Cinco años, nueve versiones de guion, 103.639 bocetos del storyboard y 200 millones de dólares de presupuesto. Las cifras asustan, pero a los genios hay que darles tiempo y dinero. Así es la fórmula que ha servido a Pixar para crear obras maestras como la trilogía de Toy Story o la más reciente Del revés. Incluso en los proyectos que nacen con la etiqueta de 'comerciales' se vuelcan como si fuera el primero. Es lo que ha ocurrido con Buscando a Dory, secuela de la película que hace trece años maravilló a todo el mundo y que ya está marcando récords de taquilla. De momento, en EEUU ha conseguido el mejor fin de semana de la historia para un filme animado, con más de 136 millones de dólares.
El hecho de que hayan pasado tantos años entre una y otra es, según el director de ambas, Andrew Stanton, la mejor prueba de que en Pixar nada nace se hace sólo para ganar dinero. “Lo que importa es la idea. Sin eso no hay película. Nosotros no diferenciamos nuestra forma de trabajar. No por ser una secuela es más fácil. Hacer Buscando a Dory no responde a cuestiones comerciales”, ha explicado el director y mandamás de la compañía en su presentación española, donde también ha impartido una clase magistral a alumnos que estudian animación.
En esta segunda parte el protagonismo cambia de Nemo a Dory, el pez con pérdida de memoria a corto plazo que salta de 'secundario gracioso' a estrella de la función. Ella proporcionaba los mejores momentos de la original y ahora busca sus orígenes en un filme que tiene la “autoaceptación” como uno de sus temas principales. Este nuevo punto de vista coincide con una época en la que las películas de animación del estudio dan voz a personajes femeninos. Brave, Del revés y ahora Dory. El propio Stanton reconoce que para el filme quiso ofrecer una “perspectiva femenina”. Para ello contrató a la guionista Victoria Strouse, que se unió a la productora del filme Lindsey Collins, que también ha estado en la premiere española.
“Era una historia de mujeres, así que tuve claro que ella sería la guionista principal y yo el asesor, porque no quería que la historia fuera redundante y además la original era la historia de un padre y un hijo, con la que me sentía identificado y esta quería que tuviera su propia voz”, añade Stanton. El truco para poder tomar estas decisiones es “que no haya ego”. Asegura que no le importa compartir crédito con más gente porque siempre es mejor para la historia.
Si te rodea de gente más inteligente que tú, más talentosa y más graciosa, al final de ahí sale algo bueno y hace que tú seas mejor. No estás ahí para competir
Parece difícil que en una empresa en la que se dan cita los mayores talentos del cine de animación, creadores de los mayores éxitos de taquilla de los últimos años y obras del tamaño de Wall-E, no haga acto de presencia el ego, pero Stanton lo dice y lo mantiene. “Supongo que no tengo de mí la misma perspectiva que tienen los demás. Simplemente llevo 25 años trabajando con la misma gente, son como si fueran compañeros de clase a los que no puedes engañar. Conocen tus virtudes y tus defectos. Si te rodeas de gente más inteligente que tú, más talentosa y más graciosa, al final de ahí sale algo bueno y hace que tú seas mejor. No estás ahí para competir. Lo difícil es crear ese clima, pero una vez lo consigues y estás con gente en un ambiente en el que el ego no tiene cabida nace algo muy poderoso, y eso lo comprobamos ya con Toy Story”, analiza.
Stanton, que comenzó como animador en los inicios de Pixar, ahora es una de las pocas personas en las que confía un John Lasseter que divide su tiempo entre la compañía del flexo y Disney. Eso le da el poder de opinar en cada parte del proceso creativo, aunque donde se siente más cómodo es como guionista, de hecho cree que las buenas historias “ya existen, sólo hay que descubrirlas”. Un proceso que compara con una excavación arqueológica en la que la historia es el dinosaurio hecho con los huesos que vas encontrando. “Hay que encontrarlos y reconstruirlos. Y será como sea, no como deseabas. No importa el orden en que lo encuentres, lo realmente importante es el resultado final”, opina desde su experiencia.
Contra el muro
A pesar de contar ya con los protagonistas, dar a luz esta película ha sido un proceso fatigoso. Desde 2011, cuando volvió a pensar en Dory, hasta ahora han pasado muchos años y fases de un proceso creativo en el que no dejan nada al azar. De hecho, el propio Andrew Stanton explicaba en su masterclass que estuvo a punto de venirse abajo en varias ocasiones, ya que la idea original se tuvo que cambiar y no terminaban de encontrar con algo que realmente les gustara.
El momento crítico es lo que allí llaman 'el muro'. Stanton lo compara con la pubertad: “un momento feo, complicado y raro, pero que no puedes evitar". Allí es cuando los ejecutivos de Pixar y Disney ven el guion definitivo y hacen sus valoraciones. Un punto de no retorno que debe marcar el inicio de la producción real del filme. Para Buscando a Dory tuvo lugar a finales de 2014 y no fue nada positivo.
Hasta agosto de 2015 (hace menos de un año) no dieron con todas las claves del guion. Muchas partes ya habían entrado en producción, pero en ese momento supieron que habían dado con la tecla. “En este tiempo hubo dos divorcios, la muerte de dos padres de gente del equipo, dos nacimientos y hasta un matrimonio”, recuerda con ironía para ejemplificar lo largo de la creación.
Nos frustra que siempre se asocie lo que hacemos a los niños. Si lo hacemos pensando en ellos, sólo les gustará a ellos, pero si lo hacemos pensando en los adultos les gustará a todos
De nuevo en Pixar intentan romper los tópicos sobre el cine de animación y demostrar que esto no es 'para niños'. Para Andrew Stanton y Lindsey Collins la clave es “no ser excluyente”. “Nos frustra que siempre se asocie lo que hacemos a los niños. Si lo hacemos pensando en ellos, sólo les gustará a ellos, pero si lo hacemos pensando en los adultos les gustará a todos. Puede que esto sea por nuestra propia inmadurez porque parece que tenemos doce años y es lo que nos gusta”, cuentan entre risas.
Niños grandes que siguen creando y dando vida a las mejores películas. Gracias a ellos ya no nos preocupa que el protagonista esté dibujado, diseñado por ordenador o sea un actor real. Los sentimientos no entienden de técnica.