El día del tonto

El día del tonto

Opinión

El día del tonto

Tras la serie de "catastróficas desdichas" que hemos ido encadenando, desde el coronavirus hasta la actual crisis energética, con una realidad que no deja de intentar abrirnos los ojos, ¿seguimos celebrando el día del tonto o simplemente nos lo hacemos?

2 abril, 2022 11:19

Ayer, 1 de abril, además de mi cumpleaños fue el “día del tonto” (¿casualidad?). Para los que lo desconozcan, el “Aprils Fools’ Day” o “Poisson d’avril” es un equivalente en países como Francia, Reino Unido, Italia, Alemania o Estados Unidos a nuestro “día de los inocentes” y en el que la tradición permite barra libre para gastar bromas a diestro y siniestro hasta comprobar su nivel de credulidad o su sentido del humor. 

Sin embargo, muchos tenemos la sensación de vivir desde hace ya demasiado tiempo en un perpetuo día del tonto dónde se pone constantemente a prueba nuestra capacidad de resistencia y aguante, superando día a día el límite de nuestra confianza y paciencia.

Lo del coronavirus, que parecía inicialmente un chiste asiático, acabó encerrándonos varios meses en nuestros hogares ante la tardanza de medidas firmes y ágiles que provocaron la tensión del sistema sanitario y económico hasta límites insospechados. Ahora la broma está en un conflicto armado entre 2 países cuyo origen, presagiado desde hace décadas, hemos sido incapaces de resolver por la vía del diálogo dejando en evidencia la debilidad de los canales diplomáticos cuando están por delante los intereses económicos. Recordemos que el ahora maquiavélico Putin, lleva en el poder desde el año 2000 y no hace falta ser el Maestro Joao para presagiar sus intenciones desde el comienzo.

(Fuente: Shutterstock)

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Carecemos de capacidad de reacción. Cada causa provoca un efecto (ya lo dice Paulina Rubio) pero los procedimientos de respuesta de nuestro sistema son tan lentos y complejos que, cuando somos capaces de encontrar y poner en marcha soluciones, ya es tarde o las consecuencias han sido demasiado dolorosas.

Lo seguimos viendo (y viviendo) con la crisis energética, fundamentada en un sistema de fijación de precios que, en lugar de proteger al más débil, salvaguarda (y hace crecer) al pez más grande. Los beneficios del sector energético en su globalidad (eléctricas, gasistas y petroleras) se cuadriplicaron en el año 2021 respecto al año anterior gracias al actual sistema, basado en “toda energía al precio de la más cara”, con lo que con el ascenso en el precio del gas, se ha aportado una serie de rendimientos extraordinarios caídos del cielo a las grandes empresas eléctricas que acabamos pagando entre todos ¿Te imaginas que vas al supermercado, y al pasar por caja, te cobran el mortadela al precio del jamón de jabugo? los fabricantes de mortadela, al igual que las grandes compañías energéticas, estarían encantados. Tendría guasa. 

Fuente: Shutterstock

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Aún viéndolo venir desde hace años y conscientes de que la energía es un punto crítico de vital importancia no solo para nuestro desarrollo económico sino para el bienestar social, hemos sido incapaces aún de resolverlo políticamente. Ya con una magnitud a punto de estallarnos en la cara, la semana pasada Bruselas permitió al menos que España y Portugal sean tratados como “Islas Energéticas”, pero las condiciones específicas de este acuerdo tardarán aún entre 3 y 4 semanas en ser pactadas y por tanto, trasladadas a los afectados. Para rizar el rizo esta medida será momentánea y no solo se estima que el ahorro medio será de tan sólo 6 € al mes en nuestra factura sino que el descuento estará pocos meses en vigor. Menuda broma.

Similar es el caso del transporte, con problemas estructurales desde que yo no tenía arrugas y un sector, en su mayoría autónomos (también conocidos como auto-monos), advirtiéndonos de que pronto llegaría la gota que colmaría el vaso. Esa gota, fue finalmente de gasolina cuyo aumento de precio multiplicó por 4 el coste del transporte de mercancías hasta llegar a la huelga que aún arrastramos sin soluciones concretas implementadas mientras escribo estas líneas.

(Fuente: Shutterstock)

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El problema real de todo ello se esconde en la escasa capacidad de adaptación administrativa a una realidad mutante y que reclama soluciones ágiles porque, mientras se generan los cauces legales y aprobaciones pertinentes, las industrias tienen que parar su actividad por no ser rentables, el empleo se destruye y, lo peor, la gente pasa frío y necesidad. 

Diseñamos un sistema administrativo que se fundamenta en la estabilidad y el garantismo y ello, claramente no funciona o no lo hace con la urgencia necesaria cuando el destino (o la estupidez humana) nos expone a acontecimientos inesperados o no gestionados con la antelación y eficacia necesaria. Realidad y política moviéndose a ritmos diferentes. Una baila ska y la otra pasodoble. Ojalá todo fuese una broma.

Una vez (no diré quién) me explicaron que la administración era como un trasatlántico en el que me costaría mover el timón porque, aunque el iceberg estuviera a centímetros, el procedimiento de mando obligaba a rellenar cientos de formularios previos para asegurar que la decisión era la correcta, aún con el peligro de morir ahogados. Claramente, en el contexto actual y rodeados de rocas de hielo, necesitamos mejorar la agilidad del pilotaje de nuestro sistema de gestión social para que la tramitación político-administrativa no sea cuello de botella en la implementación rápida de soluciones que nos permitan navegar hacia un futuro mejor. 

(Fuente: Shutterstock)

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Necesitamos visión, necesitamos decisión y necesitamos ejecución… y es que una cosa es celebrar el “día del tonto” y otra, bien diferente, es que nos tomen continuamente por ídem.