Zabala de la Serna “es un ser de lejanías” con una timidez frágil. La línea perdida de su personalidad no sale en los textos: cuando se ruboriza riéndose de una ocurrencia propia. Descuelga el teléfono como si al otro lado estuviera siempre Kennedy, a su alrededor descarga la redacción que guarda en la cabeza tumbando maquetas, eligiendo fotografías, revisando apuntes. En su periodismo hay la obsesión previa a Internet imposible de abarcar en ningún hastag ni pose de nuevo-periodista-verdadero.
La mirada furiosa en las salas de prensa descubre a un tipo que forcejea diariamente con las palabras, atenazado por el tiempo en una carrera interminable. Es el único velocista con fondo. Veintidós años después de la primera vez con Curro Romero, recopila ahora toda esa intensidad en Crónicas Volcánicas (Uno más uno), un ejemplar de colección donde están muy bien puestas en una foto de comunión impecable todas las perrerías de juventud, los millones de adjetivos lanzados al blanco y alguna copa derramada, el zoológico de angustias que es escribir.
Comimos juntos por primera vez en el chino de López de Hoyos. Los nueve meses que siguieron fueron deliciosamente terribles, atrapado entre mi pereza crónica y su desbordante forma de combinar talento y raza. El ídolo existía; en la vida real, la firma impresa tenía tatuajes y una camiseta de Casillas escondida en la cajonera. Las cosas salieron en el verano de El Mundo. Desperté de las provincias con el calambre de su nombre parpadeando en la pantalla del teléfono durante las madrugadas de la segunda edición. Buscarle las erratas fue una salvajada con secuelas: en casa conservo una montaña de hojas señaladas por los correctores releídas y manoseadas en la cama. Las cinco o seis frases hiladas de cada año se las debo a él. A veces percibo el olor de aquellos días, al lado de un jefe sincero.
¿Cuántos años abarca la recopilación de las crónicas?
22 años, desde que empecé. De la primera etapa hay muy pocas. La criba es brutal. Si te digo que no he seguido ningún criterio te quedas de piedra. Tenía una percepción de algunas que no estaban mal, por así decirlo. No las he escogido ni por grandes hitos ni por grandes acontecimientos. Ha sido un poco una selección al albur, que es una contradicción.
¿Por qué hay menos de la primera etapa?
Todos los inicios son titubeantes. Más valía fijar el tiro en una evolución consolidada. Arranca con una crónica que no es crónica, he dejado sólo el titular. La retoqué y empezaron a desaparecer párrafos, párrafos y párrafos. Lo mejor es el titular. Curro Romero ha dibujado el toreo a paso de procesión, y ha quedado eso y la explicación de por qué queda sólo el titular. No había más que decir.
¿Le pesa el apellido Zabala cuando empieza?
Estaban todos los focos puestos en mí: en mí no, en el tipo que ocupa la tribuna de Abc con la muerte de mi padre. Antes que nada, soy periodista. El género de la crítica taurina es periodístico. Lo que he tratado de llevar a cabo desde entonces es una sección completa. Hacer algo más que la crónica diaria. A mí la palabra crítico me importa poco, fíjate lo que te digo. Podría ser periodista taurino y me gusta mucho escribidor de toros.
¿Qué crónica no le hubiera gustado escribir?
No sé. Mi primer sentimiento de decir 'joder, qué terrible es esto', fue con la muerte de Curro Valencia en Fallas. El libro se divide en varios fragmentos, uno de ellos es Muerte y resurrección, y ahí están las de Víctor Barrio e Iván Fandiño. No estuve en la plaza, pero había que sacar una pieza y esas crónicas o noticias son las que no te gustaría que firmar. Las más terribles.
¿La sinceridad está mal entendida en esta profesión?
Hombre, es el camino. Cuando van pasando los años vas poniendo filtros. No significa que sean filtros contra la sinceridad. Esas crónicas desbocadas, para lo bueno y lo malo, sobre todo para lo malo, se van tamizando. Hay crónicas de las más acidas que ahora mismo me costaría firmarlas así; intentaría decir lo mismo escribiéndolo de otra forma.
¿Cómo se critica a un tipo que se juega la vida?
Abstrayéndote mucho. Lo tienes que poner luego en valor. Quizá por eso también de los primeros años no hay tanta crónica porque yo no tenía tanta conciencia. Llegas como un elefante a una cacharrería y te das cuenta de que la gente te aplaude más la dureza de las crónicas que las crónicas elogiosas. Ese camino se puede seguir pero manteniendo un equilibrio. Se pueden decir las cosas sin barrenar el puyazo. Es muy difícil: escribir de toros implica sufrimiento porque es muy complicado ver al toro y poner en valor a un tío que se está jugando la vida. Forma parte del juego, y hay que asumirlo, si no nunca escribiríamos. El camino es la sinceridad, pero hay que poner filtros para decir las cosas de un modo no sangrante. No sé si siempre lo consigo, claro. Cuando estás en la velocidad, en el estrés, en las pulsaciones, sale lo que sale. Los toreros están expuestos a un juicio público, de la masa que va, y de la prensa.
