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Ilan Stephani recibe a EL ESPAÑOL en su consultorio. Esta joven nacida hace 31 años en Berlín ayuda en una espaciosa sala diáfana a mujeres que, en grupo o de manera individual, desean liberarse de sus traumas. Lo hace a través de lo que se conoce como “terapia corporal”. No es una práctica médica reconocida oficialmente. Van sin receta quienes visitan a Stephani. Ella dice ofrecerles ayuda frente a los males del alma a través de una serie de ejercicios físicos. Sus tratamientos, etiquetados generalmente de “pseudo-medicina”, están arraigados en la experiencia que tuvo hace unos años como prostituta.
Entre los 19 y los 21 años, Stephani trabajó como autónoma en un burdel. Por su habitación pasaron muchos hombres, desde jóvenes con la mayoría de edad recién cumplida hasta ancianos de 80 años. Su experiencia con ellos le ha permitido en buena medida hacer carrera en esto de la “terapia corporal” o cómo sanar a través del movimiento y del ejercicio del cuerpo. “La terapias convencionales tratan a la gente a través de la palabra, pero yo soy de los que piensa que eso no es suficiente. Para acabar con males como el miedo, también ayuda el moverse, activar los músculos y sacar esa energía negativa que es el miedo”, dice Stephani a este periódico.
Aunque sin saberlo, según cuenta esta mujer de tez pálida y pelo rubio, los clientes que ella tenía en el burdel acudían a una forma “terapia”. “Muchos de estos hombres, al menos entre los que yo conocí, se toman el contacto con las prostitutas como una suerte de terapia, una terapia que no es muy efectiva, pero así lo hacían”, afirma Stephani. “El hombre que recurre a la prostitución, lo hace porque en muchas ocasiones tiene ganas de sexo, pero en realidad tiene ganas de ser feliz, algo que se confunde con tener orgasmos”, abunda esta mujer, que se expresa de forma pausada y reflexiva.
Stephani no es una defensora acérrima de la prostitución, una actividad legalizada en Alemania hace ya tres lustros. Tiene una visión del tema más bien realista. “Yo pienso que la prostitución debe ser legal, siempre y cuando exista el fenómeno. La prostitución, si es legal, es mucho mejor, porque cuando hay prohibición se genera mucha tensión y eso lleva a situaciones muy negativas, como cuando hay violaciones”, estima.
Stephani sabe de lo que habla. A los seis meses de entrar en el burdel donde trabajó, fue víctima de una violación. De esto ella se dio cuenta cuando pensó mucho después en el comportamiento de aquel cliente. Ese hombre dejó de respetar los supuestos acuerdos prostituta-cliente que imperaban en su lugar de trabajo. Ella explica ese trauma apelando a su buena educación. “Yo aprendí muy pronto en mi vida a ser una buena chica, a ser agradable, sonreír, pero en aquella situación me hubiera sido más útil saber decir 'stop', oponerme y echar a correr”, sostiene Stephani.
Para ella, esa aciaga vivencia “no tiene nada que ver con la prostitución”, sino con su “buena educación”. “El cliente me dio el dinero y yo no dije que parase. Me quedé tumbada, paralizada”, ha contado Stephani en una de las muchas entrevistas que ha dado tras la reciente publicación de su libro Lieb und Teuer: Was ich in Puff über das Leben gelernt habe, algo así como “Bueno y valioso: lo que aprendí sobre la vida en el puticlub”. En él cuenta sus experiencias como prostituta.
Hija de una familia cristiana
Stephani es la mayor de las hijas de una “buena familia”, según sus términos. Sus padres, de tradición cristiana, trabajan en el campo de la salud. Su padre es médico y su madre ejerce como terapeuta en una especialidad reconocida por las autoridades sanitarias germanas. “Lo que hacemos mis padres y yo es parecido, estamos en contacto con los problemas de la gente. Aunque ellos están más reconocidos y establecidos”, apunta Stephani. “Mis padres son gente formada, yo estoy formada, mis hermanas también, en mi familia hay una tradición académica. En casa siempre se quiso que estudiáramos y tuviéramos buenos trabajos”, abunda Stephani.
