonso Falcones (Barcelona, 1959) es un personaje peculiar, casi cinematográfico, el chico más odiado de una peli loca llamada España: arrastra la rémora del villano perfecto desde su cabello cano y rizadillo, propio de los señores de clase alta, desde sus ojos oscuros, profundos e inquietantes, desde su pose altiva y poco dada a festejos ni a concesiones afectivas. Una lo ve llegar al sofá del hall del Meliá Palacio de los Duques y lo sabe porque lo siente: será un entrevistado difícil. La periodista se acerca a saludarle con dos besos y él la frena, tendiéndole la mano, marcando su distancia transatlántica. No quiere hacerse una foto aquí, tampoco otra allá, se niega a varias poses. A ver quién torea este miura.
Viene cerrado como un molusco, Ildefonso, con la idea sólo de cumplir la promo de su último libro, Esclava de la libertad (Grijalbo), donde relata la lucha por la libertad de dos mujeres negras en épocas distintas, la Cuba esclavista colonial y la España del siglo XXI. Le pesa la leyenda negra a Falcones y él la estira, que para algo la sufrió: hoy cobra sus rentas amargas. Es alargada la sombra del padre de La catedral del mar, la novela histórica patria más leída de nuestro tiempo, con más de 11 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Suerte que a lo largo de esta conversación irá relajándose y alargando sus respuestas, monosilábicas de entrada. Hasta se sincerará en temas espinosos. Hasta le veremos sonreír y mostrarse irónico, clemente, cálido, generoso, ¿vulnerable?
Es como si guardase muchos secretos, Falcones, el niño de la élite barcelonesa, el socio del Real Club de Polo, el adolescente traumatizado por la muerte de su padre cuando él sólo tenía 17 años. El dueño de un bufete de abogados durante treinta años, el tipo lóbrego del que dicen que nunca saluda, que siempre se refugia en sus caballos cuando las cosas andan revueltas. O lo hacía hasta que se rompió la espalda, hace siete años.
Es silencioso, está herido. La vida le reservó cornadas trágicas: desde hace años le persigue el sambenito del fraude fiscal -le acusaron de estafar a Hacienda 1,4 millones de euros, aunque ya lleva dos juicios resultando absuelto-, aseguraron que era el escritor mimado de Rajoy -él recuerda que nada de eso, que sus problemas con la Administración arrancaron durante su presidencia-, hubo hasta quien denunció que pagase a ‘negros’ literarios -expresión deshonrosa pero popular, llamémosles ghostwriters-.
Por último, llegó el peor de los pánicos: fue diagnosticado de cáncer de colon en 2019, mientras escribía El pintor de almas. Más tarde llegó la metástasis. Pero resiste, Falcones. Y escribe, escribe, escribe. Lo cuenta con dignidad infinita y es fácil conmocionarse.
Se ha echado las críticas a la espalda y ya casi se le hacen livianas: ha dejado atrás a todos los que le odiaban, a los que le llenaron de piedras el camino, a los que le trataron de intruso en el establishment literario -porque no soportaban su éxito de ventas-. Hablamos con el hombre al que hicieron tropezar. Hablamos con el hombre que nunca cayó. Hablamos con un hombre libre, porque, como él dice, “la libertad es la posibilidad de vivir según tus principios”.
P.- Empecemos por Esclava de la libertad. ¿Qué herencias de la Cuba esclavista y colonial nos quedan a día de hoy? Tu juicio es interesante ya que te has documentado mucho para escribir este libro.
R.- Quedan herencias, sí, como un concepto determinado sobre la comunidad negra, o sobre el carácter de los negros que no es merecido y que se remonta a principios esclavistas que no tienen nada que ver con su realidad física.
P.- ¿Por ejemplo?
R.- El negro perezoso, por ejemplo. Es algo que no es verdad.
P.- Así que somos un país, por desgracia, aún racista.
R.- Somos un universo entero racista, y lo peor es que cada vez lo estamos siendo más.
"Cada vez somos más racistas por culpa del auge de la extrema derecha"
P.- ¿Cada vez más?
R.- Desde luego. Hay un auge de movimientos ultraderechistas que están propulsando todo esto.
P.- Ahora ha revivido mucho el debate histórico y cultural de un tema que también abordas en tu novela: ¿es cierta o no la leyenda negra española? Hace poco, Nacho Cano presentaba su musical Malinche sobre la conquista de México en medio de una fuerte polémica… ¿qué fuimos los españoles? ¿Genocidas o héroes?
