Sangre en los prostíbulos de Don Benito: nueve crímenes para 36.000 habitantes
Desde 2011, nueve personas han fallecido de manera violenta en este pueblo pacense de 36.000 habitantes. Cinco de ellas trabajaban en el negocio de la prostitución. La localidad vive un ciclo de violencia pese a que las autoridades locales aseguran que es una población tranquila.
27 mayo, 2017 01:21Noticias relacionadas
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En Don Benito (Badajoz) este pasado martes los vecinos volvieron a despertarse sobresaltados. De nuevo era por un asesinato. Esa mañana, Ángel Luis Musquiz, el dueño del club de alterne Zona Cero, paseaba por la plaza de su barrio cuando un antiguo enemigo le descerrajó un disparo con un fusil.
Su presunto asesino era Emilio, uno de los miembros del clan de los Mauriño. La bala le impactó en la parte alta del torso. Aunque los servicios médicos que le atendieron allí mismo intentaron salvarle la vida, Ángel Luis falleció en aquella plaza. El juez levantó el cadáver en torno al mediodía.
En los últimos siete meses, en esta localidad pacense de 36.000 habitantes han fallecido tiroteadas cuatro personas. Pero el reguero de sangre viene de antaño. En 2012 fallecieron otras tres en similares circunstancias a las puertas de un prostíbulo. Un año más tarde mataban al dueño del burdel El Edén.
Pese a que las autoridades locales aseguran que se trata de una población tranquila y segura, las cifras señalan lo contrario. En Don Benito hace tiempo que se impuso la ley del plomo. Y la última víctima que se ha cobrado es Ángel Luis. Tenía 67 años.
EL ESPAÑOL viaja hasta allí para narrar unos sucesos en los que se mezclan rencillas personales, camellos con deudas y familias gitanas enfrentadas entre sí. Varios de los casos tienen algo en común: los clubes de alterne de la zona.
“NADIE LE ECHARÁ EN FALTA”
Ángel Luis Musquiz había paseado ya a su jauría de perros –“tenía una pila, siete u ocho”, cuenta su vecina María- cuando de nuevo salió a la calle para dar un paseo. Encontró la muerte a sólo 50 metros del portón de su casa. Sólo tuvo que girar una esquina y caminar durante unos segundos.
Su asesinato se produjo sobre las diez y media de la mañana de este pasado martes. Musquiz, un tipo de carácter agrio y al que dicen odiar la mayoría de sus vecinos, cruzaba la plaza Cíjara cuando se topó con dos de los hermanos del clan de los Mauriño. Eran Emilio y Manuel Sánchez Mauriño, dos quinquis locales de rostros conocidos para la Policía Nacional.
Emilio, de 55 años, disfrutaba de un permiso penitenciario tras pasar varios años en prisión. Llevaba encima un fusil. Sin apenas mediar palabra le descerrajó un tiro a Ángel Luis.
Cuenta un testigo que Emilio llegó y le disparó por la espalda. “Estaba regando las plantas cuando lo vi desde mi ventana. Todo fue muy rápido. Me metí corriendo de nuevo a la casa al escuchar el disparo”.
A Emilio le acompañaba su hermano Manuel (43), con quien el fallecido también había tenido varios roces. “Los dos Mauriño y Ángel Luis se dedicaban al menudeo de cocaína y de heroína en Don Benito”, explican varios vecinos del Noque, el barrio en el que los tres vivían a sólo 250 metros de distancia. Uno de ellos apostilla: “Mantenían una deuda entre sí, por eso se quemaban los coches”.
Este hombre, quien prefiere mantenerse en el anonimato, se refiere a los últimos altercados vividos entre la víctima y el homicida. Días antes del asesinato de Ángel Luis apareció calcinado un coche propiedad de Emilio, un Seat Córdoba plateado, en la avenida de Madrid. Aparentemente, era la vendetta de Ángel Luis, quien pensaba que en las jornadas previas Emilio le había quemado uno de sus vehículos en otra avenida de Don Benito.
“A Emilio se le fue de las manos y le pegó un tiro”, cuenta este vecino de ambos, de unos 40 años y de etnia gitana. “Pero nadie echará en falta al Musquiz. Ese hacía de todo menos ir a misa”.
Durante los días previos a la muerte de Ángel Luis tanto él como su presunto asesino habían acudido a comisaría, que la tienen a dos calles de sus casas. Allí comunicaron lo sucedido. La víctima, Ángel Luis, denunció que le habían calcinado su coche y señaló directamente a quien acabaría convirtiéndose en su asesino.
