Juan José Millás (Valencia, 1946) tiene fama de hombre serio, de hombre triste de tratar, incluso de hombre opaco. Yo me lo encuentro hecho como quien dice un chaval después de escribir una novela con narrador peor que omnisciente: adolescente. Mi verdadera historia, publicada en la Biblioteca Furtiva de Seix Barral, podría ser la respuesta madrileña a Salinger, con todo su centeno a buen recaudo. O podría ser también el perfecto punto de fuga para un lector y escritor que empezó siendo autodidacta, cuyo éxito ha coincidido con el de determinada manera de entender este país, y que ahora casi prefiere ensimismarse que entender de política. Es decir... ¿de psicópatas?
Nos sentamos a la mesa de esta entrevista estando ya de acuerdo en algo: en que los escritores se quejan de todo por vicio. Se quejan de tener que dar entrevistas cuando se las hacen, y de que no se las hagan cuando no se las hacen. ¿Que si a mí me gustan las entrevistas? Yo creo que forman parte de mi trabajo, más cuando acabo de publicar un libro. Es más, si lo afrontas de manera constructiva, a medida que vas haciendo más y más entrevistas, más vas sabiendo de tu libro. Porque es un hecho que cuando acabas de escribir un libro no sabes nada de él. ¡No lo has leído todavía! Vas averiguando cosas a medida que te van preguntando. Es fantástico, al final de la promoción casi puedes haber llegado a construir una novela paralela.
Por de pronto toda mi última novela está basada en la ambivalencia, en un complejo sentimiento de culpa: un adolescente provoca de la manera más tonta un accidente de tráfico de gravísimas consecuencias, y eso desencadena una culpa que remodela toda su vida. ¿Hasta qué punto es todo eso autobiográfico?, se interesa usted. Todos los escritores nos nutrimos de nuestra experiencia pero la metamorfoseamos, como decía Vargas Llosa. Entonces este libro no es autobiográfico en lo literal, porque narra hechos que a mí no me han ocurrido, pero la sustancia de los sentimientos y de la experiencia sí, esa es mía.
Visto lo visto se arranca usted con la preguntita de si a mí tampoco me quería mi padre, como al protagonista del libro… (risas). Mi padre era inventor. Tenía siempre la cabeza en otra parte. Lo mejor que podías hacer con mi padre era plantearle un problema justo antes de irse a la cama. Porque se metía en la cama con el problema y al día siguiente te decía, ya lo tengo resuelto. Problemas de orden mecánico, se entiende.
Ve, a mí no se me habría ocurrido comparar la actitud de mi padre con la del padre de mi personaje pero no me parece en absoluto desacertado. El padre de mi personaje es un crítico literario que lo que quiere es tener libros, no hijos. Y si tiene hijos, quiere que sean de ficción. Está todo el rato leyendo novelas, ese padre, sin darse cuenta de que tiene toda una novela metida en casa, que es su propio hijo.
El PSOE empezó a rodar cuesta abajo la noche que Zapatero se rindió ante Obama y Merkel, y hasta ahora
A usted se le ha quedado grabada una frase de la novela en que el protagonista afirma haber salido escritor porque su padre es crítico “del mismo modo que si tú hubieras sido carcelero, yo sería preso”. Claro, es que el hijo escribe para que el padre le lea, es decir, para que el padre le mire. Este chico de entrada no tiene el menor interés por la literatura. Sólo quiere ocupar el lugar que el libro ocupa en la atención de su padre.
Una parte que me gusta mucho de la historia es la perplejidad del niño ante los títulos de los libros que ve leer a su padre. Claro, ver que tu padre lee un libro titulado Crimen y castigo cuando tú, con doce añitos, ya has cometido un crimen, tiene que ser como mínimo perturbador… ¿Cómo dice usted, señorita? ¿Que me he saltado otro título de Dostoievski que el padre lee y que perturba al niño, El idiota? Pues sí, como él también se considera un idiota, cree que el padre está leyendo ese libro porque trata de él. Luego las novelas policíacas, que también está convencido de que aluden a su crimen secreto… El niño va construyendo toda su biografía alrededor de los libros que ve leer a su padre, y cuyos títulos le dan tanto miedo, que él no se atreve a abrirlos. Y ahí empieza la confusión entre lo real y lo imaginario tan clásica de la adolescencia.
Mire, yo venía ahora en el metro leyendo esta autobiografía de Roman Polanski, que acaba de publicar Malpaso y que tiene una pinta estupenda. Fíjese en la primera frase: “Desde que yo recuerdo, la línea entre fantasía y realidad ha estado siempre irremediablemente borrosa”. Lo más curioso es que esta autobiografía se acaba de publicar aquí ahora pero se escribió hace treinta años, claro, hace treinta años Dostoievski tenía cincuenta y pico. Perdón, quise decir Polanski…
Ya ve, con tanto Crimen y castigo. Pues bueno, le decía que la confusión entre fantasía y realidad es típica de la adolescencia pero hay gente a la que le acompaña toda la vida, quizá porque de la adolescencia todos fingimos salir, pero pocos salen. Y el remanente adolescente más se acentúa cuando más te haces mayor. En la madurez hay misterio, hay confusión, ya lo decía John Cheever… Pero igual podría decirlo un adolescente. El adolescente y el maduro se parecen mucho.
