El escritor y periodista Máximo Huerta publica con editorial Planeta: París despertaba tarde. Novela ambientada en París, 1924. A punto de celebrarse los Juegos Olímpicos y tratando de dejar atrás las consecuencias de la Gran Guerra. Una época de gran eclosión artística, donde confluyen actores, artistas locales, prostitutas y canallas y donde hay “mermelada verde”; el combustible de las fiestas.
La entrevista tiene lugar en París. Máximo nos invita a hacer un recorrido por los lugares más emblemáticos en los que está enmarcada la novela. Comenzamos subiendo la escalera de la Basílica de Sacre Coeur. Primero porque es una colina, y la novela, es de ascensión de una chica desde la pobreza de Montparnasse que sube aquellos peldaños, hacia lo que es un encargo, y que para Máximo fue su momento de mayor epifanía; el génesis del por qué escribió esta novela, que nadie lo conoce y que se encuentra en un mosaico del Sagrado corazón.
“Dos Valencianas de 1924. Vestidas con seda de Garín, talleres que todavía siguen en marcha y suman ya 200 años. Y son las telas que llevan las falleras. Una está sentada y la otra vestida con falda roja con los brazos extendidos sosteniendo a un niño como ofrenda; su perfil es una mezcla de Concha Piquer y Kiki de Montparnasse. La pregunta es: 'Por qué hay dos valencianas en el Sacre Coeur. La investigación de las telas me lleva a descubrir que es un encargo real de los telares y a partir de ahí, empiezo a crear mi novela”, explica Huertas.
Respuesta: Sí, dos personajes, que como son míos, me apetecía construir una novela nueva independiente. Una en la que se disfrutara el momento más festivo de un París que para mí es irresistible, el París de los años 20.
P.—¿Qué tiene esta época que tanto encandila a Máximo?
R.—Yo creo que debería haber una clase más, donde a todos nos enseñaran cómo después de una guerra, el mundo puede reponerse, cómo puede reconstruirse. En esos años después del dolor, la gente quiere olvidar y la solución es divertirse, y la creatividad. Veníamos de una guerra que no calma las heridas, no revive a los muertos, no quita amputaciones, pero sí cambia la mirada de ser, cambia la forma de ser y la mirada hacia la vida de gente absolutamente joven.
P.—¿Debemos conocer la historia y olvidarnos de ella o tenerla presente y aprender de ella?
R.— Es olvidar y dejarlo ahí para saber, para no repetir. Aunque el ser humano es especialista en repetir, en errores de todo tipo, tanto como país como como individuo. Pero sí que en algunos momentos tienes que olvidar para poder seguir adelante o no. Amontonar cosas viejas no sirve para nada. A veces hay que tirar para volver a llenar.
P.—¿Y no mirar atrás?
R.—A mí me gusta mirar atrás. Mira si estoy mirando en los años 20. Pero, en mi vida personal, miro hacia atrás sin regodearme, no entiendo la nostalgia o la melancolía. No como algo espeso. Creo que es bueno fantasear con lo que ya ha pasado y mirarlo con un tono sabroso.
P.—¿No hay que ser río? como dice una de tus protagonistas. Porque el río nunca mira hacia atrás.
R.—Es que el río sigue. Yo no lo soy. Por eso puedo decir aquello que pasó y puedo corregirme. El error está ahí, pero puedo, igual que París hizo con los Juegos Olímpicos, y aunque le salieron mal, los volvió a hacer y se limpió un poquito esa espina que tenía Alice en la novela. Como no es río, puede perder el arrepentimiento, perder la culpa o al menos pasar página y empezar una vida nueva. No somos río.
P.—La amistad es un tema indiscutible y fundamental en esta historia.
R.—Fíjate, los amores se van, pero los amigos normalmente permanecen. Y la amistad en esta novela es clave, sobre todo la amistad entre mujeres que se han quedado solas en la guerra. Mujeres que tienen de pronto que tirar hacia adelante y encontrar trabajos, en estos años 20. Hay fotografías de mujeres amigas fumando, sentadas, la falda más corta, otro tipo de tacón, ropa amplia, ya el pelo corto... Entonces dices: estas mujeres estaban ya disfrutando de su vida. De su vida, no la vida con.
P.—De la amistad verdadera entre Kiki y Alice al dolor de ver marchitarse a una amiga.
R.— Es que a veces hay gente que duele. Hay gente sufrida ajena, de problemas ajenos. Son esos que empatizan mucho. Alice es un personaje con arrepentimiento y con pena y Kiki es la soga, que te saca. Hay personas corcho y personas plomo. Hay amistades que se te acercan a ti y te hacen estar flotando no como una nube sino que te mantienen a flote, y Kiki es una mujer corcho.
