Según un estudio del think tank Future Policy Lab de 2022, los niños que provienen de familias con menores ingresos en España apenas tienen un 12 % de posibilidades de terminar en la clase social más alta, mientras que el 1 % de los entornos más ricos multiplican por dos (hasta el 24 %) sus probabilidades de mantenerse en ella. El caso de Pascual Pérez Castillo (Elda, 1976) quizás sea la excepción a la regla: tras duros reveses familiares y económicos –y con algún golpe de suerte– resurgió en la adversidad hasta ser hoy uno de los grandes empresarios menos conocidos de España, y también de los más exitosos.

Fue padre a los 14 años; se quedó huérfano a los 18; renunció, por conflictos con sus tíos, a su parte de la herencia, y hubo parientes que le retiraron la palabra. Hoy, son ellos quienes le llaman para pedirle ayuda. Porque Pérez Castillo, 'Pascu', es el hombre detrás de Finetwork, la operadora de fibra y móvil que, en apenas nueve años ya cuenta con 1,5 millones de clientes, unos 500 trabajadores y una facturación de 200 millones de euros al año.

Por añadidura, es también el responsable de haber rescatado el club de fútbol centenario de su pueblo, el C.D. Eldense, al borde de la desaparición hace siete años tras un escándalo de amaños: desde que tomó las riendas, Pérez ha saneado las cuentas y ha guiado al equipo a lo largo de tres ascensos, hasta jugar en Segunda División. Ante todo, es un hombre sencillo que dice no olvidarse de dónde viene. No le gustan las cámaras, ni los eventos ni las grandes aglomeraciones. Ni mucho menos figurar. Por ello, también es huidizo de la prensa.

Antes del verano, sin embargo, la llamada debió cogerle por sorpresa y de buen humor, y accedió a abrir las puertas de su casa a EL ESPAÑOL | Porfolio. El pacto era contar la historia detrás del hombre que vendría a revolucionar el sector de las telecomunicaciones en España sin entrar demasiado en detalle en su vida personal. El 'Steve Jobs de Elda' es celoso de su privacidad, sobre todo, después de haberse convertido en el vecino más importante de una localidad de apenas 50.000 habitantes, donde todo el mundo habla, comenta y mira de reojo.

La casa de los sueños

El día del encuentro, Pérez Castillo acaba de regresar de Madrid. Ha hecho el viaje en coche, como siempre, cubriendo las tres horas y media que separan la capital del municipio Alicantino en uno de sus siete bólidos. Los coches, dice, son su única afición. Su favorito, un Lamborghini Urus, el SUV de la legendaria marca italiana. Llegada la hora acordada, manda la ubicación de su casa.

Tras abrirse la verja de seguridad, reciben a EL ESPAÑOL | Porfolio dos de sus tres enormes dogos de Burdeos, encerrados tras una valla porque hay visita. "Se llaman Hulk y Hachi, son como los que tiene Messi", dice Pascu, que sale por la puerta vestido con el traje deportivo oscuro que siempre lleva, zapatillas blancas y un reloj Maserati Potenza de apenas 255 euros que contrasta con todo el entorno de la "casa de los sueños" del empresario.

Mientras busca un sitio para sentarse, su teléfono móvil no para de sonar. El aparato vocifera "Pedro, Pedro, Pedro", del remix de la ahora nuevamente famosa canción de Raffaella Carrà. "Cada vez que voy a Madrid, me falta tiempo para volver. Nosotros somos de aquí, de toda la vida, y aquí es donde estoy bien", dice Pascu en la seguridad de su fortín, en un promontorio a las afueras de Elda.

Pascual Pérez Castillo posa antes de su charla con EL ESPAÑOL | Porfolio.

Pascual Pérez Castillo posa antes de su charla con EL ESPAÑOL | Porfolio. Pablo Miranzo

Aquí, Pascu ha construido casi un parque de atracciones para sus cuatro nietos: toboganes acuáticos, un castillo de Disney… También tiene juguetes para mayores: pistas deportivas y una plaza de toros de tamaño oficial, con albero traído de La Maestranza de Sevilla, además de una yeguada y de un criadero de tortugas terrestres. "Piensa que en Elda no hay nada y me lo he tenido que hacer todo aquí, para no tener que salir de casa", bromea.

