El cuarto creciente brilla como un foco a medio gas rodeado de temblores plateados. Son las 4:30 de la madrugada. Los plomizos 39 grados de la tarde anterior son ahora una agradable brisa estival. La pick-up blanca de Pizarro, capitán del Escuadrón de Zapadores Paracaidistas (EZAPAC), cruza a toda velocidad la verja coronada por concertinas de la base aérea de Alcantarilla, en Murcia. Adentro, en un pabellón al aire libre, decenas de soldados, suboficiales y oficiales equipan sus mochilas cargadas de paracaídas, revisan sus altímetros y máscaras de oxígeno, ajustan sus chalecos portaplacas, comprueban los cargadores de sus G36, aprietan los broches de sus brújulas de muñeca y, en los enganches de sus cascos de protección balística, las gafas de visión nocturna que les permitirán desplazarse por el terreno a estas horas intempestivas que seducen a los supervivientes de la medianoche con su embrujo de peligros y resplandores.
"Sólo merece vivir quien por un noble ideal está dispuesto a morir". El lema del escuadrón, bordado en tela en los parches y banderas de la unidad, resuena como un mantra en los corazones de sus militares. Se ponen en pie, pertrechados con sus bultos de más de treinta kilos. A lo lejos, rompen el silencio las hélices de un T-21, el Airbus C-295 que los pilotos del Ala 35 del Ejército del Aire y del Espacio, aliados indisociables del EZAPAC, vuelan con una destreza insólita. La cáfila armada pone rumbo a toda prisa a la pista de despegue, donde el leviatán del aire, con sus compuertas abiertas de par en par, desvela, seductora, sus metálicas entrañas.
"¡Preparados!", grita el comandante, y todos los hombres y la única mujer de la escuadrilla, teniente y JTAC del equipo, firmes, se colocan las máscaras de oxígeno. Nada más subir a bordo, deben conectarlas a unas consolas que distribuyen el gas a sus respiradores a través de unos tubos negros, porque la aeronave está despresurizada y cuando llegue a los 4 kilómetros de altura, unos 13.000 pies, esa será la única forma de respirar sin sufrir barotraumas ni desmayos. Una vez arriba, las bombonas tienen capacidad para permitir la respiración de los tripulantes durante casi diez horas. No necesitarán tanto.
El mastodonte alado engulle a su carga humana, vuelve a encender los motores y coge velocidad en la pista de despegue hasta separarse del asfalto y desaparecer en la oscuridad de la madrugada. Son las 5:30 y a través de las ventanillas aún no hay ni rastro del crepúsculo. El interior del avión sólo está iluminado por luces doradas y rojas. Los bultos de los zapadores, donde llevan dos paracaídas, uno para el salto, otro de repuesto por si el primero falla, reposan anclados al suelo, en el estibaje. Algunos soldados llevan guantes, para evitar el frío. En estas fechas y horas, al lanzarse pueden sufrir los 15 grados bajo cero; en febrero rozarían los -40ºC.
El piloto advierte a la tropa de que ya están a la altura ideal y los saltadores, haciendo gala de su férrea disciplina, se preparan para la infiltración nocturna. Se trata de un ejercicio militar, un simulacro, pero la ejecución debe ser ejemplar, ya que un error hoy puede costarles la vida mañana, cuando haya fuego real. El EZAPAC, al fin y al cabo, es de los pocos escuadrones de élite que tienen actividad permanente fuera de España, y su máxima habilidad consiste en infiltrarse en terrenos insidiosos, tras las líneas enemigas, sin ser detectados. Son los fantasmas de la noche; ángeles armados que se mecen bajo sus campanas impulsados por el viento.
El equipo, que pertenece a la Escuadrilla de Fuerzas Especiales del EZAPAC, se pone en pie, todos sus integrantes en fila, y el piloto del T-21 abre las compuertas. No hay tiempo que perder. "Tengo luz verde. ¡Vamos!". Uno tras otro, como águilas a la caza de sus presas, se lanzan al vacío. Todo está oscuro; deben guiarse por las indicaciones que les dan sus compañeros en tierra o a bordo de la aeronave, por las pequeñas lucecitas rojas que titilan en sus pechos; no falta su principal aliado en las infiltraciones sin luz, las gafas de visión nocturna de fósforo blanco NVLS (Night Vision Laser Systems), que se encuentran entre las más avanzadas de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, y que en este caso utilizan para orientarse durante el descenso.