Ahora yo veo a la gente más asustada que indignada, y el miedo no aglutina
Arriesga usted el posible corolario de mi libro de que, para que te hagan caso, hay que cometer un crimen. Pues sí, pero mejor si no es un crimen real, si es sólo imaginario. Por eso son tan importantes las lecturas en el período de formación, cuando el adolescente lee para identificarse con los personajes de los libros, (el gozo por la lectura en sí es algo que se conquista más tarde…) porque te permiten tener muchas experiencias reversibles. Puedes ser un asesino por un rato. Y otro rato policía. Y otro rato el niño de La isla del tesoro. Y todas esas experiencias son simultáneamente reales y reversibles.
A riesgo de incurrir en algún que otro spoiler, usted incide en la morbosa relación que el protagonista de mi libro acaba estableciendo con la víctima de su involuntario crimen, del accidente que sin querer provoca, y en la doble mirada ante eso de la madre, que se horroriza al encontrar a su hijo en la cama con esa chica, mientras que al padre, que no ata cabos con el accidente, le parece cool que su hijo se acueste con una chica que tiene una pierna ortopédica. Sí, al padre eso le parece novelesco.
¿Que si yo podría acostarme con una mujer que tuviera una pierna ortopédica? No lo sé, pero a mí la ortopedia siempre me ha llamado mucho la atención
¿Que si para que yo me acostara con una mujer con toda la cara atravesada por una cicatriz y con una pierna ortopédica, tendría que ser todo eso culpa mía, o si podría hacerlo porque sí? Pues no sé qué decirle, excepto que las piernas ortopédicas a mí me han llamado siempre mucho, pero mucho, la atención. Yo creo que es imposible pasar por delante del escaparate de una ortopedia y no detenerse. Sentimos una fascinación enorme por el cuerpo, el cuerpo lo preside todo, lo enseñamos y lo admiramos como si siempre fuera nuevo, como si nos lo hubieran entregado anteayer. Como si nos extrañara tenerlo. Nos relacionamos con nuestro propio cuerpo como si fuera una ortopedia alemana que nos acaba de llegar por correo. No nos acostumbramos. Es como si el cuerpo hubiera venido a sustituir una amputación sufrida en tiempos remotos… ¿Y qué pudieron amputarnos?, salta usted. Pues no lo sé.
Soslaya usted esa perplejidad y vuelve a la carga diciendo que le ha parecido muy morbosa, muy erótica, esa escena del libro en que el protagonista va al cine con la chica, y le mete mano a la pierna ortopédica, y ella se deja, pero en cuanto rebasa los límites de la ortopedia y roza la carne, carne, se lleva un guantazo… ¿Fetichismo, dice, señorita? Bueno, dejémoslo en metáfora de todo lo fronterizo…
Apunta usted que me sienta bien estrenar narrador adolescente, que me ve usted como levemente salingerizado… Es verdad que he disfrutado muchísimo con esta novela. Me retrotrae a mi propia infancia, sí. Yo fui un niño muy ensimismado. La imaginación me salvaba de la realidad. Yo me vine a Madrid desde Valencia a los seis años. Ese viaje marca un antes y un después en mi vida. Para empezar, en Valencia teníamos una situación económica que aquí no tuvimos. Valencia significaba además el mar, la luz del Mediterráneo… A mí me arrancan de todo eso a una edad en que ni siquiera lo puedes verbalizar.
