"He intentado vivir 7 días sin plástico y casi muero en el intento": mi reto a lo Greta Thunberg
EL ESPAÑOL experimenta cómo sobrevivir sin el derivado del petróleo, del que cada año se producen cerca 380 millones de toneladas en el mundo.
16 enero, 2022 02:16Noticias relacionadas
Vivir sin plástico en el mundo actual es una tarea prácticamente inviable. Quizá sea algo que sólo consiga realizar Greta Thunberg, la activista medioambiental que persigue un planeta más sostenible. He aprendido esta lección durante los siete días en los que me he propuesto sobrevivir sin este material sintético derivado del petróleo. De verdad, aunque uno quiera conseguir el objetivo, es una ardua tarea porque todo lo que nos rodea está hecho o contiene este material no biodegradable. Ha sido una semana curiosa en la que he tenido que estrujarme la sesera para ver cómo salía al paso y no morir en el intento. Y ya les digo: para ciertos actos cotidianos uno puede apañárselas para encontrar un sustituto, pero en muchos otros ha sido Misión Imposible.
Aunque estoy bastante lejos de Tom Cruise a todos los niveles, sí que he sentido lo que el actor ha podido soportar durante las seis películas de una de las sagas más populares del universo cinematográfico. Sí, puedo decir que he protagonizado Misión Imposible VII: La vida sin plástico. Sólo hay que partir de la idea de que, según los últimos datos de Greenpeace, cada año, el mundo produce cerca de 380 millones de toneladas de plástico para el consumo humano. Entonces, ¿cómo escapar de él?
En este sentido, el continente que está detrás de al menos el 51% de la producción mundial de este material, expresa la ONG ecologista, es Asia, seguida de América del Norte (18%) y Europa (17%). De hecho, España es un país con una amplia demanda de plástico para cualquier fin. Tras Alemania (24,6%), Italia (13,9%) y Francia (9,4%), nuestro país es el cuarto de toda Europa con la mayor demanda (7,6%), incluso por encima del Reino Unido (7,3%), un país que tiene cerca de 20 millones de habitantes más que España.
La Unión Europea, de hecho, es consciente de ello. Por ello, se propuso regular el consumo de plásticos de un sólo uso como bolsas, pajitas, vasos, cubiertos o bastoncillos para oídos mediante una directiva comunitaria. Estos artículos se encuentran entre los 10 productos plásticos a los que Europa les ha declarado la guerra al suponer el 86% de los plásticos de un solo uso que utilizamos los consumidores. La normativa entró en vigor el pasado 3 de julio de 2021, pero España no ha llegado a cumplir a rajatabla con lo acordado.
Pese a ello, en este país es ya frecuente que los establecimientos ofrezcan a los consumidores, por ejemplo, pajitas de cartón, pero no en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana es posible hallar sustitutos que puedan cumplir la misma función. Esto lo he comprobado tras siete días con el objetivo de vivir sin plástico, algo que se ha vuelto un propósito inalcanzable. Por ello, este redactor de EL ESPAÑOL contará, día a día, cómo han sido las peripecias de la aventura.
Día 1: lo cotidiano
La higiene es algo primordial en el ser humano. Cuando me levanto cada día, como hace cualquier persona, me ducho, me lavo los dientes, me peino… Vamos, lo cotidiano. Y para mi propósito de vivir sin plástico he descubierto que es algo inalcanzable. Por suerte, en casa tenía un surtidor de jabón de vidrio con su parte superior de metal. Así que rellené este recipiente con jabón para poder asearme a lo largo de la semana, puesto que los envases convencionales son de plástico. Lo mismo hice para el champú.
Así pude salir al paso, además de dejar de usar mi peine de plástico. Para peinarme, he utilizado un peine de madera que encontré por casa, pero ha habido un objeto que he tenido que comprar para cumplir mi propósito: el cepillo de dientes. Adquirí uno de madera por 3,99 euros en Amazon, pero me quedé pensando que el repartidor que me lo trae a casa usa una furgoneta que, como cualquier vehículo, tiene plástico.
