Nicolás de Otero, el marino gallego que prefirió morir antes que rendirse a Napoleón
La historia del primer marino en recibir la Cruz Laureada de San Fernando, un valiente gallego llamado Nicolás de Otero que prefirió la muerte a la rendición.
1 septiembre, 2024 05:00El 31 de agosto de 1811, las Cortes de Cádiz emitían un decreto mediante el cual se creaba la condecoración militar más preciada del Reino de España: la Cruz Laureada de San Fernando. Su nombre hace referencia al rey Fernando III de Castilla el Santo, una de las figuras más relevantes de la historia, que unificó dinásticamente los reinos castellano y leonés, que permanecían divididos desde 1157. Cuando Fernando III accedió al trono, en 1217, su reino apenas rebasaba los ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados. Cuando falleció, ocupaba casi cuatrocientos mil. La concesión de la Cruz Laureada lleva implícita el ingreso en la Real y Militar Orden de San Fernando, primera Orden española de carácter militar, y su concesión representa la máxima recompensa militar del país España, cuyo objeto es premiar el valor heroico. Fue la primera condecoración abierta a todo aquel que la mereciese, sin atender a razones de nobleza, cuna o graduación, creada en un momento en el que España se encontraba sacudida por la Guerra de la Independencia. Una guerra en la que miles de héroes se enfrentaron a un enemigo común: Napoleón. Uno de esos héroes fue un noble marino compostelano que se enfrentó con su goleta a un corsario francés de superior porte y cuya derrota era inevitable. Por sus acciones y valentía, este gallego, que prefirió la muerte antes que rendirse a los piratas de Napoleón, fue el primer español en recibir la Cruz Laureada de San Fernando: Nicolás de Otero Figueroa y Cea.
Nicolás nacía en Santiago de Compostela en 1771. Sus padres eran el capitán Francisco de Otero y Figueroa y Antonia Gertrudis de Cea y Prado, ambos pertenecientes a familias nobles.
Marino de vocación, Nicolás consiguió el grado de guardiamarina el 9 de febrero de 1789 en la Compañía del Departamento de Ferrol, tras lo cual fue enviado a la instrucción al navío San Joaquín, un navío corsario de la corona que realizaba patrullas por el Mar Mediterráneo.
Tan solo dos años después fue ascendido a alférez de fragata y a partir de ese momento se dedicó a recorrer tanto el Mediterráneo como el Atlántico en diferentes buques en los que sumó experiencia y que fueron el inicio de una carrera fulgurante.
En 1794 participó en la conquista del arsenal de Tolón, una localidad francesa situada a 190 km de la frontera con Italia, a orillas del mar Mediterráneo. Tres años después tomó parte en el combate naval del cabo San Vicente, el 14 de febrero de 1797, en el que se enfrentaron España y la Francia revolucionaria contra Inglaterra.
Barco tras barco y ascenso tras ascenso, llegó la invasión napoleónica de la península, lo que le catapultó a teniente de navío al mando de la goleta Ave Fénix, en aguas del Mediterráneo, con la misión de proteger los barcos españoles de mercancías que navegaban por la costa este de la península.
Su labor debió de ser soberbia, ya que en enero de 1811 fue ascendido a capitán de fragata con las órdenes de transportar el correo de un lado a otro del maltrecho imperio español, hasta Cartagena de Indias, Puerto Rico, La Habana y Veracruz. Pero su tarea no era sencilla, ya que los corsarios franceses acechaban el Atlántico y el Caribe en busca de barcos españoles a los que saquear.
El viaje parecía transcurrir sin novedad, sin embargo, en el trayecto entre Puerto Rico y La Habana, el 26 de junio de 1811, descubrió una nave gala de mucho mayor porte que su pequeña goleta que estaba realizando maniobras que indicaban intenciones de ataque.
Inmediatamente, Nicolás dispuso a su barco y a sus hombres para el combate con la intención de atacar y rendir al navío corsario enemigo, un pirata con patente imperial para saquear y robar en nombre de Bonaparte a los españoles.
El comandante francés, consciente de que en un combate de artillería no dispondría de mucha ventaja y de su superioridad por su mayor número de hombres, ordenó arrimarse al Ave Fénix y abordarla.
Nicolás ordenó a su tripulación que preparasen sus espadas y sus armas de fuego para la lucha cuerpo a cuerpo y en cuanto los dos navíos estuvieron completamente pegados, el plomo comenzó a volar de una cubierta a otra, acabando con la vida de siete españoles y provocando también quince heridos, debido a la superioridad numérica gala, aunque no consiguieron abordarlos.
En el segundo intento, los franceses consiguieron subir a la cubierta del navío español, donde se toparon con la resistencia de Nicolás, que se encontraba entre los heridos del primer asalto tras haber recibido tres balazos, negándose a rendir la nave a su mando.
A pesar de las reiteradas ofertas de los franceses para que rindiera el barco, siguió negándose apelando al juramento que había hecho a su tripulación minutos antes: morir antes que rendirse, continuando el combate hasta que el gallego cayó muerto sobre la cubierta tras enfrentarse con cuatro franceses que acabaron con él de dos mandobles en la cabeza.
Durante todo el combate gritaba una frase, la misma que dijo antes de fallecer por sus graves heridas: “No me rindo”. Tenía 41 años.
Su acto de heroicidad no le valió para repeler al enemigo, quienes se apoderaron de la goleta española y la saquearon en Las Bahamas. Tras despojarla de todo su valor, fue dejada en manos de los españoles que habían sobrevivido, que la llevaron al puerto de La Habana, a donde llegarían el 7 de julio de 1811.
Nicolás dejó una viuda y cinco hijos que habían desembarcado previamente al combate en Puerto Rico, familia a la que se le concedió una pensión, así como a las del resto de marineros fallecidos durante aquel desigual enfrentamiento.
Por su valor en combate contra un corsario francés de superior porte, el capitán de Nicolás de Otero Figueroa y Cea fue ascendido a capitán de navío a título póstumo y condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando de 2ª clase, el 16 de noviembre de 1815. Fue el primer marino de la historia en obtener este reconocimiento.
En el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, donde reposan los restos de los más grandes marinos españoles de todos los tiempos, se puede admirar una lápida que dice:“A la Memoria del capitán de fragata Don Nicolás Otero y Figueroa. Muerto gloriosamente en la goleta Fénix de su mando en el combate que sostuvo en el mar de las Antillas contra un corsario francés de mayor porte. 26 de junio de 1811”.
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
es.wikipedia.org
elespanol.com
lavozdegalicia.es
abc.es
todoavante.es
dbe.rah.es
elcorreodepozuelo.com