P.—Gustave Flaubert aparece mucho en su libro.
R.—Estoy de acuerdo. Flaubert sale mucho en mi libro.Yo disfruto creando la novela y aunque parezca novedad, todos mis gustos los puedo trasladar a la novela. La posibilidad de crear y meter a gente a la que a ti te gusta. Te da una libertad creativa. Todas las cosas que decía, parece que se hayan escuchado ayer… Yo tengo una memoria para todo, también para las cosas malas. Flaubert en la anterior novela me ayudó mucho con algunas enseñanzas, lecturas...
P.—Habla también, por supuesto, del amor y lo que es querer, ese querer de sus padres y de sus hermanos en una época muy difícil.
R.—Ella se ha sentido querida, pero del amor que hablo yo en la novela es un amor total. Hay amor de amigas, amor frustrado de la maternidad, un amor incómodo por no haber sido una hija como esperaban que fuera.
Está el amor entre los hermanos. El amor es el eje de todas las historias de la vida. Y entonces, yo aquí lo he pintado como de varios colores. Me gusta ese colorido.
P.— ¿Por qué escribe?
R—Porque a veces necesito contar historias. Y como periodista, una historia la puedes contar en un fragmento corto, en una página o en un minuto de radio, pero contar una historia en un libro me permite disfrutar. Fundamentalmente escribo porque disfruto escribiendo, si no, no lo haría. No me metería en el complicado terreno de construir una novela y tengo respeto por todos los que escriben novelas, hasta por las que no me han gustado, porque tienen su tiempo, porque han dedicado horas, porque han tenido una inspiración o una búsqueda de querer crear.
Todos queremos hacer la mejor novela de nuestras vidas. Y durante todo este tránsito, lo consigues o no, pero para mí yo disfruto escribiendo. Y con París despertaba tarde he disfrutado más que nunca. He disfrutado mucho y tengo un pálpito muy bueno con esta novela porque a mí me gustaría leer esta novela.
P.—Mujeres que hicieron de modelos para los artistas a quienes desnudaban sin miramientos y no fueron reconocidas. Kiki Montparnasse fue el máximo exponente de los años 20. Sufrió también en sus carnes la arrogancia y el desprecio de aquellos artistas formidables. Era capaz de maquillar la vida.
R.—Exactamente. Kiki se maquillaba y maquillaba la vida y cuando veía en un local aburrimiento, tal cual, y así lo cuenta ella, decía: “Que se suba la música, hay que bailar”. Y se subía a la mesa y vaciaba el bolso y se pintaba más, y se subía la falda un poco más, tenía un radar, un radar de vida y lo cuenta ella en su libro muy bien, muy mal escrito en el sentido de poco literario, pero absolutamente vital. Entonces te cuenta que tenía un radar y decía, esto hay que animarlo.
P.—¿La vida es una mezcla de tristeza, asombro, alegría y esperanza?
R.— Sí, y muchas cosas más, seguramente. La vida es un gran cóctel de adjetivos y de lugares y de personas. Y ojalá tenga mucha salud para que se llene de adjetivos.
P—.Petit Prince es el nombre de un perro que aparece en tu libro. ¿Cuándo llegó Doña Leo a su vida?
R—.Hace 13 años. Es una perra. Ya una señora, es una Doña. Ya con todas las complicaciones de la edad. Y llegó hace 13 años, cuando yo tenía todavía la anterior. Fíjate, acaba de darle el nombre a una librería, una perra, que encontré en la calle.
La perra es mi primera lectora, porque como corrijo en voz alta, para ver si suena bien la frase, que tenga musicalidad. Si no tiene musicalidad, no fluye. Las palabras están hechas para que tengan música. Y entonces, mi perra es la que me escucha y creo que todo le gusta.
P—.Empezó a escribir esta historia hace 10 años, casi como una obsesión, pero tuvo que interrumpirla.
R—.Sí. Mi madre enfermó y después sufrió una caída. Ella me contaba momentos vividos. Y yo sentí la necesidad de parar con la novela, y empezar a escribir sobre cosas mías mientras cuidaba de mi madre junto a su cama. No pensando en publicarlas, pero al final lo hice y gané el premio Fernando Lara 2022 con Adiós, pequeño.
P—.La librería es tu sueño. ¿Le quedan más sueños?
R—Sí, pero yo soy de los que no se pone metas. No soy deportista. A la vista está. Prefiero dejarme sorprender y que vayan viniendo muchas más. Que vengan más.