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Muchos la llaman "la batalla de todas las batallas". También "la del 04/04/04". La fecha, difícil de olvidar, transporta a un puñado de 50 soldados españoles a un escenario: Najaf, en pleno corazón de Irak. Y más concretamente a la base Al Ándalus, bajo el mando de la brigada española Plus Ultra II. Con ellos, un batallón salvadoreño, otro estadounidense y varios mercenarios de la empresa de defensa privada Blackwater. Más allá de los muros, el abismo: más de 2.000 insurgentes buscaban su cabeza. EL ESPAÑOL habla con dos de sus protagonistas: "Es la misión más complicada a la que me he enfrentado nunca", cuenta el bigada Romero; "Hubo muchas opciones de no salir de allí", añade el capitán Guisado.
Nos trasladamos a las vísperas del asedio. Existía cierta fricción entre las tropas americanas y las españolas. Las primeras pedían que se unieran a ellos en las misiones de ataque; las segundas se ceñían a su misión: "Estamos para defender". Y en esas, los soldados estadounidenses libraron una ofensiva contra el líder chií de la región, Muqtada el Sadr. Lo hicieron con uniformes y banderas españolas. Quizá en respuesta a esa fricción. Capturaron al lugarteniente del caudillo insurgente, Mustafá Al-Yaqubi, y se lo llevaron a Bagdad, pero dejaron caer que el lugar del cautiverio sería la base Al Ándalus.
La mujer de Al-Yaqubi, a la mañana siguiente, se presentó a las puertas de la base en la que se encontraban los españoles. Comida y ropa en sus manos. Tras de sí, un puñado de seguidores: "O lo liberáis o venimos a liberarlo". "No está aquí", fue la respuesta. Y, por si acaso, una demostración de fuerza, con el despliegue de algunos vehículos militares a las puertas del acuartelamiento. Un gesto que quería decir: "Somos fuertes, no debéis atacarnos".
Pero los insurgentes cumplieron su promesa. Habían pasado las ocho de la mañana del 4 de abril de 2004 (esta semana se cumplen 13 años) cuando Najaf comenzó a bullir. Una muchedumbre comenzó a arremolinarse en torno a los militares; pronto fueron huestes incontrolables, fusiles en mano, que clamaban por su líder. Eran más de 2.000. Y entre la base Al Ándalus y la próxima Camp Baker -a unos 500 metros de distancia- sumaban 50 efectivos españoles, unos 200 salvadoreños, un grupo reducido de estadounidenses y unos 10 mercenarios de Blackwater. También un puñado de hondureños que regresaba de una misión cercana y los pocos soldados iraquíes que no habían desertado.
Comienza el ataque
"Fue un despliegue brutal", comenta el capitán Jacinto Guisado, entonces alférez y al frente de una sección que contaba con cuatro vehículos blindados BMR. "Hicimos un despliegue en fuerza y nos concentramos en rechazar el ataque".
- ¿Y qué se piensa en esos momentos?
- No te da tiempo a pensar en muchas cosas. En cerrar filas, en actuar con lealtad respecto a los que tienes a tu lado. Porque mi vida está en sus manos y la mía en las suyas.
Pero no bastaba con defenderse. Pronto llega la noticia que obliga a los soldados a lanzarse al infierno: en una vieja cárcel próxima -que hacía las veces de academia de formación del nuevo Ejército local- estaban asediados un grupo de salvadoreños e iraquíes. Había que rescatarlos.
Fuego de AK-47, de lanzagranadas RPG, morteros y de algún tirador de precisión apostado en los edificios próximos. El alférez Guisado recibió la orden: "El coronel Alberto Asarta (hoy general) me llamó por radio y me preguntó si tenía la línea de seguridad tomada. Respondí que sí, que el perímetro de la base estaba asegurado, y me pidió que rescatara a los soldados que estaban en la cárcel".
El alférez Guisado organizó un convoy compuesto por los cuatro BMR blindados y 28 efectivos. Las ametralladoras pesadas (12.70) de los vehículos no funcionaban, y pronto se equiparon con otras más ligeras. Salieron al infierno.
Por las calles de Najaf
Habla Guisado: "Salimos por la puerta norte de la base y emprendimos el camino hasta la cárcel. Eran unos 3 kilómetros de distancia hasta allí. Llegamos y...".
- Un momento. ¿Cómo fueron esos 3 kilómetros por las calles de Najaf?
- Nos dieron mucha caña. Nos dispararon con RPG y ametralladoras y nos pusieron barricadas. Nos hostigaron mucho, pero conseguimos repeler los ataques y llegar hasta la cárcel. Allí había muchos enemigos, que la rodeaban. Rompimos el cerco y entramos en el edificio.
Dentro, el caos. Había dos muertos. Un soldado del nuevo Ejército iraquí, instruido por la coalición internacional, y el salvadoreño Natividad Méndez Ramos, de 19 años. Esta baja desmoralizó a sus compañeros. Porque la muerte se había producido en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo y él, sin bayoneta, no había podido defenderse.
"Vacíe los vehículos del material innecesario para montar a bordo a tres heridos graves", explica Guisado. En el lugar debían de aguardar unos 70 salvadoreños y el cadáver de su compañero fallecido. "Volveremos", prometió el soldado español, no del todo convencido de que les permitieran iniciar una segunda incursión hasta la vieja cárcel por el riesgo de la misión.
