Millenials y las nuevas tecnologías. Ay, menuda simbiosis. Dos grandes amigos prácticamente indivisibles. En el metro, en la oficina, en el baño e incluso conduciendo, donde sea. Como si estuviésemos hipnotizados. Raro es quien -como confirman las estadísticas- no pasa al menos una hora al día embobado mirando a una pantalla. Es lo normal. Con un peligro: la adicción (a móviles, aplicaciones...), en general; y la adicción, en particular, a los videojuegos. Concretamente al Fortnite, que ha logrado conquistar en tan solo dos años a 200 millones de usuarios. Todos enganchados. O no. El juego también tiene sus detractores. Muchos de ellos, padres. Pero, "¿por qué vuelve a todos locos (para bien o para mal)?", me pregunté. Poco tardé en descubrir el porqué. Me convertí en Princesa Lucía_ (nick utilizado) para jugar al Fornite Battle Royale durante 24 horas para ver si lograba enamorarme a mí también.
"¿Y esto de qué va?", me pregunté, antes de empezar. Pues bien, en resumen: cien jugadores aterrizan en una isla y luchan entre ellos hasta que solo queda uno. Así de sencillo. Pueden competir en solitario o en escuadrón. Gana el que sobrevive. Es, por decirlo de alguna manera, una copia de Los Juegos del Hambre, pero con una estética de dibujos animados. A esto se le suma un humor negro y unos bailes que han hecho que hasta el mismísimo Griezmann haya celebrado goles con el Atlético de Madrid con una de estas danzas. Además, es fácil, multidispositivo – se puede jugar a través del ordenador, móvil o consola – y, lo mejor de todo, es gratis.
MUJERES Y VIDEOJUEGOS
El mundo de los videojuegos sigue siendo terreno de hombres, pero por poco –el 46% de las usuarios ya son mujeres -. Muchas gamers han expresado que sigue siendo un caldo de cultivo ideal para la proliferación de la cultura del acoso. “En muchas ocasiones a algunas jugadoras les han llegado a decir ‘Vete a fregar’ cuando se han dado cuenta de que eran chicas (aunque los insultos no se circunscriben sólo a Fortnite)”, cuenta a EL ESPAÑOL Alba Horcajuelo, redactora y presentadora de videojuegos en DMAX. Por eso quería dejar bien claro que era chica en el nombre de usuario del Fornite. Me puse Princesa Lucía_. Cuando uno juega en equipos puede mantener una conversación con los compañeros de escuadrón. Es ahí donde se producen los insultos.
El concepto lo entendí rápidamente. No era mi plan ideal de miércoles, pero no parecía difícil. 12 años habían pasado desde la última vez que me atreví a desafiar a alguien a través de la red. Investigué un poco –media hora- de qué iba y me puse manos a la obra. Pobre de mí. “Menuda listilla”, pensé a las dos horas de empezar. Me descargué el juego y nada más aparecer la pantalla principal, me asusté. Parecía que estaba escrito en chino. Niveles, desafíos, gestos, taquillas y un sinfín de palabras que no lograba ubicar en mis apuntes me daban la bienvenida nada más empezar mi jornada laboral. Lo mejor de todo fue mi personaje: un hombre que podría medir 1,85, barba, pelo largo y unos músculos bien marcados. “No tiene mucha pinta de Princesa Lucía”, pensé. Al poco me di cuenta de que el sexo del personaje va variando. “El Fornite es de los juegos más inclusivos, únicamente puedes elegir si eres hombre o mujer si pagas”, me confirmó al poco Horcajuelo.
Empecé jugando en escuadrón junto a otros tres compañeros. Por los nicknames entendí que se trataba de hombres. Empezaron a hablar y no entendía nada. Dos eran franceses y el tercero ruso. La comunicación fue nula. Yo solo escuchaba gritos. Parecía que todo eran impedimentos. Además, a lo largo del juego no solo te tienes que enfrentar a otros 99 enemigos que te quieren matar, sino también a una tormenta que va haciendo los espacios seguros más y más pequeños para que así estés cerca de los demás. En definitiva, que sobrevivir sea cada vez más complicado. Durante las tres primeras horas o me fusilaban en apenas tres minutos o me pillaba la tormenta mortal. Tras ver cinco tutoriales en Youtube y hacerme un buen esquema ya no tenía excusas. Era hora de volverlo a intentar.
DOPAMINA
Empecé con muchas ganas. Llevaba seis horas frente a la pantalla de mi ordenador. Esta vez mi personaje era una joven morena, alta y con curvas. Nada más subirme al bus –desde el cual saltas para aterrizar en la isla- el chat del juego me informó que el resto de los jugadores le habían dado las gracias al conductor. “Qué educados”, pensé. Pero con tanto botón que tenía que memorizar no estaba para aprender más trucos. Aterricé en una zona de la isla llamada Oasis ostentoso y me dediqué a buscar armas para defenderme –y a destruir algún que otro cactus–. Me di cuenta de que llevaba 20 minutos jugando. “Lo nunca visto”, pensé.
