El fracaso del Papa a sus 80 años: no vivir en las villas miseria
Francisco tenía planeado trasladarse a uno de los barrios más pobres de Buenos Aires, a Villa Barracas-21, con Toto, Charly, Juan y Facundo, cuatro sacerdotes amigos.
11 diciembre, 2016 02:55Noticias relacionadas
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El único cargo de la jerarquía católica al que no se le obliga legalmente a presentar su dimisión y pasar a ser un jubilado es al papa, ya que, por mucho que extrañe, los sacerdotes son jubilados a los 70, los obispos a los 75 y los cardenales a los 80. Sin embargo, Francisco que cumple 80 años el próximo sábado 17 de diciembre, tendrá que continuar en la brecha como cabeza y responsable de la Iglesia católica hasta la muerte, como ha sido lo habitual durante siglos hasta que Benedicto XVI presentase su histórica renuncia en febrero de 2013.
Desde entonces hasta los papas podrán tener derecho a la jubilación. La renuncia de Ratzinger abrió nuevos horizontes, incluso alguna vez el papa Francisco habrá pensado que nunca es tarde para cumplir con los proyectos que tenía para sus años de jubilación y que se rompieron con motivo de su elección.
El plan no era otro que trasladarse a vivir a una pequeña casa y ayudar a los sacerdotes que trabajan en una de las muchas zonas de más pobreza de Buenos Aires, conocidas como villas miseria, concretamente en Villa Barracas-21. Allí viven más de 45.000 personas en condiciones de extrema pobreza, donde la droga destroza cada día muchas vidas. Allí lo echan de menos Toto, Charly, Juan y Facundo, los cuatro sacerdotes que le abrieron las puertas para que el cardenal pasase su jubilación.
Sin embargo, fue el papa el que un día los llamó y los invitó a visitar su casa en Roma, pagando de su propio bolsillo los billetes de avión. “Nos recibió y nos trató como siempre, se excusó por no estar echándonos una mano como había proyectado. Lo vimos más joven, incluso comprobamos que había engordado un poco, pero lo que más nos asombró fue que preguntase por la gente con sus nombres y sus problemas”, comenta Antonio, uno de los sacerdotes que trabaja en una de las parroquia integrada en el proyecto que inició el entonces cardenal Bergoglio.
Inmigrante en un país lejano
Francisco, hijo de Mario y Regina, nació el 17 de diciembre de 1936, cuando Buenos Aires celebraba el cuarto centenario de su fundación. Creció en una de las viviendas a las que llamaban casas chorizo por su extensión horizontal, en la calle Membrillaral, 500, en el barrio Flores, un distrito de clase media baja. Sus abuelos paternos, Giovanni y Rosa, junto a su hijo Mario, habían llegado desde Italia a Buenos Aires una mañana de enero de 1929. Desembarcaron en La Boca, el lugar de entrada de los inmigrantes italianos desde finales del siglo XIX.
La Gran Depresión del 29 no parecía haber llegado al Cono Sur. La familia tuvo suerte y se instaló en la próspera ciudad de Paraná, donde desde años atrás vivían tres hermanos del abuelo y regentaban un pequeño negocio de construcción. Sin embargo, en 1932 la crisis llegó a Argentina y padres e hijo se trasladaron a Buenos Aires, donde abrieron una pequeña tienda de alimentación y comenzaron a crear lazos de amistad con los vecinos. Fue allí donde el joven Mario conoció a Regina, con quien se casó en 1935. Su primer hijo nacería un año más tarde, el 17 de diciembre de 1936. Nadie imaginaba cómo y dónde celebraría su 80 cumpleaños.
Para el papa Francisco la vejez es uno de los temas primordiales que la Iglesia debe abordar. De ahí las continuas referencias en sus discursos y sus gestos con los ancianos, incluso ha llegado a denunciar que la sociedad actual haga "alarde del descarte de los ancianos". Bergoglio siempre supo tratar con ternura a los más mayores, aprender de su experiencia y ayudarles. Un caso bien conocido por el clero bonaerense es que el cardenal compartía su pequeño piso con un anciano sacerdote al que cuidaba con esmero, preparándole la comida y atendiéndolo en sus necesidades materiales.
