Yolanda Díaz vuelve a sus orígenes: repite la fórmula del éxito en Galicia cuando Iglesias era su asesor
El primer germen de Podemos y de la plataforma Sumar está en una confluencia de partidos que la vicepresidenta ideó en 2012.
4 septiembre, 2022 02:10Noticias relacionadas
La primera vez que Carmela, la hija de Yolanda Díaz, vivió unas elecciones fue el 21 de octubre de 2012. Lo hizo recostada en su colo, con los ojos muy abiertos pero sin enterarse bien de lo que estaba pasando. Su madre, que sí se enteraba, se puso a temblar. Uno de sus asesores, el madrileño de la coleta, llegó a decir que esa noche se le puso cara de presidenta. Ella, desde luego, no lo pensó. En ese momento sólo se repetía que la mistura había funcionado.
Cuando varios compuestos se mezclan, se misturan, se convierten en otro completamente nuevo. Es la misma fórmula que la actual vicepresidenta lleva repitiendo desde aquel domingo de 2012 en el que una coalición con menos de un mes de vida salió de la nada para arañarle nueve escaños, 200.000 votos y algún mal sueño al PSOE. La entente se llamaba AGE, Alternativa Galega de Esquerda, y tenía un principio muy sencillo: unir a todos los egos, a todos los partidos más allá del socialismo, y presentarse juntos a las elecciones sin anularse mutuamente.
Entonces, el cóctel político fraguado por Díaz tuvo más de alquimia que de química, por aquello de lograr lo imposible y unificar a nacionalistas desencantados, viejos camaradas de izquierdas y jóvenes revueltos en las plazas del 15-M. Exiliados del BNG, Esquerda Unida, ecologistas e indignados, la misma fórmula que reajustó en 2015 con el nombre de En Marea y que ahora, tras perfeccionar la receta, pretende dar voz y cara a Sumar, la plataforma ciudadana con la que se presentará a las elecciones generales.
Aquel invento de AGE fue el primero de una serie de ensayos, conflictivos y a veces contradictorios, de unir el universo a la izquierda del PSOE. Diez años después, todo ha cambiado pero la mistura permanece. Sólo quedan ella y Feijóo, el mismo enemigo de entonces, y la fórmula mágica para reunir a la -indisoluble- izquierda. Entonces, como ya ocurrió con la primera aventura de Díaz en el ayuntamiento de Ferrol, las coaliciones y los matrimonios de conveniencia ilusionaron y superaron toda expectativa para, ya al final, terminar en decepción y amargos divorcios. Pero de todo se aprende.
Este mismo jueves Díaz volvió a donde empezó todo, a Galicia, en la enésima reviravolta de su carrera política, pero con la misma esencia con la que empezó: la confluencia. Al final, de Sumar no se sabe nada -ni siquiera está claro que vaya a ser el nombre definitivo- más que de dónde viene, lo que significa y lo que pretende. El proceso tiene por ahora dos posibles síes territoriales, el de Ada Colau y Mónica Oltra, y dos noes, el de Teresa Rodríguez y el de Mónica García, que por el momento no se plantea hacerle un Errejón a Íñigo Errejón. El resto, como diría Rajoy, ya tal.
La primera suma
Hoy por hoy no hay persona en España con acceso a Internet que no sepa quién es Yolanda Díaz, los latiguillos con los que arranca los miércoles sus debates en el Congreso -”le voy a dar un dato”- o el golpecito con el que aparta el micrófono al final de cada exposición. Hace justo un año, el diario francés Le Monde la definió como ese “electrón libre” del Gobierno. No era así hace una década.
Entonces, la abogada tenía un currículum político discreto, había sido teniente de alcalde en Ferrol, gobernado con el PSOE y sufrido una decepción supina cuando “esto no es lo que habíamos pactado”. Lo de siempre. También había perdido otras elecciones, las de la Xunta en 2009, que terminaron con Feijóo en mayoría absoluta y con ella, cabeza de lista de Esquerda Unida, sin escaño. Para las siguientes no cometería el mismo error.
La primera sacudida del terremoto de la crisis se sintió en Galicia, aunque tarde. Los vientos de los indignados, la corrupción y el empuje del 15-M devolvieron a la vida a un independentista de 76 años que, en su juventud, había liderado la oposición a Manuel Fraga en el Parlamento gallego. Xosé Manuel Beiras, histórico líder del BNG, había abandonado su partido de un portazo y su nuevo partido -Anova- empezaba a recoger el voto de los indignados, pero daba miedo a la izquierda no nacionalista. Yolanda Díaz fue más rápida y le hizo una oferta que hasta entonces no tenía precedentes: unir en una misma candidatura a Esquerda Unida y Anova.
Desde Madrid insistieron en mandar a un joven asesor madrileño al que Díaz conocía de las Juventudes Comunistas, Pablo Iglesias, que desde su piso en el barrio coruñés de Monte Alto, empleó el año electoral en empaparse de la cultura gallega. Juntos crearon una candidatura de laboratorio, Alternativa Galega de Esquerda, un partido sin sopas de siglas que serviría como escenario de pruebas de lo que más tarde se convertiría en Podemos. Hicieron falta muchas llamadas, muchas pinzas en la nariz y muy poco sueño, pero sellaron el pacto a contrarreloj. En septiembre dieron a conocer la marca, en octubre se presentaron a las elecciones y en noviembre entraron en el Parlamento como tercera fuerza.
