El 2 de julio de 2018, Fernando Raigal González (Ciudad Real, 1985) llamó a su casa. No lo hizo para preguntar qué tal iban las cosas, sino para informar de que se había ofrecido voluntario para participar en el rescate de un equipo de fútbol atrapado en la cueva de Tham Luang (Tailandia). “Le dije: ‘Ayuda todo lo que esté en tu mano, pero cuídate’”, cuenta su madre a EL ESPAÑOL. Diez días después, volvió a llamar para comunicar que la misión había finalizado con éxito: acababan de sacar de allí a todos (los 12 niños y su entrenador) sanos y salvos. Inconscientemente, el buzo manchego protagonizó un momento histórico. Durante días, atendió llamadas de todo el mundo para contar lo vivido. Este jueves, en el Hotel Palace de Madrid, recibe uno de los premios al León del año que entrega este diario (los otros dos serán para Francisco González, presidente del BBVA, y Sergio Ramos, capitán de la selección española y el Real Madrid).
Han pasado algo más de tres meses desde el rescate del equipo de fútbol. Fernando Raigal ya no recibe llamadas ni atiende entrevistas. Ha guardado la capa de superhéroe –aunque no se reconozca como tal (“allí había otros mil”)– en su armario. Espera no tener que volver a sacarla. La tiene preparada, por si acaso. Pero su día a día dista mucho de lo ocurrido en aquella cueva de Tham Luang. Su trabajo, habitualmente, es más anodino. Vive en Bangkok (Tailandia), trabaja en diferentes plataformas petrolíferas como buzo y prepara la mudanza junto a su novia a Ko Thaam, una isla paradisíaca donde casi no hay internet y no circulan coches. Echa de menos Ciudad Real, las torrijas y el pisto manchego con huevo frito de su madre, pero lo compensa con el gusto por bucear.
Mientras, su nombre sigue retumbando por su tierra. Las vecinas siguen felicitando a su madre Rosa María, auxiliar de enfermería, y a su padre Juan Antonio, camionero, por lo que hizo su hijo. Jamás se imaginaron que ese niño revoltoso e inquieto, que creció jugando al fútbol y haciendo atletismo y natación, fuera a ser uno de los grandes protagonistas de 2018. Ni siquiera que fuera a ser buzo… “Cuando nos dijo que iba a hacerlo… puff. Por una parte lo veía bien, pero por otra nos daba miedo. Pero él estaba decidido. Tiene un corazón inmenso”, recuerda su madre.
— ¿Se imaginaba tanta repercusión?
— Sí que lo entiendo. Aquello llamó la atención de todo el mundo y yo estaba involucrado. Antonio Molina, que es amigo mío de Ciudad Real, fue el culpable. En un grupo de Facebook, puso algo así como: ‘Que se enteren que hay un ciudarealeño dándolo todo ahí’. Entonces, me empezaron a llamar. Diría que antes de tiempo, porque no había terminado la misión. Después, una vez conseguido el objetivo, ya hablamos con tranquilidad…
— Cuénteme: ¿cómo llegó a aquella cueva de Tailandia?
— Acababa de volver de trabajar en una plataforma petrolífera y recibí un mail a las 11 de la noche. Era de un jefe mío tailandés con el que había trabajado hace tiempo. Él era Navy Seal (de la armada) y, en ese momento, formaba parte de un grupo de civiles que se movilizan en Tailandia cuando hay emergencias. Me dijo: ‘Si estás en tierra, nos hacen falta buzos aquí’. Yo sabía que no era para un trabajo normal. Había seguido el caso desde la distancia y no sabía cómo meterme en el asunto. Así que dije que sí. Reservé un vuelo para las seis de la mañana y le contesté al mail dándole todos los datos. A la mañana siguiente llegué al aeropuerto y me llevaron a la zona del rescate. Me dijeron: ‘En una hora entras en la cueva’. A partir de ahí, seguí las instrucciones que me dieron.
— ¿Cómo llegó el equipo de fútbol a meterse en la cueva?
— Los equipos de fútbol en Tailandia, por tradición, entran en una cueva para que les dé suerte. Ellos son locales y no creyeron que pasaría nada. Empezó a llover y ellos no se enteraron de que estaba diluviando fuera. Cuando volvieron se dieron cuenta de que las zonas por donde habían pasado estaban sumergidas. Intentaron buscar una salida, pero no lo consiguieron. Se quedaron atrapados.
— Y en ese momento es cuando entran en escena ustedes. ¿Qué situación se encuentra al llegar?
— El camino era un barrizal. Había bombas quitando el agua de dentro, a la izquierda estaba el campamento civil y algunos voluntarios; y a la derecha, el campamento de rescate. También había un grupo de buzos especialistas del Reino Unido. Me dieron paso y, una vez allí, me dijeron que se estaban movilizando para entrar. Me asignaron una pareja y fuimos dentro. Nuestra primera misión era avanzar e ir instalando un cabo guía (una cuerda que marcara el camino). Eran pasadizos grandes, así que no sabías dónde ir. Estuvimos allí hasta que se nos acabó el cabo guía y volvimos. Después, los siguientes que pasaron, encontraron a los chicos y a su entrenador. Estaban vivos.
— A partir de ahí, ¿cómo se platean el rescate?
