Un fotograma de la película 'Yo acuso' de Roman Polanski.

Un fotograma de la película 'Yo acuso' de Roman Polanski.

Reportajes

¿Por qué apelan a Dreyfus desde Polanski hasta los independentistas?

La historia del caso, escrita por Emile Zola, ha sido el germen de grandes fenómenos aún presentes en el debate actual como la xenofobia, el populismo o las 'fake news'.

2 enero, 2020 02:40

El ¡Yo acuso! de Zola para denunciar la injusta condena del capitán Dreyfus se ha convertido en un mantra. Lo usa Roman Polanski –que ha estrenado el 1 de enero en España su película sobre el caso para presentarse como víctima de una persecución, acusado de delitos sexuales. Lo usan los independentistas catalanes, en su versión #JoAcuso, para denunciar la “represión” del Estado español contra el procés. Y lo usaron los defensores del juez Garzón cuando en 2012 fue condenado a 11 años de inhabilitación por sus prácticas ilegales en la instrucción del Caso Gürtel.

Desde que Emile Zola publicara el 13 de enero de 1898 en el diario L’Aurore el artículo J’Acusse!..., en forma de carta al presidente de la República francesa, sus palabras han servido para defender todo tipo de causas: desde el Metoo hasta la lucha contra el Cambio Climático. El autor de Germinal y padre del naturalismo literario señalaba en su denuncia a los verdaderos culpables del llamado affaire Dreyfus. El texto del escritor, a contracorriente de la opinión pública, dio un giro al caso y fue el principio de la lucha por la rehabilitación del militar judío, acusado falsamente de espionaje y encerrado en miserables condiciones durante cuatro años en la Isla del Diablo.

Esta es la historia del caso en el que empezaron a cocinarse grandes fenómenos que siguen estando presentes en el debate actual: el antisemitismo, la xenofobia, el populismo, las fake news o el papel de los intelectuales en la política.

'J'accuse...!' de Émile Zola.

'J'accuse...!' de Émile Zola.

Dreyfus, un patriota con vocación militar

Alfred Dreyfus fue un alsaciano de origen judío, que sintiéndose francés, tras la apropiación de su territorio natal por Alemania, se instala con su familia en París. Encuentra por fin un lugar seguro porque, gracias a la revolución francesa, los judíos vuelven a ser ciudadanos de pleno derecho tras siglos de ser considerados una raza inferior. Declarado patriota y de decidida vocación militar, ingresa en el ejército con la intención de recuperar para Francia su región de origen, Alsacia. Se convierte en el primer judío aceptado en la Escuela Superior de Guerra. Tiene una carrera prometedora por delante y su sueño es llegar a general.

En 1895, siendo ya capitán, se encontró con que Francia no era el lugar seguro que pensaba y que su sueño iba a tener que esperar. Fue condenado, tras acusaciones falsas de traición y espionaje a favor del imperio alemán. Sufrió torturas y penalidades inhumanas durante su confinamiento en una isla de Sudamérica. El ejército no le readmitió hasta 1906. Y, pese a que luchó con Francia en la Primera Guerra Mundial y participó en batallas decisivas como la de Verdún, nunca le fue reconocido mérito alguno. Sus nietos le recuerdan llorando cada vez que repasaba su vida. Estaba casado y tenía dos hijos. Murió en 1935 a los 75 años.

Cabeza de turco en el affaire

En septiembre de 1894, el servicio de contraespionaje interceptaba una misiva con secretos de estado franceses enviada al agregado militar alemán. Se trataba de una lista comprometida de documentos confidenciales que iban a ser entregados a una potencia extranjera. La lista fue rescatada por la mujer de la limpieza, cuando ya estaba hecha pedazos de una papelera

El asunto era grave y comprometía gravemente al Ejército. Un alto oficial falsificó pruebas para involucrar en el caso a la víctima más propiciatoria: el único judío miembro del Estado Mayor General y, por tanto, con acceso a los documentos. El capitán Dreyfus fue arrestado y acusado de espiar para Alemania. El periódico antisemita La Libre Parole informó acerca del arresto con el contundente titular: "Traición". Tras un juicio vertiginoso, y lleno de irregularidades, fue condenado a cadena perpetua. Tuvo suerte, eso sí, de que unas décadas atrás hubiera sido abolida la pena de muerte.