Anida en él el recuerdo permanente de su abuela, Rosa, a quien estuvo unido desde muy pequeño. “Ella fue la que le enseñó a rezar, pero también la que le mostró la importancia de la literatura, pues era una gran lectora. Yo llegué a conocerla, vivía muy cerca de su casa y solíamos ir juntos a la escuela. A la vuelta siempre pasaba a ver a la abuela”, comenta Gustavo Rocha, viejo compañero y amigo de infancia del papa y con quien recuperó la relación siendo él ya obispo.
"Aún me acuerdo del día en que me dijo que estaba empezando a leer Los Novios, de Manzoni. Además, fue su abuela la que casi le obliga a aprender el piamontés. Era una mujer de bandera. Jorge me contó que su abuela había estado en una lista negra de Mussolini por llevar una pancarta en una manifestación contra su política agraria. El siempre creyó que a su abuelos y a sus tíos los echaron de Italia por revoltosos”, recuerda el viejo amigo del papa.
El cardenal se preparaba para la jubilación
El cardenal Bergoglio ya comenzó a preparar su jubilación con proyectos que lo mantuvieran activo y abierto al servicio de la gente necesitada. Poco a poco fue dejando cargos y delegando en sus colaboradores, viajaba menos al extranjero y más al corazón de las villas miseria. Excusó su asistencia a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Madrid y a otros eventos en Roma, también dejó de asistir como representante de los obispos argentinos a los Sínodos convocados por el papa y propiciando que asistieran los prelados más jóvenes. Abandonó la presidencia de la Conferencia episcopal de Argentina y sus cargos en el CELAM, el organismo que agrupa a los obispos de América Latina.
En octubre de 2012, por motivos profesionales, viajé a Buenos Aires y, tal y como me había prometido en otra ocasión, se ofreció a llevarme en autobús a conocer -“un poco, sólo un poco, para que no te asustes”- algunas de las villas por las que yo había mostrado interés. En el trayecto aproveché para preguntarle por qué no había asistido al Sínodo de Obispos que esos días se celebraba en Roma. Su respuesta fue: "Nada se me ha perdido en Roma, y menos ahora con todo el lío que hay allá con eso de los cuervos y de los papeles que se pierden (lanzó unas carcajadas). No creo que vuelva por allí ya. Ya cumplo pronto 75 años y enviaré la renuncia al papa, como es preceptivo. Después probablemente me traslade a vivir a una de las villas para colaborar con el grupo de sacerdotes. Rece por mí". Escueto pero claro.
Pero la renuncia de Benedicto XVI le obligó a volver a Roma para la elección de sucesor. Antes de marcharse fue a despedirse de los ancianos del Hogar de los Abuelos, en Villa-21, un lugar rodeado por calles polvorientas a orillas del Riachuelo, uno de los cursos de agua más sucios y contaminantes de la región. Viajó a Roma con una maleta pequeña, su conocida cartera de mano y cierta incertidumbre y miedo. Había periodistas que aún publicaban su nombre en la lista de papables, pero menos que en 2002. Bien sabía él que no tenia ya ni la edad oportuna ni los apoyos que tuvo en el cónclave de 2005, cuando, por sugerencia del cardenal Martini -estando el segundo en número de votos- pidió a sus electores que votaran al cardenal Ratzinger.
La sorpresa llegó con su elección, pero también las críticas por parte de quienes no lo veían como el candidato idóneo apelando a su edad, precisamente aquellos que le superaban en años; o a su enfermedad -a los 18 años le extirparon un trozo pequeño de pulmón-. El cardenal español que se quejó de que saliera elegido un hombre enfermo a quien le faltaba un pulmón recibió la respuesta de otro cardenal: “Lo hará bien, como usted, a quien le falta un riñón y lleva muy bien su diócesis de Madrid”.
