El desastre de Ibiza: Privilege, la discoteca más grande del mundo, de 10.000 clientes a cero
La pandemia ha obligado a sacrificar la temporada. Las salas más emblemáticas se ahogan, mientras los beach club abren sin restricciones.
15 agosto, 2020 03:10Al entrar por la puerta de la discoteca Privilege (Ibiza), todavía parece escucharse el rugido de más de 10.000 personas bailando y cantando a la vez. Todos juntos se metieron en 2003 en el Libro Guiness de los récords, por ser la disco más grande del mundo y la que más gente ha metido dentro. Y si se afina todavía más, casi se puede oír a dúo a Freddy Mercury y Montserrat Caballé, que grabaron allí en 1987 el legendario videoclip de la canción olímpica “Barcelona”.
Se puede oír todo eso si se le pone mucha imaginación, porque Privilege está cerrada. Ha pasado de 10.000 a 0. La abren solamente para EL ESPAÑOL, que realiza un viaje por las salas (vacías) más emblemáticas de las Islas Pitiusas. Calderas humanas que ya no arden, templos de los decibelios en el más absoluto silencio. Privilege está cerrada igual que Amnesia, Pachá, Paradís... Ibiza nunca estuvo en horas tan bajas. Las discotecas son el buque insignia de la isla, las que la pusieron en el mapa mundial de la fiesta y la convirtieron en el referente indiscutible de la cultura clubbing. La gallina de los huevos de oro que alimentó al resto de negocios locales.
Ahora el sector está herido de muerte. Las pérdidas son incalculables y el pronóstico es deprimente. La temporada 2020 se acabó antes de empezar, por la pandemia. Pero la herida no es de ahora; dicen los dueños de las discotecas que tanto daño como el coronavirus ha hecho el intrusismo, porque los hoteles con DJ y los beach club se le vienen llevando gran parte de la clientela habitual desde hace casi una década.
Por si fuese poco, el Gobierno acaba de decretar el cierre total del ocio nocturno. Una medida que influye poco a dichas discotecas, porque ninguna ha abierto este año. Pero es que la prohibición nada dice del ocio diurno, de esos clubes de playa que les han levantado la clientela y que podrán seguir abriendo sus puertas, porque su horario es de 12 a 12. De mediodía a medianoche. Mientras las discotecas que confirieron a Ibiza su personalidad se mueren de inanición, las aglomeraciones festivas van a seguir produciéndose en Ibiza. Y con ellas, la más que probable expansión del coronavirus.
La más grande
Privilege es un coloso. 6.500 metros cuadrados de templo del sonido. Una discoteca que es historia y leyenda absoluta de la fiesta en todo el mundo, porque está en el Libro Guiness de los récords desde 2003, cuando batieron todas las marcas mundiales de asistencia. El aforo es de más de 10.000 personas y allí se celebraban fiestas míticas, como Manumission y Supermartxé. Privilege nació en la isla y que ahora tiene sucursales en lugares como Tokio, Buenos Aires o Rio de Janeiro.
Impresiona ver al gigante dormido. Los equipos de sonido se amontonan en el escenario vacío y las barras permanecen selladas. José María Echániz, su propietario, señala un montón de paquetes con material para la decoración de la sala. Paquetes que nunca se llegaron a abrir porque el coronavirus no quiso. Los propietarios no quieren hablar del dinero que han dejado de facturar, ni del que han perdido, pero se presume una cantidad astronómica. No obstante, el fundador lo tiene claro. “Es por un tema sanitario; nosotros fuimos los primeros en decidir que no abríamos, porque no queremos perjudicar a nadie. Mucho menos a la marca Ibiza”.
Echániz compró la discoteca en 1992, año olímpico. Ese mismo año estaba celebrando allí el Barça su primera Copa de Europa. La discoteca se llamaba Kú y pertenecía a José Antonio Santamaría, un exfutbolista de la Real Sociedad que fue asesinado por ETA al año siguiente. Echániz se hizo con la discoteca en una subasta, porque la sociedad propietaria estaba en quiebra. En 1997 le cambió el nombre a Privilege. Desde entonces, la sala no ha hecho más que ganar en popularidad. En la última década se ha convertido en la sala con las performance más espectaculares de Europa y una de las mayores atracciones de Ibiza.