El convoy volvió a romper el cerco y cruzó aquellos 3 kilómetros inciertos. "Nos atacaron mucho", resume el hoy capitán Guisado. Entraron en la base, vehículos tiroteados, y dejaron a los heridos en el Role (nombre militar del hospital de campaña). El coronel Asarta celebra su llegada y pregunta: "¿Cuánta gente hay?". "Tenemos a más de cien personas en la base", responde Guisado. El coronel traslada las nuevas órdenes: "Hay que rescatar a los que se han quedado en la cárcel".
Más munición y nuevos preparativos. Las hordas insurgentes aguardaban en el exterior.
- ¿Se puede explicar que se siente en ese instante?
- Que hay unas 70 personas esperando a que los rescatemos. Que son nuestra familia y tenemos que traerlos a casa.
El convoy abandonó la base rumbo a un destino dudoso.
Tiradores en el hospital
El suboficial Francisco Javier González Romero -hoy, brigada- recibió las órdenes desde la base España, en Diwaniya. Atacaban a sus compañeros con tiradores de precisión desde posiciones próximos y debían frenar de algún modo aquellos ataques. Él, como contrafrancotirador, era el elegido. Le debían acompañar el cabo primero Arturo Del Río Tarrio y el soldado Eduardo Juan Pérez.
Los trasladaron en helicóptero Cougar hasta Al Ándalus, donde llegaron a las cuatro de la tarde. Inmediatamente tomaron posiciones en los tejados. ¿El enemigo? Seguramente disparaba desde un hospital cercano, un edificio de nueve plantas. "Llegamos en una especie de calma chicha", explica Romero en conversación con EL ESPAÑOL. Detalla cómo era el escenario que se encontraba ante sí: "Era un momento de poco tránsito, pero todo el que pasaba, disparaba".
Disparos a un lado y a otro. Las balas silbaban. Desde furgonetas tipo pick-up les atacaban con granadas. Y de pronto se recrudeció el ataque sobre la base. Romero y sus compañeros identificaron el lugar desde el que les atacaba el francotirador, la cuarta planta del hospital. Abrieron fuego y lo abatieron. Se afanaron en defender su posición.
La segunda incursión
El capitán Guisado prosigue su relato, ya desde las calles de Najaf: "El avance fue mucho más duro en esta ocasión porque ahora nos esperaban. Fuimos rápido y disparamos mucho". Se despiertan las inquietudes: "Vimos a críos de 13 ó 14 años que disparaban contra nosotros y... ¿qué se hace ahí? Intentas que huya y, si insiste, le disparas en el pie".
Rompieron un nuevo cerco en torno a la cárcel y rescataron a los salvadoreños. Orden de volver directamente. En sus mentes, un pensamiento: "Que sea la última vez que tengamos que salir". "Aparecieron dos (helicópteros) Apache norteamericanos que estaban en contacto conmigo por radio a los que les di el dato de un edificio que nos lo hacían pasar mal. Lo atacaron y nos despejaron mucho el camino". Los españoles se llevaron consigo a 30 salvadoreños y 38 iraquíes, más los dos cadáveres.
Pero el camino hasta la base exigía una parada a mitad de camino. Un puñado de salvadoreños se había quedado cercado a mitad de camino. Llegaron hasta su posición y discutieron. Los centroamericanos querían rescatar una radio que portaba un soldado herido. Se lanzaron por ella bajo el fuego enemigo. Más riesgo para aquella "batalla de todas las batallas". Salvaron el obstáculo y regresaron a Al Ándalus.
Eran aproximadamente las seis de la tarde cuando por fin atravesaron las puertas. El brigada Romero recuerda el gesto de sus compañeros: "Se les veía que pensaban: '¡De la que nos hemos libado!'. Eran conscientes de lo que habían hecho, pero fueron humildes y enseguida se pusieron a trabajar de nuevo".
El capitán Guisado explica el pensamiento que dirigió a sus compañeros: "Habéis venido siempre conmigo, pero era mi familia la que estaba a mi lado". Porque ese día, el del 04/04/04, era el cumpleaños de su mujer. Fue a mirar que sus soldados se encontrasen bien, los 27 que lo habían acompañado en aquella misión. Todos ellos abrazados a los salvadoreños a los que acababan de rescatar.
Aquella noche, explica Guisado, fue imposible dormir. En parte, por los acontecimientos. También porque la presión de los insurgentes se mantenía -lo hizo durante varias semanas- sobre la base.
José Luis Rodríguez Zapatero ya había ganado las elecciones generales y pronto cumplió su promesa de retirar a las tropas de Irak. Romero permaneció en la base de Al Ándalus hasta el 17 de abril; todos los días repeliendo el ataque insurgente.
- ¿Fue la misión más arriesgada en la que ha participado?
He estado en Bosnia, Líbano, Mauritania, Senegal, Malí... Pero sí, aquella fue la misión más complicada.
- ¿En qué pensaba?
Mi hijo Ángel sólo tenía ocho meses cuando me fui a Irak. Mi otro hijo, Javier, también era muy pequeño. ¡Cuánto pensé en ellos!
Guisado llegó a España el 27 de abril. Lo hizo porque Zapatero le iba a imponer -junto al coronel Asarta- la Cruz Roja, una medalla por sus méritos en batalla. Pero asegura que la cambiaría con los ojos cerrados por un reconocimiento común: "¡Ojalá me la pudieran quitar para que se la dieran a todos los que me acompañaron en esa misión!".