¿Incumplía mi objetivo? Desde luego. Pero busqué ese cepillo de dientes en los supermercados y farmacias que están cerca de mi casa y no tenían disponibles cepillos de dientes de madera. Quizá, en otros más alejados sí que tenían stock, pero ya tenía que usar mi vehículo o el transporte público que, como saben, contienen plástico.
Día 2: el trabajo
Como cada día lectivo, este redactor tiene que ir a trabajar. En este sentido, la pandemia —mal que me pese— se ha vuelto una aliada para reducir el número de veces que he tenido que acudir a la redacción porque ha vuelto una suerte de régimen de semi trabajo presencial. Normalmente, he estado trabajando desde mi casa, lo cual ha hecho que no haya tenido que usar mi coche o el transporte público, cuyos componentes están hechos de plástico.
Y, bueno, como periodista es primordial escribir. Bien sean anotaciones o bien sean artículos para EL ESPAÑOL. Las anotaciones las he salvado y durante estos días me ha acompañado una libreta de cartón y papel y un lápiz de madera. Adiós a los bolígrafos que, para mí, estaban vetados en mi vida por ser de plástico. La cosa cambiaba al tener que escribir un artículo. Como en cualquier medio, los redactores utilizan el ordenador para elaborar sus piezas.
Aquí no tenía escapatoria, salvo proponerle a mi redactor jefe escribir mis reportajes con papel y lápiz y que algún compañero los transcribiera. Pero volvemos al mismo problema que con el repartidor de Amazon: mi compañero tendría que usar, por supuesto, un ordenador de plástico para transcribir, así que indirectamente lo usaría yo. Así que nada. No podía escapar del ordenador.
Lo mismo ha ocurrido con el móvil. Un periodista no puede ejercer su profesión sin hacer llamadas. El problema es que los móviles o, incluso, los ya escasos teléfonos fijos, están hechos de plástico. Por ello, por lo menos le quité la funda. No podía quitar el plástico del móvil, pero sí reducirlo. Con todo, el ordenador y el teléfono han atado mi vida dificultando mi propósito. Aún no se han inventado estos aparatos hechos de metal o cartón.
Día 3: la compra
Esta semana, aunque sea una obviedad, también he tenido que comer. Como todo el mundo, en el tercer día del reto antiplástico acudo a mi supermercado de referencia para adquirir los productos básicos para mi supervivencia. Y creo que esta ha sido una de las escenas más rocambolescas de mi película inventada Misión Imposible VII: La vida sin plástico. Ha sido una tarea muy, muy complicada.
Para empezar, he salido de mi casa con una bolsa de tela, para evitar las de plástico. Ni siquiera me valen las de muchos usos, ni mi mochila, que contienen ese material. Bien, aunque he acudido a mi supermercado para una compra pequeña, me hacía falta un pequeño carrito de la compra, pero ahora son de plástico en la mayoría de superficies. Así que me decanté por usar el único que había totalmente de metal. Nueva salvada.
Pero los pasillos del supermercado los podría describir como el universo del plástico. Creo que ningún producto escapaba de que su envoltorio fuera de este material no perecedero. Me di alguna vuelta pensando en cómo abordar mi compra y llegué a la zona de panadería. ¡Aleluya! Para envasar los productos de obrador recién hechos hay unas bolsas de papel, que me han salvado la vida. En ellas, por ejemplo, he introducido medio kilo de mandarinas, saltándome lo preestablecido.
¿Por qué? Porque en la zona de frutería estaban a disposición de los clientes, las tradicionales bolsas de plástico transparente, que no usé, y guantes. Yo, a ojo y sin tocarlas —y más en tiempos de Covid-19— cogí las mandarinas y las eché en las bolsas de papel de bollería, que no están destinadas a albergar fruta. Pero ese fue el nuevo uso que les di.
