El negocio de los 'okupas' de Marina d’Or: patada en la puerta y piso turístico gratis en invierno
Un periodista de EL ESPAÑOL comprueba cómo los asaltantes se instalan aprovechando los cientos de pisos vacíos durante estos meses.
19 enero, 2020 02:37Noticias relacionadas
Un pavo real camina despacio por una amplia avenida llena de hoteles y altos edificios de apartamentos. Cruza la carretera. No hay peligro; nadie le va a atropellar. Nunca el animal estuvo tan tranquilo. No hay coches ni motos circulando por la calzada. No pasa el autobús. No hay comercios abiertos ni gente paseando por las amplias aceras. No queda casi nadie en toda la ciudad.
No es un escenario postapocalíptico; es Marina d’Or en invierno. La ciudad vacacional más famosa de España se empieza a vaciar cuando acaba el verano. Los turistas reaparecen en diciembre para celebrar la Nochevieja. Y tras los fastos, durante las primeras semanas de enero, la mastodóntica urbanización de 15.000 viviendas parece que cierra. Realiza una especie de parada técnica en la que no abren restaurantes ni tiendas. Un enclave de 1.500.000 metros cuadrados casi deshabitado. Un retiro ideal para hallar la tranquilidad. Ni en el pueblo de montaña más remoto.
Muchos inmuebles vacíos y muy poca gente. Es precisamente durante el invierno cuando algunos ven su oportunidad para meterse en los apartamentos turísticos. Okupas que, amparados en la inmensidad de esta ciudad y en lo poco frecuentada que está en estas fechas, le pegan una patada a una puerta y se instalan allí hasta que los desalojen o hasta que les ofrezcan un trato económico para marcharse.
Marina d’Or: ¡Qué guay!
“Marina d’Or, ciudad de vacaciones”. Les sonará la frase igual que les sonará el otro eslogan: “Marina d’Or. ¡Qué guay!”. Es uno de los pocos vestigios vivos de la época de la burbuja inmobiliaria en España. La empresa del empresario catalán, Jesús Ger, fue la pionera en crear una ciudad de la nada y destinarla íntegramente a viviendas vacacionales con hoteles, parques acuáticos, zonas verdes, discotecas… Un modelo que arrancó en los 90 y que parecía que se iba a imponer y consolidar en todas las costas españolas. Enseguida le salieron imitadores, como Polaris World en Murcia. Pero el modelo se derrumbó cuando llegó la crisis. Una crisis que se llevó por delante muchas de estas propiedades. Embargos que fueron a parar a las manos de los bancos.
Y son precisamente esos pisos embargados los objetivos de los okupas que se instalan durante una temporada en esta especie de extensión del pueblo de Oropesa. Es lo que denunciaron hasta cuatro propietarios a EL ESPAÑOL en estas últimas semanas. Gente que tiene su apartamento en Marina d’Or y que cerraron la puerta en verano. Volvieron para celebrar la Nochevieja y se percataron de que había okupas en sus edificios.
Invierno ‘de patada’
En efecto, hay inquilinos ilegales en Marina d’Or. Cuentan los trabajadores (los únicos que campan por la pseudociudad a estas alturas del año) que hace unos años el problema estaba más enquistado. Que la cosa ha bajado, pero que sigue habiendo gente que está viviendo ‘de patada’. “Si hubieras venido hace un mes y pico hubieras visto cómo echaban a unos que estaban en el edificio Costa de Azahar. Bueno, que los echaban no; llegaron a un acuerdo con los propietarios, que les pagaron 2.000 euros por largarse. Cuando cogieron el dinero, se metieron en otro apartamento del bloque de enfrente”, cuentan en el Be Free, el único bar que permanece abierto todo el año en Marina d’Or.
Confirman estas okupaciones los propios trabajadores de los edificios. Especialmente personal de limpieza. Los conserjes son más reacios a hablar. Algunos aseguran desconocer el problema. Otros lo admiten con la boca pequeña, no sea que hablar con la prensa les acabe perjudicando profesionalmente. Pero a poco que se rasque un poco en la superficie, sale la cuestión.
Entramos a uno de estos edificios con Carmen, la limpiadora que nos hace un tour por el único bloque al que ella tiene acceso, porque es el que tiene asignado para limpiar las escaleras. Vamos a tiro fijo, porque los tiene ubicados: “Algunos okupas se están metiendo en trasteros, que es la parte a la que menos gente va a venir en esta época”, resume.