— La verdad, no sabíamos cómo sacarlos de allí. Estábamos contentos, obviamente, porque los habíamos encontrado, pero era complicado: los niños no sabían nadar y estaban débiles. Pasaron unos días y entonces pensamos que era el mejor momento: las bombas habían quitado mucha agua, el nivel del agua era bajo… Así que empezamos. Una parte del rescate fue buceando y la otra cargando camillas.
Allí, en aquel campamento, Fernando Raigal cumplió sus 33 años. Su única celebración fue llamar a sus padres y a su hermana Elisabeth, que, tras estudiar ADE (Administración y Dirección de Empresas), emigró con la crisis y trabaja en Londres para la Seguridad Social. Todos tenían miedo. No daban crédito a lo que estaba haciendo. O, pensándolo mejor, quizás sí…
Fernando, ya de pequeño, apuntaba maneras. “Siempre fue un aventurero nato”, recuerda su madre. No era el típico niño que se quedara plantado delante de la televisión. No, eso quedaba para otros. Él era inquieto, impulsivo y travieso. Comenzó a andar a los nueve meses y no paraba quieto. “Se metía en el lavabo y decía que era un barco, se nos perdió y tuvimos que movilizar a todo el mundo para que lo buscaran… Hasta que lo encontramos encaramado a un árbol como si fuera un gato...Y un día casi me da un infarto. Cogió la sillita de su hermana cuando era una bebé y salió corriendo. Le grité: ‘¡La vas a matar!”, recuerda ahora su madre.
Realmente, lo que le iba a Fernando era la aventura. Era buen estudiante, pero nunca se consideró brillante. De hecho, repitió segundo de Bachillerato mientras sus amigos entraban en la Universidad. Entonces, decidió que él se iba a desviar del camino y decidió tratar de entrar en la Armada. ¿El motivo? “Aquello me permitía viajar y estar económicamente cubierto y explorar”. Ese fue el primer paso que dio para convertirse en buzo.
Con sus estudios, entró en la Armada con facilidad. Era 2004 y todavía no había comenzado la crisis. Lo destinaron a Cartagena como operario de submarinos. Allí hizo su primer curso de buceo (de los muchos que vendrían con posterioridad). Pero no permaneció allí durante mucho tiempo. Poco después, decidió que su camino era otro. Aquel niño inquieto quería más.
Su siguiente aventura la llevó a cabo como civil. “Me compré una moto y me fui con mi equipo de buceo recorriendo España”, cuenta. Iba de un puerto a otro, pasaba por diferentes obras y se divertía. Pasó así dos años y volvió a cambiar de aires. Primero, se marchó a la República Checa, donde estuvo unos meses trabajando como buzo, y después pasó cuatro años en Reino Unido trabajando para una serie de empresas como freelance.
Pero, una vez más, no se conformó con aquello. “Quise irme a trabajar a las plataformas petrolíferas para ganar más dinero. Allí estamos tres o cuatro meses en los que estás todo el día currando y después vuelves a tierra y tienes tiempo libre”. Era su plan de vida. Se instaló en Bangkok, conoció a su novia y se quedó allí trabajando. No sabía que, años después, lo llamarían para que los ayudara a sacar a ese equipo de fútbol atrapado en la cueva de Tham Luang…
— ¿En esa misión murió un compañero suyo?
— Sí, fue el momento más triste. Samam Gumam se llamaba. Lo conocí durante tres días. Era un buen tipo. Estaba bien físicamente y era un gran profesional. ¿Sabes esa sensación de que pasas unas cuantas horas con alguien de tu rama y ya sabes si es bueno o no? Pues yo me di cuenta que era de los mejores. Tenía todas las cualidades que alguien necesita para hacer este trabajo.
— ¿Cómo viven y se sobreponen a esa situación?
— En esos momentos se ponen en evidencia los riesgos que nos encontramos en esta profesión. Fue muy duro, pero qué se le va a hacer. Tienes que mantener la cabeza fría porque la misión no ha terminado. Aprendes de los errores y tienes que seguir adelante. Nos prometimos que le haríamos un homenaje al terminar y lo hicimos. Qué decir. Sabíamos que había pasado algo muy fuerte, pero también que teníamos que centrarnos. Teníamos por rescatar a 13 personas.
— ¿Qué complicaciones encuentra cuando se sumerge?
— Tienes que estar atento a cualquier cosa. No sólo la forma en la que buceas, sino también a todo lo que pueda ocurrir. Tienes que estar pendiente de todo y listo para cualquier emergencia.
— Y así consiguen salvar a los niños.
— Sí. Poco a poco los fuimos sacando. Pero al terminar no hubo grandes celebraciones. Nos miramos y nos dijimos: ‘¡Bien, lo hemos conseguido!’. Pero sin festejar nada. Nos dimos un apretón de manos, una palmadita en la espalda, recogimos y nos fuimos a casa. En esos momentos sólo tienes ganas de dormir.
— Los 12 niños y el entrenador catalogaron aquello como un “milagro”. ¿Se considera un héroe?
— No, yo creo que es una palabra un poco fuerte. Creo que hicimos algo bueno, simplemente. Pero es que si puedes hacer algo bueno, por qué no ayudar. Para mí, personalmente, es un orgullo. Que fuera exitoso es lo mejor que ha podido pasar.
— Si usted no es un héroe… Entonces, ¿qué son para usted los héroes?
— No lo sé. Sólo digo que si yo soy un héroe, allí había otras mil personas que también lo fueron. Fuimos muchos héroes los que lo conseguimos.
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