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Cuentan las leyendas que era el Frank Sinatra de las rancheras. Cuentan que no se iba del estadio hasta que el público no dejase de aplaudir -y que su demora siempre le traía problemas con los organizadores de los conciertos, pero que él se hacía cargo encantado de las multas-. Cuentan que el poderío de su voz, aún sin micrófono, era capaz de atravesar una colina entera. Cuentan que amasó dolores -como el secuestro de su hijo, que acabó mutilado- y que los causó de vuelta -con sus infinitos affaires extramatrimoniales y su rechazo a los homosexuales-. Cuentan que el ídolo también tenía un ídolo y que ese era José José: ahora cantan enganchados en alguna nube empapadita de tequila.
Cuentan que el hombre que le cantó a los amores despechados hasta el cierre de las cantinas llevaba un marcapasos para sujetar las riendas de su propio corazón, porque la poesía tiene estas cosas. Cuentan que un astrólogo colombiano predijo el día de su muerte hace escasos meses y que tuvo la mala fortuna de acertar. Cuentan que hoy hasta Beyoncé le extraña desde sus redes sociales.
Cuentan que con dinero y sin dinero hizo siempre lo que quiso y que su palabra era la ley. Cuentan -como ya avisó en su versión mítica de José Alfredo- que llueva lo que llueva seguirá siendo el rey. Yo sé bien que estoy afuera, pero el día que yo me muera, sé que tendrás que llorar. Profecía autocumplida: le han llorado millones de personas en todo el mundo. Más de 50.000 feligreses acudieron a besarle la caja en su funeral.
Vicente Fernández era un charro como los de antes, con la pistola en el cinto: la sonrisa canalla blanquísima, embaucadora, carismática; el bigote sempiterno sobre el labio; el ricillo salvaje derrapándole en la frente; el espíritu aventurero y macho de un Clint Eastwood a caballo. Salió de la nada, Vicente, como todas las cosas tocadas por la varita de Dios. Vendía lechuguillas de agave con catorce años y se paseaba por las bodas y las fiestas de los amigos para echarse unas coplillas. Ganó un concurso amateur y se puso a currar en un restaurante antes de que la vida le diera su primer gran revés con la muerte de su madre, que falleció de cáncer cuando él tenía poco más de veinte.
Cuquita, su amor
El mundo se llevó a la mujer de su vida y le devolvió a otra, su compañera para siempre: la buena de María del Refugio, más conocida como Cuquita, vecina del barrio desde cría. Era hermana de uno de los mejores amigos de Vicente y empezó a camelarla en sus visitas a casa del compadre, cuando ella tenía 17 añitos. Un día el Chente se armó de valor y la abordó en la puerta de la iglesia para entregarle una flor y anunciarle que se había propuesto conquistarla, ¡menudo era él! Sin embargo, su deseo de vivir en Ciudad de México para buscarse la vida como cantante le alejó momentáneamente de ella.
"Te doy diez minutos para que dejes a tu novio. Nos casamos el 27 de diciembre"
Eso sí: no conseguía olvidarla. En uno de sus viajes de regreso a Huentitán se lo comieron los celos al verla saliendo con un nuevo chaval y le vino la iluminación de que no volvería a perderla nunca. "¿Ese chaparrito es tu novio, Cuquita?", le dijo. "Sí". "Bueno. Voy a pasar a tu casa mientras espero". "¿A qué, Chente?". "A que lo dejes ahora mismo. Te doy diez minutos. Nos casamos el 27 de diciembre", alicató.
Y así fue, hasta este mes mismo. Sesenta años de lucha a pachas. Un equipo arrollador de complicidad y ternura. "No hay nada más bonito que vivir y dormir con la misma mujer hasta que la muerte nos separe", comentó él en una entrevista, con las lágrimas saltadas. "Si ahorita me preguntaran: ¿volverías a ser bolero?, ¿volverías a ser albañil?, ¿volverías a ser peón, si te regresáramos a tus padres? Yo lo aceptaría con mucho gusto, siempre y cuando me dieran a mi misma esposa, a mis mismos hijos y a mis mismos nietos", sentenció.
Cuquita siempre dijo que Vicente era su esposo de puertas para adentro, pero que de las puertas del rancho para afuera, era del público. Literalmente. Eso la hizo asumirse como una esposa abnegada que toleró sus célebres infidelidades -"no soy ningún santo, se trata de ser discreto"- a cambio de que siempre volviese a casa al dar por finalizadas las tropelías. Le adoraba sin remedio. Le veneraba con devoción. Le dio tres hijos -tres 'potrillos' varones, como los llamaban ellos: bien conocen ustedes al también cantante Alejandro Fernández- y una hija adoptiva, que era, en realidad, la sobrina de Cuquita.
El secuestro de su hijo
Su hermana no podía mantenerla y el matrimonio la acogió cuando tenía tan solo unos meses. Era la debilidad de Chente, la niña de sus ojos. Cuando la cría tenía cuatro años, su madre biológica intentó llevársela y él enloqueció. Le recuerdan gritando, bramando, entrando a la hacienda llorando a mares y blasfemando como un animal herido, clamando por su "chiquita". Un tiempo después consiguió recuperar a su hija con el consentimiento de su cuñada.