En cambio, el presunto autor de los disparos lo hizo para conocer si las cámaras de vigilancia exterior del supermercado cercano al lugar donde apareció quemado su vehículo disponían de imágenes de lo sucedido.
Ante los agentes policiales, Emilio Sánchez Mauriño advirtió que, si era Musquiz el culpable, “lo iba a pagar muy caro”. Según contó esta semana el diario Hoy de Extremadura, también Manuel, el otro miembro del clan de los Mauriño, había avisado a los agentes que Ángel Luis corría peligro.
Tras cumplir con las amenazas, los dos hermanos huyeron en una furgoneta blanca por la autovía A-66. En Mérida se apeó Emilio, el presunto autor del disparo. Su hermano Manuel volvió a su vivienda en El Noque. A ambos se les detuvo a las pocas horas del suceso. Ninguno opuso resistencia.
RETIRADO DE LOS PROSTÍBULOS, NO DE LAS DROGAS
Ángel Luis Musquiz tenía hijos y estaba casado. Desde hacía tres o cuatro años se había retirado del mundo de la noche. Fue cuando echó el candado al último de sus clubes de alterne, el Zona Cero. El prostíbulo está ubicado a las afueras de Don Benito, en una nave de un polígono industrial en la carretera que une este pueblo con Medellín.
En el Zona Cero, además de tener a mujeres que cobraban a cambio de sexo con sus clientes, el fallecido movía cocaína y heroína. “Siempre ha sido un hombre turbio y agresivo. Todo el mundo sabía que se dedicaba al menudeo en su local. Cerró el puticlub –cuenta José Ángel, un conocido de la víctima- pero no abandonó el negocio de la droga”.
En su barrio, El Noque, Musquiz era un tipo despreciado al que siempre se le veía con sus perros, insultaba a las mujeres, se enfrentaba con cualquiera y conducía como un kamikaze.
“Ahora que ha muerto, la barriada descansa en paz”, explica una anciana que vive a 20 metros de la casa del fallecido, donde este miércoles nadie contestaba al timbre. “Con mi marido tuvo algún que otro roce. ¡Qué descanso ha dejado!”.
Sólo unos portales más arriba de la casa del fallecido se encuentra otro vecino, quien prefiere no revelar su identidad. Dice que conocía bien a agresor y a víctima. ¿Por qué Ángel Luis estaba enfrentado a los Mauriño? ¿Sólo por el tema de los vehículos?, pregunta el reportero. “No. Además de la deuda que al parecer mantenían entre sí, porque los hermanos también eran camellos, entre los vecinos siempre se ha comentado que los Mauriño prometieron vengarse del fallecido ya en 2012”.
El hombre se refiere a cuando un tercer miembro del clan, José Sánchez Mauriño, mató a tiros a tres personas en el antiguo club Tabarín, hoy llamado Lovely. “Aunque no tuvo nada que ver en aquello, siempre se ha dicho que Musquiz estaba allí aquella noche, que conocía al dueño del local y que rápidamente le dijo que José se había cargado a tres tíos”.
EL TABARÍN: ORIGEN DE UN CICLO DE VIOLENCIA
Sea cierto o no aquello, Don Benito vive con sobresalto desde marzo de 2012, cuando empezó un ciclo de violencia que esta semana ha sufrido un nuevo episodio. Por aquel entonces, José Sánchez Mauriño, un toxicómano de 44 años apodado El Bizco, disfrutaba de un permiso penitenciario.
Su ingreso en prisión se debió a que unos años antes apuñaló en el bar El Faro de su pueblo a un hombre que ni siquiera conocía. Le pidió dinero, éste se negó, José fue a su coche a por un cuchillo y regresó al local. Luego, se abalanzó sobre él y le dio cuatro puñaladas. Le impusieron ocho años de reclusión y le condenaron al pago de 36.000 euros a su víctima, que logró salvar la vida.
A finales de 2011 se le concedió un permiso. Pocos meses después asesinó a tiros a tres personas. Pero, ¿qué ocurrió entonces? El 17 de marzo de 2012 El Bizco, hermano de los dos detenidos por el asesinato de Ángel Luis Musquiz, se presentó en el club de alterne El Tabarín, en la carretera que une Don Benito con Miajadas. Le acompañó un amigo, Carlos Torres.
