Jhoesther López, de 32 años, llegó puntual a la peluquería. La abrió y esperó a que aparecieran las vecinas. No tenía mucho jaleo. A las 11 estaba esperando ‘cabezas’ que peinar. En la calle, nadie. Sólo su expareja, que esperó hasta verla sola. Entonces, entró en el establecimiento. Llevaba un cuchillo. Fuera, se escucharon gritos. Aparentemente, habrían discutido, según reconocen en el barrio. Pero las voces se apagaron rápidamente. Minutos después, ella intentó salir del local. Pidió auxilió: “¡Me matan, me matan!”. Dio igual. Nadie llegó a tiempo para socorrerla. No pudo salir por la puerta. Su examante le asestó cinco puñaladas. No soportó que ella lo dejara tras descubrir que estaba casado. Ella quedó tendida en el suelo, con medio cuerpo fuera del local y el otro medio dentro. Él huyó. Después, el sonido de las sirenas y mucho silencio…
A las 11:20, Jhoesther yacía tendida sobre el suelo. Dentro del local, dos charcos de sangre. Alrededor, el murmullo de vecinos y curiosos. “¿Qué ha sucedido?”, la pregunta, en boca de todos, buscaba respuestas. La rubia, como la apodaban en el barrio, era muy conocida. Natural de República Dominicana, llegó hace dos años a España y siempre había vivido por la misma zona. Trabajó en una peluquería y, hace unas semanas, se marchó a otra –las separan apenas 200 metros–. Quería cambiar de lugar, prosperar. “¡Y era encantadora, una chica estupenda!”, explica Marta, una cliente habitual suya. “Siempre se portaba muy bien con nosotras. A veces, no tenías ni que pedirle cita para que te peinara”, sigue explicando.
Ella, a sus 32 años, era feliz en España. Había llegado buscando oportunidades. Su primo Franklin, en sus primeros días, la ayudó. Después, siguió su camino y perdieron el contacto. Ella se valió por sí misma para buscarse la vida. ¡Hasta tenía pareja! Trabajaba para mandarle dinero a su niña, de algo más de tres años, que esperaba en Santo Domingo, en la capital de República Dominicana, para poder venirse con su madre. No volverá a verla jamás. Ni siquiera podrá hablar de nuevo con ella.
Jhoesther descubrió que su amante, de la misma nacionalidad y bastante más mayor (49 años), estaba casado. Y entonces decidió dejarlo. Le dijo que no lo quería ver más. Pero él no lo soportó. “Se obsesionó con ella”, relataba Marta, cliente habitual, a EL ESPAÑOL. Y ella lo sabía. “Yo recuerdo que había tardes en las que estaba en la peluquería y miraba por la puerta. Estaba pegada a ella para que nadie pudiese entrar”, rememoran los vecinos. Ella sabía que él la buscaba. Y la encontró. No hizo nada el fin de semana. Esperó al lunes y, entonces, entró en una peluquería sin nombre –el rótulo todavía está por poner– para acabar con ella.
A las 15:00 horas, su cadáver fue trasladado al Instituto Anatómico Forense. Allí le practicarán la autopsia. Por el camino, quedó todo lo soñado y lo vivido. A sus 32 años, recibió cinco puñaladas: tres en el tórax, una en el cuello y otra en la mano. Su examante fue detenido con la mano encharcada en sangre. La mató porque no soportaba estar sin ella y acabó con su vida. Jhoesther es la víctima número 32 por violencia de género en lo que va de año. El segundo crimen en un mismo día tras el asesinato con arma blanca de una mujer de 29 años en el concejo asturiano de El Franco.
Aunque los expertos inciden en que no hay “un perfil de ningún agresor” porque todos son, en teoría, “buenos chicos”, Timanfaya Hernández, psicóloga sanitario y forense, reconoce ciertos rasgos en él: “Parece que hay una situación de celos y de posesión que se da en muchos casos. Responde a un sentimiento también arraigado de cosificación de la mujer”.
Jhoesther, aunque parecía –por sus comportamientos–, darse cuenta de lo que estaba sucediendo, no denunció. “La violencia de género suele ir en escalada. No suele ser de un día para otro. Es raro que se produzca a la primera”, reconoce Timanfaya. La forma de pararlo es prevenir desde el colegio. “Hay que concienciar a nivel social. Muchas veces normalizamos conductas en pareja que no se deben permitir (insultos o gestos de posesión)”, añade la psicóloga.
¿Y qué pudo llevar a Jhoesther a no denunciar? Normalmente, no lo hacen por varios factores. “El miedo es el fundamental, pero también la sensación de culpabilidad y de esperanza. Se tiende a pensar que él va a cambiar, que no es para tanto...”. Y, cuando se quieren dar cuenta, ha ocurrido. Su caso no es aislado. Es uno más. Esta vez, deja a una hija huérfana en Santo Domingo (República Dominicana) que no volverá a ver a su madre. Es posible, incluso, que nunca la recuerde. Un desalmado acabó con su vida el segundo lunes de septiembre.
Jhoesther López, de 32 años, es la trigésimosegunda víctima por violencia de género. En España, en 2018, también han sido asesinadas Yésica Domínguez, de 29 años; Dolores Mínguez, de 60 años; Ivanka Petrova, de 60 años; Ana Belén Varela Ordóñez, de 50; Leyre González, de 21; María Isabel Alonso, de 62; María Judith Martins Alves, de 57; Paula Teresa Martín, de 40; Cristina Marín, de 24; Ati, de 48 ; María Isabel Fuente, de 84; Martha Arzamedia de Acuña, de 47; Raquel Díez Pérez, de 37; Jénnifer Hernández Salas, de 46; Laura Elisabeth Santacruz, de 26; Pilar Cabrerizo López, de 57; María Adela Fortes Molina, de 44 años; Paz Fernández Borrego, de 43; Dolores Vargas Silva, de 41; María del Carmen Ortega Segura, de 48 años; Patricia Zurita Pérez, de 40; Doris Valenzuela, de 39; María José Bejarano, de 43; Florentina Jiménez, de 69; Silvia Plaza Martín, de 34,; María del Mar Contreras Chambó, de 21; Vanesa Santana Padilla, de 21; María Soledad Álvarez Rodríguez, de 49; Josefa Martínez Utrilla, de 43; Magdalena Moreira Alonso, de 47, y una mujer de 40 años que no ha podido ser identificada.
La serie 'La vida de las víctimas' contabilizó 53 mujeres asesinadas sólo en 2017. EL ESPAÑOL está relatando la vida de cada una de estas víctimas de un problema sistémico que entre 2003 y 2016 ya cuenta con 872 asesinadas por sus parejas o exparejas.
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