El mítico Bar El Molino de A Coruña, espumosa adolescencia

El mítico Bar El Molino de A Coruña, espumosa adolescencia Pedro Arenas Barreiro

Opinión

El mítico Bar El Molino de A Coruña, espumosa adolescencia

Allá por finales de los 90, cuando la sangre nos empezaba a burbujear, mi generación tenía un lugar en el que descorchar las primeras feromonas del fin de semana, el Bar el Molino

15 enero, 2022 13:00

El Molino, era un mítico local situado en la en la Calle Santa Catalina número 17 de A Coruña. El lugar era, de lunes a viernes, un bar de esos denominados “de toda la vida” en el que se reunían los vecinos para jugar al tute, al dominó o incluso al parchís, pero con la llegada del fin de semana el garito se transformaba por completo convirtiéndose en el punto de encuentro de la adolescencia coruñesa, cientos de estudiantes de BUP y COU reunidos alrededor de una o varias botellas de vino espumoso para dar comienzo oficial a la ruta de marcha coruñesa.

  • Nota del autor a los menores de 30 años: Antes de que existiese WhatsApp y ni tan siquiera los móviles, imposibilitando la comunicación continua e instantánea actual, nuestra generación necesitaba de lugares inmutables con hora fija e inmutable de quedada. En mi caso era el sábado en El Molino a partir de las 5. No hacía falta nada más, ya sabías que si aparecías por allí entre las 5 y las 7 encontrarías a tus colegas para “engancharte” y continuar la ruta habitual a partir de ese punto estratégico.

El ”espumoso” era la bebida oficial de El Molino, un vino gaseoso y de precio extremadamente económico que nos permitía imaginar que brindábamos con el mejor champagne por las aventuras que estaban por acontecer en esa misma noche al tiempo nos “entonábamos” lo suficiente como para desinhibir las vergüenzas de la adolescencia.

(Fuente: Luis P., vía es.foursquare.com)

(Fuente: Luis P., vía es.foursquare.com)

  • Nota del autor a los menores de 30 años: Antes de que existiese Tinder o “La isla de las tentaciones”, cuando aún existían (desgraciadamente) muchos colegios segregados por sexo (como el mío), las pandillas solían comenzar la tarde con chicos y chicas separados y necesitar de varios brindis para comenzar a mezclarse e inter-relacionarse con relativa soltura.

En El Molino, tan importante era la bebida como el entorno, con una decoración digna de cualquier película de Almodóvar en la que un arco de madera y vidrio separaba 2 ambientes, el trasero, siempre ocupado por grandes pandillas que normalmente jugaban al póker o al “yo nunca” y el delantero, más tranquilo y destinado a pequeños grupos o los últimos en llegar. En el Molino, la única música oficial era la sintonía de “los 40 principales”, que actuaba a modo de hilo musical continuo, aunque había grupos que, ya avanzada la noche, se animaban a cantar los himnos “borrachera” del momento.

Si el lugar era mítico, más lo fueron sus camareros, Sabino y Pepe (con la posterior incorporación de Isabel). Siempre profesionales y con cierto aire paternalista, se conjugaban para servir una botella tras otra intentando la difícil tarea de poner orden a un enjambre de pre-veinteañeros acelerados por la mezcla de hormonas y alcohol sin que el tsunami de la euforia colectiva se desbocase. Nunca los vi sonreír en todos los años que frecuenté el lugar y muy rara vez los vi invitar a algo, pese a que probablemente fuimos de sus clientes más fieles hasta incluso pasar allí un fin de año realmente mítico para mi grupo de amigos. Mi nivel de vergüenza (aún siendo alto), me impide incluir imágenes de tal evento. 

(Fuente: Juan Carlos C.F., vía es.foursquare.com)

(Fuente: Juan Carlos C.F., vía es.foursquare.com)

  • Nota del autor a los menores de 30 años: Antes de existiese Pelícano (incluso todo Los Cantones Village) o la Moon, la mayoría de fiestas de Fin de Año se celebraban en bares que eran alquilados por pandillas para la organización de barras libres (sí, has escuchado bien, nada de bonos de 3 copas a precios desorbitados). 

El Molino cerró sus puertas allá por 2013, probablemente tras la jubilación de sus propietarios. El local quedó sin uso desde entonces. En mi caso, tanto tiempo pasé allí con mi pandilla del colegio que cuando cumplí 40 años, unos golfos apandadores anónimos grafitearon mi cara sobre sus cristales y allí permaneció por casi 5 años (puedes leer un artículo específico sobre esa historia AQUÍ) hasta que recientemente ha comenzado una reforma integral del edificio que mantiene sus puertas ocultas tras los andamios.

Me alegra saber que el local está catalogado por el PEPRI (Plan Especial de Protección y Reforma Interior) lo que obligará a conservar el diseño original de El Molino con su característico arco en su nueva actividad. 

Tantas aventuras, amores y rupturas encerraron sus paredes, que no me extrañaría que el eco de las risas de los miles de adolescentes que por allí pasaron siguiesen escuchándose en su nuevo uso, sea cual sea.

  • Nota del autor a los menores de 30 años: El Molino, no es solo la historia de un lugar mítico en A Coruña, sino la de una toda una generación que lo vivió y disfrutó. Lástima que no fueran aún inventadas las cámaras digitales para poder tener mas fotos de esos momentos, o tal vez casi mejor que no las hubiese.