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Por los pasillos -y sobre las tablas- del Teatro Real de Madrid han paseado y cantado esta semana más de 120 niños de colegios e institutos de toda España. Un concierto solidario -centrado en los graves problemas medioambientales que acosan a las ciudades- en el que han participado unos alumnos muy especiales procedentes de un colegio público de Zaragoza que ha obrado el milagro: el Ramiro Soláns ha pasado en poco más de una década de ser un auténtico gueto a ser un referente en la innovación educativa y en el éxito contra el fracaso escolar. En su tabla de los mandamientos se encuentra el compromiso del profesorado, la participación e implicación de toda la comunidad educativa, el trabajo en equipo, la innovación y la formación en la puesta en marcha de las diferentes actuaciones y proyectos.
Son poco más de las 9 de la mañana y el calor ya es insoportable en la clase de 2º de Infantil del colegio Ramiro Soláns de Zaragoza. Los alumnos de cinco años rodean a su maestra Vanesa e intentan -mientras suena de fondo Respirar de Bebe- concentrarse en sus palabras: "Nos vamos a convertir en una montaña fuerte. Vamos a pensar que aunque llueva, truene, haya gritos o nos estén molestando, nosotros seguiremos siendo una montaña firme, a la que no afecta nada. Cogemos aire, lo soltamos. Y respirad".
Respirar para sentir mejor.
Respirar para aliviar el dolor.
Los pequeños han empezado el día con una sesión de yoga para tratar de calmar los nervios con los que vienen desde casa. Es casi final de curso y no son más de diez los alumnos que han llegado a esta clase con sus pequeñas mochilas, en las que pesan más los problemas familiares que los libros de texto. Aproximadamente, el 60% de ellos son gitanos y el otro 40% son alumnos inmigrantes -de primera o segunda generación-. Casi todos viven en riesgo de exclusión social y sus familias subsisten gracias a ayudas sociales. La maestra Vanesa insiste una y otra vez antes de empezar con las clases: “Respirad, respirad”.
Nada está improvisado. Todo forma parte de un guión, un proyecto educativo innovador en el que todo el claustro está implicado en cuerpo y alma desde que hace 16 años llegó a este colegio público -situado en uno de los barrios más marginales de la capital aragonesa- su ahora directora Rosa Llorente. En 15 cursos el centro ha pasado de ser la muestra más evidente del fracaso escolar -sólo el 5% de sus alumnos pasaba a Secundaria de manera satisfactoria- a convertirse en un colegio de éxito elevando esa cifra hasta el 75%. Eso, en blanco sobre negro. En clases y pasillos; de ser un colegio conflictivo a un modelo de convivencia en el que los alumnos son capaces de sentarse en círculo, mirarse a los ojos unos a otros y aprobarse -o suspenderse- por sus propios comportamientos dentro del aula.
EL ESPAÑOL ha pasado uno de los últimos días del curso en el Ramiro Soláns, el colegio de Zaragoza en el que los niños dejaron de querer ser chatarreros para soñar con ser maestros, policías, médicos y peluqueros. Así han obrado el milagro maestros, alumnos y familias.
Antes de que suene el timbre con “el equipo A”
Rosa, Diego y Amparo -directora, jefe de estudios y secretaria- forman las dirección de este colegio de Infantil y Primaria que cuenta con unos 180 alumnos y una sala de profesores formada por dos decenas de maestros. Poco -o nada- tiene que ver el centro educativo de ahora con el que Rosa se encontró hace más de una década.
Cuando aterrizó en el Ramiro Soláns se encontró un colegio con un elevado índice de absentismo, con graves problemas de convivencia, desfases curriculares superiores a dos cursos en gran parte del alumnado, una escasa valoración del papel de la escuela como elemento de promoción social y cultural y una mínima -casi nula- relación del centro con las familias y con el barrio. Una panorama desolador que, lejos de desanimarla, hizo que empezase a desarrollar una estrategia de superación para “ofrecer una educación de calidad en una escuela de éxito”.
“Familias y escuela iban en direcciones contrarias”, resume la directora como elemento primordial a modificar. Tras muchas lluvias de ideas y la aportación de cada docente de aquello “que le estaba funcionando en el aula”, nació el proyecto global Entre todos, basado en el trabajo de toda la comunidad educativa -alumnado, familias, profesores, vecinos del barrio- y con el fin de elevar expectativas.
Rosa enumera casi sin pestañear todos los objetivos “muy claros” que tenía esa primera hoja de ruta con la que se echaron a navegar en el Ramiro Soláns: crear un clima positivo de convivencia, erradicar el absentismo, elevar los niveles curriculares y alcanzar el éxito educativo e implicar a las familias en la vida del centro. “Todo ello empezó a proyectar una imagen positiva hacia el exterior cuando antes éramos un centro gueto”, analiza.
Reunión del Observatorio de la Convivencia
Para velar por el buen funcionamiento de todo el proyecto, el equipo directivo puso en marcha en Observatorio de la Convivencia. Es final de curso y toca hacer balance de todos los proyectos. Alrededor de la mesa presidida por Rosa se sientan madres, profesoras y alumnos de distintas etapas educativas. Una especie de consejo de administración en el que los estudiantes llegan a proponer hasta a dónde se deberían destinar nuevos fondos económicos para el colegio.