Pero de todo esto, Pascu apenas disfruta: "Esto es para los críos y los amigos. Yo no tengo tiempo y necesito poco: soy de comer un bocata en un bar de carretera. Cuando mi mujer organiza alguna celebración en casa, yo me voy a mi despacho con el ordenador. Lo único que disfruto son los coches y los caballos, que me dan paz, o salir con la moto por el monte", explica.

Mientras su mujer, Paqui, nos ofrece unas coca-colas, Pascu reconoce que está algo inquieto por la visita de un periódico: es la primera vez que lo hace. "Es mi casa, Rafa, entiéndeme, que aquí la gente se entera de todo y no me hace mucha gracia", prosigue. Y arranca la conversación recordando sus primeros años, cuando Pascu era sólo el hijo de una familia trabajadora en el sector del zapato de Elda, a quien le sobrevino la responsabilidad de manera prematura.

Perderlo todo

El padre de Pascu trabajaba en una cooperativa zapatera de Elda. Al igual que la mayoría de eldenses, su familia estaba fuertemente vinculada al mundo del calzado. No eran pobres, pero tampoco ricos. Con 10 años, a mediados de los 80, a Pascu le regalaron su primer ordenador, un CPC, y fue entonces cuando comenzó a curiosear con las máquinas.

"El mundo del zapato que veía a mi alrededor me parecía aburrido. O haces suelas, o haces tacones, pero siempre es lo mismo. Y ya desde muy pequeño comencé a curiosear con las máquinas y a crear cosas. Me ha gustado desde siempre: me encantaba desarmarlo todo y volver a armarlo, entender cómo funcionaban las cosas", explica.

Con un amigo que tenía una librería, comenzó a leer manuales técnicos y libros de informática. "No teníamos mucha pasta y hacíamos fotocopias de todo", relata. Mientras el resto de sus amigos del colegio salían a jugar, Pascu se encerraba en casa después de las clases hasta las 12 de la noche, indagando con sus ordenadores. Fue así como aprendió a programar. Siendo un preadolescente, también comenzó con sus primeros negocios.

"Cuando tenía 11 ó 12 años, la gente comenzó a comprarse televisores grandes y vídeos. Pero los viernes, las familias seguían quedando para salir a cenar y se perdían el '1,2,3 responda otra vez'. Entonces venían a mi padre para que yo les programase la grabación, porque era gente mayor que no entendía de tecnología. Uno me daba 20 duros, el otro 50. Así comencé", dice. También cobraba a sus amigos 25 pesetas para jugar a un videojuego en uno de sus ordenadores, porque él era de los pocos del pueblo que tenía un Spectrum.

Además de las máquinas, su otra gran afición era el fútbol, "en el que era muy bueno", según dice. Pero a los 14 años, su novia de la pandilla, Paqui –sigue siendo su mujer, al igual que los amigos de entonces– se quedó embarazada. Aquello le cambió la vida: en lugar de vivir una adolescencia al uso, el nacimiento de la primera de sus dos hijas le obligó a madurar de golpe y a buscar el dinero donde fuera. En ese momento, también decidió dejar el colegio, en medio de la EGB, la cual nunca terminó.

Pascual Pérez Castillo durante su conversación con EL ESPAÑOL | Porfolio.

Pascual Pérez Castillo durante su conversación con EL ESPAÑOL | Porfolio. Pablo Miranzo

"Ser padre potenció que hiciera las cosas más deprisa. Desde pequeño siempre he solucionado muchas cosas en ese sentido, pero creo que fue, sobre todo, por eso que vivimos. Mis amigos se iban a la discoteca y yo tenía una responsabilidad. Por ejemplo, yo jugaba muy bien a fútbol, pero muy bien. Y al final lo tuve que dejar porque tuve que elegir entre entrenar los sábados o trabajar. Trabajaba de lunes a viernes, y los sábados y domingos íbamos Paqui y yo a ayudar al bar de mis suegros", relata.

Echando la vista atrás, recuerda que iba a trabajar en una vespino, con su mujer detrás y su hija en medio de los dos. "Nosotros sabemos de dónde venimos y lo que ha costado. No todo ha sido tan bonito como ahora, con casi 50 años. Pero lo hemos pasado. Tuve dos criaturas y la mayor lo sabe bien, porque vivió aquella época de lucha", asegura.