Ahora, la sala permanece en completo silencio. Pero Echániz no parece demasiado preocupado por este cierre por pandemia. La palabra sería resignado. Asume lo que hay, pero la sala es de su propiedad y está pagada desde hace tiempo. No tiene que abonarle alquiler a nadie y él tiene sus negocios diversificados; su sociedad tiene músculo económico suficiente para aguantar un año y retomar en 2021.
No obstante, advierte de que “el intrusismo sí que ha hecho mucho daño. Hay hoteles y bares de playa que hacen las veces de discotecas, se llevan los clientes y no cumplen las reglas que nos imponen a nosotros, las normas de seguridad, de aforo… A nosotros nos hicieron techar la discoteca porque antes era al aire libre, con la inversión que supuso eso. Lo hacían para que no saliesen decibelios al exterior. Pero es que esas normas no las están cumpliendo los beach club”, resume.
Echániz, donostiarra de 70 años, es optimista porque ese es su carácter por naturaleza. Se pone a trabajar con el resto de operarios cuando toca, se mancha las manos si procede y no se está quieto ni por obligación, aunque ya esté en edad de estar disfrutando de un retiro dorado. Tiene una plantilla fija de unas 30 personas que están en ERTE. Cree que se saldrá de esta y “que se ha hecho lo correcto, porque lo primordial es la salud”, pero advierte de las consecuencias que puede tener en el futuro más inmediato no tomar las decisiones adecuadas para reflotar el sector cuando vuelva la normalidad. La discoteca más grande del mundo sigue en silencio, pero promete que volverá con más fuerza la próxima temporada. Sin embargo, no todos afrontan el futuro con la misma entereza.
La más bonita
“Privilege es la discoteca más grande del mundo, pero la mía es la más bonita”, cuenta Pepe Aguirre, fundador y dueño de Paradís, tal vez la sala más emblemática del municipio ibicenco de Sant Antoni. “¿La más bonita? ¿Quién lo dice eso?”, le pregunto con curiosidad. “Pues yo, que soy de Terrassa y los de Terrassa no mentimos”; contesta Pepe. Le doy por buena la respuesta, porque yo también soy de Terrassa y allí siempre decimos la verdad.
Y en realidad Paradís es una filigrana. Columnas romanas, podios adornados con mil colores, una pista con un géiser en medio donde cada noche se celebraba la mundialmente conocida fiesta del agua… Se celebraba, porque este año no hay nada que festejar. Ni se ha abierto en la temporada habitual, que empieza en mayo, ni se espera hacerlo en diciembre: “Solamente levantar la persiana cuesta 6 o 7 mil euros entre gastos de suministros y personas”, sentencia Pepe Aguirre.
Pepe Aguirre es un ingeniero terrasense que montaba salas de fiesta en la Costa Brava allá por la década de los 70. Vino a Ibiza en ese tiempo para asistir a la inauguración de Pachá y quedó prendado. Fue ahi cuando decidió que aquí estaba su futuro. Así, compró un local y el 3 de agosto de 1975 abrió las puertas de la discoteca Paradís, que ha estado funcionando como un reloj hasta este año.
La sala está en permanente renovación. Su aforo es casi 10 veces menor que el de Privilege (1.693 personas) pero su baza es la decoración, la fiesta del agua y una personalidad propia que han hecho que la discoteca vaya camino del medio siglo dando guerra en Sant Antoni. Ahora está vacía, aunque Pepe sigue trabajando en ella con su equipo de confianza (unas 10 personas); la prepara con la misma ilusión que cada año, arremangándose con los operarios, dando órdenes desde la pista y cribando el montón de ideas que brotan a borbotones cada vez que se pone el traje de faena. Aunque sepa que no va a poder abrir.
La generación de los guerreros
Esa es la personalidad de los primeros empresarios del ocio nocturno ibicenco. Aguirre forma parte de la conocida como “la generación de los guerreros”: los emprendedores visionarios que abrieron discotecas en la isla entre los 70 y los 90. Aguirre, José María Echániz de Privilege, Ricardo Urgell, de Pachá… A ellos les debe mucho Ibiza, porque son ellos los que convirtieron a la isla en lo que es hoy: el referente internacional de la música electrónica. La meca del clubbing. La plaza grande en la que actúan los mejores y más cotizados DJ del mundo, a 150.000 euros la noche.