R.- Ni una cosa ni la otra. Se cometieron actos bárbaros, eso sí, pero también otros que no lo eran. Esto es algo que debería examinarse desde un equilibrio emocional que en estos momentos no estamos teniendo.
P.- ¿Por qué estamos tan nerviosos?
R.- Porque a los políticos les beneficia el polarizar la sociedad, no sólo sobre estos temas, sobre cualquiera que puedan tocar. Buscan radicalizarnos. Ese es el caldo de cultivo en el que ellos se mueven con más agilidad: no procuran la serenidad, ni el equilibrio, ni la sensatez.
P.- ¿Tuvimos mejor parte, tuvimos peor parte frente a la idea del imperio?
R.- No hay mejor ni peor parte, fueron unos señores que intentaron encontrar una ruta desconocida hacia las Indias y se toparon con un nuevo continente, y a partir de ahí hubo otros señores que, en fin, mejor o peor, se aprovecharon de ello. No hay más.
P.- Pensaba que en historia hace falta una cosa más frecuente en literatura y es entender que los personajes tienen matices.
R.- Sin duda, pero quizás lo que tendríamos que empezar a ver es que los programas de educación en historia se han reducido a unos niveles absolutamente insatisfactorios, por lo tanto, será difícil que lleguemos a esas conclusiones y será difícil imbuir en la juventud que no todo es blanco o negro.
P.- Decía José María Merino que estamos estupidizando a la gente y que pronto llegaremos a los niveles de la Edad Media.
R.- Medieval no creo, pero puede ser algo peor que medieval. El conocimiento hace libre a la gente y ese era uno de los principios que se exhibían al principio del siglo XX y a finales del XIX. La gente quería conocer para ser libre, quería estudiar, quería acceder a la información. Hoy no se sienta esa honra.
"Me parece bien que no haya un monumento destinado a ser el panteón de alguien como Franco"
P.- ¿Qué hay de tu visión de la memoria histórica?
R.- Depende de lo que estemos hablando, pero, por ejemplo, me parece muy bien que no haya un monumento destinado a ser el panteón de alguien como Franco, pero en cualquier caso es anecdótico en el contexto de la historia.
P.- Y ahora que hablábamos de colonialismo: ¿es memoria histórica que López Obrador exija a los españoles pedir perdón por la conquista de México?
R.- Esto consiste en exacerbar sentimientos nacionalistas sin la suficiente serenidad. Los españoles no tienen que pedir perdón por nada, y menos por lo que hiciera Felipe II, que a mí no me importa, ni me he lucrado de ello, ni me he beneficiado. De acuerdo, lo siento si se han hecho barbaridades, pero es que barbaridades se hacían en todos lados.
O sea, en aquella época en España se quemaba a la gente en la Inquisición, o se mandaba a la gente al ejército, a los tercios de Flandes, y allí morían todos. Te quiero decir: la vida en el pueblo español no era tan alegre ni tan divertida ni tan atractiva ni tan grata. ¿Si tenemos que pedir perdón? No creo. Son enfrentamientos absurdos. Cada pueblo puede tener sus anhelos, pero no deben ser asumidos desde el rencor ni desde la exigencia.
P.- ¿Te consideras patriota?
R.- ¿Patriota español? Sí, claro, por supuesto. Me parece una virtud: significa amar a tu país y trabajar para tu país y tener una serie de valores comunes.
P.- En tu obra, el personaje del marqués de Sandoma representa el lujo, el poder, la soberbia y el desprecio por los humildes. ¿Cómo han cambiado las clases altas, cómo son la España de hoy? ¿Arrastran los mismos vicios, se parecen aún a ese marqués? Tenemos ejemplos literarios más recientes de ese despotismo, como los Santos Inocentes…
R.- Los Santos Inocentes es un libro magnífico, pero que representaba a una España profunda y de otra época, y yo creo que ya superada. No creo que desde el punto de vista de sociedad nos sigamos pareciendo a aquello. Los principios son diferentes. Es que la esclavitud estaba asumida como un favor hacia los negros: no creo que nadie comparta eso ahora mismo, nadie defendería esa posibilidad.
P.- Y desde el otro lado, ¿dirías que España sospecha de las personas bien avenidas? ¿Es un país donde se cuestiona a las personas que tienen dinero y se presupone que lo han conseguido con fines ilícitos? Estoy pensando en Amancio Ortega, por ejemplo.
