“Nos arrodillaron y nos obligaron a la felación”: las cartas de las niñas violadas por otros menores en Murcia
- EL ESPAÑOL accede a los manuscritos de dos de las tres chicas agredidas sexualmente por un grupo de adolescentes en la Noche de San Juan.
- "Les dijimos que nos íbamos, que mi madre me estaba llamando, pero aún así no nos dejaron, nos seguían cogiendo, empujándonos, siguiéndonos".
- El mapa de 'Las Manadas' que se extienden por España: las seis violaciones en la noche de San Juan
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Era la primera vez. Julia, su hermana Irene y su amiga Paola (nombres ficticios para salvaguardar su identidad), de 17, 14 y 16 años respectivamente, salían a la playa, a la de su pueblo, Mazarrón, en Murcia, a disfrutar de la Noche de San Juan. Siempre mística, sugerente, con ese halo de de alegría que sudan los primeros instantes del verano entre las brasas de las hogueras. Nunca lo habían hecho antes. No eran chicas a las que les gustara ir a su aire: disfrutaban de la compañía de su familia y su círculo más cercano. Los de siempre. Para qué más.
Habían terminado las clases y delante de ellas sólo quedaba el lejano horizonte de septiembre. Las tres chicas habían convencido a sus padres para quedarse un rato más en la playa. Estarían solas, rozando la independencia de la adultez con los dedos. Un primer experimento: Paola, Julia e Irene habían pasado el inicio de esa noche del 23 de junio con los abuelos de las dos últimas, alrededor de una hoguera. No sería demasiado tiempo: sólo lo que tardaran en aparcar los padres de las hermanas. Era ya bien entrada la noche y los sitios libres escaseaban.
Una semana después, EL ESPAÑOL reconstruye lo sucedido en esa fatal playa de la Bahía, en el murciano Puerto de Mazarrón, gracias al testimonio manuscrito de dos de las niñas, al que ha tenido acceso este periódico. Los titulares no tardaron en saltar: dos menores violadas en Murcia en la Noche de San Juan por un grupo de niños, también menores, que las rodearon y las obligaron a practicarles sexo oral. Iban pidiendo turno. Al más puro estilo la Manada.
Una Noche de San Juan negra
No fueron las únicas. 2018 está siendo un año negro —ya van diez casos más de agresiones sexuales múltiples que en 2017 y nueve más que en 2016—, pero es que la pasada Noche de las fiestas de San Juan se convirtió en una pesadilla para, al menos, una decena de mujeres. Durante estas fiestas se produjeron agresiones sexuales —o intentos— en Gran Canaria, Murcia, Girona, Cádiz, Menorca y Lugo. En total, la Policía ha detenido a 11 varones, varios de ellos menores de edad.
Puerto de Mazarrón es un pequeño municipio a poco menos de una hora en coche de Murcia capital. Normalmente, viven más de 10.000 vecinos —según el INE—, pero en temporada estival su población se multiplica. Sus playas, largas, de arena rubia y aguas tranquilas y azules, salteadas con calitas y algún que otro acantilado, son el mejor reclamo para su economía. Los barcos se amontonan en el puerto deportivo, las casas de verano comienzan ahora a desperezarse, a sacudir el polvo acumulado y a preparase para recibir a los turistas. Ya sean habituales u ocasionales.
Pero, en el fondo, Puerto de Mazarrón es como un pueblo. Tiene alma de eso. De saludarse con quien te cruces, de comentar la vida con el vecino. De que se sepa quién, cómo y de dónde eres. En la mañana en la que la reportera se reúne con los padres de Julia e Irene, a cada decena de metros recorridos, la conversación se interrumpe con pequeños gestos o palabras para saludar a unos y otros.
El cebo del perro
Es jueves y estos progenitores han madrugado para acudir al cuartel de la Guardia Civil. Con ojeras, cansados y con un tímido discurso que por momentos erupciona. Vienen de comparecer ante la Benemérita. Dos denuncias. Un mismo escenario. La Playa de la Bahía de Mazarrón.
“Yo, mi amiga y mi hermana fuimos a la playa a ver las hogueras”, arranca Julia su relato de lo sucedido. “Al rato de estar dando vueltas por la playa, nos sentamos en la arena y se acercó un tío a tocar a mi perro”. Además de la denuncia, estas cartas que reproducimos complementan la declaración de las menores de cara a la investigación.
Eran poco más de las dos de la mañana, según confirma el abogado de las víctimas, Jorge Novella, a este periódico. Los abuelos de las crías se habían marchado y los padres estaban por los alrededores, buscando aparcamiento, para reunirse con sus hijas y seguir disfrutando de la noche. Julia continúa su relato de lo sucedido: “[El tío] Dijo que por qué lo habíamos traído [el perro] y se quedó un rato tocándolo. Entonces pasó a decir que tenía unos amigos, que si queríamos ir a conocerlos, le dijimos que no, él dijo que sí, que así no estábamos solas, los llamó y, cuando estaban viniendo, nos levantamos para irnos. Como íbamos `mal´, se aprovecharon y nos cogieron del brazo, diciéndonos que nos fuéramos con ellos, que no pasaba nada. Dijimos que no e intentamos soltarnos, sobre todo porque un niño estaba acosando a mi hermana y ella nos estaba pidiendo ayuda, porque no dejaba de agarrarla”.
Zona poco iluminada y con casas aún vacías
La playa de la Bahía de Mazarrón no tiene paseo marítimo. Junto a la arena comienzan a levantarse casas particulares, chalets que en su mayoría aún andan deshabitados y en los que apenas un par de farolas por cada tramo de calle alumbra las baldosas, como ha podido atestiguar este diario.