Pepe Aguirre es casi de la misma quinta que Echániz: “Tengo setenta y pico. El pico no te importa”, sentencia a carcajadas. No ha perdido el sentido del humor, al menos en apariencia. Pero le formulo cuatro preguntas y en la primera ya advierte de la que se viene encima: “Llevamos varios años perdiendo dinero. El año pasado fueron 10.000 euros pero hace tres años, que acometimos una reforma profunda, nos fuimos a los 300.000 euros de pérdidas”, reconoce.
¿Cuál es la causa de esta bajada de los ingresos? Aguirre coincide en la versión de su colega Echániz: “El Ayuntamiento me obligó a techar la sala. O tapaba o no me dejaban abrir. Mira la estructura de metal del tejado, es parecida a la de Privilege. Fue una inversión enorme y yo la entiendo: lo hicieron porque los vecinos querían dormir. De acuerdo. Pero que le impongan el mismo rasero a todas. Los beach club y los hoteles que hacen de discotecas operan como quieren y no les imponen estas restricciones”, se queja.
El turista cautivo
A Paradís, como al resto de discotecas propiamente dichas, les han prohibido abrir. El aspecto de la sala no es desolador porque están en obras y eso disimula, pero la sensación es muy próxima. Estamos en agosto, en el mes fuerte de la fiesta ibicenca. La época del año en el que la discotecas deberían estar a reventar y los taxistas no dando abasto de llevar clientes arriba y abajo. Eso, este año, ni se ha visto ni se verá.
Desde la gerencia de Privilege apuntan a la importancia de la implantación del nuevo modelo de ocio basado en hoteles con discoteca y similares: “El turista está cautivo. Se hospeda en el hotel, baja a las 12 de mediodía a la piscina y ya está allí la fiesta. Baila, se emborracha, se deja el dinero allí. El turista está cautivo, pero es que no le hace falta más. ¿Dónde se va a ir, si allí lo tiene todo?”, se preguntan.
Es exactamente la misma versión que da el propietario de Paradís y los dueños de locales de copas del West, la zona de bares musicales y pubs de Sant Antoni, que se han visto en la misma situación y han tenido que echar el cierre. Dar un paseo de noche por el barrio ahora es desolador. “Y también hay parte de motivación política: el gobierno de izquierdas que tuvimos está en contra de este turismo y nos han puesto todas las trabas posibles. Sin embargo, con los beach clubs y hoteles con espectáculo no se meten”.
Requiem por la temporada 2020
Sea como fuere, Ibiza está cerrada. O al menos las salas más emblemáticas, la atracción para los casi 3 millones de turistas que visitan la isla cada año. Ingleses, franceses y alemanes, por este orden, son los que toman la isla, seguidos de los españoles, que también tienen en las Pitiusas uno de sus destinos estivales favoritos. Desde que las discotecas abren en mayo hasta los famosos ‘cierres’, que son las fiestas de clausura que se celebran en octubre.
Este año, la pandemia se ha llevado por delante a esos 3 millones de turistas, las aperturas y los cierres. Los empresarios son realistas: “La temporada ya está perdida, tenemos que poner nuestras miras en la del 2021, y en octubre. El rama viene ahora, cuando se acaben los ERTES”, apunta Jesús Sánchez, de Abone, la unión de empresarios del ocio nocturno de Ibiza, que se queja de la poca ayuda recibida por la administración este año.
“El ocio nocturno de Ibiza está en la UCI, pero nos están dando aspirinas. Y esto no requiere una aspirina, sino una intervención quirúrgica en toda regla. Porque si no, el enfermo corre el riesgo de morir, y esta vez de verdad. No todo el mundo tiene el mismo músculo económico para aguantar un año sin abrir”. Sánhez, además, hace hincapié en todo lo que pierde la isla con estos cierres: “Perdemos nosotros, pero también todos los indirectos. El taxista que lleva a gente, el del hotel en el que se hospedan, la peluquería que le corta el pelo al turista, las tiendas de ropa… Estamos haciendo ‘inventario de las pérdidas, para poder negociar con la administración. No te puedo dar cifras, pero es muchísimo dinero”; sentencia.