La explosión del antisemitismo

En aquel momento había en Francia 68.000 judíos –la mitad en París- sobre una población total de 38 millones. Se hablaba de “la invasión judía”, en referencia a la ola de refugiados llegados a Europa Occidental huyendo de la persecución del zar. Un amplio sector de la prensa francesa, encabezado por La Libre Parole, emprendió una virulenta campaña contra los judíos, en la que se mezclaba el antisemitismo, el nacionalismo y la xenofobia. Los consideraba «traidores por nacimiento». Incluso se llegó a proponer que los judíos reemplazaran a los conejos en las investigaciones científicas, se les llamaba "plaga de insectos" y se hacían llamamientos a su exterminio. El escritor católico Édouard Dumont publicó en 1886 La Francia judía, que vendió 150 ejemplares, y se convirtió en la biblia del antisemitismo.

Había quien veía en el éxito de Dreyfus, en el ejército de una nación católica y nacionalista, una prueba de la buena integración de los judíos en Europea. Pero eran muchos más los que miraban con recelo a los judíos, a quienes culpaban de todos los males de la sociedad y consideraban artífices de una conspiración para dominar el establishment político y económico.

Dreyfus.

Dreyfus.

Lo que se castigaba en Dreyfus no era la presunta traición, sino su condición de judío. En 1896, el escritor Bernard Lazare escribía: "Fue arrestado porque era judío, y condenado porque era judío, y porque era judío no se elevaron a favor de su persona las voces de la justicia y la verdad".

El acto público de degradación del oficial acusado se conviertió en una ceremonia antisemita. Un suboficial le arrancó las insignias y los botones del uniforme, le quitó la espada y la quebró contra su rodilla. Mientras, Dreyfus insistía en su inocencia: "Mi único crimen es haber nacido judío". Se oían perfectamente los gritos de la multitud congregada en el exterior: "¡Muerte a Dreyfus! ¡Muerte a los judíos!".

La justicia y los juicios paralelos

La vista contra Dreyfus, celebrada a puerta cerrada, dejó al descubierto el deterioro de las instituciones en Francia, lastradas por la corrupción y el antisemitismo. El capitán, a quien sus superiores habían elegido como chivo expiatorio, estaba condenado de antemano. Bastaron tres días para que fuera declarado culpable y condenado a cadena perpetua. Los tribunales, entonces, estaban manipulados por el poder político. Dieron por buenas pruebas sin fundamento. Sólo tres de los cinco peritos caligráficos encontraron parecido en la misiva con la letra del capitán. Ignoraron otras pruebas que apuntaban a la inocencia. Se le achacó hablar “el maldito idioma del enemigo”, pese a su odio visceral a los alemanes, invasores de su pueblo.

Pero, sobre todo, fueron decisivos en la decisión del tribunal la presión de la calle, los juicios paralelos en la prensa y los linchamientos públicos. Los jueces no fueron inmunes al ambiente y dieron lo que pedían a los que más gritaban: Una condena ejemplar para los judíos en la persona de Dreyfus.

Dreyfus delante del Consejo de Guerra.

Dreyfus delante del Consejo de Guerra.

El hecho de que se encontrara al verdadero culpable de la traición no impidió que el capitán fuera traído de vuelta a Francia para ser sometido a un nuevo juicio. De nuevo un tribunal militar volvió a condenarle. Tuvo que intervenir el mismo presidente de la república para ofrecer el perdón a Dreyfus, quien, presionado por el entorno, lo aceptó. Fue liberado y, finalmente, en julio de 1906, la alta corte de apelaciones (un tribunal civil) anuló la segunda condena.

Incomunicado en la Isla del Diablo

El sistema penal francés de entonces también dejaba mucho que desear, Las condiciones en las que fue encerrado Dreyfus poco tienen que ver con las de los presos en la actualidad. Fue enviado, como único prisionero, a una antigua leprosería, frente a la colonia penal de la Guayana, cuyo nombre, la Isla del Diablo, la definía con precisión.

Una de las leproserías de la Guayana.

Una de las leproserías de la Guayana.

Acosado por insectos y escorpiones, alimentado con comida en mal estado, encadenado durante largos periodos, acabó enfermando de malaria, de la que no se pudo recuperar hasta llegar de vuelta a Francia. En total estuvo 1517 días en la isla, incomunicado y ajeno al debate que se mantenía en París sobre su caso. Condenado a cadena perpetua, estaba convencido de que moriría en aquel infierno.

