Desde que se produjo la desaparición de la joven madrileña Diana Quer el pasado 22 de agosto, la televisión -sobre todo- y parte de la prensa están dedicando abundante espacio al caso. A cualquier hora en medios informativos y magacines se aportan nuevos resultados de las investigaciones, más datos, giros inesperados en las declaraciones de la familia... Es el suceso del verano.
Pero no el único. Tres días después ocurría lo mismo con Iván Durán, de 30 años. También en Galicia. Desapareció de su domicilio de Baiona (Pontevedra) sin dejar rastro. Su imagen apenas ha sido difundida y la familia pide similar trato en la labor de búsqueda. "Pagamos nuestros impuestos y tenemos el mismo derecho a que el Estado ponga también todos los medios a su alcance", es la queja de su entorno.
Otro caso parecido ha tenido lugar en Badajoz, que ha pasado casi desapercibido. Manuela Chavero Valiente, de 42 años de edad, desapareció misteriosamente de su casa en Monesterio en la madrugada del pasado 5 de julio. La puerta no estaba forzada, el televisor seguía encendido, los pantalones sobre la cama y el móvil en la cocina. Únicamente faltaban unas chanclas y quizá un pantalón de pijama.
La familia descarta que se haya ido por su propia voluntad. "La vivienda estaba como en un día normal. Nunca se hubiera ido, sus hijos son lo que más adora", afirma su hermano José Carlos. Tenía proyectado irse a la playa en breve con una amiga.
De complexión delgada, 1 metro y 60 centímetros de altura y pelo rizado castaño largo, su imagen apenas ha aparecido en algunos carteles que ha distribuido la familia. ¿Por qué esta diferencia de difusión entre un caso y otro? No es la primera vez que ocurre. Parece que hay desapariciones de primera y de segunda división.
PRESIÓN MEDIÁTICA: INCREMENTO POLICIAL
Sucede que determinados delitos, si no hay presión en los medios de comunicación social, no consiguen mayor resonancia y al poco tiempo entran en vía muerta. En cambio, si saltan a la popularidad, toda la maquinaria policial tensa los resortes.
Influyen en ello diversos factores, aunque el principal es la capacidad de la familia para movilizar a los medios de comunicación. Elevada posición social, buenos contactos –a poder ser a nivel político– y habilidad o recursos para moverse en ciertos ambientes hace que tengan gran repercusión y se le busque por todas partes y con todos los medios posibles.
En el caso de Diana Quer incluso se ha sumado a las labores de rastreo la Infantería de Marina y en Madrid andan tras la pista agentes del CNI (Centro Nacional de Inteligencia). No es la primera vez que un cuerpo ajeno a estas situaciones se une a dichas tareas. Esta semana el director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, visitó a los mandos de la Comandancia de La Coruña y tuvo un encuentro con los responsables de la investigación. El cartel que hay en la Red con la foto de la joven, para que la gente aporte pistas, tuvo en los dos primeros días siete veces más visitas que los de otros en una pila de años.
A veces es la actitud de personas allegadas las que con su iniciativa personal ayudan a la resolución del problema. Así, el pasado año desapareció una peregrina americana que hacía el camino de Santiago. La familia, tras escribir infructuosamente al presidente en funciones, Mariano Rajoy, recurrió al senador John McCain para que intercediera. El ex candidato a la Casa Blanca contactó con Moncloa ofreciendo la intervención del FBI.
Fue un revulsivo en la durante cinco meses adormecida investigación. De inmediato el Ministerio del Interior envió 30 agentes que se volcaron en la búsqueda. En poco más de dos semanas aparecía el cadáver de Denise Thiem y era detenido su asesino.
"Se vuelcan más, se ponen más medios porque lo ordenan 'los de arriba'. Está bien pero tiene que haber proporcionalidad en todos los casos", se queja Joaquín Amills, presidente de la asociación SOS Desaparecidos y padre de un joven de 23 años que nunca regresó al hogar.
Al año se producen en España 14.000 desapariciones (el 40% son menores de edad) y la Guardia Civil abre diariamente 14 investigaciones nuevas. Entre 12 y 13 se solucionan en las primeras 24 o 48 horas. Generalmente, son voluntarias y a los pocos días vuelven a casa.
Pero unas 500 quedan sin resolver. De todos modos hay que tener en cuenta que mucha gente no acude, cuando llega el familiar, a retirar la demanda. Ahora hay alrededor de 3.500 casos de desapariciones sin resolver desde 1977. En 2014 las denuncias marcaron un récord: se iniciaron 22.593 expedientes, de los que más de 800 siguen abiertos.
El incremento de denuncias se debe a algo que no ocurría con anterioridad: menores inmigrantes que se escapan de los centros de acogida y cuya desaparición tiene que ser denunciada por ley. El problema surge cuando, tras ser localizados por los cuerpos y fuerzas de seguridad, dan un nombre falso. Y, en muchas ocasiones, reinciden huyendo de nuevo. Así las denuncias abiertas se multiplican sin poder cerrarse.
