"Estaba en su sitio junto a mí. Cayó a mis pies. Mi hijo fue abatido por un hombre que cometió una imprudencia, que se salió de su puesto y cruzó la línea de tiro por donde no debía". José Antonio Ávalo, padre de Aitor, el niño de 4 años muerto de un disparo en la cabeza el pasado sábado por la mañana en una cacería de jabalíes en la finca La Lapa, en Guillena (Sevilla), aclara en una conversación con EL ESPAÑOL algunas circunstancias esenciales del accidente mortal que le costó la vida a su hijo.
En primer lugar, puntualiza que él no ha sido nunca cazador ni tiene ninguna licencia para ello, y que esa mañana él y su hijo estaban de acompañantes de su suegro Miguel, abuelo materno del niño, que es quien caza en la familia, quien había comprado el puesto en la montería y quien también había transmitido la pasión cinegética a su nieto. Con ellos estaba también de acompañante un hermano del abuelo cazador, sumando así cuatro personas en el puesto, con una sola escopeta.
El padre de Aitor, de 31 años, que trabaja como vigilante de seguridad con la categoría de jefe de servicios en una empresa de su pueblo, Écija (Sevilla), dice que el accidente ha sido un “homicidio imprudente” y atribuye su responsabilidad en exclusiva al cazador del puesto vecino a su derecha que efectuó el tiro fatal, porque “se salió” de su posición –un movimiento ilegal según la normativa andaluza de caza– y disparó hacia el sitio asignado por la organización donde él estaba con su hijo, su suegro tirador y el hermano de éste.
El cazador investigado admitió en su declaración ante el juez este lunes –según informaron fuentes del caso a Europa Press– que al escuchar ruidos y movimientos en la maleza, creyendo que era un jabalí, se adelantó desde su puesto, giró 90 grados y disparó a su derecha (aunque según el relato del padre del niño, este cazador no disparó hacia su derecha sino hacia su izquierda, hacia donde estaban ellos dentro de su puesto).
El cazador detenido, ahora en libertad provisional mientras se instruye el caso en el Juzgado de Instrucción 16 de Sevilla, declaró al juez que no sabía que había un niño en la montería ni que precisamente estaba en ese puesto vecino al suyo. El padre de la víctima, por el contrario, dice que este hombre –L.A.G., de unos 60 años, arquitecto de profesión– “sabía que había un niño” en la montería y conocía la posición de los otros cuatro puestos. “Por la mañana él le echó una foto al niño y nos vio perfectamente”, dice José Antonio. Agrega que aunque el puesto del autor del disparo mortal y el puesto donde se encontraba el niño acompañando a su abuelo cazador, con su padre y su tío abuelo, no estaban a la vista el uno del otro, “todo el mundo sabía dónde estaba todo el mundo” desde el inicio de la cacería.
Frente a los ataques que está sufriendo en las redes sociales por quienes lo acusan de haber llevado a su hijo a una actividad con armas de fuego, se defiende subrayando que el reglamento andaluz de caza, de 2017, no lo prohíbe. El juez no le imputa ningún hecho delictivo, aunque tiene que declarar el 8 de febrero como testigo, junto a los demás participantes y el organizador de la montería. “La ley no imposibilita que un padre lleve a un menor a una cacería, por eso mi hijo venía conmigo, o yo iba acompañando a mi hijo”.
Al pequeño "no le gustaba ni la bicicleta, sólo la caza"
Insiste en que el aficionado a la caza no era él, el padre, sino su hijo de cuatro años, que había desarrollado una gran pasión por este mundo viendo a su abuelo materno, y que por eso, para verlo feliz, lo llevaba de montería. El pequeño iba a estas excursiones vestido de cazador. También el pasado sábado por la mañana. Por eso quizás llamó la atención al otro cazador la presencia del pequeño vestido de montero y le hizo la foto antes del inicio de la batida. El mismo hombre que, según el padre, le hizo la foto es el que desgraciadamente lo mató poco después sin querer por una confusión y por su aparente imprudencia al salirse de su puesto.
Por el contrario, el padre destaca que Aitor era “muy responsable” y cumplía las normas de seguridad, empezando por no salirse del puesto asignado. “Mi hijo disfrutaba en el campo. Era un niño súper responsable, sabía perfectamente dónde estaba y del peligro que había si se movía. Estaba en su sitio junto a mí. Cayó a mis pies. Mi hijo fue abatido por un hombre que cometió una imprudencia, que se salió de su puesto y cruzó la línea de tiro por donde no debía”, relata José Antonio.
Él le practicó los primeros auxilios y el boca a boca para intentar mantenerlo con vida mientras llegaban las emergencias sanitarias. Con serenidad, este vigilante de seguridad, que además es voluntario de Protección Civil en Écija, lamenta que no pudiera hacer más por Aitor, su primogénito (tiene otro niño, de dos años). “Siempre me he sentido orgulloso de cuidar a los demás. Esta vez no pude salvar a mi hijo”.
Aitor, que había cumplido 4 años el 17 de enero, dos días antes de la montería, empezó a ir a las cacerías con su abuelo materno, el cazador, y con su padre “desde los dos años casi”. “Tenía una afición grandísima que le podía. ¿Qué quieres para los Reyes?, le preguntaba, y decía: ‘Papi, una escopeta de petardos’. No le gustaba ni la bicicleta, sólo la caza. Ésa era su adicción y le ha costado la vida”.
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