Dicen que el carácter es el destino. Dicen que el único trabajo que dura toda la vida es el de conocerse a uno mismo. Dicen que estamos perdidos. Y dicen, también, que existe una herramienta en auge para empezar a escarbar en nuestro propio temperamento: el eneagrama, un sistema de autoconocimiento diseñado para responder a algunas de las preguntas que nos martillean. ¿Por qué somos como somos? ¿Por qué repetimos tantos patrones? ¿Por qué reaccionamos una y otra vez igual al mismo tipo de estímulos? ¿Cuáles son nuestros puntos flacos, cuáles nuestras luces, cuál nuestra mediocridad, cuál nuestro talento? ¿Qué puedo cambiar de mi vida: cuánto es genética, cuánto es cultura, cuánto es socialización, cuánto es carácter, cuánto es ego? Casi nada.
El eneagrama -que no deja de ser un manual de instrucciones sobre la condición humana o un mapa sobre nuestro territorio emocional- señala que existen nueve tipos de personalidad. ¿Sabe usted cuál es el suyo? Un pequeño boceto: El 1 es el reformador (o el perfeccionista), el 2, el ayudador (o servicial), el 3, el triunfador, el 4, el individualista (o el sensible), el 5, el investigador (o pensador), el 6, el leal, el 7, el entusiasta, el 8, el desafiador (o líder), y el 9, el pacificador. Todos tienen un lado luminoso. Todos tienen un lado oscuro.
Borja Vilaseca (Barcelona, 1981), el mayor experto de esta disciplina en habla hispana, ya ha vendido más de 500.000 ejemplares por todo el mundo y ha sido traducido en 21 países. Aunque empieza recomendando que seamos escépticos -con esto y con todo-, asegura que sus lectores dejan pronto de serlo porque “funciona”, porque “es útil, transformador” y porque es fácil “ponerlo en práctica”. Sólo hace falta “ser radicalmente honesto con uno mismo”. De nuevo: casi nada.
Hace 15 años publicó Encantado de conocerme, sobre este mismo tema, y desde entonces no ha dejado de afianzarlo para lanzar ahora Tú eres lo único que falta en tu vida (Vergara), un nuevo ensayo donde nos propone liberarnos del ego a través del eneagrama. A Vilaseca le siguen más de 3 millones de personas en todas sus redes sociales, ha impartido más de 300 cursos presenciales y online para más de 75.000 personas en diferentes países. Él se define como un profesor, un empresario y un agitador de conciencias.
“Está claro que puede haber prejuicios de entrada, pero el eneagrama hay que experimentarlo: yo lo descubrí con 24 años y me cambió la vida”, cuenta. Eso seguro que es cierto, porque Borja Vilaseca no tuvo una infancia ni una adolescencia nada fáciles. Vivió violencia psicológica en su familia y experimentaba “un profundo odio y rechazo en general, pero con mis padres en particular”. A los 14 repitió curso y decidió que el sistema educativo no tenía ningún sentido. “Hice lo mínimo para aprobar y decidí no perder más tiempo”. A los 16 estuvo 5 días en la UVI por un accidente de moto. A los 17, se sumergió en la fiesta, con alcohol y otras drogas. Más adelante le apalizaron…
Toda su vida parecía orientada al dolor y la devastación, hasta que experimentó un cambio. Cuando descubrió el eneagrama, empezó a ver las cosas de otra manera y hasta hizo las paces con sus padres. ¡Se enamoró! De una mujer y de la filosofía. Viajó por todo el mundo. Leyó a Lao Tsé, a Buda, a Jesús de Nazaret, a Séneca, a Osho, a Krishnamurti, pero siempre, subraya, desde su “espiritualidad laica”.