Las 48 horas anteriores y posteriores a una desaparición son clave para su desenlace. A partir de ahí el tiempo empieza a correr a la contra. Las pistas que los investigadores puedan encontrar en ese periodo de tiempo marcan líneas de trabajo a seguir y suelen arrojar luz sobre si la ausencia pudo ser voluntaria o forzada. En suma, de riesgo limitado o de alto riesgo, y lo suben a la base de datos que utilizan los cuerpos policiales a nivel europeo. Por ello es preciso que la familia denuncie cuanto antes y facilite la máxima información posible.
"Rastreamos las redes sociales, los mensajes que haya mandado a sus conocidos, los sitios donde ha estado, preguntamos a la gente con la que ha estado", explica el capitán José Manuel Quintana, jefe de la Sección de Homicidios y Desaparecidos de la Policía Judicial de la Guardia Civil.
IMPACTANTES CASOS SIN RESOLVER
A pesar del paso del tiempo y del archivo judicial de las causas, los expedientes por desaparición no se cierran nunca. Como mucho permanecen de modo pasivo a la espera de nuevos indicios o de que un juez decida reabrir el caso. En ocasiones las familias lo consiguen tras años de reclamaciones.
Otras veces, en cambio, sus nombres permanecen en el limbo del olvido, como el de Francisco Román Fontalba, el primer niño desaparecido en 1977, año desde el que se realizan estadísticas de tipo oficial. Se fue de casa con 15 años y sus familiares le siguen buscando, sin resultado. Tratan de reabrir el caso, pero al no existir pruebas concluyentes ni un juez ni la Benemérita dan por cerrado el caso.
Una década después nuestro país fue escenario de dos de las desapariciones extremas más desconcertantes y de mayor extrañeza ocurridas en el último cuarto del siglo pasado. Como tales considera la Oficina Europea de Policía (Interpol) a las de Juan Pedro Martínez Gómez, ocurrida en Somosierra, y a David Guerrero Guevara, el conocido niño pintor de Málaga. Las más mediáticas de nuestra reciente crónica negra y sobre las que se continúa sin noticia alguna.
Desde entonces se han producido numerosos sucesos similares, pero lamentablemente con apenas resonancia en su momento. Así, hubo dos desapariciones, casi parejas en el tiempo, pero con diferente tratamiento: las de Yéremi Vargas y Madelaine McCann. La gran diferencia entre ambas es que, en la del niño canario, el poder político apenas le prestó atención.
En cambio el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, recibió a los padres de la chiquilla inglesa –el suceso había ocurrido en la vecina zona del Algarve (Portugal)– pese a que contaban con gran respaldo por parte de las autoridades británicas. A partir del quinto aniversario de la desaparición ocurrida en las islas en 2007 fue cuando se empezó a prestar atención al citado Yéremi. Demasiado tarde.
También en Las Palmas desapareció hace una década Sara Morales, de 14 años. Salió de su casa en dirección al centro comercial La Ballena, donde estaba citada con un amigo para ir al cine. No llegó a su destino. Nadie sabe qué pudo haberle ocurrido. Su padre mantiene la teoría de que jamás se habría marchado de casa voluntariamente.
Ese año se produjo otra importante desaparición, la de Josué Monge García, de 13 años, en Dos Hermanas (Sevilla). Dijo que iba en bicicleta a casa de un amigo y jamás volvió. A las dos semanas se esfumaba también su padre, Antonio Monge Rodríguez. No se ha vuelto a saber nada de ninguno de los dos. Misterio doble.
Otra joven, Gloria Martínez Ruiz, de 17 años, desapareció en plena noche de una clínica de Alfaz del Pi (Alicante). En camisón, sin coger las gafas de aumento, en un centro sanitario bordeado por un gran muro de seguridad. "Lo único que sabemos es que dejamos una hija y ya no la hemos vuelto a ver. Esto es algo terrorífico", me decía su padre, Álvaro Martínez. Ocurrió en 1992. Aquello sigue envuelto en un halo de misterio.
Aquel mismo año se produjo otra doble desaparición. Las niñas Virginia Guerrero, de 15 años, y Manuela Torres Bouggefa, de 14, no volvieron a su casa de Aguilar de Campoo (Palencia). Desde entonces no existe el menor rastro de ellas. Como si se las hubiera tragado la tierra. Eran íntimas amigas. Estaban siempre juntas y desaparecieron cuando hacían autostop para ir a bailar, como ocurriría siete meses después con las chicas de Alcácer. Tremendo aquel 92 en cuanto a sucesos de este tipo.
La joven Cristina Bergua Vera, de 16 años, residía con su familia en Cornellá de Llobregat. Salió de casa para reunirse con su novio. Según comentó a las amigas, estaba resuelta a poner fin a dicha relación sentimental. Después no avisó por teléfono de que fuera a retrasarse, como acostumbraba a hacerlo cuando le surgía algún imprevisto. No regresó jamás desde aquel domingo de 1997.