¿Cuáles han sido sus referencias, sus lecturas?
Como referencia actual siempre tuve a mi padre por el camino de la honestidad y la independencia. Por ser el emprendedor de la renovación en los años 60. Cuando empecé quería seguir sus pasos estilísticamente. Lo de la absoluta honestidad lo tenía claro. Un día me di cuenta en que no podía seguir a pie juntillas la ruta de la escritura costumbrista. Intenté buscar no sé qué pero ser yo mismo. No sé si ha marcado el camino el apellido la Serna. Algo debe haber para tratar de ser diferente. Esa pulsión freudiana de matar al padre. Otro gran ejemplo también fue Antonio Herrero. Ese sí que no tenía filtros. Estuve cinco años con él en Antena 3 y en la Cope y ese periodismo tan libre era maravilloso. He tenido mucha suerte. Haber trabajado con Anson, que es el que me llama, un monstruo del periodismo, el gran fenómeno del periodismo del siglo XX y el XXI. Luego, Pedro J., otro fuera de serie. Son ejemplos y referentes de cómo hacer el periodismo.
Siempre he creído en la afirmación de que la mejor literatura está en el periodismo, en las columnas y siempre he sido un tío que me he empapado de columnas de periódico. Me daba igual la firma o la ideología, me gustaba el ritmo, la música. A lo mejor no estaba de acuerdo con lo que dijese Umbral, pero Umbral era una maravilla. Coincidiría o no con Campmany o Ussía. Los columnistas de Abc fueron mi fuente principal (cuando entraba el periódico por debajo de la puerta de casa me tiraba de cabeza). Encontrar ahí esa forma de escribir a mí me ha maravillado siempre. Y los actuales, Raúl del Pozo, Ignacio Camacho, Antonio Lucas o David Gistau. En el columnismo español se escribe bien.
¿La crítica taurina es una columna larga?
Sí, pero no. Hay que contar lo que ha pasado. La opinión tiene que estar pero no te puedes alejar de los hechos. Puede ser una mezcla de géneros.
¿Qué se pierde con la inmediatez? Dice que ver al toro es muy difícil, supongo que mucho más con urgencia.
Con la inmediatez se pierde poso, reflexión, perspectiva. Hay corridas a las que sigues dando vueltas al día siguiente. Implica un juicio muy urgente. Verlo y saberlo decir y saberlo interpretar. Intentar conocer el comportamiento del toro en función de lo que se le haga. Me resulta complicadísimo después de toda la vida viendo toros. Quien no vea al toro es muy difícil que escriba bien de toros.
¿La crónica taurina la deben leer los que no son aficionados?
He escuchado dos elogios. “A través de tu crónica he visto la misma corrida”, está bien que te diga eso gente fiable. Cuando algunos te dicen eso… piensas “vaya mierda de crónica he hecho”. Una vecina mía me decía que no le gustaban los toros pero sí leerme. Eso es muy importante. Tengo una obsesión por tratar de alcanzar una escritura potable a pesar de la celeridad de internet. Anson había impuesto en los últimos años de mi padre que la crónica saliera con la primera edición y había que dictarlas a las teclistas. Era un ejercicio muy difícil porque había que dictar los puntos, las comas, los puntos y comas.
En internet hay siempre al momento un vídeo de cada faena.
Los vídeos son mortales.
Son mortales para el espectáculo y para el que escribe. ¿Qué se le ofrece a la gente que lee la crónica después de ver el vídeo?
El vídeo es un arma de doble filo. La cultura de la imagen es terrible para el toreo. Ahora te calzan un vídeo de lo que has visto y no refleja la emoción de la plaza –“no sale el espíritu santo”, que decía Curro–. Los vídeos son una putada. Te los ponen ahí al lado y la gente dice “bueno, qué ha visto Zabala”. Yo lo he visto a la velocidad que lo he visto, contagiado del ambiente de la plaza, de las emociones que me ha provocado en ese momento. Un vídeo sin perspectiva es muy dañino. Es incontrolable. El periscope este… es terrorífico. No es algo cuidado como la realización del canal Toros, que es una maravilla verlo; los vídeos esos de las redes son infames. Lo bonito de la crónica era lo que te contaba tu firma de referencia y luego ponerle imaginación. Ahora lo primero que hace el aficionado es irse al vídeo y dice “no es para tanto”. Somos muy autodestructivos en general. Las crónicas duras o muy críticas, bueno, que tienen que existir, pero esas crónicas están al alcance de cualquiera. Lo difícil es estar a la altura de las grandes faenas. ¿Cómo cuento la faena de Dalia de Manzanares en Madrid, la eclosión de Roca Rey? Estar a la altura de los sucesos del toreo es difícil, y manejar los adjetivos con precisión.
