Sin agua y sin luz, la anarquía se apodera de Paiporta, donde la UME no deja de sacar cuerpos: "El Estado nos ha abandonado"
- Los efectivos de emergencias declaran no poder cubrir todo mientras localizan y extraen de los escombros restos de decenas de fallecidos.
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La ciudad de Paiporta está situada a tan sólo 10 kilómetros del centro de Valencia y, sin embargo, en la capital se refieren a ella como "la del apocalipsis". Podría parecer una hipérbole, pero no lo es: sus 25.000 habitantes viven desde el pasado martes "en un infierno", dicen, y no pueden contener las lágrimas mientras lo hacen.
El escenario que envuelve a sus palabras les da toda la razón. Cuatro kilómetros cuadrados que son una jaula al aire libre, con negocios completamente destrozados, casas y garajes inundadas, miles de coches inservibles y decenas de fallecidos. La pregunta que más se repite en las conversaciones, entre signos de exclamación, es la de qué pasó exactamente y por qué nadie les avisó. No hay un sólo vecino que no denuncie lo que consideran que es una negligencia de las autoridades.
En tan sólo cuestión de minutos los rastros de la peor DANA del siglo arrasaron alevosamente con esta localidad, que hasta ahora se presentaba como un tranquilo lugar a las afueras de Valencia. "Nos llegó la alerta de emergencia dos horas y media después de que pasara todo, cuando el agua ya nos llegaba hasta el pecho", cuenta Raquel, justo después de decir que estuvo a escasos segundos de morir en su casa. Nuevamente, no es una hipérbole: su casa, una primera planta, yace destrozada, llena de barro, con tabiques en los suelos. Escapó a través de una reja trasera gracias a la ayuda de su vecino del primer piso.
'Nos han dejado tirados'
Esa cooperación vecinal es lo único que queda en una ciudad donde reina la ausencia de poder público: "El Estado nos ha abandonado", dice Manuel, de 65 años. "Nadie nos ha prometido ayuda, ni tampoco la esperamos. Ya han arrasado los dos supermercados principales, la gente se llevó absolutamente todo", prosigue. Instantes después comenzó a haber peleas por la distribución de agua. Los habitantes, sin vehículos —destrozados por completo—, sin agua y con un perímetro de dos kilómetros cerrado, dependen de personas externas para conseguir agua y comida.
El supermercado más grande de la ciudad permanece devastado, con las puertas abiertas. "Estoy intentando encontrar algo de conservas y agua", dice Antón, quien se hace paso entre el barro con la linterna de su móvil. No tiene suerte. Ya no queda prácticamente nada. Bajo la oscuridad del recinto sólo se halla la humedad de la inundación y la desesperación de otras 15 personas que también buscan.
Lo que estamos viviendo los vecinos de Paiporta no tiene palabras. Ahora cae la noche, y comienzan los robos, saqueos, entran en casas, roban agua, los vecinos gritando policía! persecuciones constantes...
— Xikipeke (@TheXikipeke) October 31, 2024
Es un maldito horror. No os llega nada de la realidad por la TV.#Dana pic.twitter.com/kMnqYGBsXG
"Nos han dejado tirados, que quede claro para que lo sepa todo el mundo", gritan unos vecinos al percatarse de las cámaras de EL ESPAÑOL. Lo cierto es que la policía que se encuentra en la ciudad intentando gestionar lo que ya es considerado un desastre sin precedentes no es capaz de establecer una línea clara de ayuda: "No sabemos si llegarán militares, si la UME podrá realizar esas tareas...", dice un agente.
A muchos no les quedará otro remedio que marcharse. Aunque no quieran. "Nos acaban de cortar el gas", dice Antonia, desde primera línea de calle. "Por lo que no podemos cocinar", sigue. Camina con una maleta con la que casi resbala en el barro. "No saldría de casa pero es que justo enfrente mis vecinas no tienen electricidad y da la casualidad de que yo sí. Por lo que he ido a recoger sus móviles para cargarlos", explica, mientras muestra una bolsa con cinco dispositivos.
Unos metros más adelante, Adrián trata de sacar el agua de su casa con un barreño. "Pasad, pasad. Está llena de agua", dice. Es un primer piso, pero el barro llega hasta las paredes. El garaje, como otros tantos, se ha convertido en un pequeño embalse en el que varios coches flotan. El suyo, sin embargo, se salvó: "Nos fuimos mi chica y yo a Sagunto a recoger precisamente un coche nuevo que pude comprarme. Dijeron que a partir de las 18:00h se terminaba la alerta y lo vimos seguro", cuenta. Tan sólo una hora después se produjo el desastre.
Decenas de fallecidos
Podría parecer que las imágenes de Paiporta corresponden a tan sólo una calle, que unos pocos vecinos corrieron con muy poca fortuna y que en realidad no es tan grave. Pero no es así. No hay un sólo edificio contra el que el temporal no haya arrastrado toda su furia y rabia. A lo largo de los kilómetros las escenas son peores que las anteriores. Los portales de los edificios están completamente destrozados.
La calle de Josep Capuz, la de Luis Martí, la Plaza de Cervantes, el Auditorio municipal... todo es una gran piscina de barro. "Si lo hubiéramos sabido, no estaríamos aquí. Casi morimos", cuenta María. Se enteraron de la crecida de la riada por algunos vecinos que gritaban, pero no por una advertencia previa. De hecho, la mayoría sacó de los garajes los coches creyendo que sería "una pequeña inundación, de esas que a veces pasan".
Cuando los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias comenzaron a desplegarse en Paiporta, muchos de los habitantes creyeron que entonces llegaría la ayuda. Pero aún era pronto. A orillas del barranco, los bomberos, la Guardia Civil y la UME no dejaban de sacar cuerpos sin vida. Y las furgonetas funerarias no dejaban de llegar hasta la ciudad valenciana, aquella que a escasos 10 kilómetros siguen conociendo como "la del apocalipsis".
Uno de los vecinos para a un coche de la Policía para pedirle ayuda. Una persona está atrapada en una casa, la han localizado, y necesitan sacarla de la estructura, que se ha venido abajo. "¿Pero está con vida?", pregunta el policía. "¡Sí, sí, respira!", le contestan. "Lo siento, ahora mismo sólo estamos priorizando el levantamiento de cadáveres", sentencia, justo antes de continuar su paso, el agente. "No podemos más", suspira el vecino.
En una de las vías que conducen fuera de la localidad, Jenni comienza a emprender un viaje a pie sumamente importante: "Mi hijo es epiléptico, perdimos la casa y también su medicina. En las farmacias nos dicen que los laboratorios no han repuesto", cuenta. Está decidida a caminar hasta Torrent, a una hora y veinte minutos, para poder hacerse con ella. También perdió su coche. "No nos queda nada. Ahora no puedo perderle a él".