Junto al Tabarín, donde trabajaban 15 mujeres, había un centro de rehabilitación de toxicómanos llamado Tu paz es posible. Allí, cerca de una veintena de personas trataban de dejar las drogas. El dueño del prostíbulo y del centro eran la misma persona, un tal Mariano, separado y con tres hijos.
El Tabarín –hoy el Lovely- y Tu paz es posible ocupaban sólo una parte de una finca de 20 hectáreas. Mariano había abierto el centro de rehabilitación porque un familiar suyo había muerto por la droga.
Durante el posterior juicio a José Sánchez Mauriño, su amigo Carlos Torres contó que aquella tarde los dos estuvieron drogándose y bebiendo alcohol con otro amigo en un parque de Don Benito. Que luego se quedaron ellos dos solos y que El Bizco le propuso ir al prostíbulo, que él invitaba.
Al llegar al Tabarín, el dueño del puticlub les invitó a una copa para evitar problemas. Mauriño contrató a una mujer y pasó a una de las habitaciones. Mariano se fue y dejó a cargo de todo a Agustín Estirado, su mano derecha. José pagó a la chica. Pero quiso repetir, esta vez sin darle un duro.
Entonces, El Bizco y Carlos salieron del local de alterne y fueron al coche. José primero cogió una pistola de fogueo. Luego, una escopeta. Al adentrarse de nuevo en el negocio, éste le pidió al encargado que le diera el dinero de la caja, unos 300 euros. Luego, le descerrajó varios tiros y salió del puticlub rumbo al aparcamiento. Quería más sangre.
Fuera, José El Bizco mató a dos personas de ese centro de rehabilitación que había junto al Tabarín. Sus nombres, Fermín Corbacho, de 49 años, y Santiago Sánchez, de 41. Eran los porteros del Tabarín. Como ya habían dejado las drogas, el dueño del local los empleaba allí.
Aunque El Bizco se fugó durante meses, finalmente se le condenó a 43 años de prisión. Durante el juicio confesó que en 2011 había matado también a tiros a Aquilino Avilés en su casa de Medellín. Arrojó luz sobre un caso que hasta ese día estaba sin resolver. Otro más con disparos.
Pero el reguero de sangre por los burdeles dombenitenses iba continuar. En octubre de 2013 secuestraron al dueño del club El Edén, Pepín Astillero, quien era propietario de otro local de alterne en el pueblo. Apareció sin vida en una caseta. Estaba amordazado y presentaba un fuerte golpe en la cabeza.
TRES MUERTOS A FINALES DE 2016
Don Benito vivió un final de año 2016 marcado por la tragedia. En octubre, una riña entre dos clanes gitanos en la calle Laguna, a las afueras del pueblo, se saldó con dos muertos y varios heridos por arma blanca.
La discusión entre ambas familias se inició por el atropello de un hombre de 75 años, que acabaría falleciendo en el hospital a causa de un traumatismo craneoencefálico y de tórax. Los clanes comenzaron una disputa a tiros y navajazos que acabó con la muerte de un segundo hombre.
Sólo dos meses después, el 21 de diciembre del año pasado, Manuel González era abatido a tiros cerca de su casa, en la avenida del Pilar de Don Benito. Tenía 51 años. Aunque su asesinato sigue sin esclarecerse, las autoridades policiales manejan desde un principio el ajuste de cuentas como principal móvil. Manuel también era camello. Cada día iba a Mérida a por cocaína para luego distribuirla en el pueblo.
Aunque Juan Antonio Merino, teniente alcalde de Don Benito, dice que todos son casos aislados en una ciudad tranquila, lo cierto es que ahora, con nueve muertes de forma violenta desde 2011, los vecinos de la localidad recuerdan con amargura aquel otro crimen ocurrido en 1902, que tanto ha estigmatizado a esta población pacense. Se trata del asesinato de una joven, Inés María Calderón, y de su madre a manos del cacique del pueblo.
A la chica le asestó 21 puñaladas después de intentar violarla. Aquel suceso se convirtió en una novela de Felipe Trigo, Jarrapellejos. A mediados de los años 80 del siglo pasado, mucho tiempo después, aquel caso llegó a las pantallas de cine con Antonio Ferrandis y Aitana Sánchez Gijón. Hoy, a los guionistas españoles no les faltarían argumentos con las últimas muertes de Don Benito, donde la venganza a tiros y la sangre corriendo por los burdeles locales está a la orden del día.