Ahora quiere enseñarnos a diferenciar el “ego” de la “esencia”. El primero es un mecanismo de defensa que hemos desarrollado desde que nacimos -y que acostumbra a herirnos-. La segunda “es nuestra verdadera identidad: ahí está nuestro propósito, nuestro talento, nuestra inteligencia, nuestra felicidad y nuestra sabiduría innata”. De todo eso va el eneagrama: de tratar de hacer asible la enorme diversidad de lo humano.
[¿Cómo eres según tu eneagrama?]
A Vilaseca le interesa revolucionar la vida revolucionando la educación -no está nada mal: el eneagrama ya ha entrado en la Universidad de Barcelona-. Fundó La Akademia, un movimiento ciudadano que promueve educación emocional y emprendedora gratuita para jóvenes de entre 18 y 23 años, presente en más de 50 ciudades de 7 países. También es el fundador de Terra, una escuela de 1 a 18 años que pretende revolucionar el sistema educativo.
Digamos que hay mucho por hacer y que él tiene ganas de todo. ¿Por dónde empezar? Desde luego, por el principio.
P.- ¿Qué diferencia al eneagrama de un nuevo “horóscopo de moda”? ¿Cómo se puede evitar caer en la simplificación de esta herramienta?
R.- Bueno, eso ocurre porque se está popularizando, pero lo primero que yo le diría a tus lectores es que sean escépticos, porque el eneagrama hay que vivirlo y experimentarlo. A mí me ha cambiado la vida. Pero el hecho de que esté empezando a llegar a la mayoría hace que se pueda prostituir, corromper, distorsionar… y que podamos caer en el test rápido. Lo ideal es empezar leyendo un libro, porque es una experiencia intelectual, pero lo fundamental es ir a un curso de fin de semana para conocerlo mejor y tener así la experiencia emocional.
P.- ¿A qué gran pregunta responde el eneagrama?
R.- El eneagrama, en realidad, nos ayuda a conectar con el dolor inherente a la herida de nacimiento que te ha llevado a desarrollar tu personalidad. Cuando lo encuentras, dices “¡eureka!” y alcanzas una comprensión brutal de por qué eres como eres, por qué te tropiezas siempre con las mismas piedrecitas, cuál es tu sombra, tu mediocridad, tu inconsciencia… es un mapa para entender eso pero también tu luz y tus fortalezas. Es un puente entre la psicología y la espiritualidad laica, por supuesto. Si se ha popularizado tanto es porque funciona.
Los profesores y divulgadores tenemos una responsabilidad didáctica de hacerlo sencillo pero también una madurez autocrítica para protegerlo y evitar que se prostituya, porque hay gente que lo usa para juzgar a otras personas o para excusar sus defectos. Todos vivimos dentro de un encarcelamiento psicológico que es nuestra personalidad y que hace que reaccionemos siempre de la misma manera a los mismos estímulos. No somos dueños de lo que sentimos.
"Este sistema te ayuda a conectar con la herida que ha hecho que seas como eres"
P.- El eneagrama, nuestro número particular, ¿nace o se hace?
R.- Las dos cosas. Los seres humanos tenemos un esqueleto físico y un esqueleto psicológico, un modelo mental. Somos como semillas… pero esa semilla crece según las condiciones meteorológicas (cómo son tus padres, tu relación con ellos, a qué colegio fuiste, tu cultura, tu educación, cómo te trataban de niño…). Todos somos uno de los 9 tipos, pero depende también de nuestra semilla, es decir, de nuestra condición nativa y de cómo interpretamos la influencia externa, que siempre se hace de forma subjetiva.
Por ejemplo: “Mi padre nos abandonó”. Ese abandono, un eneatipo lo digerirá de una manera y otro de otra. Tenemos predisposición genética, circunstancias y también un propio cuestionamiento crítico. Tú puedes vivir de manera descentrada, egoica o inconsciente, pero también de forma responsable: depende de tu trabajo interior, pero no hemos recibido educación emocional y vivimos en un victimismo dominante.
P.- ¿Estamos demasiado acostumbrados a echarle la culpa a nuestros padres de lo gilipollas que somos?