El éxito de AGE provocó un descosido en el PSOE, que perdió siete escaños, y sobre todo en el BNG, que perdió todo su dominio institucional y electoral. La estrategia de Díaz en aquellos años recuerda mucho a la que ahora está empleando con Sumar, recorriendo el territorio de punta a punta en su Volkswagen Golf -el mismo coche que conserva en la actualidad- para hacer consultas ciudadanas, dar a conocer el partido y atender las peticiones de la Galicia indignada.
En los últimos días de aquel mes de agosto, hace ya diez años, Díaz supo sentar las bases de una coalición que, a ojos de la historia, supuso un preludio de lo que estaba por venir tanto para ella como para la izquierda en general. Los endiablados años diez, en este caso, empezaron con ella a punto de salirse de la política y terminaron con una vicepresidencia en el primer Gobierno de coalición de la democracia. Casi nada.
El divorcio
Los que vivieron en primera persona esa etapa aseguran que fue entonces, en la etapa de AGE, cuando dio el salto cualitativo que la proyectó a la escena pública y que, de alguna manera, le sirvió como campo de pruebas para lo que no tardaría en llamarse “nueva política”. Los partidos ya no importaban tanto como los rostros, la retórica obrera había dado paso a la transversalidad y los gobiernos de la gente.
Beiras era Anova, la cara galeguista, y Yolanda era Esquerda Unida, la parte de izquierda y obrera. Durante la campaña y los primeros meses de oposición posaron juntos, festejaron, se abrazaron y disfrutaron de una luna de miel de ensueño, pero pronto se descubrió que la confluencia no era otra cosa que un matrimonio de conveniencia.
El divorcio, como tal, fue amargo y doloroso, pero serviría de aprendizaje. Como ya le había ocurrido a la coalición que protagonizó con los socialistas de Ferrol, el final de AGE vino de la noche a la mañana. Tras el éxito electoral, una parte de Anova empezó a presionar a Beiras para marcar distancias con la formación estatal de Díaz, de la que no se fiaban. Esa fue la primera herida.
La segunda llegó de la mano de Podemos. La irrupción del partido de Pablo Iglesias, que se asoció a Beiras y Díaz para formar En Marea (la nueva cara de AGE), multiplicó las tensiones internas. Fue precisamente ella la que, el 12 de mayo del 2015, aprovechó la presencia de Iglesias en un mitin de A Coruña para lanzar la idea de una nueva criatura, una “gran marea gallega” para las autonómicas. Funcionó.
Ahora se ve de una forma distinta. Desde Madrid, “la marca Podemos era demasiado grande y empezó a comerse a los espacios soberanistas, como ocurrió en Euskadi y Valencia, y no hubo tiempo de pararlo”, refleja una persona muy implicada en el nacimiento de Anova que prefiere mantener el anonimato.
“Había muchas peleas, era muy cansado, y como los dos partidos estaban recién nacidos tampoco había una estructura territorial que lo sostuviera”, señala la misma persona. Al final el grupo parlamentario de En Marea, al igual que había ocurrido con el de AGE, acabó desmembrado y partido en dos. El error de Iglesias, dice la misma persona, fue “despreciar el discurso identitario en Galicia”.
Aprendizaje
Si algo falló entonces, más que nada, fue que las promesas de unidad popular y democratización terminaron enmarañadas en lo de siempre: el reparto de sillones. Las imposiciones de Podemos a la hora de designar candidatos, el excesivo poder de la marca electoral y la sopa de siglas se tradujeron en desconcierto por parte del electorado. Ya no había más símbolos ni gobiernos de la gente, sólo burocracia partidista.
De esto también ha aprendido Díaz. Si algo dejan claro desde su entorno es que no quiere cometer los mismos errores que se pudieron evitar en AGE, primero, y en En Marea, después. El principal obstáculo, en este caso, se basa en el nombre del proyecto y en la importancia de cada uno de sus miembros.
De aquí a final de año, la vicepresidenta repetirá la fórmula del Volkswagen Golf y recorrerá España con sus procesos de escucha, sintetizará sus propuestas y formará la base del nuevo proyecto. Dejará, por tanto, para 2023 las conversaciones con los partidos, que será la parte más espinosa del proceso, sobre todo con Podemos. Precisamente lo que falló hace tantos años.
No será fácil hacer un frente común, mucho menos bajo un solo nombre. El papel de sus socios políticos es, hoy por hoy, la gran incógnita que rodea el nacimiento de Sumar. Mientras que Izquierda Unida, el PCE o Catalunya en Comú ya han dicho que respaldarán a la ministra, Podemos se niega y Más País calla. Ella tiene clara la fórmula para su cóctel político, el mismo que le funcionó electoralmente en el pasado: sin egos. Otros, no tanto.