Palomo Linares ha muerto este lunes a los 69 años. No ha podido superar la operación a la que fue sometido el viernes en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid para ponerle un doble bypass en el corazón. En la intervención también se afrontó la sustitución de la válvula mitral y la reparación de la válvula tricúspide. Cumplía 70 este jueves.
El fallecimiento se produjo a las 17.13 horas de la tarde. Llevaba ingresado muy grave desde el pasado viernes en la UCI del hospital y su estado de salud había empeorado mucho en las últimas horas. Según han confirmado a este diario fuentes cercanas a la familia, el cuerpo será trasladado al tanatorio de La Paz (Alcobendas), también conocido como el de Tres Cantos, donde se velará al matador. La sala estará abierta desde las 9. La misa será allí mismo a las 20.00. Será incinerado y las cenizas se depositarán en su finca de Aranjuez. Después de una mañana de informaciones erróneas publicadas en distintos medios sobre su muerte, el crítico taurino Zabala de la Serna la ha confirmado a través de Twitter minutos después de producirse.
Sebastián Palomo nació en Linares, el 27 de abril de 1947. La ciudad quedaría marcada por la muerte de Manolete cinco meses después. Hundido en la escasez, la infancia la pasó buscándose la vida. Su padre trabajaba en una mina de plomo. Pronto tuvo que colaborar con la economía familiar. Eso le forjó el carácter, le dio la mirada viva, interrogante y siempre fascinada. Algo ardía dentro. Intentó aprender el oficio de zapatero mientras tanteaba lo bravo. A los ocho años comenzó a moverse por la zona, granero de ganaderías, orientado de capeas y tentaderos.
Un día en la tapia de la finca Los Monasterios, en Andújar, lanzó el primer aviso de lo que venía. Había tentadero de la ganadería Jacinto Ortega. Palomo Linares esperaba en la tapia. Era su oportunidad de torear algo. El lugar está encerrado por Sierra Morena, un auténtico oasis salvaje de veraguas, precedido por un tortuoso carril, que baja, empotrando la casa en el duro terreno. Palomo Linares se lanzó a una de las vacas, después de torearla tres o cuatro aspirantes más. Era un niño. El ganadero apenas le dejó dar unos muletazos. “Chaval, cuando puedas deja la vaca”, le dijo desde el austero palco de piedra. Ni caso. “Deja la vaca cuando puedas”, insistió el propietario. Él siguió a lo suyo. El ganadero se hartó. “Mira chaval, dejas a la vaca, vas para la puerta y te marchas de aquí”, le dijo. El joven lo miró. “Me llamo Palomo Linares, voy a ser figura del toreo y no voy matar ninguna corrida vuestra”, le espetó, dejando en el aire y a través de los años aquella sentencia. Convertido ya en matador de toros, coincidió en una feria con la ganadería, que lidiaba una novillada. Tenía fuerza suficiente. “Si están ellos en la feria, no toreo yo” y cumplió el aviso.
Antes de cobrarse aquella venganza actuó por primera vez en público en Vistalegre, la plaza de toros de Carabanchel. Salió de Linares andando y con 21 pesetas. Durmió ocho días en los soportales de la plaza, se gastó todo el dinero y "comía agua". Era 1964 y debutaba en un certamen de aspirantes, junto a jóvenes llegados de toda España. Antes de tirar la toalla, destacó entre muchísimos. Al año siguiente cortó cuatro orejas en su debut con picadores y tomó la alternativa en Valladolid en 1966, con Jaime Ostos como padrino y Mondeño de testigo, matando dos toros de Salustiano Galache.