R.- Uno de los grandes defectos que se le ha achacado a este país ha sido la envidia. Ahí está la respuesta a esa sospecha. Yo quisiera creer que no, pero desgraciadamente es obvio que nuestra cultura es diferente a la de EEUU, por ejemplo, donde el éxito de los demás no sólo se acepta, sino que se celebra. Es español, pero también es europeo. Es de culturas antiguas.
P.- ¿Has padecido tú a envidiosos en tu trayectoria?
R.- Eso supondría que me considero exitoso y no voy a entrar en ello.
P.- Bueno, hablemos si quieres del ámbito literario, donde te han llamado “intruso” desde el establishment literario. Mundos endogámicos donde te ha resultado difícil cuajar. ¿Qué tipo de miradas de reprobación has vivido y cómo las has superado?
R.- Yo siempre he pasado de ello, he ignorado las miradas de reprobación. Ni siquiera sé si son exactamente eso o un enorme desprecio, porque yo no estoy invitado a la Feria de Francfort, por ejemplo. Con eso ya te lo digo todo. Los organismos oficiales no me consideran lo suficientemente válido. Los catalanes y los gubernamentales. En este caso te estoy hablando de España.
"Me importa un pito que no me inviten a la feria de Fráncfort"
P.- ¿A qué lo achacas?
R.- Yo no sé…
P.- Hombre, lo achacas a algo…
R.- Me importa un pito. ¡En fin! Iba a soltar una soez. Me trae sin cuidado, y eso lo he conseguido a base de restarle importancia.
P.- ¿Nunca has preguntado a nadie? No sé con quién hay que hablar, pero decir “oye, ¿por qué no estoy invitado a vuestras fiestas estatales?”…
R.- ¿Yo? No.
P.- Es tu primera novela con tintes esotéricos, entre la religión y la mitología yoruba. ¿A qué dios le reza Ildefonso Falcones, hablas con él alguna vez?
R.- Sí, yo soy católico y soy practicante y hablo con Jesucristo.
P.- ¿Cómo son esas conversaciones?
R.- De entrada, generalmente, cuando hablas con dios lo haces rezando, así es como los católicos nos comunicamos con él.
P.- ¿Todos los días?
R.- Sí. Todos. Y voy los domingos a misa. Hay cada vez menos practicantes, pero lo que importa es que los que haya sean buenos.
P.- ¿Para qué sirve la fe?
R.- Para unirte a dios y para dar sentido a una serie de circunstancias, de pensamientos y de situaciones vitales que sin ella no podrías hacer.
P.- ¿Qué hacemos con Hacienda, Ildefonso? La has definido como una administración injusta, persecutoria, arbitraria, cruel…
R.- Sí, así es ella. Y aunque las resoluciones judiciales me han sido favorables, seguimos con ello porque Hacienda sigue apretando siempre.
P.- Ah, ¿que todavía quedan cositas?
R.- No, cositas no: tengo dos resoluciones a mi favor y alguna queda. Algún día terminará.
P.- ¿Te sientes perseguido?
R.- Sí. Sí. Y utilizado.
P.- ¿Utilizado para qué?
R.- Utilizado por Hacienda para dar ejemplo y por los medios, para ensañarse conmigo.
P.- ¿Dudas de las administraciones públicas? Todo este proceso, ¿te ha vuelto un escéptico del sistema?
R.- Tú piensa que he ejercido el Derecho durante 33 años, o sea que… a la Administración la conozco. Sé cómo son. En este caso me ha sorprendido su dureza y su crueldad, pero luego viene otra Administración, que es la de Justicia, y pone las cosas en su sitio.
"Es habitual que Hacienda elija cabezas de turco, desde Lola Flores hasta mí"
P.- Un abogado durante 33 años perseguido por el fisco ¿puede creer en la justicia?
R.- En fin, la Justicia es una Administración que intenta superar una falta de recursos que ya es endémica en nuestro sistema, pero está compuesta por personas de buena voluntad y con una capacidad importante que ejercen esas funciones, aunque hay veces que se equivocan, qué duda cabe. Confío en la administración de justicia pero no en la tributaria.
P.- ¿Cabeza de turco, dirías? En este país hay personas relevantes que se han quejado de lo mismo que tú.
