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1939: La bow-window llega a la avenida Finisterre de A Coruña
El arquitecto Rafael González Villar introduce en la década de los treinta un elemento innovador en su obra: la bow-window. El número 1 y 3 de la avenida Finisterre son edificios vanguardistas en la incorporación de este elemento en la ciudad.
3 julio, 2024 05:00Algunas palabras cambian, aunque la mayoría no lo hagan. Pero son esas nuevas formas de expresar algo las que sorprenden y, de alguna manera, hacen progresar la forma de comunicarse. Y es que frente a las fotos de Angelo Hornak se encuentran las de Daniel Rueda y Ana Devís, de la misma manera que los cuadros de Antonio López se pueden leer en paralelo con los de Guillermo Lorca, y es que la separación es pequeña, pero responde a un matiz. El realismo de aquello que refleja la verdad de un lugar produce una ligera vibración al incorporar una alteración. Algo que parece no pertenecer a aquello conocido o aprendido a lo largo de la vida hasta ese instante. El matiz es una alteración que deriva en una sutil distorsión inicial que termina por integrarse en la realidad tradicional.
“El ángel de Klee es una imagen de la ambigüedad y confusión alimentada por el paso del tiempo. Podríamos imaginar la ética de la ciudad de otra forma, en qué términos trata con la diferencia cultural. Una ciudad cerrada es hostil con aquellas personas cuya religión, raza, etnia o sexualidad difiere de la mayoría, mientras que una ciudad abierta las acepta. Esta imagen de blanco y negro muestra lo bueno y lo malo claramente, y también permite juicios decisivos, pero en realidad estas materias no son tan claras. La diferencia pesa en la ciudad, confundiendo sus construcciones y sus formas de vida” Richard Sennet, El Peso de otros
La ciudad abierta, en términos éticos, admite cambios e influencias, siendo capaz de incorporar nuevos términos a su lenguaje tradicional o consolidado a lo largo del tiempo. Las nuevas palabras enriquecen el lenguaje y lo adaptan a la contemporaneidad. La abstracción del lenguaje aplicado a la arquitectura sigue esa misma estrategia, es decir, los nuevos términos se ensamblan en la estructura urbana hasta disolver la diferencia dejando un ligero matiz perceptivo. Quizás por eso, algunas fachadas de aspecto neutro y mundano producen una pequeña reacción al observarlas, porque algo en ellas no parece estar como siempre.
El paradigma: del lenguaje a la arquitectura
“En 1962 se publica la primera edición del clásico The Structure of scientific revolutionsm del físico y filósofo de la ciencia norteamericano Thomas S. Kuhn. En esta obra, el autor describe un recorrido en la evolución de la ciencia y en su producción de conocimiento asociada no basado en una secuencia lineal de acumulación progresiva de sabiduría y progreso, sino en otra más impredecible determinada por la sucesión en el tiempo de diferentes ‘paradigmas’ que establecen protocolos específicos y diversas direcciones de investigación. Un paradigma, término capturado por Kuhn de su empleo original en el campo de la lingüística, significa un marco de referencia, un patrón o un modelo que instituye una aproximación disciplinar frente a una investigación, dota a ésta de determinadas herramientas y ofrece un conjunto de ejemplos susceptibles de imitación y sobre los que avanzar en la consolidación de dicho patrón” Jacobo García-Germán. Estrategias operativas en arquitectura
Las obras que incorporan nuevos elementos del lenguaje pueden convertirse de forma progresiva en paradigmas, a veces notables, otras silenciosos de la ciudad. En A Coruña, al igual que en otras ciudades, las influencias culturales van penetrando en el tejido urbano con construcciones que introducen elementos innovadores. Las diferentes transformaciones culturales de base social crean un sustrato abierto y permiten que los arquitectos sean capaces de aplicar lenguajes vanguardistas. Elementos como las estructuras de forja, la galería o la saturada ornamentación modernista, no producen sorpresa hoy en día, pero sí capturan el foco de la mirada si se observa con curiosidad, creando una atmósfera en la que algo parece agradablemente diferente al resto de la ciudad.
Los números 1 y 3 de la avenida Finisterre son obras del arquitecto Rafael González Villar (A Coruña, 1887-1941), fueron construidos en la década de los cuarenta, aunque el número 3 es ligeramente previo, se finalizó en 1939, y el segundo figura en alguna documentación fechado en 1970. Ambos edificios, del mismo autor se proyectan siguiendo los mismos principios conceptuales, de tal manera que, a pesar de su distinción cromática se pueden percibir como un conjunto homogéneo. Incluso el número 1 podría entenderse como una homotecia del número 3. La composición de la fachada es similar en ambos edificios, pero hay un elemento innovador que aún no se encontraba presente en la ciudad hasta entonces: la bow-window.
