Don Ramón, soy de aquella generación de economistas de los años de la Transición, para los que usted era una leyenda viviente de la política y de la economía. Para mis compañeros de carrera y para mi uno de los grandes hitos de nuestro paso por la Universidad fue cuando logramos llevarlo a Córdoba, en los primeros años ochenta para disertar sobre Estructura Económica de España. Cenar con usted luego en El Churrasco fue de las mejores comidas de mi vida.
Esa admiración ha seguido a través de los años. Personalmente lo he seguido, con más o menos intensidad a lo largo del tiempo a través de los medios de comunicación: como catedrático, como escritor, como político en su momento, como tertuliano… He podido estar más o menos de acuerdo con su posición política a lo largo del tiempo, pero mi respeto hacia usted no ha variado jamás.
Me atrevo a pedirle que no se presente a esa moción de censura. Deje esa labor a otros, que a usted no le corresponde. Que sean ellos los que en las Cortes diriman sus diferencias que esa es su obligación. La suya es otra muy distinta que hasta ahora ha desarrollado con dignidad. El crítico taurino no debe tirarse a la plaza, esa es labor del torero.
La gente de mi generación andamos desencantados de las muchas desilusiones que nos hemos llevado a lo largo de los años. Desde las más altas instancias del Estado a los representantes políticos más cercanos. Hemos dado crédito generoso a quien luego lo ha dilapidado sin sentido ninguno. Hemos confiado en personas que lo que han hecho ha sido denigrar nuestras instituciones, nuestra historia y hasta nuestra propia lengua. Las instituciones públicas han sido convertidas en cortijos sin amo, donde el último en llegar arrasa con lo poco que va quedando.
Los ciudadanos necesitamos que quede alguien con dignidad por ahí arriba, que mantenga viva la lejana ilusión de que esto va a cambiar algún día. Si no lo único que nos queda, la Esperanza, nos abandonará también. No se sacrifique sin sentido, siga cumpliendo su cometido que a fin de cuentas lo está haciendo bien desde hace años, y deje que los políticos resuelvan sus pendencias entre ellos. Se lo pido desde el fondo de mi corazón, no por usted que merece el más gran cariño y admiración, sino egoístamente por mí, porque después de esa moción estoy seguro que ya no me quedara nadie en quien confiar. Nadie.