R.- (Ríe). Pues un poco, pero eso sucede cuando no asumimos que somos cocreadores de nuestras circunstancias. Gestionar emociones es algo doloroso y la solución infantil e inmadura es culpar a lo de fuera. Lo ideal es asumir lo que somos y también encontrar lo que podemos cambiar. El eneagrama sirve para separar el grano de la paja. “Mi madre me trató de esta manera, vale, pero, ¿qué puedo hacer yo al respecto?”. Todo está en el autoconocimiento.
"Somos cocreadores de nuestras circunstancias: la solución infantil e inmadura es culpar a lo de fuera"
P.- Cuando en el libro hablas de “librarse del ego”, de alguna manera, parece que hablas de librarse de la propia personalidad, que es también lo que nos conforma. ¿No podemos protegerla sin que nos destroce?
R.- El ego, la mente, la personalidad… son mecanismos de defensa, pero tú no eres tu personalidad. Tú eres el ser, la esencia, pero vivimos muy en el ego, muy en el “yo, yo”, “yo soy así”, “cuando alguien me dice algo que no me gusta, me enfado”, “yo me pongo triste”, “yo tengo miedo”, “yo no hago autocrítica”. Pero cuando uno empieza a ser consciente y a observar tu propia personalidad desde fuera, no te tomas tan en serio a ti mismo. Sonríes y dices “ya me conocéis”.
Pero no te machacas por tus defectos ni te vanaglorias de tus cualidades, porque eso viene de serie. No somos nuestra personalidad ni somos nuestros pensamientos. La personalidad sólo es un vehículo para manejarnos por la realidad. Tú no eres eso, igual que no eres tu cháchara mental. El ego nos hace sufrir.
P.- ¿Por qué querríamos librarnos del ego en la era del ego, en la era del selfie, en la era del ombliguismo, la mitomanía y las identidades? ¿No es eso lo que se nos exige para triunfar en este sistema?
R.- Es una gran pregunta. Es cierto que vivimos en una cultura muy egocéntrica y narcisista. La sociedad está profundamente enferma, y ese malestar viene del ego. A pesar de que nos pueda servir un tiempo, acabamos saturados de ego, llenos de crisis existenciales, con ganas de salir de nuestro propio personaje. El ego se paga con infelicidad. La televisión, las redes sociales, el móvil, los tranquimazines… somos una sociedad de yonquis, estamos absolutamente drogados y vamos hipnotizados por el ego. Un día descubres que tu malestar no lo va a solucionar más dinero, más poder o más éxito, ni siquiera lo va a solucionar el hecho de que te quieran más los demás.
P.- ¿Cuándo se estalla? Te he leído que crees que las crisis económicas sirven para espabilar. Es una idea un poco problemática, ¿no?
R.- Sólo despertaremos del todo cuando llegue una macrocrisis, un colapso, porque la gente no cambia hasta que sus circunstancias son insoportables. Y es verdad que la crisis genera mucho dolor a corto plazo, pero mucha transformación a largo plazo. El ser humano va despertando de crisis en crisis. La de 2008, la pandemia, la siguiente que venga… despertamos a base de hostias y somos conscientes del sistema podrido que nos rodea. Estos procesos son necesarios para que venga el despertar masivo de conciencia que han preconizado los grandes místicos y sabios, Sócrates, Buda, Jesús de Nazaret, etc. Es la esencia de las tradiciones filosóficas de la humanidad. Se avecinan tiempos revolucionarios.
P.- Los últimos políticos que nos vendieron una revolución fueron los chicos de Podemos, a partir del movimiento 15-M. Incluso con un influjo mesiánico que recaía en Pablo Iglesias. ¿Te los creíste?