De repente, frente a mí, un aviso que me dejó de piedra: “Has quedado tercera”. No me lo podía creer. Menudo subidón. Era la hora de comer y me negué a despegarme del ordenador. Solo quería jugar. “Los videojuegos generan una dopamina y una cadena de premios constantes que al final evidentemente enganchan y son muy adictivas”, expresa a este periódico Diana Díaz, directora del Teléfono ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo).
La dopamina es la conocida como ‘hormona del placer’. Se libera en situaciones placenteras y estimula al individuo a buscar aquello que le ha dado esa sensación. Aquí se encuentra normalmente la comida, el sexo y las drogas en abuso. “Cuando te esnifas una raya de cocaína se activa la misma hormona que cuando uno juega en exceso al Fortnite”, confiesa Domingo Malierca, especialista en neuropsicología y coordinador de la Fundación Aprender A Mirar, entidad sin ánimo de lucro que trabaja para defender a los más vulnerables frente a los abusos que se cometen en el entorno digital. “La exposición inmediata al móvil dispara la dopamina y con las pantallas se dispara con gran medida. Por eso a uno le gusta usar el móvil y a otro los videojuegos. No es mala. La necesitamos”, añade. Sin embargo, en exceso, debilita el cerebro.
“Cuando los padres acepten que no es malo jugar media o una hora se ahorrarán muchas discusiones”
Pensé que las partidas durarían una eternidad. Sin embargo, en apenas media hora el juego ya había terminado. “Es importante no echar la bronca a tu hijo sin antes saber cuanto lleva jugando al Fortnite. Lo primero que tienen que hacer es enterarse de lo que dura una partida, que es entre 20 o 30 minutos.
Cuando los padres acepten que no es malo jugar media o una hora –siempre después de haber hecho los deberes- se ahorrarán muchas discusiones. Es el mismo tiempo que estar con el móvil en el metro”, cuenta Malierca. “Jugar a videojuegos mola. Forman parte de la diversión de la gente. Que un chaval sea muy adicto es difícil. Tiene que jugar todos los días cuatro horas”, expresa.
Casi la mitad de la población española juega a videojuegos. Según un informe de la Asociación Española de Videojuegos (AEVI), 2017 se cerró con 15,8 millones de usuarios. Yo me había sumado a esa cifra por un día (o eso creía). “Los videojuegos tienen unas características que hacen que sean más adictivos: inmediatez, fácil acceso y un fuerte componente social”, cuenta a este periódico Pedro Gómez, psicólogo especializado en adicciones.
Sin embargo, cuando existe una adicción, la complicación va más allá que lo adictivo que pueda parecer el juego. “Los rasgos individuales de cada paciente son más importantes que el juego en sí. El problema es del adolescente más que del Fortnite. Cualquier adicción es una mala solución a un malestar.”, explica Gómez.
Fortnite, también en el porno
El día avanzaba y yo seguía allí. Ya llevaba 15 horas con los ojos como platos mientras mejoraba mi dominio al Fortnite. No había partida que no pulsase la tecla T para charlar con mis compañeros (o al menos intentarlo). Les preguntaba de dónde eran y, si tenía suerte, obtenía alguna respuesta. Otra cosa es que la entendiese. Iba superando desafíos y ya había matado a cañonazos a algún valiente. Sueño tenía, pero mi cabeza se mantenía activa. Me tomé un café y seguí con la faena que había empezado a las 9.
Teclas. Era lo único que se escuchaba a las 4 de la mañana. La noche era cerrada y estaba sola en casa. En ese momento me acordé del último informe de Pornhub, el sitio de pornografía más grande del mundo. En España Fortnite fue la búsqueda que más subió en 2018 y, en el resto del mundo, la segunda. Tal había sido el furor por este videojuego que ya había actores porno interpretando el rol. Sin embargo, la curiosidad no me pudo. Decidí seguir con mis deberes.
Las adicciones: en aumento
Cumplidas las 24 horas lo único que quería era meterme en la cama. Aún así, no descartaba seguir jugando mañana, “pero solo 45 minutos”, me juré a mí misma. “El videojuego ocupa gran parte de su tiempo y no pueden atender otro tipo de responsabilidades como pueden ser los estudios o los encuentros familiares.
Dejan de ver a los amigos, se socializan poco con la familia, el rendimiento escolar baja, aparece la ansiedad, hay cambios de humor...”, explica el psicólogo Pedro Gómez.
Aquí aparece el problema. Aquí se abre la veda pero no solo con los videojuegos, sino con las nuevas tecnologías. Su buen uso es algo que todavía no logramos dominar. El teléfono de la fundación ANAR cada vez suena más. Al otro lado de la línea padres y adolescentes piden ayuda a psicólogos para saber cómo solventar el problema. “Es preocupante que cada vez a edades mas tempranas los niños entren en contacto con las tecnologías. Los padres tienen que poner unos límites y una supervisión necesaria. Se puede convertir en una situación que se nos va de las manos. El buen uso está bien, pero el mal uso es peligroso”, concluye Diana Díaz.
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