Para productos cárnicos o embutidos directamente me olvidé de los que hay en los lineales por sus envases plásticos. Así que acudí a la charcutería y la carnicería y pedí lo que necesitaba, ya que los trabajadores lo envuelven en papel. “Por favor, sin bolsa”, solicitaba. Una petición que, aunque extrañados, cumplían los empleados del supermercado.
Y, bueno, de los productos de aseo y del hogar, al menos en esta semana de reto de desintoxicación plástica, nos olvidamos. No hay alternativa de envase. Todos vienen dentro de botes, bolsas o packs de este material. Ah, no. Compré mascarillas, envueltas en plástico, claro, porque la pandemia no perdona y este bien se ha vuelto de primera necesidad para nuestra sociedad.
Día 4: el ocio
No todo en nuestra vida es trabajar o cumplir con obligaciones vitales, como ir a la compra. También hay momentos en los que quería desconectar tras mi jornada laboral. Lo habitual hubiese sido, quizá, ver una serie o una buena película en casa. Pero todo se ve o en un televisor o en un ordenador. Vaya… si usaba los aparatos electrónicos para algo no obligatorio —como trabajar—, sí que fracasaría en el intento de vivir sin plástico sin ni siquiera presentar batalla.
Así que el libro se volvió mi mejor amigo. Siempre suelo leer algo, pero durante esta semana he reconectado con la lectura de un modo especial debido a que las páginas de papel con sus tapas de cartón, permitían que me entretuviese sin usar plástico. Así, encontré en los libros un remanso de paz y, buceando en la lectura, devoré La Caída del Muro de Berlín, de Ricardo Martín de la Guardia, y Operación Jaque, de Juan Carlos Torres.
Día 5: nimiedades
He llamado nimiedades a las acciones pequeñas que realizamos en nuestro día a día. Por ejemplo, prepararme un café por las mañanas. Lo suelo hacer en mi vida con una máquina de cápsulas, pero, aunque éstas son de aluminio, el aparato en sí es de plástico. En consecuencia, había que repensar cómo lo hacía para no usar plástico. Para ello, rescaté del fondo de la despensa una vieja cafetera italiana para elaborar, a fuego lento, la bebida.
De ese modo, no usé el plástico para el café. Pero, ¿qué se puede hacer a la hora de cocinar? Por suerte, en mi casa prepara la comida mi familia. Y, gracias a esta afortunada circunstancia, escapé del uso de los plásticos de los productos que envuelven los alimentos. Pero, claro, he tenido esa suerte aunque pasa como con otros actos de la semana. Otras personas utilizan por mí el vetado plástico, así que indirectamente lo he acabado usando.
Días 6 y 7: fin de semana
Quizá, los días de fin de semana han sido los más fáciles de afrontar porque hice planes que evitaban emplear plásticos. Ejemplo de ello han sido mis paseos por un campo cercano a mi casa, una acción totalmente sostenible para mi propósito. O, también, a la hora tomar alguna caña con los míos, pedía siempre bebidas que, como la cerveza, salen del barril al vaso de vidrio. Sin intermediarios plásticos.
No obstante, para este tipo de planes de ocio, he tenido que utilizar en algún momento mi coche. Al subirme en él, sólo podía observar el volante o la palanca de cambios y no podía evitar pensar que me estaba saltando mi propósito semanal de vivir sin plástico.
Y así llegué al séptimo día sin el material no biodegradable, redescubriendo algo obvio, pero que no nos paramos a pensar. Es inviable convivir sin utilizar, en algún momento, el derivado del petróleo. Por ello, titulé mi película semanal con el nombre de Misión Imposible VII: La vida sin plástico. El mundo, de momento, no lo permite y la falta de sustitutos a la mayoría de artículos plásticos ha imposibilitado cumplir la semana sin usar el material.
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