Esos años, su madre, que no trabajaba, le echó una mano como pudo. Pero al cumplir 18 años la tragedia se cebó con la familia: su madre y su abuela murieron simultáneamente, con apenas horas de diferencia. Su padre, sobrepasado por la situación, desapareció. Así, Pascu se quedó solo, con una hija de 6 años y con Paqui. Nadie más. Lo había perdido todo.

"Mi madre murió con 40 años de un cáncer de hígado muy doloroso. Mi padre se vio solo y, por decirlo de alguna manera, se tomó la vida alegre. Cuando mi madre murió, prácticamente murió la familia. Se jodió. Mi abuela era de una familia de seis hermanos y dejó un piso a repartir. A mí y a mi hermana nos dejó un millón de pesetas de la época. Pero mis tíos se pelearon entre ellos y a nosotros nos negaron nuestra parte, aunque estuviera en el testamento", dice Pascu.

"No tenía ni para pagar el alquiler, pero terminé renunciando con mi hermana para irnos de allí. Eran mis tíos. Ahora, curiosamente, muchos años después, me salen todos los días un tío, varios primos… Yo no tengo problemas con ellos, porque muchos de estos primos ni siquiera habían nacido. Pero sí que les recuerdo lo que pasó", prosigue.

De Apple a Finetwork

A mediados de los 90, poco después de perder a su madre, la vida de Pascu dio un nuevo vuelco que le volvería a cambiar la vida: un amigo suyo italiano que trabajaba en la sede de Apple en Cupertino (California), le habló del proyecto de iTunes y Pascu, junto a un amigo suyo ingeniero, lograron desarrollar un algoritmo que permitía vender las canciones de forma individual, lo que luego se convertiría en la característica estrella del servicio.

Se lo presentó a su amigo italiano y éste le llamó para ir a trabajar con el equipo que desarrollaba iTunes en California. Durante cuatro años, Pascu, pasaba 90 días seguidos allí y venía 17 a Elda, donde estaban Paqui y su hija mayor. "Acumulaba todos los fines de semana para estar con mi familia", dice.

Tras el lanzamiento de iTunes en 2001, Pascu volvió a Elda cargado de sueños, esta vez con dinero, y con múltiples ideas para lanzar proyectos. Invirtió en varias iniciativas empresariales con diferentes socios, pero todas se estrellaron. Es por eso, que desde entonces, cualquier proyecto lo emprende él solo.

"A mi mujer le decía, antes de ir a California, que confiase, que tarde o temprano iba a hacer algo grande. Hice muchas cagadas al volver, sobre todo por entrar en proyectos con socios. Pero siempre soñé con hacer algo grande, y creo que aún no lo he hecho. Pensaba: si Steve Jobs, Bill Gates o Jeff Bezos lo han hecho, ¿por qué no iba a poder yo? Si no me lo creyera, ahora mismo yo estaría trabajando en una fábrica de zapatos, y mi mujer en otra", señala Pascu.

Pascual Pérez Castillo también es el propietario del C.D. Eldense.

Pascual Pérez Castillo también es el propietario del C.D. Eldense. Pablo Miranzo

Tras esos fracasos, se pasó un año pensando qué hacer, hasta que dio con la tecla de lanzar una operadora de móvil e internet. Parecería contraintuitivo, siendo un mercado copado por gigantes de las telecomunicaciones. Pero así fue como Pascu lanzó Finetwork en Pinoso, un pueblo de Alicante de 4.000 habitantes donde, rápidamente, la mayoría de sus vecinos se hizo cliente suyo.

"Tenía ganas de montar un negocio para dejárselo a mis hijas y un día, un amigo que trabajaba en el mundo de la telefonía móvil, me dijo que iba a una feria. Yo no tenía nada que hacer ese fin de semana y comenzamos a visitar 'stands'. Me iba diciendo que ese tenía 200.000 clientes, que ese otro tenía 100.000 y, aquí entra un poco de ego, vi que no eran más listos que yo", asegura.

"El tema de la fibra me gustó, se lo comenté a mi yerno y pedimos la licencia. Comenzamos por un pueblo pequeño que pudiéramos controlar. Fuimos al fontanero, a la verdulera... Hasta que al final ya no podíamos hacer más clientes. Y cuando vimos que ya estaba copado, fui a Másmóvil para que nos diera servicio y firmamos un contrato para ampliar la cobertura", prosigue.

