Está a punto de cumplir 59 años y hace un mes que presenta el formato 59 segundos en Televisión Española. Todo va doble en su vida ahora mismo, porque también sigue en la radio, al frente de Café de Ideas (Ràdio 4). En cuanto le ofrecieron el firmamento catódico, el prime time de la tele nacional, Gemma Nierga recogió el guante sin dudarlo. Su reto: desmontar la fachada del político y dejar los andamios a la luz. “Me gusta entrevistar a políticos, con todos los inconvenientes que tiene por la certeza de que no te dicen la verdad la mayoría de veces”.
Durante mucho tiempo estuvo más en lo social, donde aprendió a escuchar y escuchar más que a hablar por hablar: “La situación más angustiosa seguramente es del primer año, cuando un oyente llamó para anunciar que se iba a suicidar”. Ahí y en La Ventana Gemma Nierga se hizo institución radiofónica, sonrisa que habla. Y, un día de 2017, llegó el zarpazo: su despido de la cadena SER, del que nunca supimos un porqué: “Me lo han preguntado, me lo he preguntado… pero no he querido darle más vueltas. Toda empresa tiene el derecho a prescindir de trabajadores, pero lo mínimo es hacerlo bien, con un poco de decencia y dignidad que quizá faltó”.
Su infancia son recuerdos de un escenario sonoro -su padre escuchaba impenitentemente a Luis del Olmo; su madre, a Elena Francis- y de una competencia desleal con sus tres hermanos, que siempre ganaban en regalos y en tareas: “Yo recibía un oso, monísimo, de color rosa, y mis hermanos recibían unos coches, unos balones, unos juguetes que me parecían mucho más divertidos…”. Al pequeño lo perdió hace unos años, pero con los otros dos y con su padre conforma la red tupida que la sujeta. Sus hijos, de 15 y 19, también la siguen, y son su felicidad cuando el micrófono baja, agotado el tiempo de la semana.
Reivindica Gemma la arruga: cada una, dice, equivale a una entrevista hecha. Se viste los galones, se engalana con la actitud de quien no se ha rendido nunca, y se pone al frente de lo que sabe hacer, ya sin el pánico escénico que siempre la acompañó: “Es boicotearte a ti misma: ¿me quedaré sin voz?, ¿no sabré qué preguntar? Hasta que me he hecho mayor. ¿Sabes qué satisfacción me dio, el día del estreno, sentir que no tenía nervios? Pensé: ‘Qué bien haber llenado la mochila de experiencia, de horas de vuelo…’. Y qué bien que las empresas valoren esa veteranía”.
P.– Vuelve a la tele nacional, a 59 segundos. ¿Qué es lo que más le gusta del formato?
R.– Lo que más me gusta es moderarlo, colocarme en medio del circo que supone un debate de este tipo. Ya el plató tiene una estructura en la que el público está en la parte de arriba y abajo modero, entiéndeme, a seis animales televisivos, políticos, sociales, que quieren intervenir y tienen muchas cosas que decir en 59 segundos. Desde el primer momento que me lo plantearon dije que sí y estoy contenta, tras cuatro semanas veo que acerté.
P.– Manda sobre el micro, porque a veces da la posibilidad de alargar la intervención cuando cree que es preciso.
R.– Claro, es un formato muy interesante, pero tiene esa trampa del tiempo. Y creo que no debe mandar tanto el micro, sino que la conductora puede mandar sobre él. Creo que debo tener la posibilidad y, si quieres, la autoridad para, si una frase no acaba como debe, se le puedan dar más segundos. Hay gente a la que eso no le ha gustado, pero mandemos un poco nosotros sobre la tecnología. Me gusta ser flexible.
P.– Es un formato muy político, ¿disfruta más de esa tensión de lo político o de los formatos más sociales, más con el ciudadano?
R.– Pues fíjate que he cambiado un poco. Es algo que a mí misma también me lo cuestiono. Durante muchos años he profundizado más en formatos más sociales, pero desde que entré en Ràdio 4 le he cogido el gusto a esto de la política, ¡¡gual he llegado tarde! A mí me interesa la política y me gusta entrevistar a políticos, con todos los inconvenientes que tiene por la certeza de que no te dicen la verdad la mayoría de veces, sino lo que quiere contarte. Sabiendo eso, yo disfruto.
Sigo creyendo que desde la política es desde donde se pueden solucionar la mayoría de los problemas que tenemos.