R.- El punto es que las grandes revoluciones hasta ahora las han orquestado minorías que han acabado controlando a la mayoría, se han hecho con el poder y se han corrompido, imitando lo que se hacía antes. Yo hablo de un cambio individual. Los ‘hierbas’ dicen que sólo el 5% de la población está despierta (ríe). No sé si es así. Pero va a más y yo creo que es imparable, llevo veinte años viéndolo. Todas las revoluciones hasta ahora se han hecho desde el ego, pero lo único que cambiaba era la ideología. Podemos es un movimiento victimista que crea ciudadanos victimistas, que vende indignación, señala problemas y espera que el Estado resuelva el problema de los ciudadanos. Un individuo consciente no espera nada del Estado, resuelve sus propios problemas.
"Si la gente dejase de ser victimista, el Estado no existiría, o sería muy pequeño. Aún es utópico"
P.- Pero la sociedad está organizada en Estados. ¿Nos los cargamos, o cómo va esto?
R.- Sí, pero si la gente dejase de ser victimista, el Estado no existiría, o sería muy pequeño. Aún es utópico, claro. Necesitamos un cambio profundo en la educación, madurez, responsabilidad e inteligencia emocional para que los ciudadanos se hagan cargo de sí mismos y ocupen profesiones que aporten valor a la sociedad. Así acabaríamos con el populismo y la partidocracia. El tamaño del Estado es proporcional al infantilismo de la sociedad, en este caso de España. Hay que acabar con el poder tan grande que tiene el Estado sobre el individuo, vivimos en un Estado totalitario.
P.- Entonces, ¿no votamos?
R.- Las personas conscientes no votan. Es lo que se llama la abstención activa. Si el sistema político está corrompido, no existe la democracia, existe la partidocracia. Nosotros estamos marginados.
P.- Este tipo de cosas siempre me generan cierta fricción, cierta incomodidad. Cuando tenemos techo, comida y sustento podemos jugar a hablar de destruir el Estado, pero desde luego, no todo el mundo tiene la misma suerte. Hace mucho frío ahí fuera, ¿no crees? ¿Qué hacemos con ellos?
R.- Hoy en día hay un montón de gente que es capaz de valerse por sí misma, que puede tener trabajo e ingresos, pero el Estado les ha hecho creer que son dependientes. El Estado crea gente dependiente cuando no lo es. Es cierto que hay personas con enfermedades o discapacidades que no pueden valerse por sí mismas… y tenemos que ayudarles entre todos o no podrían con ese frío, como tú dices.
El altruismo, la solidaridad y el espíritu cívico son siempre bienvenidos, pero no pueden generar una cultura parasitaria llena de gente que vive de las subvenciones cuando puede valerse por sí misma. Nos educan para ser ovejas y obedecer. Se trata de que nos convirtamos en nuestra propia autoridad y a la vez ser capaces de poner nuestra vida al servicio de los demás, protegiendo a los desfavorecidos. Hay una responsabilidad civil.
P.- También estás creando una escuela. Un nuevo tipo de escuela, digamos. ¿En qué consiste, en esencia, y cómo modifica al sistema educativo actual?
R.- La Escuela Terra no prepara a los chavales para Selectividad, sino para ser felices, libres, disfrutar de la vida y ser autónomos. Les enseña a valerse por sí mismos mediante educación emocional personalizada. Vamos descubriendo qué motiva a cada alumno, qué se le da bien y qué intereses tiene para enfocarlos en eso y prepararles para la vida.
P.- ¿Hay notas? ¿Deberes?
R.- No hay notas ni deberes ni exámenes. Hay evaluaciones amables para alumnos, profesores y hasta padres, y autoevaluaciones. El sistema educativo industrial es egoico y de creencias limitantes.
P.- En algún momento hay que pasar por el aro del sistema, ¿no? ¿Cómo accederán esos chicos a la universidad si han estado siendo educados por otros parámetros?
R.- A los 16 años se les puede empezar a preparar para Selectividad y sacarán muy buena nota. La Selectividad es memorización. No por eso hay que subyugar toda su trayectoria escolar. De todos modos, no creo que la gente siga creyendo en 20 años en los títulos universitarios. Mis hijos tienen 8 y 10 años y no creo que estudien en la universidad. Es un sistema obsoleto.