Y te trasladan a Madrid, con el mensaje explícito de que vamos a un sitio maravilloso, a la capital, donde uno puede ser lo que uno quiera, donde están las mejores bibliotecas y las mejores escuelas, donde vas a tener todas las posibilidades del mundo. Y nos vamos a vivir a Prosperidad, a la calle Canillas, un barrio que ahora es caro pero entonces era donde la realidad terminaba, que terminaba justo en mi calle. Luego era la nada. Allí hacía un frío que pelaba y aparecían cosas que no habían existido nunca antes, como los sabañones. El paisaje era absolutamente hostil, no había mar por ningún lado, cuando a mí no me entraba en la cabeza que pudiera haber lugares sin mar, sin nada de mar…
Ante eso tengo que reorganizar todo el mensaje de los adultos, toda su proclamación de que aquello es magnífico, con lo que los adultos se callaban, y es que habíamos cambiado de estatus. Todo ello contribuyó a ensimismarme más y más, a imaginarme todo el tiempo cosas, por ejemplo había un cable eléctrico en la pared con el que yo me imaginaba que se dibujaba una puerta secreta que si la abría me llevaba de cabeza al mar de Valencia…
Además en mi casa no había libros. El único libro era la Enciclopedia Espasa, que yo devoré. Luego mis padres abrieron una cuenta en la Librería Aguilar y yo iba y compraba, y me ponía a leerlo todo sin saber ni siquiera a quien leía. Me tragaba sencillamente todas las colecciones de Aguilar. Cuando llegué a la Facultad y me junté con gentes que tenían mis mismos intereses, pero que eran más ilustrados porque venían de hogares de clase media y con cierta cultura, de repente se ponían a hablar, no sé, de Hemingway, y yo caía, sopla, pues a ese yo le he leído… Y el primer sorprendido era yo, que había leído a Hemingway sin saber que era Hemingway. Me di cuenta de que mi olfato de autodidacta había funcionado más o menos bien. Que conste que yo fui un lector enfermizo en un momento en que la lectura no estaba tan bien vista como ahora, entonces, si un niño leía demasiado, se le regañaba un poco, se le animaba a salir a la calle a tomar el aire…No fuera a salir raro…
Da usted una vuelta de tuerca preguntando si aquel ensimismamiento que tan bien me funcionó en la infancia puede volver a funcionarme ahora, con la que está cayendo. La que está cayendo en España, se entiende. Pues mire, yo en mis artículos y reportajes he tratado siempre de centrarme más en la vida cotidiana que en la realidad política, pero claro, cuando esta realidad se pone tan agresiva, al final no te queda otra ya. Claro, si entramos en el viejo debate del compromiso del escritor. Yo siempre pregunto, Alicia en el país de las maravillas, ¿era un libro comprometido? Por lo general se entiende que el compromiso es el realismo social y socialista y tal y tal, y sin duda se pueden escribir cosas muy abiertamente políticas desde la imaginación.
Llegué de niño a Madrid para descubrir la pobreza, el frío, los sabañones y la ausencia de mar… ¿cómo no iba a leer y a imaginarme cosas?
Marx decía que para conocer bien una época histórica tienes que leer a sus novelistas antes que a sus historiadores. Si quieres saber cómo era la vida en Estados Unidos en los años 30, lee la gran novela negra americana de entonces…Igual que para saber lo que fue la guerra fría de verdad tienes que leer a John LeCarré, con toda su imaginación novelesca…
¿Que si lo que está ocurriendo me hace sufrir? Pues si no eres un psicópata, se sufre, sí. Precisamente el psicópata se define porque no le afecta el sufrimiento ajeno. En ese sentido yo digo que nuestros políticos tienen unas actitudes de psicópatas tremendas. Claro, es que ver el otro día la reprobación que se le hizo al ministro de Justicia, a Rafael Catalá, media cámara acusándole de estar encubriendo a los corruptos, y él, con una frialdad absoluta, sin mover un músculo, darle la vuelta a eso y presentarse como un campeón contra la corrupción. Si es que eso es que te digan que es de noche cuando tú estás viendo que es de día. Es que es tan evidente, tú escuchas esas conversaciones entre Zaplana e Ignacio González y el secretario de Estado y sumas dos y dos. Es tremendo lo que está ocurriendo, es tremendo. Porque da una imagen de gente absolutamente fría que si no se llegan a dedicar a la política, a saber qué habrían hecho. Igual es mejor tenerles allí controlados.
Me pregunta usted cómo puede pasar todo esto y que el electorado tenga semejantes tragaderas, porque efectivamente ha habido muchas elecciones en muy poco tiempo. Yo creo que la gente vota lo que vota, en primer lugar, porque no hay alternativa a ese discurso dominante, que tiene una fuerza tremenda y que pilla desarbolado al PSOE, que era el partido del discurso alternativo… Sí, señorita, he dicho que era, porque ya no lo es… Y no lo es desde el momento en que Zapatero se rinde, desde aquella noche que le llamó Merkel, y le llamó Obama, y no sé quién más, y Zapatero dice, me rindo, y modifica el artículo 155 de la Constitución, lo de bajar el techo de gasto, a partir de ahí todo se va deteriorando y deteriorando y el PSOE se queda sin discurso. Mientras que Podemos, que llegó a estar primero en intención de voto, parece que ha tocado su techo también. En fin, que no se ha construido un discurso alternativo al del actual poder.
Yo leí a Hemingway sin saber que era Hemingway, no me enteré de a cuánta gente importante había leído hasta que llegué a la universidad
Entonces yo sospecho que ahora mismo la gente está más asustada que indignada. Cuando hay mucha indignación alguien la vehicula, alguien construye un discurso. Las grandes rabias, históricamente, se resuelven en revoluciones. Las grandes alegrías se convierten en euforias colectivas, por ejemplo cuando gana el Real Madrid. El susto, en cambio, el miedo, se queda dentro del cuerpo, no rompe la cáscara de lo individual. No aglutina. Desmoviliza. Se queda cada uno asustado en su casa, en su sofá…
¿Quién va a ganar la rebatiña esta del PSOE, me pregunta usted? Ni idea. ¿Qué va a pasar? Pues ni idea tampoco, no lo sabemos, todo lo que sabemos es que esto del PSOE tiene muy poco arreglo, son dos posiciones muy difíciles de conciliar. Sí, como usted dice, señorita, esto es como una guerra civil interna del partido, y las guerras civiles son tan crueles, que las pierde hasta el que las gana.
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