Vicente Jr. estuvo cautivo cuatro meses: Chente llegó a pagar cinco millones de dólares por su rescate
Pero los devenires del patriarca no acabaron ahí: en 1998, su hijo mayor, Vicente -siempre sobreprotegido por el clan por haber nacido prematuro- fue secuestrado en el rancho de su familia. La crueldad de los maleantes fue inédita: obligaron a Chente a seguir adelante con los conciertos que tenía programados para no levantar sospechas y le cortaron dos dedos a su vástago para enviárselos a modo de prueba. Estuvo cautivo cuatro meses. Vicente Fernández llegó a pagar cinco millones de dólares por su rescate. De la desesperación de ver a su hijo mutilado, buscó por todo el país especialistas para que le amputaran a él los dos dedos que había perdido su vástago y donárselos. Evidentemente, no era lo deseable médicamente.
La sorpresa vital continuó: tiempo atrás, Vicente había tenido un largo affaire con la actriz Patricia Rivera desde que se conocieran durante el rodaje de la película El Arracadas, en 1978. Ya en los ochenta ella anunció que él era el padre de su hijo Pablo y Chente lo aceptó como tal, como a uno más, se hizo cargo de sus gastos y lo recibía en su hacienda cada vez que quería. Pero tras el secuestro de Vicente, la familia fue a contratar un seguro... "Nos sacaron sangre a todos, por si nos volvían a mandar un dedo, saber realmente si era de mi hijo o no. Ahí fue donde detectamos, dieciocho años más tarde del engaño, que Pablo no era mi hijo", reveló en una entrevista. Casi nada. Después de ese desencanto, perdieron relación para siempre.
Militante del PRI
Políticamente, Fernández fue un cantante comprometido, aunque ésta es una de sus facetas más desconocidas. Militó durante mucho tiempo en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó México de 1929 a 2000 y nuevamente entre 2012 y 2018. ¿Cuál es su ideología? Difícil de discernir, porque ha sido una organización voluble que ha cambiado muchas veces de sombrero. Aúna pinceladas de neoliberalismo y de socialismo europeo, mantiene relaciones respetuosas con la Iglesia aunque no estrechas, pero tampoco puede considerarse liberal porque es de corte autoritario. De centro derecha, lo llaman algunos allá.
Fernández acudió a eventos importantes del partido para poner su nombre, su cara y llegó a actuar entonando Esos celos para el que fuera presidente Enrique Peña Nieto. También mostró su apoyo a Hillary Clinton en aquellas elecciones cruentas de 2016 en las que se enfrentó al finalmente victorioso Donald Trump. Le pidió a la candidata que, si llegaba al poder, "no se olvidase de todos nuestros hermanos mexicanos y latinoamericanos".
¿Un hígado gay?
Los últimos años de la leyenda no dejaron de estar plagados de polémicas por sus salidas de tono, propias de un hombre que se sentía soberano e invencible. En 2019 contó en una entrevista que hacía unos años, estando gravemente enfermo, había rechazado un trasplante de hígado porque no se hubiera sentido cómodo yéndose a la cama con su esposa portando el órgano de un hombre desconocido "sin saber si era homosexual o drogadicto". Además de las feroces críticas por su comentario abiertamente homófobo, llovieron las chanzas en internet sobre cómo habría sido la vida de Fernández de haber aceptado el "hígado gay".
Vicente Fernández dijo que no aceptó el hígado porque no podía saber "si era de un homosexual o un drogadicto"
Le pillaron en más renuncios sonrojantes, como en una fotografía en la que aparecía agarrándole el pecho a una joven fan. Él dijo que era una broma: "Yo ofrezco una disculpa de todo corazón. Si hubiera querido hacer algo, no lo hago ahí, la hubiera llevado a las caballerizas", alegó. Besos y más besos en la boca a sus seguidoras y de aquí y de allá, inmortalizados en imágenes virales que ponían en cuestión su honorabilidad. No faltaron las voces de mujeres que denunciaron haber sido acosadas por él en su tiempo, aunque el tema no llegó a mayores.
A su familia, plin: siempre cerraron en filas en torno al patriarca, al que miraban como a una deidad. A él mismo los rumores le resbalaban, como cantó en su histórica ranchera: A mí no me asustan tipos de lengua larga / que sólo presumen para apantallar. / Yo soy de los hombres que no temen nada / y aunque esté perdido, no me sé rajar.
Ha fallecido a los 81 años un tipo único, complejo, contradictorio, una voz torrencial que puso banda sonora sentimental a nuestra vida, a nuestras nochecitas alegres y a nuestras mañanitas tristes. Hoy tiene a los ángeles caídos, como él, cantando la de Volver allá en las taquerías de lo alto. Llegaré hasta donde estés, yo sé perder, yo sé perder, quiero volver, volver, volver…