"Yo rapté a mi esposa": así es el secuestro de mujeres en Kirguistán
La directora Roser Corella presenta en DocumentaMadrid un trabajo sobre el rapto de jóvenes en el país asiático. Una práctica ilegal que se comete con impunidad y la aceptación del pueblo.
4 mayo, 2017 18:06Noticias relacionadas
Las puertas de un coche destartalado se abren y salen cuatro jóvenes que cubren su rostro. Entre todos agarran a una chica que sale de trabajar, la meten en el automóvil y salen corriendo. Todos miran, nadie hace nada. Un secuestro más, pero no uno cualquiera. En esta modalidad no se pide un rescate a la familia para devolverla, sólo se les llama para avisar que su hija ha encontrado marido y una nueva familia. Esta práctica, que parece sacada de una novela distópica, es lo habitual en Kirguistán. Los secuestros de mujeres para obligarlas a casarse son la tónica dominante en el país, de hecho más de la mitad de ellas sufren esta costumbre ancestral que permite que un hombre escoja a la mujer que quiere sin que ella dé su beneplácito.
La hipocresía del país hace que la sociedad mire hacia otro lado aunque estos secuestros ocurran al lado de ellos. De hecho, el Ala-Kachuu -como se llama y que podría ser traducido como 'coge y corre'- está prohibido por el actual código penal del país, pero la ley no protege a las mujeres de estos abusos, es más, desde la independencia de Kirguistán en 1991 ha habido un crecimiento en el número de mujeres raptadas. Eso es lo que denuncia Grab and run, el documental de la española Roser Corella que se ha presentado en el festival DocumentaMadrid que tiene lugar desde este jueves hasta el próximo 14 de mayo.
La denuncia social es la tónica dominante del certamen, que abre fuerte con este filme que recoge el testimonio en primera persona de mujeres que han sido secuestradas y obligadas a contraer matrimonio con hombres que ni siquiera conocían. Entre ellas muchos puntos de vista. Las que lo aceptan, las que se quejaron pero se quedaron, e incluso las valientes que pudieron escapar. También está el otro punto de vista, el de los hombres. La mayoría de ellos a favor del Ala-Kachuu. “Había muchos chicos tímidos que ni siquiera hablaban con las chicas, ¿como se iban a poder casar? Así que íbamos a las fiestas y al día siguiente secuestrábamos a las chicas que habíamos visto allí. Conozco a muchos que lo hicieron y han tenido muy buena vida”, cuenta un hombre anciano del país sin el menor cargo de conciencia. A su lado otro se atreve a confesar el crimen sin que ninguna de las personas a su lado se inmute: “Yo rapté a mi esposa, así es como eran las cosas. Me gustó ella y la robé”.
“Es tu destino”
Grab and run alterna los testimonios de los habitantes del país con la presentación de las tradiciones y de las leyendas que allí se cuentan. Historias que han perpetuado el secuestro y que hablan del fracaso del amor de verdad y de la supremacía del hombre frente a la mujer. También acude a una escuela, a testar qué piensan las nuevas generaciones, en las que las jóvenes se dividen entre las que lo critican abiertamente y las que repiten los que les han dicho en casa: “Es tu destino, heredamos esa tradición de nuestros ancestros”.
Cuando me enteré del secuestro de mi hermana me enfadé, pero es el destino de una chica casarse. Cuando conocí a mis nuevos parientes se me pasó
También se escucha a generaciones pasadas. Mujeres que también fueron montadas a la fuerza en un caballo, llevadas a un pueblo alejado y separadas de sus familias. Ahora se ha cambiado al caballo por el coche, pero todo sigue igual. La costumbre dice que hay que avisar a los padres de que su hija ha encontrado un marido y una nueva familia. A veces se miente y dicen que habían estado saliendo antes, otras son los propios padres los que lo aceptan. Su hija ha encontrado por fin un marido, y si tiene dinero mejor.
“Cuando me enteré del secuestro de mi hermana me enfadé, pero es el destino de una chica casarse. Cuando conocí a mis nuevos parientes se me pasó”, dice el hermano de una de las afectadas. Lo mismo opina su padre, mientras su madre reconoce que lloró mucho y reniega con la cabeza de las declaraciones de su marido. Alguna hasta se atreve a decir que habría que quitar esa tradición. Padres que finalmente conocerán el día de la boda a sus nuevos parientes y volverán a ver a su hija tras el secuestro.
Aceptación o marginación
¿Pero qué lleva a una mujer a aceptar tal situación? Grab and run deja claro que muchas de ellas han sido educadas en que la tradición es lo más importante. Si son secuestradas lo único que pueden hacer es rezar para que sea un buen hombre. “Mis planes eran graduarme en la universidad y casarme con mi novio. Nunca pensé que me secuestrarían, pero cuando lo hice pensé que sería el destino y lo acepté”, dice una joven que explica cómo se soborna a la policía para que no les paren en el trayecto. Otra de ellas ofrece otra de las claves, evitar lo que sería considerado una vergüenza para su familia: “Decidí quedarme porque había oído muchas historias sobre las chicas que huían y se las culpaba por ello. Era su destino”.
Cuando mis padres vinieron a por mí al día siguiente yo ya no era virgen. Me dio tanta vergüenza que me quedé. Desde entonces sólo he vivido violencia y crueldad
Las jóvenes crecen pensando que si no aceptan ese cruel sino serán marginadas de la sociedad. A eso ayuda el visto bueno de una gran parte de la sociedad, que incluso colabora en los secuestros. “La gente les ayudaba, se reían, para ellos fue gracioso. Mis padres me rescataron y dos días después lo hicieron de nuevo. Peleé, le pegué, pero era más fuerte que yo. Y cuando mis padres vinieron a por mí al día siguiente yo ya no era virgen. Me dio tanta vergüenza que me quedé. Desde entonces sólo he vivido violencia y crueldad, me he intentado escapar muchas veces, pero me obligan a vivir con él”, dice otro de los desgarradores testimonios del documental.
Entre todas ellas destacan varias voces que se atrevieron a decir basta. La de una madre que tiene claro que si secuestran a su hija “la traería de vuelta”, fueran ricos o pobres, porque sólo quiere que su hija “sea feliz”. También el de una mujer que pudo escapar, que denunció la situación -aunque no se aceptaron los cargos en la policía- y que confía en que la situación cambie: “Como ves a nadie le importan los derechos de la mujer. Sólo sueño con que mis hijas puedan tener una vida mejor”.