Había ganas de reír en un Festival marcado por el referéndum del 1-O y por la polémica de la lona de Fe de Etarras, el jurado ha dado un golpe sobre la mesa y ha optado por una decisión inusual: dar el máximo premio a una comedia. The disaster artist se ha llevado la Concha de Oro tras arrancar las carcajadas de toda la prensa en su primer pase y convertirse en la opción favorita de los críticos, según el panel de notas que publica todos los años El diario vasco.
James Franco se gradúa como director en San Sebastián con un proyecto que se aleja de la gravedad de sus anteriores trabajos, en los que había intentado adaptar sin éxito a Faulkner. Aquí ha vuelto a lo que mejor sabe, reírse de sí mismo y usar la historia de la peor película de las últimas décadas, The room, para hablar del éxito, de qué nos convierte en artistas y de la cara B de una industria que te margina si no eres joven y atractivo. Un filme que él protagoniza junto a su hermano Dave y con el que nadie contaba entre los premios gordos del palmarés por la tendencia a premiar dramas con componente social. Franco, emocionado en la sala de prensa, aclaró que su apellido es portugués y no tiene nada que ver con las connotaciones que tiene en España, y explicó que este "proyecto nació de su corazón".
El cine español se ha tenido que conformar con el segundo premio, ese Premio Especial del Jurado a la película Handia, lo nuevo de los creadores de Loreak. Una película que utiliza como excusa la leyenda del gigante de Alzo como motor de una historia sobre un mundo que cambia -la España de las Guerras Carlistas- y la relación de dos hermanos y la forja de los mitos como temas subyacentes. Un premio que compensa el olvido sufrido en el mismo festival con su ópera prima y que les confirma como el equipo creativo (en la dirección se incorpora Aitor Arregi junto a Jon Garaño) más interesante de los nuevos creadores de nuestra industria. El mejor cine español este año no habla castellano, como publicaba este periódico a comienzos del Zinemaldia.
Una vieja conocida del festival, la directora argentina Anahí Berneri, fue la ganadora del galardón a la Mejor Dirección por Alanis. Es la primera vez que una mujer gana el premio, una cuenta pendiente que tenía el Zinemaldia y que por fin salda. Su película, un drama provocador sobre una prostituta, también consiguió la mención a la Mejor actriz para Sofía Gala. El cine argentino fue el gran vencedor de esta 65 edición, ya que Una especie de familia, de Diego Lerman, se llevó el galardón al Mejor guion para el propio director y su colaboradora María Meira, uno de los premios con peor recepción por parte de la prensa que seguía el palmarés desde San Sebastián.
La favorita de una gran parte de la prensa, la rumana Pororoca, de Constantin Popescu, se ha ido con un premio de consolación, el de Mejor actor para Bogdan Dumitrache. Poco para una de las sorpresas de esta edición. El falso documental, So help me god, se llevó la Mención especial del jurado.
Las otras dos películas españolas a concurso estaban en todas las quinielas, pero al final han sido otras de las granes olvidadas del jurado presidido por John Malkovich. Life and nothing more ha cazado la pedrea con el FIPRESCI que otorga la prensa internacional, mientra que El autor, de Manuel Martín Cuenca, se ha ido de vacío aunque con un contrato con Netflix bajo el brazo.
La plataforma de contenido ha sido otro de los temas candentes estos días. La famosa lona de Fe de Etarras, que por fin pudo verse en el Velódromo, y la apertura de los festivales de clase A a contenidos no creados para la sala del cine monopolizaron los debates. De momento San Sebastián abre los brazos a los nuevos formatos, y en Sección Oficial se pudo ver La peste, de Alberto Rodríguez, fuera de concurso, mientras que la serie de Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero, Vergüenza, compitió en Zabaltegi.
Concluye una edición en la que todos echaron de menos más nombres de relumbrón, aunque Glenn Close y Christian Slater dieron lustre a la clausura. Eso sí, uno de los pocos que vino, convenció y se fue con la Concha de Oro. Lo hizo reivindicando las risas, el humor como antídoto, y el arte -por malo que sea- como lenguaje universal por encima de banderas, urnas e himnos.