El espíritu de Brión, la batalla en la que Ferrol venció al imperio británico
La historia de cómo los ferrolanos derrotaron en 1800 a una fuerza invasora inglesa que quería arrasar la ciudad
11 junio, 2023 05:00Cuentan las crónicas que, en agosto de 1800, Napoléon Bonaparte alzó su copa y brindó "por los valientes ferrolanos". El pueblo de Ferrol acababa de vencer a los invasores ingleses y toda Galicia festejaba aquella inesperada y sorprendente victoria sobre el mayor enemigo del país. En agosto de 1796, Manuel Godoy, primer ministro de Carlos IV, había firmado el Tratado de San Ildefonso, con el que Francia y España acordaban iniciar una política conjunta contra Gran Bretaña y socorrerse militarmente en el caso de que una de las partes lo pidiera. Napoleón, que un año antes se había hecho con el poder y que no sería emperador hasta 1804, tenía en mente no solo traicionar a España, sino hacerse con el país en 1808. Pero la historia se volvería en su contra cuando aquellos mismos Batallones de Marina que habían vencido a los británicos, y que formaban parte del Tercio Norte de Ferrol, le derrotarían en la Batalla de Toulouse, catorce años después, provocando el fin de Napoleón y de su imperio. Por eso no es de extrañar que el 25 de agosto del año 1800, todo un pueblo se levantara en armas para hacerse un hueco en la historia al vencer, gracias a su valentía, arrojo e ingenio, a un enemigo mayor, mejor preparado y equipado. Esta es la historia de la batalla de Brión, cuando Ferrol venció al imperio británico.
Durante años Inglaterra y España se enfrentaron por el control de los mares, un medio donde España había reinado desde el siglo XVI hasta bien entrado el XVII, dos siglos en los que los británicos habían intentado de todo para acabar con esa hegemonía.
En el inicio del siglo XIX, España ya no era aquel imperio intratable que dominaba medio mundo, sino un país en caída libre que no esperaba ganar más, sino perder menos, por lo que se alió con Francia para buscar una manera de suavizar, o al menos detener, esa caída.
En esta situación de debilidad en la que se encontraba España, los británicos decidieron acabar de una vez por todas con el poco poderío marítimo que le quedaba. Para ello proyectaron acabar con las fuerzas navales españolas que, en aquella época, tenían a seis de sus principales buques fondeados en el puerto de Ferrol, una ciudad en la que además se encontraba uno de los mayores arsenales del país.
Ferrol se encontraba no solo desprevenido, sino mal preparado. Los militares llevaban cinco meses sin cobrar, el hambre y la pobreza eran parte de la ciudad, los fuertes carecían de balas e incluso de cañones, los barcos simplemente flotaban y no había suficientes tropas ni tenían suficientes fusiles ni munición para rechazar un ataque de semejante envergadura.
En Londres pensaron que con un solo golpe podían incendiar el arsenal y los barcos, demostrando al mundo que quienes mandaban ahora eran ellos. Así que, el gobierno británico ordenó que una flota comandada por el contraalmirante Sir John Borlase Warren, compuesta por unos 100 buques y 15.000 soldados, arrasaran Ferrol.
El 25 de agosto de 1800, mientras las autoridades ferrolanas se preparaban para festejar el santo de la reina Maria Luisa, la flota británica avistaba tierras gallegas. Para pasar desapercibidos se acercaron a la costa con bandera francesa, recordemos aliados de los españoles, pero los vigías ferrolanos dieron la voz de alarma a las diez de la mañana.
Los mandos militares, más pendientes de la fiesta y la ceremonia, ni se inmutaron. El aviso se repitió a las doce, haciendo constar que los barcos llevaban colgando en los costados sus botes y lanchas, por lo que todo parecía indicar que su objetivo era el desembarco. Los mandos siguieron a lo suyo.
