El l Juzgado de Vigilancia Penitenciaria número 2 de Cataluña había negado hasta en 13 ocasiones un permiso penitenciario de tres días a Tomás Pardo Caro, un violador reincidente que cumplía una condena de 26 años por violación, secuestro e intento de asesinato a una mujer en 2002. Pero la Generalitat y la Audiencia de Barcelona consideraron que estaba listo para esa licencia de tres días. Había completado con éxito unos cursos de rehabilitación para agresores sexuales. Incluso había salido a la calle en permisos de dos días sin incidentes. Así que le dejaron salir.
Los dos primeros días, Tomás se portó bien. Pero el tercero volvió a actuar como el depredador sexual que es y que incluso su propia familia repudia. Tomás Pardo, el violador de Martorell, abordó a una mujer de 52 años en Igualada y la obligó a conducir más de 50 kilómetros con una navaja en el cuello. “Te ha tocado”, le dijo, mientras le adelantaba que tendría que matarla porque él ya había estado preso previamente por una violación. Llegaron a un bosque de Castellbisbal y Tomás la hizo bajar del coche. Allí la violó en repetidas ocasiones. Luego le ordenó que caminase hacia un barranco, le propinó siete puñaladas en el cuello y la tiró al fondo del precipicio. Creyéndola muerta, la tapó con ramas y se largó.
Por este delito, del que se acaba de confesar culpable, al violador de Martorell le acaban de caer 70 años de cárcel. Ha reconocido que aquella noche de 2016 retuvo, violó, golpeó y apuñaló a una mujer a la que envió a la UCI. Durante la vista, afirmó sentirse arrepentido y pidió perdón. Pero no a su víctima, sino a su madre, la mujer con la que vivía cada vez que salía de prisión y con la que mantiene una extraña relación.
Que se sepa, Tomás Pardo Caro ha sido autor material de tres violaciones. Las dos primeras la noche del 31 de octubre de 2002, en un polígono industrial de Abrera (Barcelona). Primero agredió sexualmente a Montserrat, una mujer que se dirigía a trabajar a una fábrica. Montse se ha plantado esta semana en la puerta del juzgado cuando se estaba celebrando la vista, junto a otras manifestantes, para pedir que se haga justicia. Ella finalmente pudo escapar. Pardo entonces no se dio por satisfecho y decidió seguir cazando. Encontró a Lucía Murillo, una mujer de 37 años que salía de trabajar.
Su forma de actuar fue la misma: la abordó poniéndole una navaja en el cuello y la obligó a caminar hasta un bosque de Martorell, la ciudad natal de Pardo. Allí la violó durante hora y media, la golpeó en repetidas ocasiones y le intentó fracturar el cuello. Cuando acabó la agresión sexual, la mandó a ponerse en el borde un foso y la lanzó al vacío. Cuando la creyó muerta, le robó la tarjeta de crédito y se largó. Precisamente la policía lo detuvo porque las cámaras le identificaron sacando dinero con esa tarjeta de un cajero.
Lucía, casada y madre de dos hijos, no murió. Le perforó un tendón del cuello pero no le alcanzó la yugular con sus puñaladas. Salvó la vida de milagro. Necesitó más de dos meses para recuperarse parcialmente de las heridas físicas. De las psíquicas no se ha recuperado jamás, “pasen los años que pasen”, le explicaba Lucía a varios medios de comunicación un par de años después, con los que quiso hablar y dar la cara y su nombre. Desde entonces, Lucía tuvo que caminar por la calle con un escolta policial, a pesar de la extrañeza de sus hijos de 11 y 15 años al tener que pasear con un policía. Además, cada vez que Pardo salía a la calle de permiso, Lucía era informada y tenía que cambiar de domicilio para que él no la encontrase. Es difícil llamarle ‘vida’ a una situación así. Siempre huyendo de un violador simplemente porque “le había tocado”.