P.– Siempre dice que su propósito como entrevistadora es que emerja el ser humano detrás de la fachada del personaje. Como un boomerang, le va de vuelta, porque eso es lo que pretendo hoy con Gemma Nierga... ¿Cuáles han sido sus trucos a lo largo de tu trayectoria para lograrlo?
R.– Quiero pensar que es escuchar con mucha atención y de verdad. Cuando escucho, lo hago de verdad. En el Hablar por hablar me tuve que aplicar mucho en esto, e Iñaki Gabilondo me lo decía: “Tú tienes la virtud de saber escuchar”. Y yo al principio no entendí mucho sus palabras, porque cuando me dieron el programa quería ir a hablar, a intervenir, a preguntar. Acababa de hacer Periodismo y soñaba con ser una periodista mucho más incisiva, ¡me quería ir a Nicaragua a la revolución sandinista! Así que me costó al principio entender que mi papel era más pasivo, y que debía escuchar y repreguntar a partir de ahí. Allí practiqué mucho esto. En mi época no había másteres, y el mío fue el Hablar por hablar. Yo era muy joven, ¡tenía 24 o 25 años! Y creo que es muy buen arma para un periodista que le interese de verdad lo que está diciendo el invitado para poder repreguntar o cazarle en una contradicción.
P.– En su caso era entonces Escuchar y escuchar. Y no sólo usted, muchos estábamos ahí escuchando el programa hasta las tantas. ¡Por su culpa yo trasnochaba muchísimo!
R.– Qué bueno. Eso me hace ilusión cuando me lo dicen. Mira que hace años y aún ahora encuentro gente que me lo dice. El otro día un taxista me dijo: “Yo llamé a tu programa”. Y me dio corte preguntarle qué había contado. Fíjate que fue un viaje muy corto, y no habíamos intimado…
P.– Bueno, y que no estaba de servicio en ese momento.
R.– ¡Exacto!
P.– Es un poco como Enrique Urquijo cuando cantaba “me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario”, pero extrapolado a la comunicación…
R.– ¡Yo creo que sí, eh!
P.– Tiene un libro incluso sobre ello: ¿cuál es la situación más divertida que recuerda del programa? ¿Y la más angustiosa?
R.– La más angustiosa seguramente es del primer año, cuando un oyente llamó para anunciar que se iba a suicidar. Yo era muy joven y eso me venía un poco grande, no sabía muy bien qué hacer, recuerdo que estuve alargando la llamada… Pero al día siguiente recuerdo que alguien del equipo preguntó en la Policía de Barcelona si había habido algún suicidio y no hubo nada parecido. Nunca hemos sabido si fue alguien que quería engañarnos o gastarnos una broma, porque en el Hablar por Hablar había una parte de teatro en algunas llamadas, una escenificación sí de una angustia o un dolor, pero había una parte un poco ficticia a veces, yo creo.
P.– Gente que a lo mejor quería estar a la altura del formato y exageraba, porque algunas llamadas eran tremendas…
R.– Sí, justo. Y con el tiempo he pensado que aquello no era verdad, pero lo viví de una forma traumática. La parte más entrañable siempre era el cariño de los oyentes, y esa parte más bonita quizá la he vivido con los años, con la gente que te dice que se iban a dormir tarde escuchándolo. En ese momento era muy joven y quizá no era consciente de esa relevancia.
P.– ¿Gemma Nierga ha sentido alguna vez pánico escénico a la hora de ponerse delante de un micro o una cámara?
R.– Mucho, mucho, mucho. Este es mi tema, sin duda. He sentido gran pánico escénico, y es algo que sólo con la edad he logrado superar. Piensa que yo estoy a punto de cumplir 59 años.
P.– Como el programa.
R.– Sí, ¡es verdad! El 1 de noviembre hago 59, y hasta hace poco aún sufría las consecuencias del pánico escénico, que son terribles. Es boicotearte a ti misma: nerviosismo, inseguridad, ¿me quedaré sin voz?, ¿no sabré qué preguntar?, ¿no habré calculado bien los tiempos y se acabará la entrevista antes de hora? Para mí ha sido muy perjudicial. Hasta que ya me he hecho mayor.
P.– ¿Tenía, antes de que se acuñara el término, el famoso Síndrome de la Impostora?