Ella, sin embargo, al poco de empezar la carrera de filosofía en la Universidad Humboldt de Berlín, decidió hacerse prostituta. Terminaría dejando esos estudios. No se sentía viva en las aulas aunque le resultara “fascinante el pensamiento de Immanuel Kant”, según sus términos. “Para mí, ser feliz no es algo que se consiga a través del pensamiento y de lo intelectual, sino a través de lo físico. La prostitución fue una forma de estar en contacto con necesidades humanas, no intelectuales. Me fue bien”, resume.
A Stephani le había marcado siendo alumna en el instituto el día en que en clase hablaron de la célebre autora y figura del feminismo alemán Alice Schwarzer. “Me impactó la frase suya: 'la prostitución es violencia de los hombres contra las mujeres'”, recuerda Stephani. Schwarzer fue de las voces que se opusieron en su día a la legalización de la prostitución en Alemania, algo que hizo posible en 2002 el gobierno del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y Los Verdes que liderara el canciller Gerhard Schröder. En el punto de mira de esta intelectual también están organizaciones como Hydra, una asociación que sirve de punto de encuentro y de asesoría para prostitutas.
Asesoría para prostitutas
Movida por la curiosidad, Stephani fue un día a uno de los encuentros de Hydra. Llegó la primera. Al ver cómo se llenaban la sala de reuniones, a Stephani se le cayeron muchos estereotipos sobre la prostitución. Porque aquellas mujeres que tomaban café, comían tostadas de mantequilla con mermelada mientras hablaban de sus hijos o sus vacaciones, Stephani no las identificaba como prostitutas. Por eso llegó a preguntar a una de las organizadoras de la cita:
-Oye, ¿Es normal que no haya venido ninguna prostituta?
-Ilan, todas las mujeres que ves son prostitutas. Tú eres la única que no.
Dos semanas después de aquella cita, Stephani pedía consejo en Hydra sobre cómo empezar a ejercer la prostitución. “Me dieron consejo, me presentaron burdeles en los que podría trabajar, y así lo hice durante dos años”, cuenta Stephani. Eligió un burdel en el barrio de Wilmersdorf, en un distrito del oeste de la capital teutona. También se buscó un nombre para trabajar allí: Paula. En su casa de citas no se consumía alcohol y estaba abierto hasta las once de la noche. Stephani trabajaba allí entre uno y dos días a la semana.
Sus familiares supieron de su proyecto profesional en todo momento. Se mostraron muy sorprendidos. Pero la apoyaron. “Fueron muy rápidos en decirme que no podían impedirme vivir del modo en que yo quería hacerlo”, recuerda Stephani. “Aquello fue muy importante para mí”, abunda. No ocultar que estaba haciendo carrera como prostituta generó ruido y rumores a su alrededor. Seguro que la gente no siempre habló bien de ella a sus espaldas. Aquí también fue clave el apoyo de su familia. “Mi padre me decía: 'déjalos que hablen', algo que valoré mucho”, ha contado Stephani.
Estereotipos en la prostitución
“En el mundo de la prostitución hay muchos estereotipos. Por ejemplo, se dice que las prostitutas ganan mucho dinero, pero no es cierto”, según Stephani. Pasar media hora con “Paula” costaba 80 euros. Como autónoma, ella elegía lo que hacía o no con sus clientes. Esa forma de trabajar se ha convertido en la base del flamante sello de calidad alemán para prostíbulos, un sistema similar al de las estrellas de los hoteles.
Stephani, que vive de un tiempo a esta parte bajo el foco de los medios de comunicación germanos tras la publicación de su libro, ha contado que en sus servicios ella no besaba, no participaba en sesiones de sadomasoquismo ni en fantasías que implicaran disfrazarse de enfermera. Tampoco decía guarradas al cliente durante el acto sexual ni ofrecía sexo anal.
