En política tener relación con un paraíso, si es fiscal, conduce al infierno. Así le ha ocurrido al ministro José Manuel Soria, ya exministro (y extodo) tras su dimisión en funciones. En realidad esto último, lo de que haya sido en funciones, le da al conjunto un carácter más bien de limbo: el Gobierno entero parece una prolongación fantasmal; la ausencia de Soria se va a notar poco entre tanto semiausente. Por otra parte se trata de un limbo en el que, como se está viendo, no falta vidilla. Todo lo que pase, eso sí, solo puede ser para mal. Definitivamente: lo que está siendo es el purgatorio.
Cuando Soria dio el salto a la política nacional (o peninsular), en el que se ha acabado estrellando, lo que llamaba la atención es que era un calco de Aznar. Solo que un Aznar mejor desarrollado, más alto y aún más vigoréxico; lo que suponía una promoción tácita de los plátanos de Canarias.
Mi teoría es que a Aznar le gustaba verse en el espejo de Soria, y así ganar de paso unos centimetrillos. De otro modo no se entiende que, cuando Soria se quitó su bigote para no parecerse a Aznar, Aznar se quitara el suyo para parecerse a Soria. Fue un marcaje al hombre que ha tenido un último estertor en esos flecos de Aznar con Hacienda (con el empujoncito de Montoro), como si el expresidente no quisiera dejar por completo de reflejarse en el exministro.
Otro parecido que a mí me parece palmario, aunque creo que nadie ha reparado en ello, es el de su manera de hablar con la manera de hablar de Jesulín de Ubrique. Y no es cuestión tanto de acento como de entonación y sintaxis; y de -como dicen los músicos- fraseo. A lo largo de la semana, cuando le oía a Soria las declaraciones en que se ha ido enredando más y más, como si se echara a sí mismo el lazo, pensaba que en cualquier momento se le iba a escapar un im-prezionante. Y así podría calificarse, en efecto, su tor-peza.
Pero junto a los papeles de Panamá ha aflorado algo más comprometido, más incluso que las empresas tapadera de Jersey: las imágenes del carnaval de Las Palmas de cuando Soria era alcalde. Resulta sintomático el personaje elegido para su disfraz. El nombre de José Manuel y la primera sílaba de su apellido lo inclinaban impepinablemente a José Manuel Soto; sin embargo, decidió disfrazarse de Elvis Presley. Como buen político, quería lo mejor. Para él. Nada de medias tintas: ¡el Rey!
Podría aprovechar ahora para disfrazarse otra vez, si no para cantar el rock de la cárcel, sí el rock de su casa. O el de su defunción política.