R.- En fin, sí, pero es habitual que esto le pase a ciertas figuras para ejemplarizar, desde Lola Flores hasta mí. Sí, es lo que atrae a los medios y es ahí donde en un momento determinado pueden encontrar carnaza. Te arrastran por el lodo a ti y a tu familia, pero después, cuando ganas, nunca aparecen los mismos que se han ido manifestando en tu contra. Ahí todos callados.
P.- Estaba pensando en una de las últimas canciones de Sabina: “El tiburón de Hacienda, / confiscador de bienes, / me ha cerrado la tienda, / me ha robado el mes de abril…”.
R.- Y es así, además es así, sobre todo cuando te opones a ellos, cuando les plantas cara. Ahí sacan todo su furor.
P.- ¿Esto es una conspiración?
R.- Esto es como despertar a un león.
P.- Vaya.
R.- Menos mal que llegamos a los jueces y ahí cambia el tema.
P.- ¿Pero hay reparación?
R.- No hay reparación posible y además nadie la pretende.
P.- ¿Cómo has vivido tu enfermedad y cómo has podido cargarla sobre los hombros en éste, tu segundo proceso de escritura con ella a cuestas?
R.- Es tremendamente duro, pero gracias a Dios estoy aquí y llevo seis años peleando. Son dos libros que he logrado terminar con esta enfermedad. Esto es una noria: sube, baja, sube, baja… lo importante es que no se pare.
P.- ¿Hay un momento en el que tú dices “joder, por qué todo a mí”?
R.- (Sonríe). Sí. Me he preguntado muchas veces por qué, qué pecado habré cometido.
P.- ¿A Dios se lo has preguntado? Siendo tú creyente…
R.- No creo que Dios esté por estas labores. No creo que me haya mandado él a Hacienda por detrás (ríe). Ni que intervenga, tampoco, para que no llegue Hacienda. En la enfermedad hay que confiar en que sí influye. Bueno, esto es la vida. Son cosas que pasan.
P.- Alguna vez has dicho, para deshacerte de todos tus críticos feroces, algo como “oye, dejad que los buenos escritores hagan lo que tengan que hacer, yo no quiero formar parte de ellos: a ver si así os quedáis más tranquilos”. ¿Qué pasa en este país con lo de la alta y baja literatura?
R.- Sigo con esa idea, sí. ¿Sabes qué pasa? Que todos los que hablan de alta y baja literatura son los que no venden, así que tienen que buscar alguna satisfacción. Les queda esa. Si no tuvieran esa, estarían en la miseria, tendrían que dejar de escribir. Todos tenemos que encontrar nuestra realización personal: o vendes, o eres muy bueno. Como venden 3.000 ejemplares, se empeñan en decir que son literarios.
P.- ¿Acomplejados?
R.- No entro ahí. Sólo te digo que si enjuiciásemos a los museos por la gente que entra dentro de ellos, al Prado lo podríamos tachar, ¿no? El Prado es el máximo best-seller de los museos españoles y uno de los grandes mundiales.
"Los que hablan de alta y baja literatura son los que no venden"
P.- ¿Has hecho algún amigo en el mundo literario?
R.- Alguno sí. Pocos. No me muevo aquí, no es mi ámbito.
P.- ¿Alguno que te apetezca mencionar?
R.- No.
P.- ¿Qué significan Cataluña y en concreto Barcelona para ti?
R.- Cataluña es mi país, Barcelona es mi ciudad, a la que adoro y a la que quiero. Confío en que sea lo suficientemente fuerte para soportar los embates que está sufriendo por parte de una sarta de necios. A ver si algún día cambia esto. No me refiero sólo al independentismo, ¿eh? Estoy hablando también de Ada Colau y de su forma de gobernar, que no sé si es independentista o no…
P.- No lo sabe ella tampoco.
R.- Ya, no creo que ella siquiera tenga definición, pero me refiero a cómo está destrozando Barcelona. Lo de Cataluña es otro problema: el independentismo seguirá ahí porque su razón de ser es permanecer ahí, si algún día Cataluña alcanza la independencia estos señores desaparecerán. Tendrán que demostrar que valen y de eso no son capaces. A ellos les mueven los intereses económicos y los intereses de partido, les mueven las prebendas que de otra forma no conseguirían… Cataluña es completamente independiente desde el punto de vista cultural y desde el punto de vista de las leyes civiles, o de la industria, o del comercio, en fin, en casi todos los ámbitos es independiente ya. ¿Ahora qué queremos? Queremos el Banco Central y el Ejército, no queremos otra cosa. Pero son huidas hacia adelante.