Ratzinger, el jubilado
La renuncia del papa Ratzinger es un caso histórico, pero ajustado tanto a la doctrina como a la ley, dos disciplinas que en la Iglesia pesan con fuerza. La dimisión fue cuestionada por algunos sectores relevantes de la Iglesia. Sin embargo, no fue un impulso caprichoso, ni una dejación de responsabilidades, sino una decisión que venía de años atrás. Su primer intento de volver a su tierra natal fue al cumplir 75 años, cuando presentó a Juan Pablo II su dimisión como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ratzinger vivía entonces una situación personal y psicológica difícil.
Mientras esperaba que el papa le aceptase la renuncia, ya había comenzado a preparar en un rincón de Baviera una casa donde vivir sus últimos años acompañado por su hermano George, también sacerdote. Pensaba dedicar en su tierra natal el tiempo a terminar de escribir un libro que hacía tiempo que tenía sobre la mesa, leer, pasear y tocar el piano.
Pero Juan Pablo II, ya con su enfermedad avanzada, creía que nadie mejor que su amigo y colaborador podría ser su sucesor. Lo llamó para decirle que podía marcharse y que en Roma siempre tendría su casa para cuando quisiera volver. Sin embargo, para conseguir que continuase en el Vaticano, Juan Pablo II puso en marcha su plan: pidió a Navarro Vals, entonces portavoz de la Santa Sede, que gestionase una entrevista amplia en el periódico La Reppublica y que la hiciera el propio director del medio.
En esa entrevista Ratzinger no sólo repasó el pasado, sino que esbozó sus ideas de por dónde debía caminar la Iglesia en el futuro. Respondió con lucidez. Tras la muerte de Juan Pablo II y antes del cónclave los cardenales electores recibieron en sus casas una copia de la entrevista a Ratzinger. Aquellas respuestas eran todo un proyecto de gobierno para la Iglesia. Ningún otro podría ser papa. Wojtyla ganó muerto la batalla. Abrumado, Benedicto XVI trabajó a pesar de sus escasas fuerzas y su debilitada salud, junto a los escándalos que en esos años empezaron a aflorar en el Vaticano.
No pierde la esperanza de jubilarse entre los pobres
La renuncia de Benedicto XVI es la única puerta abierta que Francisco puede encontrar para cumplir su sueño de acabar su vida entre los pobres de las villas miseria de Buenos Aires. Francisco sabe que Benedicto abrió el camino con su renuncia histórica, hecha con “esa profundidad y elegancia que sólo pueden hacer los grandes intelectuales como este papa. Y yo, que no soy creyente, aunque me crié con mi tío el cardenal de Lima, te digo que es una decisión propia de una mente lúcida, como la de este gran Her Professor”, me comentó Vargas Llosa en la sala VIP de Barajas, él camino de Londres y yo de Roma, nada más conocer la renuncia del papa bávaro. Ratzinger renunció porque, según confesó, sentía que le faltaban “fuerzas físicas y psicológicas”. No es el caso de Francisco quien, con sus 80 años, se siente cada día más vigoroso, según sus colaboradores cercanos.
Bergoglio continuará calzando unas sandalias del pescador ortopédicas, los zapatos que usa desde su adolescencia como resultado de los problemas de salud por la precaria alimentación de aquellos duros años de hambre y miseria. Cuando viajó a Roma para el cónclave sólo llevó uno de los dos pares de zapatos, pues no esperaba calzar las sandalias del pescador. Esa misma noche telefoneó a Mario, un sacerdote argentino que ese curso estudiaba en Madrid una especialización pastoral, enviado por el propio cardenal bonaerense. Le pidió que le recogiera algunos enseres personales, unos libros y el “otro par de zapatos”. Tanto están cambiando las cosas con Bergoglio que hasta las sandalias del pescador han pasado a ser zapatos ortopédicos.