Para Sánchez, las soluciones a adoptar son diversas: “En primer lugar, que nos dejen mantener los ERTES hasta abril del año que viene, que es cuando esperamos volver a abrir. Luego, que se nos aplique un IVA súper reducido al 4%, teniendo en cuenta las circunstancias que estamos viviendo y a las que no se les ve el final. Más cosas que se podrían hacer es mediar entre arrendador y arrendatario de locales. Las salas, si no son de propiedad, cuentan con unos alquileres altísimos. Pagar todo eso con la discoteca cerrada es una ruina”, concluye. Su asociación le ha presentado al gobierno balear un protocolo de actuación, pero ni siquiera ha sido tenido en cuenta.
Entretanto, en el Ayuntamiento de Ibiza echan balones fuera, igual que en el de Sant Antoni. No tienen cifras de las pérdidas ocasionadas, y remiten al Consell Insular para obtener dicha información. En el Consell Insular nadie contesta. Silenzio stampa mientras el corazón de la isla se muere.
Los intrusos
¿Y el futuro? Pinta negro: “Un año sí que podemos mantener las discotecas cerradas por una cuestión sanitaria. Pero.. ¿y en 2021? Si seguimos teniendo el coronavirus, que tiene pinta, porque a mí que Putin salga diciendo que tiene una vacuna que se llama Sputnik no me da ninguna tranquilidad, pues sí que nos podríamos enfrentar muchos al cierre definitivo”, concluye Pepe Aguirre de Paradís. No quiere ni pensar en ese escenario, pero cada vez lo ve más cerca. En la misma línea se pronuncia el portavoz de Abone. Jesús Sánchez cree que, “de las decisiones que se adopten estos días, dependerá el futuro de la isla”.
Entretanto, los beach clubs parecen ajenos a todo el problema. Los turistas siguen llegando a la isla y siguen yéndose de fiesta. ¿Pero dónde? El caso más paradigmáico es el Ocean Beach: un club ubicado en la playa de Sant Antoni que tiene piscina, mesas para comer, cócteles, alcohol, discjockey, fiesta, música al aire libre (sin obligación de cerrar) y un horario que le permite burlar las prohibiciones del gobierno, Salvador Illa ha anunciado el cierre del ocio nocturno desde las 1 de la madrugada. El Ocean, por ejemplo, abre a las 13 horas y cierra a las 22. “¿Qué pasa, que de día no se transmite el coronavirus?”, pregunta Aguirre con retranca.
Estos clubes son en su mayoría propiedad de grupos de capital extranjero. Se han aprovechado de todo el trabajo que hicieron las discotecas ibicencas para poner a la isla en el mapa. Del trabajo de aquellos “guerreros” españoles que se dejaron el dinero que tenían y el que no para crear un universo festivo sin igual. Ahora, la pandemia lo ha destrozado todo. Las míticas salas permanecen vacías, sus trabajadores de brazos cruzados, muchos de los cuales todavía no han cobrado el dinero de los ERTE. Y con ellos, la isla se resiente. Los bares, las tiendas y los taxis.
Todo el mundo echa de menos la época dorada. Todos menos los turistas que se meten en sus beach clubs a burlar a la ley. Locales que no cumplen sus obligaciones como discotecas, pero funcionan como tales. Seguirán abiertos, seguirán celebrando fiestas y seguirán siendo un foco potencial del coronavirus. La administración ha tomado medidas fácilmente evitables por estos establecimientos. Y entretanto, los de toda la vida van cayendo. Las discotecas de la isla languidecen ante el olvido institucional. La Ibiza de las discotecas está muerta, en silencio, y el problema puede ser definitivo. Lo advierte Aguirre: “Cuidado, que otras zonas como Turquía o Croacia se están aprovechando de la coyuntura y se pueden convertir en los próximos destinos de moda. Buenas playas, todo más barato y los gobiernos apoyando a los empresarios locales. Cosa que aquí no está pasando”, finaliza.
Tras la visita de EL ESPAÑOL, Privilege cierra sus puertas otra vez. La discoteca más grande del mundo espera ponerse de 0 a 10.000 el año que viene, pero las medidas que está tomando el gobierno respecto a su sector no les hacen ser optimistas: Ibiza es la joya turística española más codiciada en verano. Así lo ha sido durante los últimos 40 años. Pero entre el coronavirus y una gestión política discutible que solamente favorece a empresarios foráneos, su hegemonía como capital de la fiesta mundial está en entredicho. Croacia, Grecia y Turquía permanecen al acecho, para quedarse con su trono. Y en vistas del desarrollo de los acontecimientos, el fatal relevo está cada vez más cerca.