Finalmente, Juan Joaquín Moreno, jefe de la escuadra fondeada en el puerto, tras escuchar el último aviso, decidió subir a Monteventoso, donde se encontraba la posición de vigía, para comprobar la veracidad de la información. Desde allí pudo ver cómo los buques británicos llegaban a las playas de Doniños y San Jorge, fondeaban, izaban la bandera inglesa y bombardeaban el pequeño fuerte que vigilaba aquel trozo de costa, que sus ocupantes decidieron abandonar viendo lo inútil de su resistencia.
Moreno regresó corriendo a su buque insignia, el “Real Carlos”, donde ordenó el desembarco de 500 infantes de marina bajo el mando del capitán de navío Ramón Topete, que cruzaron la bahía en lanchas para unirse a hombres de la comarca armados con aperos de labranza y que se apostaron en los montes de Brión y A Graña.
Moreno, además, informó al Conde de Donadío, el mariscal de campo Vicente María de Quesada, que estaba al mando de la fuerza militar de Ferrol, compuesta por menos de 2.000 infantes que, inmediatamente, dio orden de formar una línea con los navíos de guerra y lanchas cañoneras en la bocana de la ría para impedir una posible entrada de la flota británica y ayudar a la defensa de los castillos de San Felipe y La Palma.
Al anochecer, los hombres de Topete hicieron algunas escaramuzas que frenaron a los ingleses en su camino para tomar los fortines costeros. Los invasores desconocían el tamaño de la fuerza defensora, por lo que realizaron maniobras envolventes, pero Topete se movía con ellos haciendo parecer que su tamaño era mayor del que parecía. Además, hizo que se encendieran centenares de hogueras por todos los montes de Brión, simulando que eran muchos más de los que realmente eran.
Cuando amaneció, el ejército inglés se mostró en todo su esplendor equipado, armado y vestido con sus mejores galas para atacar, en una fila de centenares de metros de ancho y con un fondo considerable. Los ferrolanos, en cambio, formaban una larga fila pero sin fondo alguno, eran una fila de a uno.
Los ingleses se lanzaron al ataque del castillo de San Felipe, pero el Batallón Inmemorial y las Milicias Reales llegaron a tiempo para ayudar en la defensa. Las lanchas cañoneras y los barcos apostados en el medio de la ría, además de dos cañones que Moreno había instalado en el castillo de San Felipe, fueron suficientes para resistir la acometida británica.
Además, los campesinos y lugareños de toda la comarca se iban uniendo a las fuerzas defensoras jugando un importante papel que hizo retroceder a las tropas inglesas y cortando el paso a Ferrol.
San Felipe fue sitiado hasta en tres ocasiones, pero los escasos cañones eran suficientes para detenerlos. Los refuerzos que llegaban desde A Coruña, Ares o Betanzos parecía que nunca se acababan e incluso llegaron noticias de que nuevos refuerzos llegaban por Mugardos, lo que hizo creer a los ingleses que un gran ejército estaba en camino y que Ferrol estaba mejor defendido de lo que habían pensado.
Así que, a las 11 de la mañana del día 27, se da la orden de retirada y zarpan en sus buques sin ser molestados durante su huida por los españoles, quizá temerosos de que reconsiderasen su decisión.
Ferrol se convirtió en una fiesta. Su triunfo había sido asombroso, pero, sobre todo, milagroso. La victoria se debió en gran parte a fallos británicos, como desconocer que los castillos costeros no disponían de artillería, no emplear exploradores que informaran de la situación y número real del enemigo y falta de ambición y de estrategia. Pero ello no quita mérito a los defensores de Ferrol que, con destacable valor, sacrificio, entrega e ingenio, supieron combatir y rechazar a un invasor que les superaba en número, preparación y armamento.
La actitud de los ferrolanos dio nombre al conocido como espíritu de Brión, que se hizo un hueco en la historia de España. Su victoria fue tan reconocida y alabada que incluso Napoleón brindó en París “por los valientes ferrolanos”, los mismos que catorce años después le vencerían a él, poniendo fin a su sueño y a su imperio.