Los trasteros están en las plantas superiores; hay varios con las puertas forzadas, contamos hasta 7. Hay otros cuyas cerraduras han sido ya reparadas por sus propietarios, porque se los reventaron recientemente. En uno de los trasteros hay una chaqueta de invierno puesta en el suelo y restos de papeles que dan la sensación de que su dueño ha estado ahí hace muy poco. En otro habitáculo hay un colchón apoyado en la pared, listo para ser lanzado al suelo y pasar la noche.
Pero los trasteros no son los únicos espacios que ocupan. Los apartamentos, de entre 60 y 70 metros cuadrados, son el objetivo. En algún portal hay ropa vieja atada: “Yo creo que es la señal que tienen para marcar los sitios donde pueden entrar. Se meten en los pisos de esta zona, los que están más resguardados y más lejos de la zona de los hoteles. Es más discreto”; resume, señalando la zona de la urbanización más alejada de la entrada y de la playa. “De ahí echaron a unos no hace mucho. Ahora, que yo sepa, se ha metido un cubano con una chica que no tendrá más de 16 años”, concluye Carmen, y vamos hasta ese apartamento. La persiana está abierta y se oye ruido dentro. Tocamos a la puerta. El ruido desaparece y nadie abre.
A 600 euros
Uno de los conserjes, con la promesa de que su identidad no será desvelada, revela a EL ESPAÑOL la operativa que siguen los que ocupan pisos en Marina d’Or: “600 euros pagan por ellos. Normalmente es un tema que llevan entre dos personas: uno es el que se encarga de encontrar el piso ideal y hacerse con las llaves del portal. Para ese van 300 euros. Los otros 300 son para el que pega la patada y cambia el bombín”. Un procedimiento calcado al que utilizan las mafias de la ocupación en grandes ciudades como Madrid o Barcelona. La diferencia es que en Marina d’Or, al menos en estas época del año, están más tranquilos y lejos de quejas y miradas indiscretas de vecinos.
Y es que Marina d’Or a estas aturas del invierno es una estampa chernobilesca. La playa está vacía y los restaurantes que se ponen a reventar de junio a septiembre tienen el cierre echado. Tan solo hay un bar abierto en toda la ciudad. Ni hablar de restaurantes, discotecas o kioscos. Solamente se ven algunos albañiles de los que están construyendo los nuevos apartamentos (sí, a pesar de que hay muchos inmuebles vacíos, se siguen levantando edificios), personal de limpieza y mantenimiento, algún turista despistado y algún ciclista en ruta. Pavos reales hay varios; normalmente están confinados en un espacio llamado “Jardines Marina d’Or”. Pero la ausencia de turistas hace que salgan sin miedo y campen a sus anchas por el asfalto.
También se puede ver a alguna persona de la vecina Oropesa (a un cuarto de hora andando) que se acerca hasta la playas de Marina d’Or a caminar. Encontramos a uno de estos últimos paseando al perro por la playa. Preguntado por el impresionante silencio de una ciudad vacía, responde con una broma inquietante. “Sí, ¿verdad? Si yo matase a alguien aquí ahora, nadie se enteraría”.
15.000 viviendas
Quebró el modelo de ciudades-resort, pero Marina d’Or aguanta. Con sus altos y bajos, con concursos de acreedores, ventas, embargos, juicios y quejas de los ecologistas… pero aguanta. “En verano estamos llenos y el resto del año también tenemos mucha gente”, cuentan el portavoz de la empresa que creó el gigante urbanístico. Ellos lo empezaron, aunque muchas de las viviendas ya no les pertenecen. Es por ello por lo que, aseguran, “controlamos la parte nuestra; los apartamentos que son de los bancos porque fueron embargados o los que son de otras inmobiliarias no podemos controlarlos”.
Hay en Marina d’Or cerca de 15.000 viviendas construidas, aunque en invierno la población se reduce a entre 1.500 y 2.000 habitantes. Un caramelito para los okupas. Carmen nos da alguna pista: “Fíjate en algunos balcones. La ropa tendida sobre la fachada. Tengo comprobado que eso es de okupa, porque pasan de comprarse un tendedero”, indica.
