Jugarse la vida a 40 grados pese a la ley de Yolanda Díaz: "Nos dicen que bebamos y usemos gorra"
Dos trabajadores han muerto en el campo en los últimos días debido a las altas temperaturas. La situación se repite en muchos otros sectores.
29 junio, 2023 03:37El termómetro alcanzaba este miércoles en Madrid los 36 grados. Alerta amarilla, según la Agencia Estatal de Meteorología. A las 6 de la tarde, Manuel ya llevaba un par de horas revisando las matrículas de los coches en el distrito de Arganzuela. “Cuando hace mucho calor, en la empresa nos dicen que bebamos mucha agua, que hagamos las paradas que consideremos y que nos pongamos una gorra”, asegura. Tiene 67 años, no se jubila “porque no quiere” y trabaja para una compañía que se dedica al control del Servicio de Estacionamiento Regulado (SER). “¿Parar cuando hace mucho calor? No, no, de parar nada”, responde.
No es eso lo que establece el decreto ley aprobado por el Ministerio de Trabajo el pasado mayo. El departamento de Yolanda Díaz aprobó una disposición por la cual “las medidas preventivas incluirán la prohibición de desarrollar determinadas tareas durante las horas del día en las que concurran fenómenos meteorológicos adversos, en aquellos casos en que no pueda garantizarse de otro modo la debida protección de la persona trabajadora”. Se aplica en los momentos en los que la AEMET o los órganos autonómicos correspondientes declaran la alerta naranja o roja por altas temperaturas, como ocurría este lunes en Madrid y en otras siete comunidades autónomas. En las últimas horas dos trabajadores han muerto en el campo, uno en Ciudad Real y otro en Sevilla, donde los termómetros rondaban los 40 grados.
Esta situación se repite en el campo habitualmente, por mucho que en algunas explotaciones modifiquen sus horarios. “Yo empiezo ahora mismo a las 7 de la mañana y termino a las dos menos cuarto. Desde los sindicatos han pedido que empecemos antes para terminar al mediodía, pero en la empresa de momento nos dicen que las horas son las que son, que bebamos mucha agua y usemos sombrero”, asegura Miguel, que trabaja en una finca hortofrutícola de Mérida. Afirma que “la ley puede decir lo que quiera, otra cosa es que luego se cumpla, porque las inspecciones de trabajo no llegan a todas partes”. “No es ninguna excepción, es la realidad del campo”, concluye.
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La norma, que el Gobierno aprobó por decreto sin pasar trámite parlamentario, no prohíbe toda actividad al aire libre durante los picos de calor, pero sí pide que se cese la actividad cuando no haya otra forma efectiva de proteger la salud de los trabajadores. ¿Y esto cuándo ocurre? Difícil respuesta hasta que los casos no terminan en las páginas de sucesos. Esther Martín, que trabaja Madrid Sur Movilidad -la misma empresa que Manuel- pide “la creación de refugios climáticos”. “Es que además no tenemos un sitio donde descansar, más que entrar a un bar o a unos ultramarinos para comprarnos una botella de agua”, añade. Cuenta que alguna vez ha llegado a casa con dolores de cabeza y vómitos por el calor: "es inhumano".
Para su compañía con parar a descansar es suficiente. Para la de Raúl García, que se dedica al mantenimiento de las carreteras en Calatayud, basta con “meterse en el coche y poner el aire acondicionado, la única alternativa es escaquearse”. “Yo trabajo de 7 de la mañana a 3 de la tarde. Procuramos hacer las tareas de mayor esfuerzo a primera hora, pero si hay que cambiar una señal o modificar cualquier cosa de la carretera a las 2 de la tarde, pues hay que hacerlo”, sostiene. Y eso con el mono de trabajo, guantes y los equipos de protección individual necesarios, ya que opera con maquinaria pesada. Trabaja en autovías y carreteras nacionales, contratado por Acciona, como concesionaria del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana.
Ocurre en grandes empresas y también en otras con un historial oscuro en materia laboral. Fernando García es de los pocos que se atreven a hablar en Glovo, que, como el resto de empresas del sector, tuvo un litigio con el Gobierno para que convirtieran en personal fijo a una plantilla plagada de falsos autónomos. “Yo ahora tengo un centro de trabajo, hay unas oficinas con agua fría y aire acondicionado. Hemos avanzado algo porque durante las olas de calor los contratados no trabajamos de 16 a 19 horas, pero para los que están todo el día fuera con sus bicis -que no tienen protección ninguna- es realmente muy duro”, asevera. Fernando está contratado, afiliado a UGT y habla desde una cierta protección laboral. Un par de repartidores consultados por la calle cuentan lo mismo, pero sin nombres ni fotografías.
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Casi 6.000 muertos por calor
El año pasado las altas temperaturas dejaron 5.876 fallecidos, según el sistema de monitorización de la mortalidad diaria por todas las causas (MoMo), elaborado por el Instituto de Salud Carlos III. La ola de calor remitirá hacia el final de esta semana, pero los expertos vaticinan que este verano será más cálido de lo habitual y que se continuarán registrando temperaturas extremas. Una tendencia que será la norma de aquí en adelante debido al cambio climático.
Todos los ejemplos contados anteriormente no encuentran excepción en el sector público. Carlos Montilla trabaja en Correos desde hace 35 años, y allí las medidas no alivian tampoco en exceso los rigores del termómetro. “Yo tengo turno de tarde, empiezo a las 3, pero cuando hay ola de calor no comenzamos a repartir hasta las 5”, indica. Y a las 5 en esos momentos de calor extremo no es que empiece a refrescar precisamente. “Esos días los compañeros de la mañana se van a la oficina a las 2 en lugar de a las 3, pero estamos en las mismas. Mucha agua y mucho cuidado, es lo único que nos queda”. Lo mismo que Patricio, que trabaja repartiendo a domicilio en una empresa privada que presta servicio a Alcampo: “Nosotros salimos a la hora que sea y lo único que nos dan es la gorra, que viene con el uniforme”.
La ley de Yolanda Díaz, por tanto, encuentra fisuras allá donde se ponga el foco: en el sector agrario, en las empresas de distribución, en pequeñas compañías, en multinacionales, en el sector público, en el privado… y, por supuesto, en la construcción. A las 5 de la tarde, un trabajador africano está recogiendo escombros en una obra. “Yo llevo aquí poco tiempo, deja que llame al jefe”, expresa. Acude un hombre español, de unos 50 años, vestido con un polo azul. “Aquí respetamos todas las normativas, cuando hace mucho calor nos quedamos en la caseta y ya está”, afirma. Mientras, el empleado anterior y otro compañero sin camiseta continúan con los cascotes.