Se hizo torero con los Lozano, una de las familias de taurinos más importantes del toreo, encerrado en la finca Alcurrucén. Sólo en mitad de la campiña cordobesa, aislado. Cambió el agua por el pollo. Apoderado por Eduardo Lozano, se enfrentó, junto a El Cordobés, a los empresarios taurinos. Dos hombres que habían salido de la nada se plantaron ante los que manejaban la industria. El quinto califa era su referencia, el objetivo. Las biografías paralelas. Los dos flequillos del toreo. Cómo tuvieron que ser aquellas reuniones de locos del hambre para deshacer el monopolio empresarial. No querían ser toreros a sueldo. Otra época, claro. A aquel órdago se le conoció como la campaña de los guerrilleros y torearon juntos 65 tardes de manera independiente.
Hizo algo único: mató 12 toros en un día en la plaza de Vistalegre, seis por la mañana y seis por la tarde. De nuevo la Chata como muelle para empujarse. Confirmó en Madrid en el 70 y dos años después llegó el gran momento de su carrera. La revolución. Cortó el último rabo concedido en Las Ventas, además de cuatro orejas. Hacía 37 años que no ocurría. Lo logró con Cigarrón, un toro de Atanasio Fernández. Era el décimo matador que lo conseguía en la historia. Y el único que cortaba el mismo año uno aquí y otro en La México. Aquello lo consagró y salió lanzado, tan popular, tan admirado y odiado. Algunos aficionados no podían ni verlo, la crítica lo vapuleó y la discusión de si el rabo era o no justo se ha mantenido en el tiempo. Incluso destituyeron al presidente.
Volvió la palabra chaval. No exactamente. De aquel tentadero al programa Directísimo de José María Íñigo. Paco Camino y él habían acudido para aclarar una polémica surgida entre los dos. Primero habló el matador de Linares, "digo verdades como templos", y después el de Camas, "este mushasho, bueno, chico", refiriéndose a él. Palomo Linares no se contuvo y se sentó de nuevo en la mesa, muy cerca de Camino. "No me llames mushasho", repetía. Tenía aire de Beatle andaluz, descarado, los brazos sobre el respaldo, la chaqueta abierta y una corbata de cuadros. La escena lo define. Ser torero, es, en parte eso: la confianza, el brillo de locura. Como en la plaza. Movía la cabeza para apartarse el flequillo y su actitud era puro punk, enfrentado a Camino, clásico, con los botones cruzados, muy recto. Saltaban los gatos entre ellos.
Sufrió algunas cornadas graves, fracturas de huesos y golpes. Era un torero que movía a la gente. "Incluso de becerrista", señaló en una entrevista hace algún tiempo. Esa popularidad le llevó a grabar varias películas. Dos con Marisol, la estrella de la época, Solos los dos y Nuevo en esta plaza, que tuvieron mucho éxito. Los años de necesidad habían quedado definitivamente atrás.
A partir de los 80 su carrera fue de ida y vuelta, retirándose y reapareciendo. En 1982 anunció su primera retirada en Bogotá y en 1995, después de varias vueltas, toreó la última corrida vestido de luces en Benidorm.
Tuvo pasión por la pintura, a lo que se dedicó los últimos años. Jugaba al golf, vestía con colores chillones, el moreno perenne hacía contraste con el pelazo blanco, convertido en el Ostarcevic de los matadores retirados. Acudía a muchos actos públicos y era fijo en las páginas del corazón por sus curvas familiares, los nuevos amores, los problemas con los hijos.
En 2015 recibió un homenaje en Las Ventas. Se descubrió un azulejo recordando la gran efeméride del tercer trofeo. Palomo Linares era feliz, sonreía y lanzaba frases agudas. Todavía mantenía aquella mirada del ansia. La de buscar un futuro mejor. Habló de todo, de sus inicios, de la forma en la que llegó a ser torero, como si lo echara de menos. Estaba encantado de verse rodeado de cámaras y micrófonos, respondía a cualquier cosa. La infancia agarrado al hatillo lo llamaba. “Aprovecho para dar las gracias a mis partidarios y detractores, gracias a ellos he sido figura del toreo y me he hecho rico”. La mano en el bolsillo, tocando aquel recuerdo. Las palabras sonaron a emblema, a sueño cumplido. Hacerse rico: hablaba todavía el novillero de ocho de años.
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