A Julia y a su amiga Paola las forzaron a llegar hasta allí. “Ellos nos decían que no pasaba nada, entonces nos llevaron del brazo a un sitio muy apartado de la playa donde no había nadie, sólo ellos y más amigos suyos que se acercaban. Nos arrodillaron a la fuerza, se bajaron el bañador y nos obligaron a que se la chupásemos, empujándonos de la cabeza y no dejándonos que nos levantáramos”.
“Nos intentamos levantar porque a mi hermana la seguía acosando ese niño, restregándose con ella y diciéndole que se la iba a follar. Ellos le decían a mi hermana que se acercara ella también, empezamos a decirles que mi madre estaba en la playa, pero no nos dejaban, nos agarraban del cuello y de la cabeza. No podíamos movernos, entonces vomité y fue cuando pudimos levantarnos”, continúa la menor, de 17 años.
Julia luchaba, decía que no, una y otra vez. Estaba rodeada de siete chavales, procedentes de otro pueblo -Alguazas, según fuentes cercanas a la investigación-, que se jaleaban e intentaban intercambiarlas entre sí. Sólo dos finalmente perpetraron la agresión sexual, pero otros también lo intentaron. El resto miraba y protegía a los agresores. Ahora, se investiga si también grabaron algún vídeo.
"Hazme lo mismo que ellas"
La hermana pequeña, Irene, mientras luchaba con otro chico, aún sin identificar por parte de las autoridades. “Mientras, a mí el zagal que nos perseguía me estaba acosando, no me dejaba moverme. No paraba de tocarme, empujarme contra la pared y decirme ‘hazme lo mismo que ellas’ y que quería mantener relaciones conmigo, pero no llegó a hacerme nada”, indica ella misma en su escrito.
Su hermana Julia y su amiga estaban viviendo un verdadero horror, paralelamente. “Les dijimos que nos íbamos, que mi madre me estaba llamando, pero aún así no nos dejaron, nos seguían cogiendo, empujándonos, siguiéndonos, diciéndonos cosas y cada vez aparecían más, ofreciéndonos dinero para que se la chupáramos. Paola [nombre distinto al real] tuvo que arañar a uno para que la dejaran y entonces empezamos a andar rápido y poco a poco se dispersaron, hasta que llegó mi madre con el coche”.
Para cuando se reunieron con sus padres, las niñas “estaban raras, nerviosas”, admite la progenitora con la voz entrecortada. Le cuesta hilar más de dos frases seguidas sin que se quiebre o se le salten las lágrimas. “Nos habían llamado diciendo que alguien las seguía”, continúa el padre, “pero cómo nos íbamos a imaginar esto”.
"Nena, ¿quieres denunciar?"
Y, de repente, Irene comenzó a hablar. A contarlo. A borbotones, todo seguido, muy rápido, como un río desbocado. “Ahí tomamos conciencia de lo que realmente había pasado. Paramos el coche y les dijimos que si querían ir a la Policía”, sigue él. “Se lo pregunté yo a la mayor”, interviene la madre. “Nena, ¿quieres denunciar? Sí, mamá, me contestó.
Llamaron al 112. “Y nos dijeron que fuésemos a la Guardia Civil a poner una denuncia. ¿Pero cómo voy a irme, si esos desgraciados están en la playa? Me monté en una pelotera con la chica del 112. Pero cogimos a las niñas y fuimos a buscarlos”. Linterna del móvil en mano, esta familia se puso a buscar a un grupo de chavales, sin saber muy bien a quienes. En la playa no había más luz que las que desprendían las hogueras.
Pero, por un golpe de suerte, encontraron a uno de ellos. “Mi niña se me agarró al cuerpo y empezó a decirme ‘Papá, es él, es él. Es el de la barba, es él’. El tipo se había quedado de fiesta en la playa, se puso a ver hogueras y tan tranquilo”. Según describe la madre con muecas, el chaval se quedó mirando a Julia con cara chulesca hasta que reparó en la presencia de los padres. “Y se quedó helado, como en shock. No nos esperaba allí”, sigue.
Denuncias cruzadas: el violador acusa al padre de agresión
Se engancharon a golpes y acabaron reteniéndolo hasta que llegó la Guardia Civil. Por recomendación de su abogado, presente en la conversación, el padre no describe muy bien lo que sucedió a la periodista. “Si te soy sincero, tampoco es que me acuerde muy bien, lo tengo todo como en una nebulosa. Pero si de algo estoy seguro es que yo no le di con ningún objeto contundente”.
El padre está serio. Parece cansado, pero en su rostro se difuminan continuamente muecas de resignación y expresiones de ira. Porque el muchacho, al que le falta un mes para cumplir los 18 años, le ha denunciado por agresión. El chico continúa ingresado en el hospital. El progenitor, por su parte, tiene cuatro puntos en la cabeza, porque se la abrieron al golpearle con un palo en la pelea cuando tenía retenido al agresor. Nada más llegar a la playa la Guardia Civil, el resto de amigos huyeron a la carrera. Finalmente, se detuvo a este chico, de 17 años, y a otro de 16 años. “Eran los cabecillas”, esgrime el padre.
Ahora, el caso está en manos de la Fiscalía de Menores. Tal y como explica el abogado de las víctimas, Jorge Novella, a este periódico, tendrán que llamar a los implicados en breve para iniciar el proceso y esclarecer lo ocurrido. De momento, la familia tiene un as en la manga para poder condenar a los violadores de sus hijas: le ha entregado a la Guardia Civil una camiseta de una de las niñas con restos de semen de los agresores, al menos siete menores. Lo presentarán, además de estas cartas, como prueba.