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Cuando todo cambió

Juan José Vijuesca
Publicada
Actualizada

Fue aquel 11 de marzo de 2004 cuando España sufrió la venganza del mal. Fue cuando se produjo el cambio y con el atentado del terror llegó la devastación de los estamentos establecidos. Tan solo tres días después de doblar la esquina de los casi 200 asesinados y miles de heridos el luto fue a votar en medio del desconcierto, el dolor, la sangre y el recuento interminable de cuerpos retorcidos. Ese y no otro fue el balance en las urnas movido por un poder en la sombra que vendió su alma a Satanás. La realidad es que cualquiera de nosotros tuvo ocasión de viajar en hora de mala muerte e incluso a día de hoy, 19 años después, ahora podríamos formar parte de personas incompatibles con el tejido social que la vida nos impone.

Después llegó el esquivo secreto envuelto en ese misterio que todo mal persigue. Es cuando los  poderes de altura manejan la tejedora de las mentiras, del oprobio, de la canallesca que todo lo manipula y disimula. Es el disfraz de las sombras para dejarnos inhabilitados de memoria, porque de eso se trata, borrarnos la mente desmovilizando corduras, sospechas y explicaciones. Deberían haber suspendido las elecciones, pero les importó la nada más absoluta porque la tragedia empoderaba urnas y el pueblo estaba en el despertar de la anestesia. 

A día de hoy todavía se desconoce quién financió y diseñó la masacre que se cobró tantas vidas humanas y provocó un vuelco político en las elecciones de marzo de 2004. A día de hoy, el mayor atentado terrorista de Europa se guarda en silencios cómplices y se desconoce quiénes fueron los autores intelectuales y cómo se financió un atentado ejecutado con tal precisión. La sentencia final señaló a un único culpable condenándolo a 42.917 años de cárcel como autor material de los atentados. Y la vida cambió y España también.

A partir de ahí, ya saben, el luto del silencio, las promesas inalcanzables, las mentiras como pieza fundamental del engaño y la única verdad, una vez más, que nuestra vida les importa la nada más absoluta a los tejedores del poder. La verdad retorcida y manipulada equivale a la peor de las falsedades y España, este gran país, por cierto, ha perdido el privilegio de la cordura y del respeto merced a cuantos todavía se alimentan haciendo valer la división de ideas a costa del pueblo harto de estar harto de mendigar soluciones sin acuse de recibo.

Y el cuerpo aguanta, generación tras generación, harta como digo, de vivir como mendigos sin causa que justifique tanto mediocre que dice cuidar de nuestros intereses, mientras el tiempo, que no todo lo cura, nos humilla en mentiras y letargos. Y así, de nuevo entramos en vejez, otra vez dándole vueltas a tanto falsario que vive de nuestro erario haciendo caso omiso a víctimas de esto o aquello, pues como dije antes, les importamos un bledo y da igual que los muertos sean diez que un ciento, porque para ellos el luto siempre es un empeño de un momento y después si te he visto no me acuerdo. Por eso, aquel 11M prescribirá con su silencio como lo hacen los difuntos en su entierro.

Diecinueve años después no quedan más que misterios, sin resolver por quienes ni vergüenza ni miedo tienen, son aquellos que se entretienen jugando a la maldad con la falsedad por delante, mientras el pueblo, harto de tirar para adelante hasta que el cuerpo aguante, paga el tributo de lo mismo desde que el mundo es mundo viendo como el poder se corrompe. Desde aquel 11M la cosa cambió porque quien lo diseñó sabía que un día España perdería su identidad convirtiéndonos en seres inanimados en donde un clavo saca otro clavo y en donde la maldad prescribe por muerte súbita a fuerza de borrón y cuenta nueva. La memoria resetea la cordura dejando intacta la degradación de lo correcto. Es la actual identidad de nuestra especie, olvidar con facilidad y ser insensibles con el prójimo cuando resulta que el prójimo somos nosotros mismos.

El germen de la maldad se instaló entre nosotros con el azote de Azores y el No a la guerra y en verdad que el Partido Popular, con su torpeza habitual y fiel a su anemia ferropénica, se comportó como ursulinas con hábito pero sin fe, jugando al escondite ante la fiebre de la calle que "blanqueaba" con estrépito lo sucedido en aquellos trenes de la muerte, como si el terrorismo tuviera billete de ida y vuelta para matar inocentes. Lo popular se arrogó al ruido de la orquesta callejera y de aquellos lodos el poder de lo turbio inundó de oscuras sombras nuestra manera de convivir. A partir de ahí, fue cuando todo cambió. Da igual, la vida continúa a pesar de los políticos y sus traiciones.

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