Su padre era alcohólico y su madre le mandaba a mendigar
Tomás Pardo Caro nació en Martorell, en el seno de una familia desestructurada. Su padre era alcohólico y su madre le mandaba junto a sus dos hermanas a mendigar comida fiada en las tiendas. Cuentan sus vecinos que desde pequeño fue un niño amable y falto de cariño. También de mayor. Un tipo educado, atractivo, seductor y con buenos modales, según los que le conocieron. Uno de los que ‘siempre saludaba’.
Pardo fue detenido por la violación de Lucía Murillo en 2002. El juicio no se celebró hasta 2005. Durante ese lapso de tiempo que pasó en prisión provisional, la justicia también tuvo otro ‘detalle’ inesperado con él: se olvidaron de renovarle la prisión provisional y fue puesto en libertad. La típica equivocación que hace que pongan en la calle a un violador multireincidente. Un error que fue “imposible de subsanar”, según la Audiencia Provincial de Barcelona.
La vista del juicio se celebró en 2005 y Pardo fue condenado a 26 años de cárcel. Él sostenía que era inocente. Se lo creyó su madre y se lo creyó Carmen, su novia, que decidió seguir con él a pesar de su ingreso en prisión. Ella creía en Tomás. Por eso se acabaron casando, estando él entre rejas y ella en libertad. Así tuvieron una hija. Ella aseguraba que le esperaría.
Pero algo sucedió durante todo ese tiempo que hizo que la mujer cambiase de opinión. Sus arranques, su conducta violenta cuando ella iba a visitarle… Carmen se dio cuenta de que tal vez Tomás no era la víctima inocente que él le había vendido. Así, ella decidió cortar con la relación. Él montó en cólera porque, aseguraba, ella no le dejaba ver a la niña. Así se quedó sin mujer y sin hija.
También sin hermana, que acabó cortando con él la relación de raíz. Sucedió en un vis a vis, en una de las visitas que ella le hizo en prisión. Tomás le confesó a su hermana que le gustaba físicamente. Además, tuvo ataques de celos cuando su hermana se echaba novio. “Yo le dije que era un enfermo mental, que no quería saber nada más de él. Entonces me amenazó y me dijo que cuando saliese iba a ir a por mí”; le contó de espaldas a la cámara a María Casado en TVE. Así se quedó sin hermana.
La única mujer que le quedaba era su madre, que seguía sosteniendo que su hijo era inocente, que no había violado a nadie. Ella le abría su casa cuando Tomás salía de vez en cuando con permisos penitenciarios de dos días para que se hospedase allí. Así transcurrió el tiempo. Con Tomás haciendo cursos de reinserción en la cárcel y con la Junta de Tratamiento de la cárcel de Ponent (Lleida) tomando buena nota de sus progresos y su buena conducta en prisión. Así se llegó al fatídico domingo de octubre de 2016, cuando violó e intentó matar a su tercera víctima conocida.
La mujer, de 52 años, también fue violada, apuñalada en el cuello y lanzada por un precipicio, exactamente igual que hizo en 2002 con Lucía. Salvó la vida porque, agonizando, consiguió mandar su ubicación por el móvil a los Mossos d’Esquadra. Cuando la policía autonómica llegó al Torrent Bo de Castellbisbal, la mujer se encontraba en estado muy grave.
Cuando Pardo Caro consumó el delito, también le robó la tarjeta de crédito a la víctima y se refugió en casa de su madre. Desde allí mandaba a su sobrino de 15 años (hijo de su otra hermana) a que sacase dinero para poder comprar cocaína. Esta vez no estaba dispuesto a que le pillaran las cámaras de ninguna sucursal, como pasó la primera vez. Pero una de las veces que mandó al crío a por dinero, se percató de que no volvía. Se asustó y huyó. Fue detenido el 29 de octubre de 2016.
Ahora, Pardo ha sido condenado a 70 años de prisión. Su hermana pide que no vuelva a salir a la calle. También Montse, su primera víctima (que se sepa), que lo gritó en la puerta de los juzgados la semana pasada. También Lucía, la mujer a la que dio por muerta tras violarla en 2002. También su exmujer, amenazada por el violador. Pero la justicia ya le hizo un par de favores en el pasado al violador de Martorell, por lo que nadie descarta que cualquier día, por buen comportamiento, lo vuelvan a soltar.
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