R.– Sí, lo he pensado muchas veces. Es un término que es verdad que ahora se ha puesto muy de moda y con el que muchas nos identificamos, con ese ‘no sé si merezco estar aquí’. Yo en el Hablar por Hablar lo sentía, sentía que era muy joven, y en La Ventana me ocurría igual, heredando un programa de Javier Sardá… Ese miedo a no haber hecho la mejor pregunta… Es un nivel de exigencia agotador.
P.– Yo veo que esto nos pasa más a las mujeres, no lo veo tanto en mis compañeros.
R.– No lo sé, yo sí he conocido a compañeros que han sentido ese miedo, pero quizá a nosotras nos da menos pudor verbalizarlo. Me encanta de la relación entre mujeres esa conexión casi inmediata que se produce y que te permite contar algo que es profundo y sincero. ¿Sabes qué satisfacción me dio, el día del estreno de 59 segundos, sentir que no tenía nervios? Pensé: ‘Qué bien haber llenado la mochila de experiencia, de veteranía, de horas de vuelo…’. Y qué bien que las empresas valoren esa veteranía, que no se la carguen.
P.– Sí, en cuanto a lo que decía, yo creo que a nosotras no nos hace vulnerables mostrarnos vulnerables.
R.– Exacto, no nos hace vulnerables la empatía, que alguien te escuche y expresar esa vulnerabilidad nos hace fuertes. Simular que soy algo que no soy, eso sí que me hace muy frágil.
P.– Gemma, sé que su madre escuchaba a Elena Francis y su padre a Luis del Olmo, pero ¿cuándo se enamora usted de la radio?
R.– ¡Sí! Pues yo creo que no me enamoro de la radio hasta que no entro en ella y me pongo a hacer radio. No creo que fuera una gran oyente de radio como eran mi padre o mi madre. Era el sonido de fondo, un escenario sonoro que estaba en mi casa, pero la radio yo la descubro cuando estoy metida ya de lleno. Con 18 años ya estaba haciendo un programa de radio de cine en un pueblo. Y ahí sí fui entendiendo el medio, y me di cuenta de que me gustaba colocarme delante de un micro más que delante de una cámara, me gustaban los silencios, cómo cultivas la imaginación hablando a través de la radio, cómo lograr que el oyente sepa que estás sonriendo… Todo ese mundo me cautivó.
P.– Fueron en su casa de pequeños tres chicos y usted. ¿Cómo se sobrevive a una infancia con tres hermanos? Yo tuve dos -ninguna hermana- y ya fue complicado.
R.– Yo era la tercera, y era complicado… Empezando por que yo no entendía por qué mis regalos de Reyes siempre eran distintos a los de mis hermanos. ¡Nunca lo entendía! Yo recibía un oso, monísimo, de color rosa, y mis hermanos recibían unos coches, unos balones, unos juguetes que me parecían mucho más divertidos… Hay una tradición en Cataluña que es hacer cagar el Tió, le das golpes a un tronco y el tronco te echa un regalo. A mí me echó una muñeca, yo protesté y dije que estaba harta de muñecas, y mi madre me dijo que volviera a meterla a ver si el tronco se la tragaba y me daba otro regalo. Me pareció una idea brillantísima. Metí la muñeca, mi madre puso la manta, seguí dándole al tronco y no cagó nada más.
P.– ¡No me diga! Estaba pensando que iba a salir un cochazo.
R.– Nada, la lección de mi vida. No te gusta el regalo: vale, pues vuélvelo a poner, pero ya no hay nada más. Por eso te digo, yo tenía tres chicos a mi alrededor, y mi madre siempre me decía que la ayudara en la cocina, que recogiera la mesa, y yo preguntaba: ‘¿Y los niños no?’. Y me decía que bueno, que ellos bajarían la basura... Y, aunque no me lo dijera mi madre, la que se levantaba para ayudarla era yo, porque la veía trabajar tanto… Me hubiera encantado tener alguna hermana. Mi hermano pequeño falleció, pero tengo dos hermanos fantásticos y que nos reímos muchísimo y tenemos esa complicidad que sólo tengo con ellos, mirarte a los ojos y reírte de la misma broma que nos hacemos hace cuarenta años… Eso sólo lo tengo con mis hermanos. Yo he disfrutado mucho de la relación con ellos, aunque de pequeña me hacían rabiar.
P.– ¿Y con su padre? ¿Vive?