La familia recibió una pista indicando que el cuerpo estaba en un vertedero. Cuando se supo que la búsqueda tendría un coste de 50 millones de pesetas, se paralizó. Al padre de la chica le parece muy bien que se haya intentado buscar el de Marta del Castillo varias veces y nadie lo haya puesto en entredicho pese a la elevada cantidad de dinero que se ha invertido en tales labores de búsqueda.
Muy importante y a la par desconocido es el caso de los hermanos Dolores, de 17 años, e Isidro Orrit Pires, de 6 años. Desaparecieron misteriosamente en 1988 del hospital Sant Joan de Deus en Manresa, donde estaba ingresado el pequeño.
Habían perdido a su padre hacía una par de meses y la madre, con 14 hijos, se vio obligada a ampliar su jornada laboral para poner sustentar a la familia. Pidió a su hija que pasara la noche junto a su hermano, que iba a ser operado al día siguiente, dado que ella tenía trabajos pendientes que realizar.
El personal del centro vio a los dos menores en la habitación después de la cena y a las seis de la mañana comprobaron que ya no estaban. Allí permanecían las gafas de la chica que llevaba siempre puestas para corregir su astigmatismo. Se ve que estaban acostados cuando se los llevaron de allí. Hasta ahora, sin noticia alguna.
Cuando son niños la pregunta que se hacen todos es: ¿para qué los secuestran? Las respuestas pueden ser múltiples: pederastia, explotación sexual, mendicidad, tráfico de órganos, venta a padres sin hijos, bebedores de sangre humana, ceremonias satánicas, serial killers,.. Todas a cual más terribles.
Puede que algunos vivan desconociendo su pasado. Posiblemente nunca retornarán a su hogar por voluntad propia. Cualquier psiquiatra sofrólogo sabe que, inyectándoles determinados fármacos durante diez minutos, se olvidan hasta de su nombre. Y en una semana, a base de sesiones de hipnosis, se le cambia su historial e ignoran por completo quién fue su familia.
Otros corren peor suerte. En la memoria permanece el gitanillo Jonathan Vega Barrull, de menos de tres años de edad, desaparecido un verano como este del año 2000 en un centro comercial del municipio madrileño de San Fernando de Henares. A los seis meses un camionero que descargaba escombros en un vertedero encontró un cráneo diminuto, parte de la mandíbula, varias costillas y huesos del antebrazo. Era todo lo que quedaba del chavea de encrespado pelo trigueño y mirada despierta. Antes de matarlo lo habían golpeado con fuerza.
AUNAR ESFUERZOS DE LOS INVESTIGADORES
Al profundo dolor que inunda a muchas familias se añade el hecho de encontrarse desamparadas en la búsqueda de sus seres queridos. Consideran una falta de colaboración por parte de las autoridades. Un agravio comparativo en relación con otros casos donde no se repara en medios y esfuerzos humanos y materiales.
Por ello, los familiares se vieron obligados a agruparse para hacer fuerza en sus principales reivindicaciones: que se reconozca el derecho a saber dónde están sus niños y que haya más coordinación policial. Nombres como los de Joaquín Amills, presidente de SOS Desaparecidos, Juan Bergua, cofundador de Inter-SOS, Salvador Domínguez, presidente de Adesepa, José Miguel Ayllón, presidente de la Asociación Nacional de Víctimas de Delitos Violentos, y otros esforzadores luchadores saltan de continuo al ring de la actualidad buscando una victoria contra la desidia oficial y el delito impune. Denuncian negligencia, insensibilidad o insuficiencia de medios en algo que debería ser prioritario: encontrar a sus seres queridos.
Para los familiares no hay forma de cicatrizar una herida sin horizonte. Padres que, como tantos otros a los que les ha desaparecido violentamente un ser querido, despiertan cada mañana, cuando consiguen maldormir, con la tristeza y también ilusión de que finalmente aparezca. Necesitan volver a abrazarlos, si están con vida, o una tumba a la que poder acudir para llorarles y depositar flores.
No les falta razón cuando piden mayor ayuda para encontrar a los suyos. Que no se piense en diferencias sociales ni económicas, todos los ausentes son igual de víctimas. Policía y Guardia Civil deben volcarse en todos los casos, sin distinciones, y sobre todo evitar roces profesionales entre ambos cuerpos que perjudican las investigaciones. Por encima de competencias y el afán de colocarse medallas debe prevalecer la necesidad urgente de dar con el paradero, cuanto antes, de los desaparecidos.
"Las heridas que no se ven son las más profundas", decía William Shakespeare. Pero aquellas que con el paso del tiempo no terminan de cerrarse son más dolorosas. Para los familiares de tantos desaparecidos se trata de una muerte en vida.
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