Lo buenísimo se puede contar con una sola frase.
Adjetivar sin que parezcas un mono con dos pistolas es jodido. Cuando oyes emplear adjetivos para un tipo de toreo que no ves profundo o cuando utilizan la palabra abandono para una faena en la que el torero no se ha abandonado… La precisión esa es muy difícil. Lo que da credibilidad es aunar los plácemes del buen aficionado con el criterio del profesional. Al final muchas veces ponemos –son reflexiones en voz alta– al aficionado por encima del profesional. He aprendido siempre escuchando a los toreros retirados, que no implica que sean buenos aficionados. Y lo que me queda por aprender. Siempre digo que al empezar estaba en el desconocimiento inconsciente, ni siquiera sabía lo que no sabía. Ahora creo que estoy en la fase de desconocimiento consciente, soy consciente de todo lo que no sé, ¡pero al menos soy consciente! Imagino que el grado perfecto sería el conocimiento inconsciente, todo tan asimilado que sale solo.
¿Cómo juega con las expresiones que ya ha utilizado en 22 años?
La sensación de repetirme la tengo. Eso es tremendo. Miro hacia atrás y espero no haberme repetido en muchos títulos. No repetirse es muy jodido. Es la hostia.
¿Qué ha cambiado en 22 años?
Ha cambiado todo. Sobre todo el toro. Tratamos de contarlo con unos niveles de exigencia tremendos. Antes valía con la movilidad, el toro de inercia, que fuese; decir eso de "noble". Y ahora que si sale de los vuelos, que si coloca la cara, que si tiene un tranco más. Nos dejamos llevar por exigir un toro perfecto. El toro que no humilla tanto parece que ya no vale, joé. El toro ha evolucionado en torno a las figuras que han mandado en ese momento. El toreo ha cambiado, no sé si para mal, no lo tengo tan claro. Técnicamente se torea muchísimo mejor pero tanto por el toro como por el potencial técnico de los que mandan se ha perdido el margen de la imprevisibilidad. En cada época se ha echado de menos a la anterior. La manera de escribir es muy injusta con los mandones. Se tiende al toreo de improvisación y chispazo. De ensalzarlo. El hilo del toreo está por otro lado.
¿Hace falta una revolución del periodismo taurino? ¿Hay que aprender del periodismo deportivo?
La comparación es complicada. Tengo la sensación de que el periodismo deportivo juega más a favor de la causa. Y el periodismo taurino juega más en contra. El periodismo deportivo pasa 20 días hablando del Clásico. Eso es envidiable. Nos lleva un tranco por delante generando ambiente. Aquí se supone que se debe generar solo, está muy aislado. El periodismo taurino tiene un calado mucho más importante de lo que pensamos. Cuando empiezan las grandes ferias, en El Mundo las crónicas ocupan los puestos más altos de lo más leído en Cultura. No le damos la importancia que tiene. ¿La revolución? No sé, es que el periodismo taurino no está aislado del periodismo general. Vamos en el mismo barco. A mí me preocupa que en los grandes medios se escribiese… Hay gente muy buena escribiendo por ahí y que no está en los grandes medios. Mi referencia es también Barquerito, por la prosa, por la manera de ver al toro, de ver el toreo.
¿Echa de menos a Barquerito abanderando la sección taurina de un gran medio?
Sí, esa escuela hace falta. Hay una generación muy buena que viene. Patricia Navarro hace un gran papel en La Razón, un medio muy taurino. La revolución no sé por dónde habría que encajarla. Los tiempos son difíciles en el sector taurino y en el periodismo. Hay algunas secciones que están al otro lado. Independientemente de cómo esté, está muy dejado por parte del sector. Te fijas en el cine, en el trabajo de Luis Martínez, y te das cuenta de cómo cuidan a la prensa los grandes festivales. El empresario de las grandes ferias tendría que darse con un canto en los dientes por contar con que los grandes medios cubriesen su negocio. Deberían dar todo tipo de facilidades. En el cine pasa y cada uno escribe luego lo que piensa de la película o de la decisión final del jurado. Se trata de enganchar a los grandes medios para que difundan el espectáculo que ellos mismos producen. Y aquí no lo veo por ningún lado.
Es que hay mucho complejos.
Sería un arma que se volvería en su contra. Si algún día dices algo… Ya sabes cómo funciona desde dentro el sector. Sería imposible. No se ponen las facilidades para los grandes medios. Se da por hecho que tienen que cubrir las grandes ferias. A lo mejor dentro de un tiempo no se cubre nada y se hace todo por televisión. Ya te digo que les daría igual.