“Es un trabajo muy físico, no se puede hacer diez veces al día. Pero también es psicológicamente exigente, hay que ver cómo es el hombre, qué le gusta, qué no, cómo hay que tocarle, si es tímido o no, o ver si quiere sexo de verdad, porque igual ni lo quiere”, afirma Stephani. En el burdel en el que ella trabajó, una prostituta podría ocuparse de unos 200 clientes al año. Según las cuentas de Stephani, alrededor de un 30% de los clientes que pidieron cita con ella no lo hicieron para tener sexo. Por eso afirma eso de que, en sus días de trabajadora sexual, se ha ocupado “más de la psique que del pene”.
“A través de la prostitución encontré hombres deprimidos que habían tenido éxito en su vida profesional, algo que no tiene que ver con la felicidad”, cuenta Stephani. A su entender, la gran mayoría de ellos sufrían por poner “muchas necesidades dentro del 'apartado sexo' de su vida”. “Los había que querían ser abrazados, calmados, sentirse bien, ser queridos, porque también son personas. Esto es muy triste, pero, por ejemplo, yo puedo ir a ver una amiga y acurrucarme junto a ella para sentirme mejor. Si eres un hombre y haces eso con otro hombre, entonces te van a mirar mal, y te llamarán hasta maricón”, lamenta Stephani. “La sociedad, por su puesto, es sexista, pero también es muy enemiga de los hombres”, agrega.
El 88% de los alemanes pagan por sexo en su vida
Para ella, esta realidad explica que, en Alemania, la inmensa mayoría de los hombres alemanes paguen por tener sexo al menos una vez en su vida. Según un estudio publicado en 2013 por la revista femenina Brigitte, hasta el 88% de los germanos han pagado a una prostituta a cambio de servicios sexuales. Según dicho estudio, casi la mitad de los hombres (47%) paga por sexo una vez al mes. Se estima que en Alemania trabajan 400.000 prostitutas. El sector mueve un negocio de 1.600 millones de euros anuales.
A diferencia de quienes piensan que la prostitución constituye un problema originado por la demanda masculina – recientemente generaba un gran impacto la campaña 'Hola, putero' del canal de Youtube español Towanda Rebels – Stephani parece más comprensiva con los hombres que fueron sus clientes. “Se dice que los hombres son malas personas por hacer uso de los servicios de las prostitutas. Si es así, entonces, casi todos los hombres son malas personas porque casi el 90% acaba pagando por tener sexo en su vida”, sostiene Stephani. “Estos hombres no son malas personas, ni peligrosos. Van en busca de algo que les haga sentir vivos y felices”, añade. El problema, para ella, es que los clientes, “en el fondo, tampoco encuentran lo que buscan en los prostíbulos”.
“Se puede curar con sexo”
Como buena “terapeuta corporal”, Stephani le atribuye al sexo propiedades curativas. “Con el sexo se puede curar, puede tener efectos de terapia, ya sea sexo solo o en pareja”, dice, matizando sus palabras. “Nuestra cultura, con el porno o las películas de Hollywood, hace que el sexo no sea algo con lo que se pueda curar. El sexo es algo muy grande, lo que ocurre es que culturalmente tenemos un concepto equivocado”, subraya Stephani.
“El mejor sexo no está en la prostitución”, señala con aplomo Stephani. De hecho, dos años como trabajadora sexual tampoco le hicieron descubrir grandes cosas sobre su sexualidad. No en vano, dejó la prostitución después de que en un taller sobre sexualidad femenina necesitara la ayuda de una monitora para descubrir su punto G, una zona erógena de la vagina a la que se responsabiliza de la producción de fluidos durante el orgasmo de la mujer. “Aunque fue algo muy clínico, tuve como un caudal. Lloré, reí, sudé y temblé. Entonces quedó claro para mí que había algo de la sexualidad que no había comprendido”, según Stephani.
Dos semanas después de aquella experiencia, escribió un correo electrónico al burdel en el que trabajaba para decir que lo dejaba. “Te deseo todo lo mejor”, le respondió la responsable del prostíbulo.