Opinión

El quinquenio agoniza en 'prime time'

Sánchez y Feijóo, el pasado 10 de julio, instantes antes del debate cara a cara televisado.

Sánchez y Feijóo, el pasado 10 de julio, instantes antes del debate cara a cara televisado. EP

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La commedia sanchista è finita. El día del debate tuvo lugar la defenestración y el soterramiento definitivo de una mezquina forma de hacer política. La de tirar siempre de Real Decreto. La de pactar con cualquiera y a cualquier costo, incluso si llevan condenados por terrorismo en sus listas electorales. La de aprobar una ley ruin, la del "solo sí es sí", frente a las opiniones de todos los órganos jurídicos y los profesionales del Derecho, que ya ha excarcelado a más de 100 violadores, agresores sexuales y pederastas, y rebajado las penas a otros 1000. Hoy fenece la soberbia y resucita la concordia, la moderación y el sentido común, de la mano de un proyecto integral e íntegro que lidera Alberto Núñez Feijóo.

Sánchez, acólito de un narcisismo que se ha convertido en su maná vital, acudía al debate seguro de sí mismo, sonriendo y caminando con más aires de grandeza que Cillian Murphy en Peaky Blinders, falto de un cigarro y una boina con cuchillas. Dispuesto, vaya, a hacer una defensa a ultranza ya no de su proyecto, de España o del PSOE en general, sino de sí mismo. Pero pronto la risa se transformó en sudor gélido, cuasi ártico, la sonrisa en una cara de preocupación y la postura firme y decidida en una flacidez propia de una anémona cuando las corrientes no le son propicias.

Feijóo gozaba de una suerte de datos, gráficas y argumentos y Pedro Sánchez de una sonrisa impostada. La odontología puede ser una alternativa para Pedro cuando este 23-J deje de ser el presidente de la nación, aunque en sus colmillos también se dibuja mezquindad.

"No es verdad, señor Feijóo", pero jamás explica por qué no. "Ya, pero es que usted pactará con el señor Abascal", pero no se abstendrá para facilitar la investidura de Feijóo si pierde las elecciones y tampoco reniega de sus pactos con el brazo político de la ETA. Sánchez no narra supercherías, es la superchería personificada y elevada a la enésima potencia. Y si no piensas como él, eres un vil acosador sin corazón. Un facha, un fascista sin piedad. Porque Pedro no tolera la democracia si la democracia le dice claramente que no.

Deudo de Bildu y Esquerra y obstinado en Podemos, ahora Sumar, Pedro Sánchez ha pretendido hablar de pactos del terror y de túneles tenebrosos, sin darse cuenta de que, en realidad, él mismo estaba entrando en uno al revelar su auténtico rostro en prime time. Si tanto respeto y admiración tuviera a Miguel Ángel Blanco, no pactaría con Bildu ni para sacar adelante la proposición no de ley más insignificante del orden del día. Y entonaría el mea culpa.

Las encuestas sobrevuelan la cabeza de Pedro cuales buitres esperando a que la carroña esté más sabrosa. Ungido por Zapatero, su lápida política hablará de motociclismo, que recuerda a aquella Champions League que en realidad era Conference League, como mucho y siendo generoso.

A Pedro no le restan debates. Le queda el diván, el soliloquio y creo que alguna entrevista en Ferraz. Irene Montero puede ir con él y explicar esa ley del "solo sí es sí" que, finalmente, Sánchez embrazó bajo los focos con mucho afecto, porque "protege verdaderamente a las mujeres". Y si no, mañana cambiará de opinión, como cuando uno pasa de una camisa blanca a una de rayas o permuta la corbata.

Aunque finalmente lo que Sánchez cambiará será su código postal, concretamente en once días. Los mismos que le quedan para gozar de una jubilación anticipada y de un mes de agosto en una cala oculta, lejos del español medio, plaga bíblica que Pedro quiere lejos, tanto como el español desea una notable equidistancia con él. Una que, por cierto, de la que más pronto que tarde gozará.