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Siete y media de la tarde del martes 23 de enero de 2018. Daniel P. A., de 30 años, se planta en la puerta de un colegio de Dos Hermanas (Sevilla), con el rostro descompuesto. Hace frío, ya ha caído la noche. Daniel es un hombre flacucho, con tatuajes en piernas y brazos, que presenta una barba de varios días y un desgarro en la camiseta a la altura del pecho. En las muñecas y en los tobillos se le ven unas bridas apretadas. No lleva la documentación encima.
Daniel apenas logra caminar. A duras penas se mantiene en pie. “¡Ayuda, ayuda, necesito ayuda!”, grita en la calle. Desde el interior del centro escolar escuchan las voces el conserje y el personal de limpieza, que salen a ver qué sucede. Cuando atienden a Daniel y le preguntan qué ha ocurrido, éste responde: “Me secuestraron hace unos días y me han soltado por aquí cerca. Llamad a la Policía, por favor”.
Cuando los agentes se personan en las instalaciones de aquel colegio, Daniel narra una pesadilla. El miércoles de la semana anterior, cuando se disponía a aparcar el coche de la mujer de su jefe en el taller en el que trabaja como ayudante y recadero, una furgoneta se detuvo bruscamente junto a él. Al instante, varios encapuchados se bajaron de ella, le encañonaron con una pistola en la sien, lo introdujeron en el coche y le taparon el rostro con un pasamontañas.
Luego, dentro de aquel vehículo, se alejaron de Dos Hermanas alrededor de 10 kilómetros, primero por carretera asfaltada y luego por un camino de piedra. Supo esto último, dijo, por el traqueteo del coche. Durante el trayecto le pegaron varios golpes en la cara y en el torso.
Cuando aquel coche se detuvo, sus captores le encerraron dentro de una habitación muy húmeda de una caseta en mitad de la nada. Así estuvo durante los seis días siguientes, un tiempo en el que sólo ingirió agua y no se echó a la boca nada sólido. Ni siquiera un mendrugo de pan.
Daniel no contó nada más. No vio las caras de sus secuestradores. Pese a que posee antecedentes policiales por menudeo de droga, ahora mismo no tenía cuentas pendientes con nadie. No podía imaginar por qué le había sucedido aquello a él.
En la cabeza de Daniel
Todo lo que acaban de leer hasta el momento es producto de la imaginación de Daniel P. A. No hay nada de verdad en todo este relato, salvo que se presentó atado de pies y manos en la puerta de un colegio de su pueblo. Pero ningún extraño le había puesto aquellas bridas: fue él mismo. El resto de la narración, considérendolo pura narrativa de ficción.
Daniel se lo había inventado todo para ocultar que, durante seis días y seis noches, estuvo corriéndose una fiesta mítica que jamás olvidará: pastillas, cocaína, alcohol... Se montó aquella mentira debido a que no quería que su jefe supiera que le había perdido las llaves del coche. Daniel tampoco quería que se enterasen sus padres, a quienes ya les había dado más de un disgusto con anterioridad y desde hace años no saben qué hacer con él.
Tras acompañar a comisaría a Daniel para que presentase la denuncia, los investigadores de la Policía Nacional iniciaron las pesquisas para saber qué había ocurrido. Pero no pensaban esclarecer un secuestro. Al contrario, pensaban que Daniel se había inventado un delito.
Varios detalles no les cuadraban a los policías, algo les olía mal: las bridas que Daniel llevaba en las muñecas y los tobillos tenían cierta holgura; no presentaba un cuadro de estrés y de ansiedad acorde a la situación vivida; su aspecto, pese a ser descuidado, no era el de un hombre al que le habían pegado y que durante seis días se había mantenido a base agua.
“Lo que nos contó no se correspondía con las consecuencias de lo vivido, ni física ni psicológicamente”, explican fuentes policiales a EL ESPAÑOL. “Desde un principio tuvimos la mosca detrás de la oreja. Y pronto se desmoronó”.
El castillo de naipes levantado por Daniel se vino abajo a las pocas horas. Durante uno de sus seis días de farra, el falso secuestrado había perdido las llaves del coche de la mujer de su jefe. Por eso lo tuvo que dejar aparcado la madrugada del domingo 21 de enero en la puerta de un local de copas de Dos Hermanas. Salió de allí a las seis de la mañana, se metió las manos en los bolsillo del vaquero y no encontró nada. Tuvo que dejar el coche estacionado allí.
Durante la investigación, cuando los policías hablaron con el jefe de Daniel y dueño del coche, éste les contó que no había presentado denuncia porque pensaba que en algún momento Daniel aparecería con el vehículo, un Renault Megane.
Al final, el coche apareció, pero apareció solo. El jefe de Daniel lo encontró aparcado frente a la puerta del pub en el que su empleado había estado durante toda la noche. Así se lo contó a la Policía, que sólo tuvo que plantarse en aquel local de copas, pedirle a los dueños el contenido de las cámaras de seguridad y comprobar que Daniel les había mentido.
Así era. Daniel había estado allí durante la madrugada del sábado 20 al domingo 21 de enero. Los dueños, cuando se les fue la mayor parte de la clientela, cerraron la puerta del pub. Dentro se quedaron solo unos cuantos para seguir con la fiesta. Daniel era uno de ellos. El falso secuestro había llegado a su fin.
Llamada desde comisaría
El viernes 25 de enero, dos días después de presentarse en el colegio inmovilizado de pies y manos y con la camiseta rota, la Policía Nacional citó a Daniel P. A. para que se presentase en comisaría. Le dijeron que querían volver a hablar de su supuesto secuestro. Cuando llegó, lo metieron en un despacho. Un experimentado agente de la Policía Judicial le dijo: “Vamos a ver, dinos la verdad, porque las cosas no nos cuadran”.
Al instante, Daniel reconoció que se había inventado su falso secuestro. Contó que desde aquel miércoles que desapareció del taller había estado drogándose y emborrachándose día y noche. Así, durante seis jornadas.
Explicó que, al darse cuenta de que había perdido las llaves del coche de la mujer de su jefe, pensó que debía ingeniárselas para no perder el empleo y la confianza del dueño del negocio, quien, incluso, le prestaba un pequeño habitáculo dentro de su propia nave para que pudiera dormir allí.
Ahora, Daniel, que está imputado por simulación de delito, ha contado a varios agentes de Policía, a sus amigos más cercanos y a sus padres que ha decidido ingresar en un centro de desintoxicación para dejar atrás sus adicciones.
“No estaba muerto, estaba de parranda. No estaba muerto, estaba de parranda”. Así cantaba el ya fallecido Peret, impulsor de la rumba catalana, en El muerto vivo. Si hoy viviera, quizás le compondría una letra al sevillano Daniel, quien se inventó un secuestro para ocultar sus días de farra.