R.– Sí, mi padre vive, tiene 88 años y tiene la cabeza clarísima, pero tiene esa pena de hacerse mayor teniendo la cabeza tan clara, como cuando tenía 40 años. Y asume la vejez con rebeldía, no entiende por qué se ha hecho mayor: te dice ‘mira en dos días en lo que me he convertido’. Y le propones ir con un bastón y te dice que no, que eso es de viejo.
P.– Me recuerda mucho a mi padre, que tiene 10 menos…
R.– Sí, y mucha gente nos entenderá: hay que empatizar con la gente mayor y entender que les llega la vejez, como yo estoy a punto de llegar a los 60 años. ¡Porque te sigues viendo joven en realidad! Los hijos intentamos que se ilusione, intentamos constantemente mostrarle el mundo como una oportunidad para hacer cosas, pero ya no tiene ganas.
P.– Sí le habrá hecho ilusión volver a ver a su hija en la tele, en la Española…
R.–Bueno, bueno, a mi padre le hacen muchísima ilusión todos mis logros profesionales. Verdaderamente es mi fan número 1 y todo le parece que lo hago maravillosamente bien. A veces le cuesta seguir el programa porque ya no ve bien, es muy tarde… le ha pillado mayor, en otras épocas le veía más activo como fan mío (risas).
P.–¿Y cómo vivió él, siendo tan fan, su despido de la cadena SER en 2017?
R.– Fíjate que, con todo lo duro que fue el despido de la cadena SER, el momento más triste sin duda fue el de decírselo a mi padre. Lo vi hundido, llorando, y yo animándole a él… Le decía ‘papa, por favor, que saldré adelante, no te preocupes’. Pero supongo que para un padre ver que a tu hija la tratan mal es duro. Recuerdo mucho la tarde en que se supo que me habían echado, yo lo sabía hacía días y error mío no habérselo comentado, porque él se enteró casi al momento que la radio lo decía. Lo llamaba la gente para preguntarle… Esa conversación fue triste, pero como todo lo que vino después ha sido tan bonito y tan enriquecedor profesionalmente, eso queda ya en un capítulo del pasado olvidado.
P.– Hablaba con Amparo Larrañaga de que la cámara (de cine, de tele) deja de querer a las actrices a partir de cierta edad. Pero el físico y la edad no se ven en la radio. ¿Qué pasó ahí?
R.– No lo sé. Me lo han preguntado, me lo he preguntado… pero no he querido darle más vueltas. Toda empresa tiene el derecho a prescindir de trabajadores, eso es evidente, pero lo mínimo es hacerlo bien, con un poco de decencia y dignidad que quizá faltó. Las cosas se hicieron mal, y eso es lo que te causa un poquito más de dolor, haberte sentido rechazada de una forma fea.
P.– Fue repentino, además.
R.– Sí, sí, fue de golpe, podrías decir llevas un tiempo pensando que igual… Pero fue repentino. Pero bueno, eso fue el 2017.
P.–Sí, ha llevado a cabo desde entonces muchísimos proyectos profesionales, tanto en tele como radio. ¿Con cuál se queda de los dos medios?
R.– Mmm, mira, ahora con la tele. Te lo contesto con mucha sinceridad. He hecho mucha, mucha radio a lo largo de mi vida, y también es muy estimulante a una edad cambiar, tener que reinventarte, aprender. Y eso me lo está dando la televisión, había hecho tele, pero poca en una balanza con la radio. Me está gustando por la certeza de que cada día aprendo algo, me tengo que enfrentar a un registro nuevo, y a una edad en la que las mujeres nos volvemos invisibles. Quiero poner en valor que a una mujer de mi edad también se le dé un programa de este tipo, un prime time, y se valore esa veteranía y pese más que la arruga. La arruga está, me he hecho mayor, eso es evidente. A tantas mujeres se las ha arrinconado con la edad…
P.–Y las presentadoras siempre suelen ser jóvenes y guapas, mientras que en ellos parece que no importa tanto…
R.– Eso es un drama, que la mujer mayor de 60 años haya desaparecido de la televisión. Y por eso quiero reivindicarlo, ya que estoy entrando en los 59. Cada arruga es una entrevista hecha, una situación que has tenido que resolver… Y en TVE esto lo han valorado, y lo agradezco.
P.–¿Y sus hijos también la ven?