Las Ventas está un poco de siquiátrico.
Madrid ha cambiado tremendamente. Lo he percibido en esta Feria de San Isidro. Antes cuando venían las figuras, con ese 7 fuerte, la andanada del 8, eso sí que eran incendios a la contra. La plaza de Madrid es una malva con todos su flecos agrios que pueda tener. Como los carteles redondos y la presencia de las figuras son tan contados hay una mayoría de gente que acude a ver triunfar. Es un cambio de mentalidad en Madrid. La bipolaridad existe de una manera infinitamente menor que hace 20 o 10 años. Ya no existe ese 7 fuerte y crecido que arrollaba con todo.
¿Cómo aficionado, con qué toreros se queda?
Están los que tengo en los altares: Morante y José Tomás en la actualidad. Por la razón, Juli y Ponce, macho. El aficionado tiende a negar lo que no le gusta. No se puede negar a tíos que han mandado en el toreo. Se hacen críticas porque cuando se tiene el poder, se tiene una responsabilidad y si esa responsabilidad se ejerce mal la prensa debe decirlo. Tengo una crónica titulada por ahí La negación del Juli o el manual del tonto. Negar lo que no te gusta es idiota. Se nota mucho la diferencia con las crónicas en las que te dejas llevar por el corazón.
¿Cómo se explica que José Tomás y Morante estén fuera de las principales ferias? ¿Cómo se llega a un San Isidro sin ellos?
A lo mejor estos dos figurones del toreo no cuentan con Madrid. También, ¿no? Me he considerado muy defensor de José Tomás, del trienio cabal de finales de los 90. Luego hay una época que no tanto. Sé que el sistema está como está pero es que seguimos dando hostias a los tíos que están dando la cara en todas las ferias y en todas las plazas. Que tienen sus ganaderías, pero como todas las figuras del toreo las han tenido siempre. Hay una frase que le oí al maestro Juan Mora que me encantó. “En mi época matábamos todo tipo de ganaderías pero esas ganaderías estaban en otro momento”. Todo hay que ponerlo en contexto. Valoremos a los que están. Tendemos a valorar las ausencias.
Ahora mismo el toreo está en manos de quien está. Cuando miro para atrás y en su época nos metíamos con Chopera o los Lozano… daba una mano por que volvieran. Faltan esos grandes empresarios muy duros en las negociaciones y muy importantes para la fiesta. Eso no lo tenemos. A mí me preocupa cómo va decayendo todo. La economía del toreo es complicadísima. Siempre miramos a los ataques exteriores. Las plazas que por el acoso político se han perdido, el estrangulamiento nacionalista de Cataluña, Mallorca, la complicada situación de Galicia donde sólo queda Pontevedra, pero no ponemos el foco dentro. En todas esas plazas que han desaparecido sin motivos exteriores. ¿Qué ha pasado ahí? ¿Qué ha pasado en la sierra de Huelva, en la provincia de Sevilla? No ha habido ese acoso. ¿Qué ha pasado en el sector? ¿Por qué no se puede celebrar un festejo rentable para todos? El análisis interior hay que hacerlo y construir a partir de ahí. Pasan los inviernos y al sector se preocupa de los pliegos y no se preocupa de las novilladas, de sentarse a hablar con la Unión de Banderilleros. La cantera debe tener festejos viables. Como lo de las figuras, que ese es otro problema. La viabilidad tiene que existir. El tío que da la corrida, que qué hay de lo suyo. Son cosas que hay que analizarlas y verlas y reflexionar sobre ellas.
Tendrían que obligar a las grandes ferias a dar novilladas. Tenemos un escalafón avejentado. Y además con una cosa añadida: esa cúpula se sabe, porque lo es, imprescindible en las grandes ferias. Ahora la gente sólo quiere ver los grandes espectáculos, no salen toreros, y si se les da cancha, la gente duda. El último ha sido Roca Rey, que es una bendición.
La cúpula del toreo es vieja. La carrera del torero no duraba ni la mitad del tiempo que dura esta gente. La situación es muy jodida. Los toreros lo saben y los empresarios están en manos de cinco toreros. Sin los cuales no haces una gran feria. Al empresario se le da mucho, es cosa de España. Aquí gusta un empresario arruinado más que la hostia. A día de hoy los empresarios están cogidos por los huevos de las figuras del toreo: son y se saben imprescindibles. El día que se vaya Ponce y se vaya Juli, ¿qué haces? Estos tíos están de Castellón a Zaragoza. Tienen un sentido de responsabilidad de ser figura clásica del toreo, de no quitarse de un cartel. Con algunos hay partes médicos que vuelan. Ponce y Juli son dos enfermos del toreo. Sin esa afición no se explica el tiempo que llevan mandando.
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