La abstracción de la galería
González Villar, consciente de la importancia de la galería como elemento identitario de la arquitectura coruñesa decide, en lugar de reinterpretar la galería desde un punto de vista morfológico como se haría hoy en día, hacer una lectura abstracta de esta. La abstracción de la galería se convierte en la bow-window ya que conceptualmente comparte su estructura, se trata de un elemento que sobresale de la fachada, introduce luz en la vivienda garantizando un buen comportamiento térmico y caracteriza la estética del edificio. Este elemento arquitectónico, característico en las obras anglosajonas, no presenta dificultades en su traslación a la arquitectura coruñesa, puesto que, en Reino Unido o norte de EE. UU., las condiciones climáticas son cercanas. Sin embargo, su estética si es ajena a la ciudad, ya que las fachadas no tienden a las volumetrías geométricas, sino a los lienzos planos y tersos con una materialidad muy visible mostrando piedra o vidrio. La Bow-window crea una estética más monolítica y compacta, en la que la fachada se pliega para crear un volumen que posteriormente se perfora con los huecos. González Villar introduce este elemento en edificios de estética racionalista, junto con algunos pequeños elementos decorativos.
Ambos edificios de cuatro alturas y bajo presentan una fachada jerarquizada en la que todo el cuerpo de la bow-window vuela respecto del bajo y siempre se corona con una cornisa y un frontón formalista. La primera y última planta se diferencian ligeramente mediante la introducción de balcones en las ventanas situadas a ambos lados de la bow-window. Esta fragmentación en sentido vertical introduce movimiento en esta dirección que, en combinación con la plegadura en sentido horizontal permiten dotar a una fachada que en principio sería plana, de cierto movimiento. El antepecho de cada hueco se resalta hacia el exterior, de manera continua en la bow-window, y diferenciada en las ventanas sencillas, algo que se apoya con la incorporación del color. El conjunto se completa con el añadido de pequeños motivos geométricos situadas en las barandillas metálicas frente a los huecos y en los balcones. La pieza del frontón, idéntica en forma en ambos bloques, pero diferente en proporciones, presenta una composición que se repite en varios edificios de la ciudad, este elemento presenta un perímetro que, en realidad es el abatimiento vertical de la planta con la bow window. Este perfil además se destaca con una cornisa similar a la que la separa del resto del cuerpo del edificio.
Ambos edificios parecen buscar una continuidad que no sólo se limita a ellos, sino que parece que debería extenderse al resto de la manzana. Una idea que puede parecer ambiciosa pero que está presente en otro notable edificio de González Villar, el conjunto de viviendas en la calle Ramón de la Sagra, construido en las mismas fechas. En esta propuesta el arquitecto extiende la estrategia de fachada mediante bow-window a lo largo de toda la envolvente del edifico que ocupa una esquina muy visible de la ciudad.
Palabras curiosas
Las palabras, como formula el dicho griego, no tienen huesos, pero pueden romperlos. Y es que la forma en la que se produce la expresión crea una forma de comunicación a través de un conjunto de códigos. El lenguaje arquitectónico tampoco tiene huesos, ni siquiera es aún estructura, pero es capaz de alterarla y romperla, compositiva y morfológicamente. Y es que, aunque abstracto cuando se aplica sobre algo físico, el lenguaje tiene una capacidad transformadora.
“Como el arquitecto Reyner Banham señaló en 1960, Playboy había hecho más por la arquitectura y el diseño en Estados Unidos que la revista Home and Garden. Casi cada número de Playboy desde 1953 había incluido un reportaje en color sobre arquitectura, reportajes para los que la revista había creado sus propios proyectos de diseño y decoración interior” Paul. B Preciado, Pornotopía
Con algunas palabras y algunas imágenes, una revista fue capaz de transformar la estética de la arquitectura en un país, infundiendo una nueva forma de percibir la atmósfera de una vivienda moderna con funciones específicas. La confusión entre el lenguaje escrito y el arquitectónico, no es una casualidad, sino que su genética es compartida. Quizás por ello, leer la ciudad y entender su narrativa para ser capaz de expresarla no es sólo un ejercicio analítico sin más, sino algo que sucede de manera involuntaria cuando al pasear por la ciudad la atención se detiene en algo diferente. Puede que sea una palabra desconocida, pero tras unos minutos comenzará a cobrar sentido para quien mira con curiosidad.