Estaba sola. O mejor dicho: se sentía sola.

"Estaba sola. O mejor dicho: se sentía sola". Rodion Kutsaiev

La tribuna

¿Viajo solo?

Alicante
22 enero, 2024 06:20

Cuando terminaron las Navidades —bastante después, no vivo muy actualizado si os soy sincero— encontré una noticia que decía que en España habían muerto 54 personas en 47 accidentes de tráfico. Es una cifra bestial, pero si la pensamos bien, ¿no veis algo raro en ella?

Si ponemos atención a esas cifras nos daremos cuenta de que cuarenta y siete personas viajaban solas en esas fechas y solo siete —en el caso de que fuese únicamente una persona más en el coche— iban acompañados.

Eso me venía después de que una persona con la que perdí el contacto me escribiera para contarme algo y me dijera que se había sentido muy sola durante una temporada y que para solucionarlo había tenido que poner tierra de por medio y mudarse a otra ciudad a empezar de cero. Me quedé pálido cuando me lo dijo porque en sus redes sociales nos vendía su vida perfecta; su caniche acicalado; sus cenas en pareja y las mañanas entre las sábanas blancas revueltas; las tardes tomando cócteles con sus amigas de la universidad en cualquier terraza y las noches de fiesta.

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Parecía una de las historias de Love Actually o cualquier comedia americana que veo los miércoles por la noche. Pero estaba sola. O mejor dicho: se sentía sola. Como dijo Amaral: "Estoy sola en medio de un montón de gente".

Supongo que es fácil crearse una vida instagrameable —o en defecto debe de ser complicadísimo porque hay gente que le lleva todo el día—. "Te acercamos a las personas y las cosas que te encantan", de esta manera, se presenta Instagram, la aplicación que "embelleció" nuestros hábitos cotidianos como si se tratase de una publicidad, una vidriera de vidas "perfectas", "bellas y felices" narradas en fotos.

Instagram hizo de un café de dos cincuenta algo que postear siempre que esté en una tacita bonita. Hemos llegado a creernos esa realidad. Nos hemos creído que la gente vive, se expresa, viste y es como en una foto. Y la realidad dista mucho de ser así. Yo hablo de moda casi todos los días de mi vida y escribo esto en chándal. Sonrío. Todos somos muy cínicos.

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He conocido a gente que solo subía fotos de viajes y cosas increíbles porque competía con sus compañeros a ver quién hacía el mejor plan, el mejor viaje, la mejor foto… y así tener el mejor Instagram. Querían ser "influencers de viajes". Me han llegado a decir eso. Qué ridículo. Con lo necesario que es perderse por las calles de una ciudad –de todas las formas posibles que hay para perderse– y encontrarse a las horas, en un café con personas que tienen la mirada muy sucia y quizá la sonrisa muy bonita.

He visto a personas ver Cabaret en el teatro Rialto en el centro de Madrid a través de una pantalla de diez pulgadas para tenerlo guardado y postearlo después. He visto historias de Instagram en las que la gente promocionaba los productos por los que pagaba. Y es que no sé qué nos pasa ni por qué se nos ha olvidado, pero la vida es un 4k cuando subes la mirada de la pantalla. Y creo que esta hiperconexión con el todo tan solo ha llevado a una soledad perpetua que junto con la búsqueda de la seguridad ha contribuido a crear una inseguridad crónica.

Hay una diferencia muy importante entre la soledad escogida y la soledad per se. Mientras que una persona que aprecia la soledad puede elegir disfrutar de una noche tranquila en casa, preparándose su comida favorita, abriendo una cerveza fresca y escuchando su música predilecta o incluso de un viaje al extranjero sin compañía, una persona solitaria puede sentirse desconectada de otras personas, incluso en una habitación repleta de gente.

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Los seres humanos somos seres sociales, y bien vale la pena recordar un capítulo de la serie catalana Merlí, en el que el profesor de Filosofía preguntaba: "Si Aristóteles viviera ahora, ¿tendría redes sociales?" La respuesta no era difícil de adivinar. Aristóteles sí se crearía un perfil en Facebook. Sería lo primero que hiciera una vez supiera de la existencia de estas redes sociales y de su utilidad. Y nosotros, como animales sociales que somos, no nos planteamos no tenerlo por las consecuencias que pudiéramos tener en nuestra cultura o comunidad.

Nos gusta comunicar lo que hacemos, lo que compramos, lo que vemos. Somos seres sociales y claramente somos criaturas visuales. Al menos un treinta por ciento de nuestra corteza cerebral se dedica a procesar estímulos visuales, además de ser el estímulo que más rápido puede ser procesado. Instagram y sus lives son una demostración clara de que somos animales visuales y que nos gusta mirar y ser mirados. Pero esto no es nuevo, Rembrandt, en su Lección de anatomía, ya nos lo demostró en 1632. Las disecciones de anatomía eran espectáculos públicos, en los cuales la gente pagaba para asistir. Ahora, Instagram nos permite disecar la vida íntima de amigos, famosos y desconocidos de forma gratuita.

Todos tenemos luces y sombras, pero en esta plataforma hay lugar para las luces, no para las sombras. Y así es como asociamos las imágenes más bellas de nosotros mismos, idealizadas de lo que soy y de lo que quiero mostrar en esta socialización con otros. Allí nadie te conoce. Es un cajón oscuro en el que creemos que podemos decir y hacer a los demás lo que queramos porque no va a pasar nada. No tiene consecuencias. No hay responsabilidad afectiva en Instagram. Es muy fácil llamar a alguien gilipollas en Instagram porque suponemos que al otro lado no hay nadie.

Quizá es hora de volvernos más humanos. Porque en este mundo hay gente y personas. Últimamente muchas personas son gente y poca gente es una persona.

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