R.– Sí, sí. Porque mis hijos tienen ahora 19 años y 15. Y mi hijo mayor el primer día de 59 vino conmigo a la tele, pero no entre el público, estuvo en el equipo, me ayudaba, hablaba con ellos… Fue una experiencia brutal. Imagínate, era un primer programa, y Pau estuvo a mi lado: cuando acabó el programa a la 1 de la mañana y vi su cara entre todos los jefazos de Globomedia y TVE, dije: ‘Guau, qué bonito’.
P.–¿Y le llama el camino de la comunicación, o está a otras?
R.– Está un poco perdido aún, de momento. Le llama, pero le llaman tantos otros mundos… Está abierto a tantos campos, que yo creo que por eso no se decide.
P.– Es un poco pronto, de todos modos, para decidir. 19 años…
R.– Es un muy buen chaval y confío mucho en él. Va haciendo. Ahora mismo está estudiando Humanidades con la pretensión de hacer doble grado con Periodismo.
P.– Gemma, tratan muchísimos temas en el programa, ¿cuál diría a día de hoy que es nuestro gran problema social?
R.– Ahora mismo lo primero que me saldría es la vivienda y la desigualdad en la que vivimos, que cada vez es más ancha. Llevo tantos días hablando del tema de la vivienda con gente joven, y no tan joven, que no tienen dónde ir a vivir… Ojalá como sociedad seamos capaces, y los políticos sean capaces de tener la inteligencia de abordar esta cuestión. Y hablando de desigualdades tiraría del hilo y te hablaría de la inmigración, la cantidad de gente que viene a nuestro país. Yo vivo en un barrio lleno de inmigración, pero inmigración rica, ¿sabes? Gente que viene de Alemania, de Francia, de Italia, vienen a vivir en un barrio al lado del mar fantástico, y de estos no se habla. Se habla de los pobres, de los que no tienen nada y lo han dejado todo. Me encantaría que el foco se pusiera en cómo ayudarles y no en cómo protegernos de ellos.
P.– David Cantero me decía que tenemos las miras muy pequeñas.
R.– Sí, hoy estamos hablando de este campo de refugiados en Albania, que casi parece un campo de concentración, y veo esas imágenes horribles y pienso cómo Europa puede estar permitiendo construir esto y tratar como cosas a personas que sólo buscaban una vida mejor.
P.– Por suerte ya no tenemos el problema de ETA en este país, pero lo tuvimos durante mucho tiempo. Lo sabe bien porque sufrió la pérdida de su compañero Ernest Lluch. En ese momento dijo que el propio Lluch, de haber podido, hubiera conversado con sus asesinos. Mucha gente se le echó encima en ese momento. El contexto político es muy diferente hoy, pero ¿volvería a decir esas palabras?
R.– Sí, sí. Claro que sí. Volvería a decirlas porque mi mensaje era simplemente una apuesta por el diálogo. Yo proponía hablar. Era un momento en que el contexto político, como dices, era muy diferente, y no había casi diálogo entre el gobierno vasco y el gobierno de Madrid. Y esas palabras surgen a raíz de eso, de ‘ustedes que pueden, dialoguen’. Todos los gobiernos han intentado en algún momento hablar con la banda terrorista y solucionar este grave problema que hemos vivido. Esas palabras sólo decían eso, y salían de años de sentirme discípula de Ernest Lluch, un hombre que creía en construir puentes de diálogo. Yo fui con él muchas veces a San Sebastián, y se paseaba por lo viejo sabiendo que le insultaban e increpaban, y siempre me decía: ‘Bueno, da igual, lo importante es construir puentes’.
Por eso cuando lo mataron fue para mí muy duro digerirlo y quise decir esas palabras para honrar su memoria y porque creía sinceramente que es lo que debía decir en ese momento. Y ahora claro que lo diría, nunca hay que dejar de hablar. Estamos en un momento de gran crispación, hoy otra vez ha habido una sesión de control durísima, parece que prima quien sabe insultar más y mejor. Dialoguen, respétense y a ver si entre todos podemos construir una sociedad más educada.
P.– Última: ¿dónde está la felicidad de Gemma Nierga cuando bajan los micrófonos, o se apagan?
R.- La felicidad está un viernes con mis hijos, comiendo una pizza, escogiendo la película. Además, resalto el viernes: es el día para mí favorito, con el finde por delante. ¡Aunque se convierte en 10 minutos en infierno porque no decidimos la película y acabamos peleados! (risas).