Esta noche, los paracaidistas del EZAPAC realizan dos lanzamientos diferentes, conocidos como HALO y HAHO, que responden a las siglas anglófonas de High Altitude-Low Opening y High Altitude-High Opening. En el primer caso, se lanzan a 5, 8 y hasta 10 kilómetros de altura y abren sus paracaídas a 1.500 metros del suelo; en el segundo, lo despliegan nada más lanzarse, y eso facilita su navegación, es decir, su capacidad de maniobra en vuelo, algo ideal para infiltrarse tras las líneas enemigas desde territorio aliado, ya que pueden desplazarse entre 40 y 60 kilómetros en el aire. De hecho, ostentan el récord de España en navegación.
"Llevamos dos paracaídas iguales por si uno falla, el segundo siempre plegado por un especialista. La idea es que la misión siempre se cumpla aunque haya problemas", asegura, ya en tierra, el capitán Pizarro [nombre ficticio; prefiere no desvelar su verdadera identidad por prudencia], quien a sus 31 años lleva ocho en Alcantarilla y hoy es líder del adiestramiento de esta escuadrilla. "Yo soy de los que cree en el paracaidismo como método de inserción, porque si no esperas un ataque, es prácticamente imposible localizarnos hasta que tomamos tierra".
El Escuadrón de Zapadores Paracaidistas consta de unos 220 efectivos. Se localiza en la base aérea alcantarillera y nutre de especialistas a otras unidades del Ejército del Aire y del Espacio, como la Patrulla Acrobática de Paracaidismo del Ejército del Aire (PAPEA). El EZAPAC se divide, asimismo, en tres escuadrillas. Por un lado está la de 'apoyo operativo', todos aquellos que estudian y mantienen las comunicaciones y el equipo especial, los plegadores de paracaídas, los armeros, los especialistas en drones, los conductores y mantenedores de vehículos y embarcaciones. Por otro, están los equipos de fuerzas especiales, los que llevan a cabo las misiones operativas. A este bloque pertenece la selección de soldados que practica los ejercicios de paracaidismo que lidera el capitán Pizarro. Finalmente, la tercera escuadrilla es la de instrucción, y la conforman todos aquellos aspirantes que aún no han conseguido la boina verde.
"Para entrar en el EZAPAC hace falta pasar un periodo de selección de nueve meses. Cuatro de ellos corresponden a una fase básica pero muy intensa donde hay que demostrar dureza física y fuerza mental", explica Pizarro. "A los aspirantes se los somete a situaciones de estrés y mucha tensión. Podemos estar diez días sin dormir, despertándonos cada dos horas con el sonido de las alarmas; otras veces, nos sacamos de la zona de confort y hacemos ejercicios empapados, lo que poco a poco acaba minando la moral. No queremos superhombres, sino gente dispuesta a hacer lo necesario en situaciones extremas. Después, estudiamos una fase más avanzada y técnica, donde aprendemos sobre reconocimiento especial, acciones directas o 'golpes de mano' y asistencia militar".
Esos son los tres pilares en los que se ha especializado el EZAPAC. El primero, las acciones directas, son operativos contra objetivos de alto valor, como emboscadas o recuperaciones de rehenes. El reconocimiento especial incluye la obtención de información tras las líneas enemigas para transformarla en inteligencia. En tercer lugar, la asistencia militar implica la formación y entrenamiento de tropas de otras naciones para defender su propio territorio proporcionando mayor estabilidad en escenarios de terrorismo, mafias o territorios desestabilizados por fuerzas ajenas al orden constitucional. En esta última línea, operan de forma indefinida en Irak y, anualmente, viajan a Senegal para formar tropas locales que eviten la desestabilización del Sahel.
"Además, somos lo que se conoce como 'especialistas en integración aire-suelo'", afirma el capitán Pizarro. De ahí que entre sus equipamientos se encuentren más vehículos VAMTAC que aeronaves –muchos de los operativos los hacen junto al Ala 35 del Ejército del Aire y el Espacio, cuya base está en Getafe– y que dispongan de un material táctico para personal extremadamente avanzado, especialmente en cuanto a comunicaciones.
Mientras Pizarro desvela algunos de los entresijos del EZAPAC, el teniente coronel Lozano, jefe del Escuadrón, llega a la pista de aterrizaje, donde aún rugen los motores de un segundo avión repleto de soldados. Tiene un aspecto rudo, firme, esa naturaleza granítica propia del veterano militar, una voz grave y rápida, como su cabeza, coronada por una boina verde esmeralda. "Tenemos cuatro bloques en los que somos especialistas. El primero son los conocidos como Fuegos Conjuntos o Joint Fires", explica al preguntarle por las especialidades del EZAPAC en el frente de batalla.