Todos con la vista puesta en el viaje fin de curso que realizan a principios de julio al Teatro Real de Madrid. Será la puesta de largo del coro del colegio.
-Vamos a ver el palco donde se sientan los Reyes.
-¿Y si os los encontráis? ¿Qué les diríais?
-Que nos den más dinero para el colegio. Lo necesitamos para hacerlo gigante.
-Y comprar otra portería y tener un laboratorio para hacer experimentos.
Laboratorio, formación profesional, universidad o programación. Son tan sólo cuatro palabras que se repiten en en día a día de este colegio zaragozano durante este curso, pero que hace 15 años no formaban parte de la jerga de sus alumnos. Así lo recuerda Rosa, la directora: “Hemos elevado las expectativas de futuro de los niños y de las familias. Ahora las familias te dicen que la escuela no es una obligación, sino que es una necesidad para mejorar su entorno”. Para la directora, únicamente a través de la formación se van a romper las barreras de la exclusión social: “Si no hay esa formación se vuelven a reproducir los modelos que han vivido”.
Clase de Yoga y Mindfulness con profes de cinco años
Los alumnos de cinco años comparten clase con los estudiantes de 5º de Primaria -11 años- durante la primera hora de la jornada. Los roles tradicionales se van a invertir guiados por las profesoras: los más pequeños serán maestros de sus compañeros de más edad. “Cuando hacen de profes asumen unas responsabilidades y unos papeles que les van a proporcionar unas estrategias a nivel de aprendizaje muy importantes para su futuro. Se sienten importantes”, avanza Amparo Jiménez, quien pasará el próximo curso de la Secretaría del colegio a la Jefatura de Estudios.
-Nos vamos a tumbar, respiramos hondo y vamos a imaginar que estamos en una playa…
Y, de repente, una frase de uno de los chicos de 5º de Primaria que los hace volver a su realidad:
-¿En la playa? Eso nunca va a ocurrir…
[...]
El yoga es una de las formas con las que se trabaja “el autocontrol” en las clases del Ramiro Soláns. Su directora Rosa desde que llegó al centro empezó a trabajar en educación emocional al encontrarse a alumnos procedentes de familias muy desestructuradas, vulnerables, en riesgo de exclusión y con la violencia dentro de las paredes de sus casas. Por eso, puso a su claustro a trabajar tomando siempre como pilares fundamentales dos principios básicos: la educación debe servir al ser humano a ser cada vez más humano y la escuela es un agente de transformación social.
El recreo ‘vigilado’ por los alumnos
Suena el timbre del recreo y por los pasillos del colegio se escuchan canciones de la australiana Sia. Todos bajan por una escalera en la que en cada peldaño hay frases escritas por los propios alumnos: sé feliz, disfrutamos juntos, tú puedes, disfruta del silencio. Y Hakuna Matata. Es el momento en el que conviven sobre el mismo patio todas las clases de Primaria, por ello donde más roces de convivencia pueden surgir. Inevitables al 100%, el centro educativo cuenta con un proyecto de alumnos ayudantes mediadores para intentar solucionar los conflictos.
Cada año, a principio de curso, son elegidos -por los propios alumnos- una serie de estudiantes que portarán durante los recreos un brazalete rojo que les identifica como ayudantes mediadores. De nuevo: mejorar la convivencia. Peleas entre chavales dentro -y a veces fuera- que se intentan solucionar en el aula de la convivencia, un espacio innovador con una mesa baja y varios puffs en donde los alumnos conflictivos se sientan bajo la atenta mirada de su compañero árbitro, que intentará encontrar -supervisado por un adulto siempre- “una solución que sea buena para los dos”.
Así se intenta solucionar. Pero también, como explica la dirección, hay espacio para la prevención. Lo hacen a través de lo que ellos denominan círculos restaurativos. A punto de pasar a 6º de Primaria, la maestra Irma ha reunido a sus chicos para realizar un círculo restaurativo para valorar cómo ha ido el curso. Sorprende la habilidad de autocrítica con la que niños de 11 años son capaces de suspenderse por sus comportamientos en clase. “Es una forma de comunicarse, de aprender la visión de otra persona. Abren sus sentimientos y al conocer cómo se siente el otro, todos aprenden”, explica la profesora.
La 'pasta' especial de sus docentes
Una docente que, como el resto, está hecha de una pasta especial. La necesaria para formar parte del Ramiro Soláns. Profesores que no tienen miedo a reconocer que en ocasiones han intentado tirar la toalla por las situaciones de conflicto que han tenido que vivir, pero que también admiten que “los momentos buenos siempre superan a los malos”. Según su directora, las cualidades que reúne todo su equipo son una capacidad de trabajo “tremenda”, un gran optimismo pedagógico que hace que no se desanimen ante las dificultades y una elevada vinculación emocional entre alumnos y familias.
Una combinación que se seguirá aplicando el próximo septiembre cuando este colegio, que pasó de ser un gueto a un ejemplo de éxito educativo, vuelva a abrir sus puertas. “Siempre mejorando, innovando”, advierte una incansable directora que a modo de valoración de cómo ha ido el curso 2016/2017 se queda con la pregunta de uno de sus alumnos: “Rosa, ¿por qué no ponemos aquí también un instituto Ramiro Soláns?”
-No se quieren ir de aquí porque han encontrado ese espacio que les permite crecer a todos los niveles.