Detrás, justo por detrás de la plana mayor de Vox, una nueva cara no para de aparecer en los últimos tiempos. Menuda, angulosa, enmarcada tras una rizadísima melena azabache. En un papel secundario, pero siempre a la vera de Rocío Monasterio, Santiago Abascal, Macarena Olona o Iván Espinosa de los Monteros. Ahí se está haciendo fuerte Raquel.
Raquel Moreno Barba. Madrileña. 39 años -cumple el 31 de octubre-. Mecánica. Madre de dos criaturas. Apasionada del cante -especialmente, lo relacionado con el flamenco y las saetas-. Concejala de la formación de extrema derecha en su pueblo, un municipio de menos de ocho mil habitantes en el valle del Henares (Comunidad de Madrid). Y, ahora, la sindicalista del partido.
Es una de las promotoras del nuevo proyecto de la formación: el sindicato Solidaridad -Sindicato para la Defensa de la Solidaridad con los Trabajadores de España, en su versión extensa-. Su nombre aparece en los papeles fundacionales. Ahí está ella.
Coqueteo con todos los partidos
Lo cierto es que la organización ya ha arrancado, aunque sea un estadio embrionario. Tienen sede en el centro de Madrid: concretamente, en el elitista barrio de Salamanca. Es el escenario en el que debutará el “sindicato patriota” que Abascal anunció a bombo y platillo hace tan sólo unas semanas.
“Lo de Raquel con Vox ha sido porque, básicamente, no le quedaba ningún otro partido para intentarlo”, comentan a EL ESPAÑOL fuentes municipales de Torres de la Alameda, su pueblo, una villa que sobrevive como puede al calor infernal de agosto. Pocos vecinos se atreven a salir a la calle, con el termómetro subiendo hasta los casi 40 grados, cuando este diario lo visita.
Uno de los pocos lugares que aún congregan parroquianos pese a las altas temperaturas es un bar que ejerce como centro neurálgico del pueblo, a apenas un par de minutos a pie de la plaza en la que se levanta el Ayuntamiento. Allí todos la conocen… y desde hace años, pero hace meses que no la ven. “Solía venir para tomar algo después del Pleno, pero desde el desconfinamiento…”, comenta una vecina.
La actividad política de Raquel viene de atrás. Como ha podido confirmar este periódico, primero militó varios años en el PP; después, en Ciudadanos; más tarde en Contigo -una escisión localista de los naranjas-. Le siguió un “coqueteo” con el PSOE y, finalmente y antes de recalar en las filas de la ultraderecha, con Somos Torres, la marca de Podemos allí.
De hecho, llegó a pagar varias cuotas a Somos Torres. “Ha circulado por todos los partidos, pero en Vox es donde ha conseguido rascar algo”.
Beligerante o "verdulera"
Raquel nunca consiguió un acta de concejala hasta que lideró las listas de los de Santiago Abascal. Fue hace un par de años cuando tomó las riendas del partido en su municipio. Obtuvo suficiente respaldo como para obtener un sillón en el Pleno municipal, controlado por el PSOE.
Ella cumple con el clásico canon de cargo político de la formación. Beligerante -“Es una verdulera”, opina un antiguo compañero en conversación con este periódico-, llevando la bandera de España como complemento por toda su indumentaria, y bastante estridente. “Sólo se dedica a hacer ruido, no a mirar por el pueblo”, suspira. “Canta, sí, pero sobre todo… da el cante”.
No es para nada extraño verla mostrando su devoción a diferentes santos durante las festividades correspondientes, especialmente durante Semana Santa. Con una voz limpia, sin más acompañamiento que una ligera percusión. Aunque su verdadera pasión es el flamenco, quizás por la relación con miembros de etnia gitana que tiene su familia.
Ni palabra de Vox en el taller
Silueteando a Raquel, se puede vislumbrar el tono con el que desde Vox tratarán de llevar a cabo su plan. Está en plena sintonía con la dirección nacional, aunque tengan orígenes bien distintos. Ella es de familia muy humilde, que emigró de Alcalá de Henares cuando ella y su hermana eran unas adolescentes. Ahora vive en un ático muy modesto, de una barriada casi a las afueras de la localidad. Y en su terraza, claro, luce la enseña nacional.
Su personalidad hace que todos sepan de ella. Habla por aquí y por allá, con unos y con otros. En el trabajo, en cambio, es más callada. Es de las pocas mujeres mecánicas del sur de Madrid. Su actual puesto está en Rivas-Vaciamadrid, a apenas 20 minutos en coche desde su domicilio en una carretera comarcal pero poco transitada, en uno de los polígonos industriales que bordean la autovía que nace en Madrid capital. Allí, los talleres se apiñan unos junto a otros y la conversación pasa por lo laboral.
De hecho, el suyo, con unos grandes rótulos rojos que dan la bienvenida al cliente, apenas destaca entre todos los que hay. El ambiente es calmado en pleno mes de agosto: se nota que el verano está aquí. Aunque quizás su punto fuerte, lo que le hace más conocido entre los compañeros del sector, es precisamente el hecho de que sea una chica mecánica, como ha podido pulsar este diario. De hecho, sus compañeros no conocían su ligazón política. “Lleva poco tiempo”, se excusan.
Su empleo -en turno de mañana- es su principal sustento económico, porque como concejala de Vox no recibe ni un euro por parte del Ayuntamiento de Torres de la Alameda. Va a los plenos ordinarios, que son cada dos meses, y a la Junta Permanente, que también es una vez cada dos meses. En total, apenas 12 citas de pocos minutos al año. Quién sabe si cobrará de Solidaridad una vez se ponga en marcha.