"Esto quiere decir que tenemos personal altamente especializado. Identificamos objetivos y los acometemos mediante armamento aéreo o de artillería, siempre evitando daños colaterales o civiles. Marcamos dónde debe caer la bomba, ya sea lanzada a través de artillería de campaña, fuegos navales o armamento desplegado desde el aire [aviones de ala fija, helicópteros o RPAS]. La segunda gran área sería el Control de Combate Terrestre, que consiste en preparar zonas de asalto para que el personal de otras unidades pueda saltar en paracaídas o efectuar lanzamientos de cargas para abastecimiento de fuerzas propias o en escenarios de crisis humanitaria. También balizamos pistas de aterrizaje para insertar aviones de ala fija o helicópteros".
Otra de las líneas de especialización del EZAPAC es la conocida como Personnel Recovery, es decir, la recuperación o rescate de personal, tanto combatiente como no combatiente o personal civil, en áreas de riesgo en las que se han quedado aislados y su vida está comprometida. "En este ámbito proporcionamos equipos de extracción, personal especialmente adiestrado que entra tras las líneas enemigas desde un avión, o a pie, en vehículos, o través del agua, para contactar y estabilizar ese personal y recuperarlo hasta zonas seguras". En cuarto lugar, son expertos en la utilización de sistemas de medios aéreos pilotados remotamente o RPAS, como vehículos aéreos no tripulados (UAVs), y drones de combate. "Manejamos los orgánicos de la unidad o gestionamos en tiempo real aviones pilotados desde cientos o miles de kilómetros, a los que decimos dónde poner los ojos".
PREGUNTA.– ¿Cuál es el equipamiento destacado del EZAPAC?
RESPUESTA.– Los equipos de comunicaciones. Todas las radios son de la empresa Harris, la más puntera del mercado, que nos hacen 100% compatibles con la OTAN y Estados Unidos. Es un equipamiento cifrado, robustecido, cripto, que nos permite contactar con escalones superiores e intraequipos de forma rápida y segura. En cuanto a armamento, contamos con una gran panoplia: desde pistolas con supresor, sin supresor y fusiles de asalto estándar, como los G36 ECO versión KV, hasta lanzagranadas, equipos anticarro, fusiles de francotiradores de todos los calibres, desde el 308 hasta el 50, automáticos y semiautomáticos, casi todos de la familia Accuracy. También tenemos designadores láser terrestres Radler, GPS militares que nos permiten trabajar en entornos degradados electromagnéticamente, equipos de visión nocturna, cámaras térmicas, visores de largo alcance. En cuanto a vehículos, hay desde pick-ups para misiones encubiertas hasta blindados con protecciones antiminas.
P.– ¿Con qué tipos de paracaídas cuentan?
R.– Tenemos paracaídas para saltar en automático con campana redonda, lo que significa que el paracaidista no acciona la apertura, sino que se abre directamente porque va enganchado a un cable en el avión. Luego hay paracaídas deportivos, que usamos para formar a la gente o para que amplíe sus conocimientos. Los hay de tipo rápido para precisión deportiva. Paracaídas tándem, de la empresa Sigma, que es lo mejor en cuanto a seguridad. De los tácticos, tenemos los Phantom, de la empresa Zodiac, comunes a todas las fuerzas armadas. Para las misiones de rescate en el agua usamos unos paracaídas creados por CIMSA.
P.– Haga un breve repaso por la historia de la EZAPAC y sus logros.
R.– El propio nombre del Escuadrón nos da la idea de lo que somos: paracaidistas antes que nada. Ese es uno de los requisitos básicos para formar parte del EZAPAC. La primera unidad paracaidista de las Fuerzas Armadas fue creada en 1947 y se llamó Primera Bandera de la Primera Legión de Tropas de Aviación. Somos sus herederos directos. En España, fuimos introductores de los lanzamientos con apertura en alta cota con oxígeno. Después, del lanzamiento tándem, en 1989, que consiste en que un paracaidista lleve a otra persona que no lo es y, además, todo el material necesario para el combate. Además, mantenemos el récord español de navegación con paracaídas, que lo batimos en 1987 y fue de unos 57 kilómetros. Asimismo, mantenemos el récord de salto de altura desde avión: 37.500 pies. Luego, participamos en el lanzamiento de altura más alto, que se hizo desde un globo.
P.– ¿Y la formación de los paracaidistas? ¿Dónde se realiza?