"Ada Colau está destrozando Barcelona, me parece bien que haya rivalidad con Madrid para mejorar"
P.- Apoyaste en su día al PP y Rajoy declaró que eras su autor favorito.
R.- Ah, pero yo no le apoyé, si estás insinuando eso, simplemente le acompañé a una visita a la catedral del mar, como si me la hubiera pedido Zapatero o Sánchez hoy. Le diría que sí a cualquier representante político que me merezca respeto, y en general me lo merecen, por necios que sean. Yo puedo tener mis filias políticas, pero…
P.- No me digas, yo pensé que erais hasta amigos.
R.- No, ¡no!, qué va. A Mariano Rajoy lo vi sólo aquella vez. Eso lo han deslizado alguna vez los medios y es falso. Rajoy me pareció un tipo eficaz, un registrador de la propiedad, y yo sé lo duro que es eso. Sé la capacidad intelectual que hay que tener.
P.- ¿Cómo observas la competitividad entre Barcelona y Madrid, sobre todo a partir del Ayusismo y su madrileñismo militante?
R.- A mí me gusta. Es decir, no que haya guerra, pero sí que haya mucha rivalidad. De la rivalidad y de la competencia sale lo bueno. A ver, Madrid es una ciudad que se plantea magnífica y esta señora algo habrá hecho. La vida que hay en Madrid hoy día no la encuentras en ninguna parte de España: el comercio, las opciones culturales, la gente, el turismo…
P.- ¿Y no te has planteado unirte al éxodo de catalanes viniendo a Madrid?
R.- Lo entiendo y yo no tendría inconveniente, pero no lo he practicado ni lo haré hasta que todos mis hijos puedan independizarse.
P.- ¿Qué opinión te merece Sánchez?
R.- Yo lo defino como a un luchador nato, aunque equivocado. Se ha metido en un camino del le cuesta salir: está asediado por unas fuerzas que no son correctas, Podemos, Bildu, republicanos, catalanes… el Gobierno Frankenstein lo llaman con cierta razón. No ha elegido el camino correcto y eso le pasará factura. A mí no me ha hecho nada, te quiero decir: todos mis problemas con Hacienda empezaron con Rajoy, ¿eh?
P.- ¡Guau! Con tu “amigo”…
R.- La realidad es esa. Tampoco es que Sánchez me haya librado de ellos, ni yo lo pretendo. Pero intento ver que el conflicto no nos va a solucionar nada y difícilmente se puede intentar prosperar a nivel de país cuando tus propios socios que te tienen que apoyar te están diciendo que no quieren, que estas no son sus expectativas. Te están diciendo que te apoyan por interés, no por otra cosa.
P.- ¿Qué instituciones culturales crees que habría que abolir?
R.- La cultura, en mi opinión, tiene que nacer de los artistas y de los escritores, y debe ser asumida por el pueblo, tiene que llegar a gozar del favor del pueblo. Y entonces en ese momento sí que puede haber instituciones públicas que intenten defender esa cultura -ya popular-. Lo que no puede ser es que las instituciones públicas decidan qué es cultura o qué tipo de cultura hay que promocionar, porque entonces lo que hacen es politizar la cultura, ideologizarla y utilizarla para sus propios intereses. La cultura en España no nace del pueblo, sino de la Administración, y se ofrece o se impone al pueblo. Para eso están estos organismos. Cuando eso sucede, es difícil hablar de cultura.
P.- ¿Cuál es la cultura aupada desde el mainstream?
R.- En Cataluña está muy claro, es la cultura catalanista y ajena a cualquier pensamiento lógico, aquella que dice que Da Vinci o Colón o Cervantes eran catalanes… eso está subvencionado por la Generalidat. Los señores que han dicho eso han recibido 3 millones de euros de subvención, o sociedades cercanas a esos señores, a esos institutos…
P.- ¿Y a nivel estatal, qué se premia?
R.- Bueno, a nivel estatal es diferente, considero que los ganadores de los premios que se dan los merecen.
P.- Tienes cuatro hijos. ¿Qué les cuentas sobre la vida, sobre la literatura y sobre España?
R.- Poco, poco, porque generalmente los hijos no quieren escuchar a los padres. Discutimos, debatimos, ellos tienen su opinión propia y la manifiestan con crudeza. Yo también, como habrás comprobado.