Un nuevo actor entra en escena: El intelectual

Una figura inédita hasta entonces va a participar en el debate. Literatos y artistas judíos hicieron suya la causa de Dreyfus, Entre ellos, Marcel Proust, pero sobre todo, el escritor más popular de Francia: Émile Zola, quien el 13 de enero de 1898 escribía un artículo determinante sobre el caso. Se titulaba ¡J´Accuse…! y apareció en el recién fundado diario L´Aurore, editado por el periodista y político George Clemenceau. Por primera vez, alguien se atrevía a nadar contra corriente de una opinión pública y una prensa mayoritariamente decantada contra Dreyfus.

Zola fue sometido a juicio y condenado a un caño de cárcel por difamar al Ejército. Se vio obligado a huir a Inglaterra, donde permaneció escondido. Le costó la ruina y acabar sus días asfixiado por los gases de un infiernillo. Pero su artículo había caído como una bomba que socavaba la conciencia de los franceses. Estallaron disturbios antisemitas por todo el país. La sociedad se partió en dos: los dreyfusards y los anti-dreyfusards. Entre estos últimos, se encontraban figuras tan relevantes como Paul Valéry y el pintor Edgar Degas. Se llegaron a contabilizar hasta treinta y dos duelos entre unos y otros. Una disputa en la Asamblea Nacional acabaría a puñetazos. Georges Mélies estrenó once películas cortas sobre el caso: las proyecciones terminaron con violentas peleas entre los espectadores. En este ambiente, nacía la palabra intelectual, referida exclusivamente y de forma despectiva a los partidarios de Dreyfus. Con el tiempo, se llamaría así a todos los que contribuyen con sus ideas al debate público.

La prensa como arma política

La Prensa, un medio relativamente nuevo, alcanzaba su momento álgido. La progresiva alfabetización y los avances técnicos fueron decisivos. Se convirtió en una vía de comunicación de masas. Para hacerse una idea, basta saber que L´Aurore, el diario que publicó el artículo de Zola, vendía unos 300.000 ejemplares. Parece mucho, pero resultaba insignificante frente a los periódicos que arremetían, al menos al principio, contra Dreyfus: Le Petit Journal, 1.100.000: Le Petit Parisien, 750.000; y Le Journal, 500.000. Da una idea de la correlación de fuerzas en la sociedad francesa.

El diario Le Petit Journal.

El diario Le Petit Journal.

Los periódicos fueron decisivos en la rápida circulación de información y opiniones. Pero también en la divulgación de bulos, campañas de desprestigio, lo que hoy llamamos noticias falsas. Se convirtió en un actor decisivo de la vida política. De hecho, no se puede entender el desenlace del caso Dreyfus sin el artículo de Zola o sin las continuas difamaciones e invenciones de la prensa del establishment.

A la prensa debe achacarse también, en buena medida, el florecimiento del populismo. Aquella Francia, víctima de todos los problemas causados por la revolución industrial y el progreso tecnológico, era el terreno adecuado para crear un estado de ansiedad, de miedo, de furia, en suma de irracionalidad. Y que el descontento de las masas fuera manejado al antojo de los intereses más espurios.

La consecuencia final: El Holocausto

La llamada solución final para los judíos estaba más próxima a la vida de Dreyfus de lo que pueda parecer. Sólo cinco años después de su fallecimiento, los nazis entraron en París y enviaron a campos de extermino a decenas de miles de judíos franceses, Su esposa, Lucie, una de las judías más famosa de Europa y con 71 años entonces, pasó la guerra oculta y bajo nombre falso en un convento católico de la ciudad occitana de Valence. Sobrevivió al Holocausto. No tuvo la misma suerte su nieta, Madeleine, de 22 años, quien colaboraba con la resistencia ayudando a judíos a huir hacia España. Fue arrestada y enviada a Auschwitz en noviembre de 1943, lugar en el que murió tres meses más tarde.

El Ejército francés se resistió a reconocer su culpabilidad en el caso. La memoria de Dreyfus tuvo que esperar hasta 1995, año en el que se celebraba el centenario de su arresto. Entonces, el ejército hizo pública una investigación de sus servicios históricos en la que se reconocía que el militar había sido víctima de una confabulación. "Su inocencia –se puede leer en el informe- es la tesis más generalmente aceptada por los historiadores". Entonces, 69 años después de su muerte, se cumplió su sueño: fue ascendido a general.