R.– El centro de referencia es la base aérea de Alcantarilla, donde se encuentra la Escuela Militar de Paracaidismo Méndez Parada, que se crea al mismo tiempo que la primera bandera en los años 40. Es la responsable de dar toda la formación paracaidista desde los saltadores en automático hasta los saltadores con apertura manual, con aporte o sin aporte de oxígeno, o a los saltadores tándem. Aquí también se dan todos los cursos de formación para los servicios asociados a los saltos, como los de jefe de salto o el de plegador, que es una figura importantísima, porque los paracaídas de reserva de los soldados los pliega alguien especializado. También contamos con un túnel de viento puntero en Europa.
Paracaidistas al servicio de España
Son las 7:00 de la madrugada. El capitán Pizarro aguarda apoyado sobre su pick-up. Ha abandonado la base aérea y ahora le rodean las murcianas montañas de la sierra de Almorchón, situadas entre Mula y Caravaca, a las que se ha desplazado con premura para supervisar el aterrizaje de los paracaidistas. Un tenue color rosa palo pinta el horizonte y los primeros rayos de sol del amanecer convierten el paisaje en un tableaux vivant digno de un western crepuscular. La brisa es fría y, en el cielo, cada vez más azul, comienzan a dejarse ver unas pequeñas motas negras que, poco a poco, se transforman en siluetas humanas.
"Nuestro objetivo siempre es insertarnos más allá de las líneas enemigas", sostiene Pizarro. "Tenemos un abanico muy amplio de operaciones, todas enfocadas a la utilización del poder aéreo. Hacemos mucho ISR, que es Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento. Recabamos información con nuestros propios medios, ya sea a través de perfiles más bajos, como civiles, o militarizados, según el entorno. Después ejecutamos acciones sobre el objetivo, es decir, acciones directas sobre algo que hay que detener o destruir".
Mientras lo explica, la danza del enjambre de paracaidistas que baila sobre su cabeza se vuelve hipnótica: arriba, los saltadores llevan abiertas sus campanas; abajo, a sus pies, cuelgan sus mochilas; en el cinto, sus fusiles y cuchillos. En cuestión de minutos, uno tras otro, en completo silencio, como el ave que caza a su presa, caen sobre el polvoriento paisaje, curtido y resquebrajado por el sol, y levantan una nube de polvo blanquecino que se funde con la fumarada amarilla de la granada de humo que señala el punto sobre el que deben tomar tierra. Tienen un máximo de 50 metros de margen de error. Ninguno cae a más de 20 del otro.
"Muchas veces lo de 'zapadores' da lugar a confusión", continúa Pizarro, preguntado por el curioso nombre de su Escuadrón, que tanto da lugar a error sobre la verdadera realidad operativa del EZAPAC. "Los zapadores del Ejército de Tierra abren brechas y trincheras o construyen puentes; son ingenieros. Lo nuestro es simplemente una herencia de lo que hacíamos antiguamente. Hoy, sobre el terreno, lo único que hacemos parecido a eso es, por ejemplo, tomar una pista de aterrizaje enemiga, mapearla, balizarla y prepararla, si hiciera falta, para ser utilizada por nuestra fuerza aérea".
El grupo de paracaidistas concluye su incursión nocturna y se sube a bordo de un transporte terrestre que los llevará de vuelta a la base aérea de Alcantarilla. El sol, tímido, comienza a regar de luces y calores el desierto descampado. Un zumbido lejano se aproxima. Un rugido. Casi a ras de suelo, la aeronave del Ala 35 aparece tras una loma como un avispón metálico y, con arrobamiento y elegancia, ejecuta, a modo de despedida, una última pasada. Ya es hora de volver a los barracones. El teniente coronel Lozano se ajusta su boina, sello del espíritu militar que bombea por sus arterias y, con la mano izquierda, se arranca con fuerza el parche de su unidad. Nos lo acerca para mostrar sus símbolos. El paracaídas. El cuchillo. Las alas.
"Sólo merece vivir quien por un noble ideal está dispuesto a morir", recita de nuevo, y se le eriza el vello de los brazos. "Este es el lema más bonito del mundo y de cualquier unidad de las Fuerzas Armadas españolas. Creemos que viene de un poema de los años 50. Recoge los valores de la unidad. Básicamente, trata de decir que por muy buen material que tengamos, no somos nada sin un personal bien adiestrado que goce de una serie de valores intrínsecos. Sacrificio. Capacidad de sufrimiento. De innovación. Trabajo en equipo. Cumplir la misión cueste lo que cueste. Recoge perfectamente los valores de una sociedad sana".