El crecimiento fue rápido: con Másmóvil y luego con Vodafone, que estaba perdiendo clientes, dio el salto a escala nacional. Su estrategia fue la de captar a clientes jóvenes a través de paquetes de datos a precios atractivos y con una comunicación rompedora, que las operadoras clásicas no podían permitirse. Al poco tiempo, Fernando Alonso estaba en sus anuncios. Luego, clubes de fútbol como el Betis, la Real Sociedad, influencers, campañas en redes sociales, tiendas e infraestructura propia… El sueño se había hecho realidad.

'El Steve Jobs de Elda'

El éxito de Finetwork convirtió a Pascu rápidamente en uno de los hombres más importantes de Elda y de la provincia de Alicante. Los familiares que antes le negaban el saludo, comenzaron a pedirle favores. También vecinos y otros empresarios, que se le acercan todos los días pidiéndole trabajo o proponiéndole inversiones en diferentes proyectos: "A mí todo el mundo me pide cosas, pero nadie me da nada", bromea.

Uno de estos amigos, en concreto, le contó hace unos años que el Eldense C.F. tenía una deuda de 247.000 euros y que, tras 100 años de existencia, estaba al borde de la desaparición. Fue así como Pascu compró el club y se convirtió en presidente de la entidad, pese a reconocer que a él no le gusta el fútbol.

"La única vez que he aparecido en un palco es con Florentino Pérez cuando nos tocó el Castilla en el ascenso. Pero a los 10 minutos me fui. No me gusta el fútbol. Cuando voy a algún partido, lo veo desde el vestuario, me gusta estar con los jugadores. Tampoco me gustan las fiestas y los eventos. Me encanta la Fórmula 1, eso sí, pero prefiero ver la carrera solo y luego tomarme algo con Fernando [Alonso] en algún sitio tranquilo", asegura.

Con el Eldense ha logrado tres ascensos y sanear las cuentas. Además, planea construir próximamente el Finetwork Arena, un estadio con capacidad para 18.000 espectadores con el que pretende sacar a Elda de la irrelevancia: "Aquí nunca pasa nada, la gente no tiene dónde divertirse, pero con un estadio como este, yo puedo traer a Alejandro Sanz y llenarlo", prosigue.

El nuevo proyecto de estadio para el C.D. Eldense.

El nuevo proyecto de estadio para el C.D. Eldense. C.D. Eldense

Junto a las amistades interesadas, al hombre más famoso de Elda, también le han llegado las envidias y los comentarios de quienes piensan que algo habrá hecho –ilegal– para llegar adonde está. "En mi pueblo no, porque la gente sabe lo que he hecho por ellos y me quiere. Pero fuera han llegado a llamarme narcotraficante, cuando a mí lo único que hacen es pedirme cosas, y sacarme dinero por todos lados. La primera, Hacienda", dice.

"Vivimos en un país en el que cuando las cosas te salen bien es que algo habrás hecho, o, de pronto, eres un genio. Si las cosas salen regular, nadie te tiene en cuenta. Y si salen mal, parece que tengas la lepra, que seas un apestado. Lo que yo he aprendido en la vida es que lo que cuenta son todas las veces que te levantas. Y me la he pegado muchas veces, no por querer hacerlo mal, sino porque, a veces, pese a las buenas intenciones, las cosas no salen como esperabas", asegura.

"Pero en España, si has fracasado, todo está hecho para que no vuelvas a levantar la cabeza. Mientras, en Estados Unidos, en un 'family office', lo primero que te preguntan es si te has arruinado. Porque sólo el que se ha arruinado y se atreve a pedir dinero para nuevos proyectos tiene los cojones de seguir emprendiendo, y tarde o temprano dará con la tecla", continúa.

"Steve Jobs, Bill Gates, Jeff Bezos… Todos los grandes empresarios no terminaron sus estudios. Todos han salido de pueblos como este: el mismo Amancio Ortega. El raro no soy yo, lo raro es que en este país tendría que haber 150 Amancios Ortega y lo que hay son 150.000 tíos yendo 30 años al mismo bar a ver el partido esperando a que te la pegues para decir que ellos ya lo sabían", concluye.