La forma de proceder de los okupas también ha variado en los últimos tiempos: “Es por el tema de los suministros. Antes entraban en un piso cualquiera y pinchaban la luz. Ahora hay muchos bloques en los que no se puede hacer; todo el tema contadores va de forma telemática desde hace un año y pico. Entonces, si te metes en un piso que pertenece a un banco y que no tiene luz, agua ni gas, lo vas a pasar mal. Por eso algunos se meten en pisos que tienen dueño, porque tienen todos los suministros dados de alta, aunque se suelen ir antes de que empiece la temporada alta”.
Es el caso de una de las mujeres que denunció esta situación a EL ESPAÑOL: “Solamente me encontré la cerradura forzada. No me robaron nada, ni la tele de 32 pulgadas que tenemos. Por eso no denuncié. Pero me ha venido una factura de la luz de más de 100 euros y yo no he pasado por el piso desde septiembre. Veremos lo que hago”.
El propietario del bar Be Free cuenta que “una noche nos robaron y avisamos a la Policía. Sabían quienes eran y que habían venido de Madrid. Los tenían localizados, pero en lugar de tratarlos como a ladrones los trataron como a okupas. Sabían hasta en qué piso estaba metidos, pero nos dijeron que no podían entrar en una casa sin ua orden, así que no los pillaron”.
Ante todo, mucha calma
Desde Marina d’Or tranquilizan a los turistas. Niegan que haya un problema de okupas. “Sí que tenemos constancia de un par de casos recientes. Uno en el edificio Bahía. Era un grupo de ceutíes que se metieron allí; los vecinos tardaron bastante en denunciar y por eso estuvieron tiempo allí dentro. Al final se fueron, no sabemos si por su propia voluntad, por presión o porque llegaron a un acuerdo con ellos”, cuenta Alberto Viúdez portavoz de la empresa. Dice que “llegaron a un acuerdo con ellos” porque subraya que “no era en uno de nuestros apartamentos. La empresa Marina d’Or construyó todo esto, pero muchos apartamentos se fueron vendiendo. Del segundo caso de okupas que me han referido no podría darte más detalles porque no los conozco”.
Le preocupa a Alberto “que esto suponga una publicidad negativa para Marina d’Or o un efecto llamada indeseado. Nosotros normalmente estamos a tope de gente y seguimos construyendo nuevas promociones que se están vendiendo muy bien. Los hoteles los tenemos a tope y no solamente en verano; cada fin de semana abren. En fin de año se llegaron a repartir 3.000 cenas de gala. La empresa cuenta con unos 700 trabajadores en plantilla durante todo el año, que se refuerza en función de los eventos, y esta cifra suele ascender hasta los 1.200 trabajadores en verano".
Sobre el tema de las ocupaciones, defiende la praxis de la empresa: "Nosotros tenemos controlados nuestros pisos para que no entren. Dependemos de la Guardia Civil, pero tenemos contratado a nuestro propio servicio de seguridad, que va haciendo rondas por la ciudad. Nos esforzamos y seguro que los casos de ocupaciones se dan en apartamento que están vacíos y son de bancos, pero al final todo esto es una zona que se llama Marina d’Or y nos puede acabar perjudicando”.
A finales de esta misma semana concluye este parón técnico que deja Marina d’Or durante 15 días como un lugar en el que se detuvo el tiempo. Para el viernes estaba prevista la reapertura del balneario de agua marina (que ahora se tiene que llamar así y no balneario medicinal, porque sus aguas no tienen propiedades médicas y el gobierno valenciano le ha retirado la licencia para ofertar tal producto) más grande de Europa. Para los próximos meses tienen multitud de actividades programadas a la espera del verano en el que, además de la programación habitual, se celebrará un macrofestival de reguetón que espera atraer a gente de todo el mundo.
Será entonces cuando los edificios vuelvan a llenarse de turistas y los okupas tengan que buscarse nuevos hogares donde cobijarse "de patada". Pero estos días, Marina d’Or seguía a la espera de reactivarse. Sin restaurantes ni comercios abiertos y con okupas escondidos en primera línea de playa. La otra España vaciada, la de la resaca del ladrillo. El pavo real se posa en uno de los balcones de los apartamentos, seguido de una hembra de color blanco radiante. No hay nadie para espantarlos. Seguirán campando a sus anchas por toda la ciudad, hasta que vuelvan los turistas y los reguetoneros. Hasta entonces, ellos y los okupas campan a sus anchas por Marina d'Or.