"Mis hijos tienen 8 y 10 años y no creo que estudien en la universidad. Es un sistema obsoleto"
P.- ¿Y cómo se defenderán en el mercado laboral?
R.- La Universidad hoy en día no abre ninguna puerta y no te garantiza nada, te lo digo yo como empresario. Lo importante es aportar un valor diferencial, pero la peña está perdidísima: dos carreras, un máster, un doctorado… y nada de esa trayectoria intelectual te aporta éxitos, garantías y ni siquiera estabilidad financiera.
P.- ¿La memoria no es importante para la educación?
R.- Está demostrado científicamente que al estudiar y memorizar, olvidas en dos semanas. Yo no me acuerdo de nada de lo que estudié. Era un gamberro y me va bien en la vida: no hay correlación. La memoria es importante para aprender del pasado, para recordar los errores y para obtener un poso de sabiduría. En nuestro sistema Terra habrá memorización, pero no va a ser la protagonista: tendrá un 5% de relevancia frente al 90% del sistema educativo industrial, que te enseña a hacer fórmulas matemáticas o te obliga a memorizar cosas que están en Google. ¿De qué coño sirve saber en qué año se coronó Luis XIV? Es un sinsentido.
P.- ¿Qué se estudia entonces en Terra?
R.- Hay once dimensiones de la educación consciente, por ejemplo, la corporal (cómo alimentarte, dormir, cómo cuidar tu salud, tu energía, tu educación sexual), la emocional (felicidad, autoconocimiento, emociones), espiritual (sentido de la vida, propósito, trascendencia, espiritualidad laica siempre), artística, científica, social, comunicativa, ecológica, financiera… es un sistema personalizado en conocimiento y experiencia. Es el ejemplo de querer medir a los alumnos por cómo suben a un árbol, pero los alumnos son un pez, un mono, una ballena, un elefante, una mosca y un renacuajo. El pez tendría fracaso escolar y el mono sacaría un 10. Los chavales están basando ahora su autoestima en un tipo minúsculo de inteligencia residual.
P.- ¿Cuándo calculas que tocará a su fin nuestro actual sistema educativo?
R.- No lo sé, creo que hay que tener paciencia revolucionaria. Deseo que pronto. Me juego una cerveza contigo a que en 2040 ya estará finiquitado .
P.- Quiero saber tu opinión sobre otro debate vivo, y es el de cuántas horas semanales debemos trabajar. Hay quien propone, como Errejón, que los días laborables sean cuatro.
R.- Te lo digo con cariño, yo no trabajo. Soy un apasionado de lo que hago, uso mi vocación, mi entusiasmo y mi experiencia para despertar la conciencia de la sociedad a través del autoconocimiento, y apenas distingo entre días festivos y laborables. Trabajo muchísimo en sentido técnico, pero también tengo tiempo para estar con mi mujer y mis dos hijos. El problema es que la sociedad está estandarizada. Yo estoy encantado de crear. Mira, me apuesto dos cervezas ahora y te cuento otra cosa.
P.- Dime.
R.- Se acerca un enorme desempleo tecnológico. La tecnología, la robotización, la inteligencia artificial, la digitalización de todo… este proceso imparable en el que estamos va a destruir millones de puestos de trabajo industriales obsoletos, y la gente de mentalidad industrial no va a poder reinventarse. Eso es el desempleo tecnológico. A 20 años vista… ¿qué hacemos con esta peña? Tú no quieres que sea gente desesperada o que no tenga nada que perder y vaya a liarla y a quemar contenedores, porque cuando esto suceda habrá violencia. Así que ahora se habla de renta básica, tú me dirás: para que la gente tenga lo mínimo para tener… pan, vino, Netflix gratuito y marihuana legal para dejarlos hipnotizados a todos. Eso lo dicen los catedráticos de economía. Yo no.