"Si no me llaman facha, no me quedo tranquila"
“Frente a la esclavitud que imponen las oligarquías.
Frente a la ruina comunista.
Frente a la corrupción socialista”.
Raquel comparte las palabras antes reproducidas de Abascal sobre el sindicato al cien por cien. De su papel casi nada se sabe por el momento. El partido trata de desentenderse de su propia creación y, cuando EL ESPAÑOL pregunta, tan sólo comenta que “Raquel Moreno no encabeza el sindicato”.
Pero ella, una concejala más de un pueblo minúsculo, poco a poco, como una hormiguita, ha ido granjeándose el afecto de la dirección nacional, donde tiene como grandes referentes a Monasterio -con quien protagonizó algunos actos electorales en su pueblo, incluso un vídeo contra los okupas- y Olona. “Yo hasta que no me tomo un café y me llaman 3 veces facha... no soy persona”, bromea con sus conocidos.
También formó parte de las listas autonómicas, pero lejos de cualquier posibilidad de salir escogida. Ahora, por ejemplo, viene de hacer campaña en territorio comanche: ha participado en los actos y en el despliegue de Vox en el País Vasco. Ahí, codo con codo, con todos los rostros públicos. Finalmente, obtuvieron una diputada autonómica en el Parlamento vasco.
Puede que haya sido en alguna provincia vasca cuando le hayan comunicado que sí, que gozaría de más responsabilidad en la formación, como adelantó El País. Que, entre octavilla y octavilla, su experiencia como obrera -ahora con el mono de mecánica, llave inglesa en mano; antes, como auxiliar de enfermería en geriátricos, con los pijamas sanitarios- sería la guinda para la creación de Solidaridad.
Vox quiere limitar la huelga
La lucha sindical está en las antípodas de lo que hace Vox. Sus propuestas económicas y laboralistas difieren absolutamente con la defensa de los trabajadores per se: analizando su programa electoral, la formación de extrema derecha aboga, por ejemplo, por limitar el derecho a huelga, una herramienta básica para la negociación, además de un derecho fundamental de la Constitución.
También apuesta por saltarse los convenios colectivos en pactos individuales. Además de beneficiar, en todo caso, al empleador y a las altas rentas.
“España necesita una Ley de Huelga moderna [...]. Los trabajadores que no desean sumarse a la huelga han de poder trabajar si así lo desean [...]”.
“Las empresas han de poder descolgarse de los convenios de ámbito superior, los trabajadores individuales han de tener la opción de descolgarse de cualquier convenio y acordar con el empleador su remuneración y condiciones de trabajo”.
Por eso, cabe preguntarse qué haría Vox ante grandes conflictos laborales como el de Nissan o Alcoa. Qué harían ellos. ¿Estarían del lado de los trabajadores, o, por contra, ser convertirían en un sindicato amarillo [que responde a los intereses de la patronal en vez de los empleados], algo que está expresamente prohibido por la Organización Internacional del Trabajo?
No es la primera vez que un partido político intenta capitalizar el obrerismo. La nueva estrategia política de Vox busca ampliar sus bases electorales atrayendo a los estratos más bajos, tras defender los intereses de las rentas más altas en las instituciones en las que gobiernan.
Ahí se encuadra el último movimiento de los verdes: tanteando distintos ámbitos económicos para preparar el desembarco de Solidaridad. Se trabaja intensamente para captar sindicalistas experimentados que compensen la escasa penetración obrera del partido.
En este contexto, Vox se ha centrado en el sector de la seguridad privada para empezar a sumar adeptos tanto en Cataluña como en el conjunto de España, como informó este diario a través de Crónica Global.
Obrerismo y política
Nada nuevo bajo el sol. Lo de asociar su imagen a un colectivo ya lo hizo el PSOE durante años y años en Rodiezmo (León), sede por excelencia del minerismo astur-leonés. La fiesta, que tenía lugar en los primeros días de septiembre, solía servir para ver a todos los líderes socialistas, así como los principales rostros de los sindicatos mayoritarios, en plena comunión con los trabajadores: pañuelo al cuello, llamando a la solidaridad obrera.
Por allí pasaban todos: desde Felipe González a José Luis Rodríguez Zapatero. El objetivo no era otro que el baño de multitudes y la asociación de los intereses obreros, de la mejora de las condiciones laborales de los mineros, a las siglas socialistas. Reunían, en sus ediciones más populares, hasta a 35.000 personas.
Poco se sabe hasta este momento de Solidaridad. El portavoz del Comité de Acción Política del partido, Jorge Buxadé, quiso dejar claro en rueda de prensa que Solidaridad "no es un sindicato de Vox", pero sí una organización que su partido apoyará frente a la "traición" de unos sindicatos "vendidos a los partidos políticos" y que, a su juicio, "no se interesan" por los derechos de la clase trabajadora.
El perfil de obrera de base, sin gran cualificación ni padrinos políticos, es lo que le ha llevado a Raquel al lanzamiento de Solidaridad. De momento, la nueva sindicalista se encuentra de vacaciones y sin mayor quehacer que disfrutar de uno de los derechos laborales adquiridos por los trabajadores gracias a la lucha sindical.
Con la vuelta al cole, en septiembre, volverá también el curso político. Y, también, el nacimiento del sindicato patrocinado por la formación de ultraderecha. Un aterrizaje convulso -probablemente coincida con la moción de censura anunciada por Abascal- para el que Raquel tendrá que dar la cara. Experiencia, de momento, no le falta.
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